DESPUÉS
He debido de quedarme dormida. Sin pegar el ojo en toda la noche, el cansancio ha vencido finalmente al dolor. Me despierto al notar las palmaditas que el chico blanco me da en la mejilla.
—No llores —me está diciendo—. ¿Por qué lloras?
—Porque me han abandonado. —Me seco las mejillas. He llorado mientras dormía. Sigo llorando—. Porque Zach está muerto —susurro.
—Pero aquí se está bien.
El chico blanco está cruzado de piernas sobre el barro, a mi lado. Está oscuro, aunque no sé si por el denso follaje que cubre el cielo o porque ya ha anochecido. En cualquiera de los dos casos, es muy tarde y no hay electricidad. Tampoco me importa mucho. Mi vida ha terminado. Adiós a la ciudad, a la universidad, a mi futuro. No volveré a ver a Sarah ni a Tayshawn. Es como si estuviera en la cárcel.
Si vuelvo a casa, ¿mamá y papá volverán a aceptarme?
Creo que no. Si vuelvo a la ciudad, no tendré casa, ni dinero, ni nada. Seré una chica de la calle, como Pete.
Mis padres me lo han arrebatado todo.
—Aquí podemos ser felices —dice el chico. Me está acariciando la cabeza como si fuera un perro.
—¿Podemos? —pregunto, deseando detener de una vez las lágrimas.
—Tú y yo. Por eso te encontré y tú me rescataste. Esta es la parte feliz. Este es nuestro lugar.
No está simplemente feliz, está loco. Si este es mi lugar, el suyo bien podría ser el Ritz-Carlton. No lo es en absoluto.
—Me gusta esto. Me gustan los caballos y los otros animales. Y tus primos. Aunque me den codazos. Pero cuando me caigo al suelo, me ayudan a levantarme. Ellos no me pegan tan fuerte como tú. Y hay mucha comida. He cogido una manzana de un árbol. No solo una. Montones. Me las comí todas.
—Estás mal de la cabeza.
—Cuando sea un lobo me enseñarán a cazar. Quiero ser un lobo.
—No hables de eso. He visto lo que les haces a tus presas.
Me incorporo. Hace frío. El viento helado me recorre todo el cuerpo. Yo nunca tengo frío.
—Van a enseñarme a montar a caballo. A instalar vallas y a arreglarlas. Nadie me ha enseñado nada en toda mi vida. Nada bueno. Me gusta estar aquí.
—Eso ya lo has dicho. —Levanto las rodillas y las rodeo con mis brazos hasta que quedan pegadas a mi pecho. Estoy congelada, pero no me importa.
El chico apoya la cabeza en mi hombro. Estoy a punto de revolverle el pelo. Retiro la mano justo a tiempo. Mató a Zach.
—Me alegro de que me transformaras —dice, aún apoyado en mi hombro.
—Ya te lo dije. No fui yo. Es tu naturaleza. Como tener el pelo castaño, o pies grandes, o ser alto. Está en tus genes.
—Siempre he sabido que no era una persona —dice—. La ciudad no era mi lugar.
—¿Tú también? —digo, pero no me está escuchando; está demasiado absorto en sus palabras.
—La ciudad es malvada. La gente te da golpes. Te dice dónde no puedes entrar. Te quedas dormido en un portal y la gente te echa a gritos. Te gritan por coger la comida que han tirado a la basura. Te gritan por ir en el mismo vagón del metro. La gente solo te grita, te empuja y te hace otras cosas peores. Mucho peores. Aquí es distinto porque aquí no hay gente normal, solo lobos.
—No todos son lobos. Ni siquiera la mitad lo son.
—Me gusta esto.
—Me alegro por ti.
—¿Por qué no te gusta a ti? Eres una persona lobo. —Ladea la cabeza para mirarme. Incluso a la tenue luz, veo que el ojo morado ha empeorado bastante.
—Sí, pero no quiero serlo. Me gusta la ciudad. Es mi hogar. Quiero terminar el instituto —le digo, aunque sé que no lo entenderá—. Quiero ir a la universidad. He estudiado mucho para conseguirlo. Incluso envié varias solicitudes. Quiero estudiar biología para descubrir qué soy, cómo funciona la transformación. Para describir la estructura de mi ADN. Nuestros genes, los tuyos y los míos. ¿Cómo son? ¿Qué somos? ¿Cómo somos? Quiero ser la que lo descubra. Atrapada aquí con una pandilla de idiotas que ni siquiera han pasado de séptimo curso no descubriré nada. Ninguno de mis primos ha ido al instituto, no digamos ya a la universidad. ¡La mitad de ellos ni siquiera sabe leer! —Estoy llorando otra vez.
—Yo no sé leer —dice el chico—. ¿Para qué necesita leer un lobo?
No sé qué responder a eso. Sigo llorando. Si me quedo en la granja, perderé la cabeza. Perderé mi identidad.
—No puedo ni imaginar cómo era tu vida antes.
—No importa —dice él—. Ahora estoy bien. No quiero pensar en eso.
—¿Y ya está? —digo—. ¿Olvidarás el resto de tu existencia?
Asiente.
—Nunca recuerdo las cosas malas. Pero a partir de ahora todo será bueno. De ahora en adelante lo recordaré todo. Desde el día en que te vi por primera vez.
Hago todo lo posible por no enfadarme con él. Arrincono el dolor. Mató a Zach después de verme por primera vez. Es uno de los recuerdos que conserva. No le pregunto sobre eso. No quiero volver a pegarle.
—¿Por qué quieres volver a la ciudad? —pregunta—. Si en tu escuela supieran que eres un lobo, ¿seguirías cayéndoles bien? Aunque apuesto a que no les caes bien. No como eres. Si te quedas aquí no tendrás que ser una persona. Aquí todos saben lo que eres: un lobo. Como ellos. Les caes bien porque eres un lobo. Esto es mejor.
¿Cómo sabe todo eso un capullo vagabundo? Le miro fijamente. Parpadea varias veces pero no aparta la mirada. Me alegro de que esté demasiado oscuro, así no puedo verle el ojo morado.
¿Y si tiene razón? Soy un lobo. En la ciudad tengo que pelearme a diario para ser lo que soy. Tomar píldoras para mantenerlo a raya. Atemperar mis impulsos. Controlarme para no morder a mis enemigos en la yugular, para no saltar sobre la gente cuando lo deseo, no correr cuando quiero, no comer donde y cuando quiero.
Aquí no tengo que mentirle a nadie. Puedo ser el lobo que soy.
Me pongo en pie. El chico hace lo mismo. Me coge de la mano. Aunque es más pequeño y huesudo, su apretón es firme.
—Prométeme que te quedarás —me dice.
Me pongo a reír.
—Ellos cuidarán mejor de ti de lo que lo haría yo. —Siento el impulso de decirle que lo quieren para procrear—. Te odio, ¿recuerdas?
—Quédate.
—Vale —digo, y siento que algo se rompe dentro de mí—. Me quedaré. —No tengo ningún otro sitio al que ir.
—¿Me lo prometes?
—Claro —digo—. ¿Por qué no?
Volvemos a la casa. Ahora está realmente oscuro. Pero nuestra visión nocturna es buena; somos lobos. Casi todo el mundo está en la cama. En el campo la gente se acuesta temprano y se levanta a primera hora. No hay muchas cosas que hacer en cuanto se pone el sol.
La abuela y la tía abuela Dorothy aún están despiertas. La tía abuela se lleva al chico.
La abuela se levanta y me mira fijamente durante lo que se me antoja una eternidad. Entonces, por primera vez en mi vida, se acerca mucho a mí y me abraza. Sin importarle el barro que me cubre de pies a cabeza, me aprieta con fuerza contra su cuerpo, me aparta ligeramente y me da un beso en cada mejilla.
—Te queremos, cielo —dice.
Eso tampoco me lo había dicho nunca. Puede que, después de todo, este sea mi lugar.
Me doy cuenta de que la marioneta que han abandonado en el bosque no es el chico blanco. Soy yo.