HISTORIA PERSONAL
La abuela dijo que tomarse la píldora para detener el cambio era una aberración. Que estábamos matando una parte esencial de mi naturaleza. Que si reprimíamos al lobo, este acabaría imponiéndose al humano. Era demasiado peligroso. Podía explotar. Explotaría. Sus argumentos no eran racionales.
La abuela dice que con el tiempo todo es más fácil. Que reprimiendo al lobo lo único que se consigue es que la siguiente transformación sea aún peor.
No me importaba. Solo viviría en la granja los meses de verano. Y no podía ser un lobo en una jaula. Incluso si fuera posible, que no lo es. Puede que los vecinos no llamaran a la policía la primera vez, pero era muy improbable que se contuvieran una segunda. ¿Qué ocurriría cuando la poli encontrara al lobo en la jaula? En Nueva York es ilegal tener un lobo como animal doméstico. ¿Y si cuando llegaran volvía a ser humana? ¿Y si me veían transformarme?
Nunca más, decidió papá. Nunca más pasaría por aquello en la ciudad.
Decidieron enviarme a la granja.
Para siempre.
Viviría sin electricidad, sin agua caliente, sin padres, sin la gente que me importaba. Con la abuela, la tía abuela Dorothy, mis tías y tíos, mis primos que apenas sabían leer y escribir, no digamos ya cálculo o trigonometría. Quienes sabían tan poco de fibras musculares blancas o de ADN como de coger un taxi o pedir una pizza.
No habría universidad. No tendría futuro. Ni vida. Jamás estudiaría el ADN de lobo. Jamás descubriría qué soy.
Prefería la muerte.
Lloré dos días seguidos, durante los cuales mis padres me explicaron, por turnos, por qué no podía seguir viviendo en la ciudad.
Me negué a escucharlos. Tenía que haber otra solución.
Papá la encontró.
Descubrió que la píldora podía utilizarse para suprimir la menstruación. Supuso que también evitaría que me transformara en lobo.
Y así fue. Así es.
Sin embargo, la primera vez que lo intentamos fue en la granja, donde no importaba si la cosa salía mal. Me negué a ir a menos que me aseguraran que volvería a casa. Pasara lo que pasara.
Me lo prometieron, aunque no estoy segura de lo que habría ocurrido si no hubiese funcionado. No sería la primera vez que papá incumplía una promesa. Todas mis esperanzas estaban depositadas en mamá. Si ella me fallaba, estaba dispuesta a volver a casa corriendo. No me quedaría en la granja.
Al final no tuve que hacerlo porque funcionó. No sangré ni me convertí en un lobo. Puedo mantener al lobo controlado con una píldora al día.
No fue el final de mi vida. Aunque la abuela siguió insistiendo en que debería serlo, que estaba cometiendo un terrible error, y papá también. Que aquello acabaría pasándome factura.
Se calmó un poco cuando aceptamos que pasaría todos los veranos en la granja. Durante aquellos meses, no tomaría la píldora, sería un lobo, correría en libertad. Cuando voy a la granja, tanto ella como Hilliard son felices. Les regalo tres meses de mi vida al año. Lo hago por ellos.