Donde se verá que nuestros protagonistas no pierden el ánimo ante las persecuciones más innobles, y se comprobará una vez más su inquebrantable determinación de llevar la expedición a buen término.

Buenos o malos paraderos, todo iba perfectamente y cada vez nos habituábamos más al anonimato y a la libertad total que amablemente nos daba la autopista. Bastaba dedicar una sonrisa a los gendarmes que se acercaban de cuando en cuando a echarnos una ojeada, sobre todo cuando Fafner estaba escondido en el fondo de los bosques, para sentirnos en seguridad[3]; los defensores de la ley y del orden no eran nunca los mismos, y hasta entonces no habíamos asistido casi nunca a dos rondas policiales en el mismo paradero. Pero he aquí que un poco antes de Mácon, cuando teníamos la impresión de haber alcanzado una velocidad de crucero gracias a la cual la autopista se transformaba en una especie de tierra oculta, inaccesible a todo ritmo que no fuera el nuestro, he aquí que ellos empiezan a impacientarse y a mostrarse, al principio tímidamente pero desplegando por fin una estrategia que, por sutil que sea, no deja de ser transparente, al menos para nuestros ojos.

La sensación de libertad, ¿nos habrá llevado a descuidar nuestras defensas, o el ataque se preparaba ya desde varios paraderos precedentes? Todo empezó a poco de haber atravesado por dos veces el canal de Borgoña. Cabría preguntarse si esas dos serpientes que son la autopista y el canal se cruzan realmente dos veces a tan poca distancia… ¿No habríamos sido desviados en dirección de un falso decorado, subterfugio digno de una película de Charlie Chaplin, apartándonos de la verdadera autopista para atraparnos mejor en las mallas de una red tendida sin escrúpulos a través de nuestra ruta? Conocemos lo bastante al enemigo para saber que toda tentativa basada en la imaginación le parece subversiva, y que para llevarla al fracaso hará todo lo que esté en su poder que, ay, es muy grande, razón por la cual sólo nos queda agradecer a nuestros dioses y diosas que sólo seamos una mínima presa a sus ojos, sin lo cual nuestro viaje se hubiera reducido a un París-Corbeil o, con suerte, a un París-Fontainebleau.

Tal como van las cosas, es gracias a ellos que estamos instalados ahora en el paradero de Creches, trabajando como locos, pese a que la conformación de este parking y la temperatura reinante hubieran debido incitarnos mucho más a la siesta que a la máquina de escribir. Pero tecleamos furiosamente con la precisa intención de convencerlos de que estamos escribiendo un libro sobre la autopista. Se podría meditar extensamente sobre la ironía y los beneficios de la persecución, pero volvamos a la altura del canal de Borgoña y a nuestros primeros presentimientos (cf. p. 25, donde ya se han contado los comienzos de la aventura; a la luz de lo que pasó luego, habría que estudiar tal vez el papel que desempeñó la visión en el W.C. del paradero de la Foret. ¿No tendría ella, Mata Hari de los parkings, la misión de hacer caer a Julio en una emboscada? ¿Y si hubiera sido él el encargado de ir a lavar los platos?).

Primera e inquietante comprobación de que se nos espía.

Pese a la anulación de un paradero —el lector ya ha comprendido que no nos desalentamos por tan poca cosa—, seguimos alegremente nuestra ruta, y pasamos un día y una noche maravillosos en el de la Foret, que nos reservaba las sorpresas ya descritas. Pero en el momento de escribir esta frase siento como una extraña impresión en la espalda. Al volverme me doy cuenta —lo contrario sería imposible, dado que la discreción no es el punto fuerte de los adláteres secundarios de la «compañía»— de que dos fornidos individuos, uno a seis metros detrás de mí, el otro a veinticinco o treinta y apoyado contra un camión que podría muy bien transformarse en un furgón celular un tanto especial y en el cual se lee Laboratorios de Saóne y Loire, nos miran sin moverse y como si sólo esperaran un gesto para precipitarse sobre nosotros. Con toda la calma del mundo retiro la cubierta de mi fiel Canon siempre al alcance de la mano, y me vuelvo de nuevo en dirección de los dos sujetos. El que estaba a mi espalda desaparece en dirección del W.C. como si en ese mismo instante hubiera sido presa de un cólico fulminante, mientras el del camión se agacha para verificar por enésima vez el estado del neumático trasero derecho.

Quizá pensaban (debieron sentirse muy decepcionados si uno de sus espías les dijo a qué punto estábamos encantados de haber tenido que cambiar de planes por causa del paradero cerrado) que nuestro viejo y bondadoso dragón perdería el aliento antes de poder franquear la pendiente de Bessey-en-Chaume, sobre todo después de las emociones que nos habían agitado durante la tempestad de la víspera (¿se trataba realmente de granizo o ellos se habían aprovechado del mal tiempo para instalar agitadores en los árboles? ¿Se acuerda alguien de haber visto, sentido u oído caer piedras de granizo del tamaño de pelotas de golf, entre las 22.48 y las 23.03 del viernes 4 de junio?), pero Fafner junta todo su coraje en las cuatro ruedas y, alentado por nuestra paciencia, triunfa sobre todos los obstáculos, ya sea la increíble cantidad de camiones lanzados en la autopista o los trabajos de reparación que lo obligan a un slalom digno de un campeón olímpico.

Las amenazas se precisan en el paradero de Creches, donde el espionaje se vuelve insoportable.

Si hasta ahora nuestro buen humor y lo irrazonable de nuestro objetivo han podido molestar al enemigo, las largas horas que pasamos en el hotel del paradero de Beaune-Tailly han debido ponerlo finalmente fuera de sí, convencido como está de que todo debería quedar dentro de límites bien precisos y en general bastante restringidos. ¿Pensaba que la vista del grueso cable que partía de la puerta de entrada iba a impresionarnos? Nos preguntamos apenas si se trataría de un sistema de alarma o de un micrófono groseramente instalado, lanzándole una amable obscenidad ritual en caso de que así fuera. ¿Pensaba que la vista de una instalación electrónica tan evidente iba a quitarnos el gusto de la aventura, o disminuir el atractivo de la cama, de la bañadera, o del restaurante donde comimos una excelente cena bien regada como se debe con el vino de la región?

Bien puede ser, por otra parte, que hubiera decidido darnos un pequeño respiro, con la esperanza de que nos descuidaríamos de nuevo pensando que al final de cuentas no había razones para suponer que se interesaban realmente por nuestra expedición, lo que nos llevaría a revelar nuestro juego. (Otra hipótesis: ya estaban hartos de dormir en las latas de basura de la autopista, y el hecho de que aparentemente no disponen de otro refugio podría explicar la proliferación de estos receptáculos en los paraderos… a menos que avancen de uno a otro, versión moderna de la floresta shakespiriana).

So pretexto de vagos trabajos, el cerco se va cerrando y hay que huir.

Sea como fuere, el domingo a las 11.05, todavía un poco mareados a fuerza de placer, abandonamos el paradero de Beaune, más decididos que nunca a cumplir la expedición hasta el fin.

Nada hay que señalar en el paradero de Le Curney, como no sea la disminución del número de autos ingleses y la recrudescencia de los belgas. Además, los camiones pesados parecen multiplicarse a un ritmo un tanto sospechoso, sin hablar de las inscripciones que ostentan y que si bien hablan (una golondrina no hace verano) de los poderes imaginativos de los burócratas de las compañías respectivas, suscitan dudas sobre sus facultades de disimulo: ¿quién va a creer realmente que camiones que ostentan con enormes letras nombres como SOPA SPEEDY, FRANCE MACARON, UNIDAD HERMÉTICA o FILÓSOFO, sin hablar de toda una flotilla de GAY perseguida a ciento veinte por hora por un enorme TRANSMEC, puedan transportar mercaderías esenciales para la vida cotidiana de una ciudad a otra?

Todo esto no nos impide proseguir normalmente nuestras actividades. Después de disponer un espacio sumamente agradable en un rincón del paradero que no se cuenta ni con mucho entre los más interesantes que hayamos visto hasta ahora, nos ponemos a trabajar, a leer y a charlar tranquilamente. Vemos pasar un camión y luego un segundo de la sociedad de la autopista; no les prestamos demasiada atención, habituados como estamos a ver llegar a esos empleados vestidos con monos amarillo naranja que limpian los W.C. y los lavabos, vacían los tachos de basura y renuevan la provisión de papel higiénico.

A las 19.23, tentativa evidente de despistarnos: de golpe, en esta autopista que bien sabemos es la llamada «del sol», se alza un cartel que dice con grandes letras:

AUTOPISTA LOHANS

LONS LE SAUNIER

Pero nada nos convencerá de semejante cosa, máxime cuando a la distancia percibimos ya los edificios de Chalon.

A las 19.32 llegamos al paradero de la Ferté, cuya ventaja más notable es sin duda el excelente desayuno que ofrece a precio muy razonable el restaurante. Apenas hemos alzado el fuelle del techo nos vemos rodeados de autos con remolques. Una vez más, profusión de chapas inglesas. (El lector, cuyo conocimiento de la autopista es necesariamente limitado, no comprenderá acaso por qué ese detalle —verse rodeado de remolques— retiene nuestra atención. Bastaría que echara una ojeada al paradero de la Ferté para darse cuenta de que un viajero de verdad no hubiera hecho más que entrar y salir del paradero, en vez de instalarse entre los camiones pesados y las latas de basura). A lo largo de toda la noche escuchamos el rumor de llegadas misteriosas, mientras que se diría que todos los hombres del paradero han elegido el emplazamiento de Fafner para servirse como mingitorio, de manera que cada quince o veinte minutos nos sentimos transportados a una misteriosa Villa d’Esté de la autopista.

A las cinco, ya levantados, tenemos la clara impresión de que algo se cierra en torno de nosotros. Apenas pasadas las siete nos alejamos del paradero.

DIARIO DE RUTA Lunes, 7 de junio

Desayuno: jugo de naranja, medialunas, pain au chocolat, café,

7.18 h. Partida.

7.21 h. A la derecha capilla del siglo XII.

7.26 h. Paradero: AIRE DE JUGY Horrible.

Orientación de Fafner: E.

7.40 h. Partida después de haber explorado debidamente el paradero.

7.46 h. Paradero: AIRE DE FARGES. Igualmente horrible.

Colonizamos la única mesa donde hay un poco (muy poco) de sombra. Concierto para martillo mecánico e instrumentos no identificados.

Dos argentinos —o uruguayos— se instalan con un termo para tomar mate. Dada la situación nacional interna preferimos evitar todo contacto.

Almuerzo: Páté bretón, garbanzos y cebollas en ensalada.

18.16 h. Rondas de gendarmes en auto, obreros que nos miran con curiosidad (sobre todo a Carol).

La seguridad de la expedición está en peligro: a las 20.55 h decidimos, después de penosas dudas y deliberaciones, seguir al próximo paradero (c.f. detalles en el texto).

21 h. Partida.

21.3 h. Montes del Máconnais.

21.07 h. Cartel: “Viñedos del Máconnais”, No los vemos por ninguna parte. En cambio hay vacas.

21.9 h. Paradero: AIRE DE MACÓN ST ALBAN.

Hotel “Relais de Bourgogne”.

Cena: espaguetis “al sugo”, queso del Morvan, café. (En Fafner, hoy no estamos para lujos gastronómicos).