—¿Usted sabe cómo se hace pipí, señora?
Una luz de acuario, como la define Julio instalándose con un libro en uno de los Horrores Floridos (pero por horribles que sean, cada vez estoy más convencida que su mal gusto —cuya presencia no se debe a la perversidad de que se me acusa, sino a la falta de tiempo en esa autopista vertiginosa en que se había convertido París en las semanas que precedieron a la partida— nos protege). ¿Cómo podrían sospechar los gendarmes que gentes que despliegan con total desenvoltura un mal gusto tan visible (ya podemos camuflar a Fafner en el fondo de los bosques, apenas armamos el «salón», el naranja chillón de las reposeras debe verse desde el paradero precedente) puedan ser otra cosa que honestos y sólidos veraneantes haciendo un alto en el camino que los llevará rápidamente a uno de esos campings que ofrecen la inocente y ruidosa promiscuidad de las ciudades? A pesar de las máquinas de escribir, los libros y las siestas que se prolongan mucho más allá de las horas necesarias para reponerse de las fatigas de la ruta, esas reposeras ofrecen una visión falsa y diferente de nuestra vida, garantizándonos el anonimato esencial para el viaje, con la autopista a lo lejos como un río gris y el sol cayendo en charcos verdes en torno a Fafner.
Sería muy difícil saber, si no hubiéramos tomado la precaución de hacer la lista de los paraderos, indicando la fecha correspondiente a cada uno, desde cuándo vivimos así. Cada vez más nos damos cuenta de que estamos conquistando un territorio que podríamos llamar Parkinglandia o libertad o incluso residencia secundaria, puesto que es seguro que aquí hemos encontrado todas las ventajas de esta última, aunque el terreno sea móvil y los vecinos inexistentes o cambiantes. Es una tierra de gran silencio, tierra de tiempo que se alarga y que sin embargo avanza sin que nos demos cuenta. Y poco a poco, si es cierto que escribir es esta experiencia erótica tal como siempre la hemos conocido los dos, habría que empezar también a abrir las puertas de este libro. Salir de este tanteo, decidirnos. Escribir es siempre aceptar el riesgo de decirlo todo, incluso —y sobre todo— sin saberlo. Así como una vez que se ha aceptado la aventura amorosa no es cuestión, cuando el otro está apartando las sábanas como si descubriera una gran playa blanca y tibia, de decir: «Ah, pero yo no me quito el slip», de la misma manera, si hemos decidido verdaderamente escribir este libro, hay que decirlo todo (no en el sentido de «no callar nada», sino de darle al todo su libertad mientras se escribe).
Una irresistible invitación al jogging en el paradero de Fermenot.
No sólo hay demonios en la ruta, sino también ángeles; ayer encontré uno en el W.C., como si fuera un lugar para encontrarse con ellos. Un pobre angelito de sexo femenino, muy rubio, con grandes ojos redondos que iban desesperadamente de un inodoro a la turca al otro mientras sus bracitos, tendidos como alas, mantenían abiertas las dos puertas. Al oír que se abría la puerta de salida situada detrás de ella, volvió la cabeza y sonrió, no sé si porque el sol entraba a raudales al abrirse la puerta (y también el aire, pues los perfumes divinos que reinan allí donde los ángeles tienen la costumbre de flotar deben ser más suaves que el olor de ciertos W.C. de los paraderos), o porque veía en la presencia de un humano la solución de su dilema. Manteniendo siempre las dos puertas abiertas, me miró con la misma sonrisa mientras yo me lavaba las manos para asumir un aire natural (estaba muy apurada, ¿pero cómo perturbar a un ángel de la estatura de un niño de cinco años, todo vestido de blanco, en medio de vaya a saber qué meditación?), y luego, mientras me enjuagaba las manos sobre mis jeans, haciendo lo posible por no dar saltos que traicionaran lo urgente de la situación —después de todo, allí donde los demonios inspiran los actos más extravagantes, los ángeles nos incitan a permanecer dignos—, ella soltó las dos puertas y se me acercó, dando saltitos, como si hubiera leído en mis pensamientos y tuviera suficiente cantidad de sangre diabólica (se sabe cómo pasaron las cosas entre los ángeles de toda especie) para burlarse de mí, y me preguntó con una voz cristalina:
—¿Usted sabe cómo se hace pipí, señora?
¿Nostalgia de las funciones terrenales, o los ángeles tienen las mismas necesidades que nosotros? Mejor que lanzarme en explicaciones sobre la cuestión en general, le indiqué en pocas palabras lo esencial de la instalación para que la operación se llevara a cabo de la mejor manera posible, preguntándome al mismo tiempo si el blanco más que blanco de los ropajes de los ángeles se ensucia como el blanco de los mortales. Después de decidir que acaso sí, le recomendé que levantara lo más posible su falda.
¿Pensaba ella que yo se lo explicaría mejor mediante una demostración?
—Gracias —me dijo, y pensé que acaso debería ofrecerme para ayudarla, pero mi pudor no me lo permitía. ¿Acaso se puede tocar así a los ángeles?
Abriendo nuevamente una de las puertas, echó una larga mirada sobre la estructura del agujero, y sacudió luego la cabeza.
—Gracias. Creo que lo mejor es que vaya a buscar a mi madre.
Al volver a Fafner, la vi desde lejos mientras ensayaba extraer a otra mortal de un auto con matrícula de Bélgica. ¿Por qué envían a ángeles tan poco al corriente de las costumbres terrestres, y qué misiones les confían?
DIARIO DE RUTA
Jueves, 3 de junio
Desayuno: naranjas, pan con manteca, dulce de higos, café.
Toda una mañana de "dolce far niente" en el bosque.
13.10 h. Partida. 24°C.
El sol cae a plomo apenas salimos del bosque.
13.26 h. Trabajos en la autopista. Nos desvían hacia la vía opuesta. Brumas producidas por el calor. Por primera vez en 12 o 13 días, vemos autos viniendo de frente.
13.29 h. Volvemos del buen lado. Avanzamos bajo un sol blanco y ardiente.
13.31 h. Paradero: AIRE DU CHIEN BLANC.
Estación de servicio, tienda, restaurante (no anunciado en el mapa); "Relais de l’Auxois". (Visto de lejos, con su grafismo particular, leemos "Relais de l’Amour", lo que provoca los celos de Fafner).
Orientación de Fafner: E.S.E.
Almuerzo: Pollo, manzanas, café.
13.55 n. Partida. 35°C.
13.56 h. Castillo fortificado a la izquierda.
14 h. Molino de viento a la derecha.
14 h. A la altura de Autun, ciudad galo-romana. "Dijon, capital de los duques de Borgoña".
14.6 h. Paradero: AIRE DU CHAIGNOT.
Hermoso parking arbolado.
Orientación de Fafner: N.
15.30 h. Hora en que todos los autos se detienen para que los perros hagan pipí.
16.55 h. 24°C (a la sombra).
Cena: rabanitos, biftec con cebollas, ensalada, queso, café.
A la vista del restaurante del paradero de Le Chien Blanc, Fafner abre velozmente la puerta.