ANTES
Nos pusieron juntos a trabajar en la biblioteca, a mí y a Zach.
Esa es otra de las peculiaridades de nuestra escuela: debes contribuir, hacer algo por tu comunidad. La comunidad empieza en la escuela, lo que es muy inteligente porque de ese modo la escuela se ahorra dinero haciéndonos trabajar para ellos. La mayoría de las veces debes presentarte voluntario. Yo siempre me ofrezco para recoger basura en el parque y en la acera de delante de la escuela. Cualquier cosa que me permita estar al aire libre.
Pero también les gusta ponerte a prueba. Encargarte algún trabajo que de otro modo no escogerías. Como enviarnos a Zach y a mí —ninguno de los dos grandes lectores— a la biblioteca. Para colocar libros en las estanterías y todo eso.
La primera vez éramos yo, Zach, Chantal y Brandon. Un cuarteto de no lectores obligados a trabajar juntos. En cualquier otra escuela eso no significaría nada, pero la nuestra está llena de lectores empedernidos. No me sorprendió descubrir que Brandon no leía; apenas sabe hablar. Pero Chantal quería ser actriz. Siempre he creído que los actores leían mucho. Forma parte de su trabajo, ¿no? Leer palabras, memorizarlas, repetirlas en voz alta.
Pero Chantal no lo hacía.
Aunque yo no leo, me gustan las bibliotecas. Me gusta el orden, y las bibliotecas son paraísos del orden. Todo libro tiene su lugar. Y, además, son silenciosas; no hay música.
Observé a Zach desde el otro extremo de la sala, enmarcado entre dos estanterías. Estaba recogiendo libros de las mesas, de los sofás, del suelo. Brandon le ayudaba. Aunque tampoco se esforzaba demasiado. Intentaba mantener una conversación con él, y Zach se limitaba a contestarle con un «sí» o un «no» o un gruñido. Le gusta el silencio. Lo que más le gusta de mí es que hablo tan poco como él.
Mi trabajo era registrar las estanterías en busca de libros mal colocados. Encontré muchos. Estaba en la sección de novela. Chantal, en la de ensayo. Yo buscaba números donde tendría que haber letras; ella buscaba letras donde tendría que haber números.
—Mi carro está lleno —me dijo desde su sección—. Ya puedes colocarlos.
El mío no lo estaba, aunque tampoco le quedaba mucho. Lo empujé hasta donde estaba ella. Aquello significaba que quería hablar. Chantal le tiene tanto miedo al silencio que es capaz incluso de hablar con parias como yo.
Intercambiamos los carros y empujé el suyo en dirección a la sección de novela.
—¿Sabes que Zach y Sarah lo han dejado? —dijo Chantal para retenerme.
No lo sabía, pero esperaba que no fuera verdad. Levanté la vista para mirar a Zach. No parecía distinto. Tal vez no era cierto. Miré a Chantal y ella asintió.
—Ayer.
Las dos miramos a Zach. Deseaba que no fuese cierto. Lo nuestro era posible porque él y Sarah estaban juntos.
—Volverán en cuestión de días —dijo Chantal.
Confiaba en que no se equivocara.
—Una lástima. Es guapísimo. Pero esos dos no pueden vivir el uno sin el otro.
Zach estaba en el suelo, recogiendo un libro de debajo de un sofá. Las mesas y las sillas lo ocultaban parcialmente, pero podía verle las piernas, los músculos de las pantorrillas dilatándose y recuperando su forma, y la parte superior de la cabeza. Brandon le estaba diciendo algo. Oí las palabras «clase», «mierda» y «no». Llegué a la conclusión de que a Brandon le gusta hablar tanto como a Chantal.
—Es guapo, ¿verdad? —dijo Chantal.
—¿Quién? ¿Brandon? —pregunté.
Se puso a reír.
—¡No! Zach. Saldría con él sin dudarlo. ¿Tú no?
No, yo no. Me gustaba nuestro secreto. Si él y Sarah habían roto de verdad, aquello significaba que nuestro secreto también acabaría descubriéndose. No podía pensar en algo peor que Chantal y Brandon y toda la escuela descubriendo lo que había entre nosotros.