HISTORIA PERSONAL
Ser una mentirosa no es fácil. Para empezar, has de tener muy presente el hilo de todas tus mentiras. Recordar exactamente qué has dicho y a quién se lo has dicho. Porque esa primera mentira siempre te conduce a la siguiente.
Nunca hay una sola mentira.
Por eso lo mejor es simplificarla; te ayuda a seguir todos los hilos que la componen, a mantenerla girando y, si tienes suerte, a no propagar muchas más.
Es muy complicado mantener muchas mentiras en el aire. Imaginaos hacer juegos malabares con mil antorchas unidas entre sí con un hilo extremadamente fino. O hacer funcionar la máquina más complicada del mundo con engranajes sobre una rueda y más engranajes sobre esa rueda y aún más engranajes.
Incluso las mejores mentiras, las que se remontan más atrás en el tiempo, las más ricas en detalles y que ofrecen una panorámica general, incluso esas se acaban descubriendo. Tal vez no todos los aspectos de la mentira, pero sí dos o tres o más. Así es como funcionan las cosas.
Odio cuando ocurre eso. Cuando la gente se da cuenta de que lo que estabas diciendo no es verdad y tu elaborada construcción se tambalea.
Las mentiras dejan de girar, falta lubricación, los engranajes empiezan a chirriar. Eso fue lo que ocurrió cuando Sarah me miró fijamente y dijo: «Eres una chica».
Ese instante podría haber durado una semana. Un mes. Un año.
Me sentí avergonzada, furiosa, me enfadé conmigo misma porque me hubiera descubierto e hice girar más mentiras para encubrir la primera.
Pero también me sentí aliviada. Siempre es un alivio.
Porque el aire, por fin, se hace respirable y puedo decir la verdad. Desde ese preciso instante todo lo que diga será verdad. Una vida auténtica sin cimientos podridos. Confianza. Comprensión. Todo nuevo y reluciente.
El problema es que no puedo, nunca he podido y nunca podré. Porque mi verdad es tan inconcebible…
¿Qué hiciste en verano?
Me convertí en lobo, despedacé ciervos y conejos…
… que las mentiras siempre serán más fáciles.
Girando, girando, girando.
He experimentado el momento del descubrimiento un centenar, un millar, tal vez un millón de veces. Aunque solo tengo diecisiete años, ya he visto esa mirada de asombro —me está mintiendo— tantas veces, que he perdido la cuenta.
Nunca te acostumbras.
Y, pese a todo, eso no es lo peor de ser una mentirosa. En absoluto. Mucho peor que el descubrimiento, que ver en los ojos ajenos el sentimiento de la traición, es cuando empiezas a creerte tus propias mentiras.
Cuando todo se confunde.
Dejas de saber qué es real y qué no lo es. Empiezas a sentirte como si construyeras el mundo con tus palabras. Tus mentiras se hacen cada vez más ajenas, extrañas, densas, más grandes que las palabras, se convierten en mundos, cobran vida propia.
Te sientes poderoso, invencible.
«Oh, por supuesto», dices absolutamente convencida. «Mi familia es muy antigua. Se remonta a muchísimas generaciones. Realizamos hechizos mágicos. Puedo hacer que tu mano se atrofie. Puedo convertirte en un gato».
En cuanto empiezas a creértelas, dejas de ser un caso compulsivo y te transformas en uno patológico.
Suele ocurrir después de algún suceso especialmente traumático. El cerebro se quiebra, es incapaz de aceptar la verdad y empieza a construir una realidad propia. Para poder seguir viviendo, crea un mundo mayor y mejor que dé explicación al trauma. Cuando el mundo que ves no se corresponde con el mundo que es, puedes acabar haciendo cosas —cosas terribles— sin ni siquiera saberlo.
Nada bueno.
Porque entonces es cuando te encierran y no hay vuelta atrás porque, de hecho, ya estás encerrado: en el interior de tu propia cabeza. Donde eres alto, fuerte, rápido, poderoso, el soberano de todo lo que te rodea.
Yo nunca he llegado tan lejos.
Pero ha habido momentos. Pequeños instantes durante los cuales no estoy segura de si algo ha sucedido o si me lo he inventado. Esos momentos me aterrorizan más que la posibilidad de que me descubran. Me han descubierto muchas veces. Sé lo que se siente. Pero nunca me he vuelto loca y no quiero saber qué se siente.
Manipular las mentiras es una cosa; dejar que ellas te manipulen a ti, otra muy distinta.
Por eso escribo esto. Para evitar caer al otro lado. Quiero dejar de ser una mentirosa. Quiero contar la verdad.
Aunque hasta ahora no lo he hecho. O, al menos, no del todo. Lo he intentado. Créeme, lo he intentado con todas mis fuerzas. He puesto más empeño en esto que en cualquier otra cosa que haya hecho nunca. Pero es que son tantas mentiras y es tan difícil…
He cometido algunos deslices. Unos pocos.
Pero voy a corregirlos.
A partir de este momento solo te contaré la verdad y nada más que la verdad.
En serio.