DESPUÉS
Papá me está esperando, sentado a la mesa de la cocina con su portátil.
—Hola, Micah —dice levantando la cabeza, sonriendo. Quiere mostrarme su preocupación, demostrarme que sabe qué día es hoy, que se preocupa por mí. No hace falta que me enfade. Ya lo estoy.
—Hola, papá —digo con la esperanza de poder acabar con aquello rápidamente y encerrarme en mi cuarto.
—¿Cómo ha ido?
Me encojo de hombros. ¿Cómo imagina él que ha ido? Bueno, es probable que no exactamente como ha acabado. No pienso contarle que nos marchamos, que besé a Sarah y Tayshawn. Ni tampoco lo del chico blanco. No pienso contarle nada importante.
—Extraño —digo, pues necesita oír algo—. Quiero decir que el funeral fue extraño. Había mucha gente que no conocía y el sacerdote ha dicho cosas que no eran ciertas, que no tenían nada que ver con Zach. Era como si nadie le hubiese conocido, no digamos ya conocerlo a fondo. Todos hablaban de un Zach imaginario.
—Los funerales son siempre así —dice papá. Cierra el portátil para demostrar que tengo toda su atención—. Todo el mundo habla de una versión idealizada de la persona desaparecida. Se dejan de lado todos sus defectos y se convierte en alguien que no fue…
Me apoyo en la nevera y tiro al suelo un imán y uno de los vómitos en papel de Jordan. Lo ignoro.
—La fiesta que hubo después fue aún peor. Solo conocía a sus amigos de la escuela y a ninguno de ellos les caigo bien. Y, además, todos bebían…
—Tú no… —empieza papá.
—No, papá. Por supuesto que no. —Aunque los Mayores dicen que no son más que chorradas, mis padres no me dejan beber porque temen que me convierta en lobo si lo hago. Bueno, según la tía abuela Dorothy, a su abuelo le ocurrió una vez, pero solo una, y no recuerda que le sucediera a ningún otro lobo—. Nunca he bebido ni una gota de alcohol. Incluso si quisiera probarlo, no sería con esos asquerosos. Creen que soy un monstruo. Lo que es verdad, aunque no del modo que ellos creen. Esperaré a terminar el instituto —termino, con la esperanza de haber dicho lo suficiente para que papá piense que hemos mantenido una conversación y que ha cumplido con sus deberes paternales. Estoy convencida de que es lo que habría ocurrido si hubiera ido a casa de Will.
—Lo siento —dice papá—. ¿Estás bien?
Aunque no lo estoy, asiento. Me pregunto cómo reaccionaría si le contara lo del chico blanco. Si le hablara de mis sospechas.
—Tu madre quiere hablar contigo.
—¿Está en la cama? —pregunto, aunque es más que obvio. No podría estar en ningún otro sitio.
—Ajá —dice papá, y alarga una mano para darme una palmadita en el hombro. No aparto su mano aunque es lo que quiero hacer—. ¿Seguro que estás bien?
—Sí —digo—. Un poco cansada. —Confusa, culpable, triste, enfadada, preocupada, de luto. Siento muchas cosas al mismo tiempo. Quiero saber quién es ese chico, por qué me sigue, qué quiere de mí. Quiero saber si fue él quien mató a Zach. Quiero saber por qué lo hizo.
Quiero que Zach esté vivo.
Golpeo con los nudillos la puerta del cuarto de papá y mamá.
—¿Mamá? —la llamo, sin molestarme en bajar la voz para no despertar a Jordan, quien duerme tras una fina pared.
—Adelante —dice mamá.
Abro la puerta. Está en la cama, enfundada en el pijama de volantes que siempre nos provoca una risa tonta. Da un golpecito con la palma de la mano sobre la cama. Me siento. Me abraza y me da un beso en la cabeza. Se me forma un nudo en la garganta. Por un instante no puedo respirar, las lágrimas resbalan por mis mejillas. No puedo dejar de llorar. Lloro y lloro y lloro.
—Ya está, ya está, chérie —dice mamá mientras me acaricia el pelo—. Ya está, mi amor.