DESPUÉS
El día posterior al funeral estoy a punto de quedarme en casa. No creo que pueda enfrentarme a Sarah y Tayshawn. Me ruborizo con solo pensar que he de verlos. No quiero tener una conversación sobre el error que cometimos, sobre la necesidad de olvidar lo que sucedió, seguir adelante. No quiero hablar de todo eso.
Mantengo la cabeza gacha y paso a modo de invisibilidad, pero ahora es mucho más difícil que antes. Aunque Zach esté enterrado, la gente sigue hablando de él, mirándome de reojo. Salvo que ahora parecen existir más razones para que lo hagan. Estoy convencida de que todo el mundo sabe qué hicimos después del funeral.
No, después no. Durante. Eso lo convierte en algo muchísimo peor. ¿Quién reparó en que salíamos de la iglesia? ¿Saben todos ya lo que ocurrió? Mis mejillas se sonrojan todavía más.
Como el almuerzo —albóndigas chamuscadas— en el aula de Yayeko Shoji, bastante segura de que allí estaré a salvo. Me siento bajo el cartel del árbol evolutivo de los carnívoros y me fijo en cómo se separan las ramas del lobo gris y del perro doméstico. Es muy reciente. La secuencia del ADN mitocondrial de un lobo y de un pekinés solo se diferencia en un 0,2 por ciento… los perros y los lobos aún pueden cruzarse.
La puerta se abre mientras observo las similitudes de ADN que comparto con el oso. Los perros y los humanos comparten un 85 por ciento de material genético; los lobos y los osos…
Es Sarah. Aparto la mirada.
—¿Te importa si me siento contigo? —pregunta.
Asiento.
Ojalá no hubiera pasado.
No, no es verdad. (¿Lo ves? Te dije que ya no iba a mentir más).
Lo que sucedió fue… yo no… yo…
Me gustó. Me sentí bien. Ojalá pudiéramos repetirlo.
Pero no sé cómo sucedió. Es imposible que Sarah quisiera devolverme el beso. Ni Tayshawn. Fue otra cosa lo que nos empujó a ello.
Dolor.
Estábamos intentando encontrar rastros de Zach en las capas de nuestra piel.
—¿Qué tal, Micah? —dice Sarah, deslizándose en la silla de al lado.
—Bien —digo.
Pone las manos sobre la mesa y, accidentalmente, me roza el dedo meñique. Las dos apartamos rápidamente la mano.
—Lo siento —dice Sarah—. No quería… —Hace una pausa—. Da un poco de miedo comer aquí, ¿no crees? —Está mirando el modelo de plástico del cuerpo humano. Las tripas están mezcladas, el páncreas en el hueco del corazón, la vesícula donde deberían estar los genitales si el modelo los tuviera. El intestino grueso, el delgado y la caja torácica están en el suelo.
—Es tranquilo —digo, aunque preferiría no tener que hablar. A Zach tampoco le gustaba hablar todo el rato.
—Deberíamos hablar —dice Sarah.
Cuando era invisible, Sarah nunca me hablaba. Pero ya no lo soy.
Después de descubrir mis dos mentiras —sabían que era una chica y sabían que no era un hermafrodita—, después de eso empecé a desaparecer. No hablaba en clase ni fuera de ella. Si mantienes la boca cerrada, las mentiras no pueden salir. Aunque los cuchicheos continuaron, se fueron apagando al cabo de un año.
Me gustaba ser invisible.
Me dedicaba a observar. A pensar.
Zach nunca se fijó en mí. Lo sé. Yo le observaba mientras estaba sentado con Sarah, acariciándole el cuello, besándola. Jugando al baloncesto con sus amigos.
Especulaba sobre cómo sería ser como él. Aunque no le envidiaba. A pesar de que yo no era feliz, tampoco puede decirse que fuera completamente infeliz. La invisibilidad me sienta bien.
—Me gustas, Micah —dice Sarah—. Aparte de lo de Zach y todo eso… —Parpadea, coge aire—. Aparte de eso y de que seas una mentirosa pirada. —Me sonríe y mis mejillas vuelven a sonrojarse. No sé dónde posar la mirada—. Ayer volví a sentirme bien desde… Zach. Por la conversación, quiero decir. Los tres charlando como buenos amigos. No quiero perder eso. Podemos ser amigas, ¿verdad?
Aunque lo dudo mucho, asiento.
—Bien —dice ella. Las mangas de su top le cuelgan de los brazos. Los tiene delgados y no muy musculosos. ¿Cómo pueden pensar que alguien como Sarah pudo matar a Zach? Él era más fuerte, más alto, más corpulento que ella.
¿Y Tayshawn? ¿Por qué demonios querría matar a su mejor amigo? Al chico que conocía desde tercer curso.
Sarah espera que diga algo. Pero no tengo nada que decir.
—¿Puedes ayudarme con bio? —pregunta.
—¿Ayudarte? —repito. No lo entiendo.
Sarah señala las piezas de plástico del modelo.
—No me va tan bien como debería. Biología no es lo mío.
—Claro —digo.
—Si quieres, yo puedo ayudarte con el resto de las asignaturas.
—Vale. —Ninguna se me da especialmente mal, pero en biología es donde más sobresalgo.
Sarah me observa fijamente, esperando que diga algo más, pero no se me ocurre nada. Ella no ha mencionado nada de lo que ocurrió. Es como si nunca hubiese sucedido.
Pero pasó. Cuando no pienso en Zach, lo hago sobre lo que ocurrió entre los tres después del funeral. ¿Se enfadaría Zach conmigo si se enterara? Sé que está muerto, pero no puedo evitar pensar que lo sabe, que está molesto. Haría cualquier cosa, incluso deshacer lo que hicimos en la cueva, con tal de que Zach volviera a estar vivo. Dejaría de mentir. Le contaría a todo el mundo lo de mi lobo.
Le echo de menos.
El dolor de su ausencia es tan intenso que a veces me cuesta incluso mantenerme erguida. Pese a saber que su ataúd está enterrado bajo varios metros de tierra, aún no puedo creer que esté muerto.
—¿Micah? —dice Sarah. Pone su mano encima de la mía. La suya está caliente, no demasiado húmeda. El roce de su piel me provoca un cosquilleo. Me pregunto si ella sentirá lo mismo. Estoy a punto de decir algo estúpido cuando Tayshawn se une a nosotras.
Sarah aparta la mano.
—Le estaba preguntando a Micah si puede ayudarme con bio.
—Ajá —dice Tayshawn. Coge una silla y se sienta. Tiene los ojos irritados y suda ligeramente, como si hubiera estado corriendo. Me rodeo el cuerpo con los brazos, preparándome para lo que va a decir. ¿Le ha molestado encontrarnos solas, con la mano de Sarah sobre la mía? ¿Cree que estamos dejándolo al margen? ¿Nos tratará con recelo? —Erin Moncaster no está muerta —anuncia, mirándonos fijamente a las dos.