DESPUÉS
Brandon no me dirige la palabra; me evita. Pero no evita a Erin. A ella la acosa siempre que tiene oportunidad. A Erin, en quien nunca se había fijado y a quien ignoraba completamente antes de que desapareciera. Y también después, cuando todos creíamos que estaba muerta, como Zach.
Ahora que ha vuelto a la escuela y que su novio está encerrado en una cárcel de Florida es el objetivo de toda la atención de Brandon. Porque ahora se ha convertido en una presa. Se mueve con nerviosismo, mira a su alrededor, comprueba todas las salidas. Siempre parece dispuesta a salir corriendo, a encogerse, a ocultarse. Desprende el típico olor de las presas: el olor del miedo.
Brandon cree que por el hecho de ser una presa es un objetivo fácil. Alguien a quien puede torturar. Es probable que tenga razón.
Pobre Erin.
Sin embargo, quiero demostrarle que se equivoca. No me siento cómoda pensando que Brandon y yo tenemos algo en común. Yo soy el depredador, no él. Tengo que dejárselo claro. Se lo dejaré claro.
Ojalá los perros se hubiesen comido a Brandon en lugar de a Zach. Intento pensar en un modo para conseguir que ocurra. No me costaría mucho convertirlo en una presa.
Pero, sobre todo, procuro estar siempre muy cerca de Erin. Si Brandon me ve, mantiene la boca cerrada. Ni siquiera es capaz de mirarme a los ojos.
Me tiene miedo.
Hace bien.