DESPUÉS
El desayuno está hecho con productos de la granja: huevos, mantequilla, leche, beicon, pan. Esta es una granja en funcionamiento. Incluso mis primos más pequeños echan una mano batiendo la mantequilla, extrayendo los gorgojos de la harina. Se ha de hilar la lana, dar de comer a los animales, preparar conservas y encurtidos, salar las carnes. Limpiar, fregar, hornear. Atender las reparaciones. Durante el desayuno descubro que dos graneros tienen el tejado en mal estado y que han de repararse antes de que caigan las primeras nevadas.
Intento mostrar interés. Ahora es también mi vida.
Los huevos saben a mierda viscosa. El pan es pesado y áspero. Es el peor desayuno que he comido nunca.
Aunque para ellos no es el desayuno. Han recibido el amanecer con pan, queso y encurtidos. Esta es su segunda comida del día. La primera después de unas cuantas horas de duro trabajo. Está la mitad de la familia: la abuela, la tía abuela, un tío, dos tías y casi todos los críos. Comen diligente, rápidamente. El resto vendrá a recoger lo que quede cuando les toque.
Pete está sentado a mi lado. Él come aún más rápido, devorando tres raciones y alargando la mano para servirse más beicon.
—No —dice la abuela al tiempo que aleja de su alcance el plato con las lonchas—. No eres el único que necesita comer.
Pete se encoge sobre el banco.
—Habrá más comida —le digo—. Hoy comeremos dos veces más.
—¿En serio?
—Aquí comen cuatro veces al día.
—¿Cada día? —pregunta Pete. No acaba de creerme, aunque veo que lo desea. Al otro lado de la mesa, Lilly y uno de sus hermanos se ríen por lo bajo. Pete se sonroja. Tendrá que acostumbrarse a que todo el mundo tenga tan buen oído como él.
—Cada día —le digo—. Cuatro comidas. Aunque, a cambio, tendrás que trabajar.
—He recogido manzanas.
—Y se ha comido la mitad —dice la abuela—. Eso tiene que cambiar.
Lilly saluda a Pete con la mano y vuelve a reír por lo bajo. Pete no sabe dónde mirar.
Le acerco mi plato. He comido un huevo y media rebanada de pan negro. El dolor enmascara el hambre. Pete olisquea los restos.
—Está bueno —me dice.
—Micah, recoge los platos —dice la abuela, lo que significa que la comida ha terminado. Casi todos mis primos han desparecido antes de que la abuela diga platos. Pero Pete no.
Lilly vuelve a hacerle un gesto con la mano.
—¿Quieres coger más manzanas? —le pregunta ella.
Pete murmura un no y se adelanta a recoger platos y cubiertos. Apilo las tazas, algunas de barro, otras de madera. Todas hechas en la granja.
Levanto la vista para mirar a la abuela y ella asiente.
—Los restos van en el cubo de la cocina.
Pete no se separa de mí. Supongo que quiere asegurarse de que no me marcho, como le he prometido. Hoy los Mayores le dejan hacer. Es su primer día. Pero pronto serán más duros con él.
Después de tirar los restos en el cubo, yo friego los platos, Pete los seca (muy lento) y la abuela los coloca en su sitio. La tía abuela está sentada a la mesa de la cocina, pelando manzanas y quitándoles el corazón. Pete me da un golpecito con el codo y murmura:
—¿Ves? No me comí todas las manzanas.
—Comiste las suficientes —dice la abuela, cogiendo de su mano un plato ya seco.
Pete da un respingo y me echo a reír.
—Los lobos —le digo— tienen muy buen oído. Será mejor que no lo olvides.
Pete asiente.
—Buen oído, piernas veloces, dientes afilados. Como yo.
—Porque eres un lobo —dice la abuela—. Y también eres fuerte. Pero debes tener más cuidado con lo que comes. Si sigues así, acabarás vomitándolo todo.
—No es verdad.
—No puede caber tanta comida en un cuerpo tan delgado. Cuando seas un lobo, come tanto como puedas. Pero las tres próximas semanas serás humano. Compórtate como uno.
—¿Por qué somos lobos? —pregunta Pete.
—Sencillamente porque descendemos de lobos. La mayor parte de la gente desciende de los monos.
Reprimo un gruñido. Entonces, la tía abuela se anima a contarle la historia del hombre, el lobo y el trato al que llegaron.
Pete se lo traga todo.
Tengo ganas de decir que eso no es verdad y compartir con ellos mi teoría de la transferencia horizontal de genes, pero no lo entenderían. Dudo mucho que sepan lo que es un gen. Pete ni siquiera sabe leer. Además, no tengo ninguna prueba. Es una hipótesis no verificada.
Si me quedo aquí, nunca llegaré a verificarla. Puede que consiga reunir más datos, pero ¿qué haré con ellos?
No puedo quedarme.
No puedo dejar pasar los días hasta que se me acaben las píldoras. Hasta que mi cuerpo deje de pertenecerme.
No me importa incumplir la promesa que le he hecho a Pete.
No me importa si he de volver haciendo autoestop, montada en un tren de mercancías o caminando. Me vuelvo a la ciudad.