Los dragones nunca viven en paz, pero se puede ayudarlos.

El pobrecito Fafner nos da la impresión de estar un poco humillado cuando el camping-car italiano se instala a su lado. De golpe lo vemos muy pequeño, sucio y absurdo con su fuelle desplegado; tiene el aire de los dragones pintados por la mayoría de los artistas del Renacimiento, que los presentan obviamente indefensos frente a la mole del caballo de San Jorge y a las dimensiones de su lanza. ¿Qué puede Fafner contra un opulento Fiat que por si fuera poco ostenta la chapa del mismo país cuyos artistas, desde Paolo Uccello hasta Rafael, han humillado ya a tantos dragones?

Para vengarlo, para estar más que nunca de su lado, me pongo a estudiar a los cinco sanjorges de pacotilla que armados de canastas y botellas se instalan en una mesa, por suerte lejos de nosotros que con nuestra astucia habitual nos hemos posesionado rápidamente del mejor lugar en el bosque. Tres hombres y dos mujeres se lanzan a un picnic nada frugal mientras yo reflexiono que el Fiat es desde luego muy grande y puede albergar a dos parejas como tantos departamentos o estudios de París o Milán; pero cinco personas me parecen un poco demasiadas, y me pregunto cómo pasan la noche, tres y dos, cuatro y uno, o los cinco juntos, con todo lo que eso permite a una imaginación no demasiado tímida. Una vez más los paraderos se abren a cualquier hipótesis, fértil campo de suposiciones eróticas, zona franca de decamerones móviles, llevando de un lado a otro sus variadas constelaciones amorosas, sus pactos a plazo fijo (tal vez en Lyon o en Avignon sólo quedarán dos o tres pasajeros en el Fiat, o en una de esas sube otro, el que faltaba para el hexágono perfecto…).

Fafner, por supuesto, no piensa en nada de eso, pero siento como si mis enfoques críticos frente a su competidor italiano lo ayudaran a sentirse mejor, pequeño pero con nosotros dos, dragoncito pero contento con nosotros dos que ocupamos el justo lugar en su corazón, el diastole y el sístole que él necesita para no tener miedo ni envidia de sus itálicos congéneres.

DIARIO DE RUTA Miércoles, 23 de junio

Con la excitación (y la tristeza) de la última etapa, Carol olvidó dar los detalles gastronómicos del último día.

9.55 h. Partida.

10.10 h. Un cartel lleno de significación para nosotros: USTEDES ESTÁN SALIENDO DE LA AUTOPISTA DEL SUD DE FRANCIA. BUEN VIAJE.

10.11 h. A la derecha, el Etang de Berre.

10.12 h. A la izquierda, acantilados de Vitrolles. A la derecha, aeropuerto de Marignane.

10.14 h. Paradero: AIRE DE VITROLLES.

Orientación de Fafner: O.

Gasolina, tienda.

En los bordes, un campamento de gitanos.

10.16 h. Partida.

Entramos en la zona de contaminación atmosférica.

10.30 h: BIENVENIDOS A MARSELLA.

10.35 h. Nótre-Dame de la Garde a la vista.

10.38 h. FIN DE LA AUTOPISTA.

10.40 h. Llegada al Vieux Port, donde nos detenemos en el muelle Marcel Pagnol.

Ultimas fotos documentales. El triunfo no nos alegra como esperábamos, muy al contrario. Nos hacen daño el estrépito de la ciudad, los olores del puerto, el reingreso en lo temporal que nos exige ya apresurarnos, subir a Serres (pero allí descansaremos todavía en paz unos días), y volver a París en pocas horas viendo desfilar tristemente nuestras islas, el maravilloso archipiélago de los paraderos separados ahora por la otra pista, inalcanzables, ajenos…