MI VERDAD
El apartamento es pequeño. Una habitación diminuta. La cocina ocupa toda una pared, la cama la otra, y en la tercera hay un escritorio y una librería. La ventana da al parque, y no hay ninguna jaula enmascarada de escritorio.
Aunque ya no estoy en Nueva York, es una buena escuela en una buena ciudad, y tengo una beca completa.
Me la han concedido por correr, como a Zach. Pero nunca corro con todas mis fuerzas. Al menos no lo hago cuando la gente me observa. No me hace falta.
Las hormonas que tomo ahora son más precisas que las píldoras anticonceptivas. Me las inyecto una vez cada tres meses. Se ha acabado el miedo a olvidarme de la píldora. Cuando les hago una visita a los Mayores, aunque todos se hayan transformado, ni siquiera siento un leve picor en las palmas de las manos. Le conté lo de mi investigación a la abuela y a la tía abuela Dorothy. Me dijeron que estaban orgullosas de mí, sobre todo la abuela, pero que preferirían que me quedara con ellos en la granja.
El chico blanco, Pete, siempre se alegra de verme. Ha aprendido a sonreír.
Ha cambiado mucho. Está más alto, más sano, tiene carne sobre los huesos, no solo piel.
No he hablado con mis padres desde el día en que me abandonaron. Mamá me envía cartas a través de los Mayores. No se las devuelvo.
No quiero que me visiten. Es una decisión que aún me pertenece.
Una vez vi a papá. Me estaba observando mientras corría. No demostré haberle reconocido. Estaba más viejo, el pelo más canoso, más demacrado. Me pregunto si es culpa mía.
No estoy preparada para volver a ver a mis padres. No sé cuándo lo estaré. Tal vez nunca.
Sigo en contacto con Tayshawn. Consiguió entrar en el MIT. Quiere dedicarse a construir robots. Sarah entró en Harvard. No la he vuelto a ver desde la graduación. No me escribe.
Tengo amigos aquí. Otros corredores y algunos chicos de clase. Pero no saben quién ni qué soy.
Pues, sí, sigo mintiendo, pero nunca a Yayeko, ni a los Mayores, ni tampoco a Pete.
Es un comienzo.