Donde los exploradores echan el Tarot, y lo que de ello resulta.
La bomba del agua está definitivamente rota, y por lo visto no hay manera de repararla. Bendecimos (a nuestra manera, sin santiguarnos y sin evocar a seres supremos, pero en cambio sonriendo mientras alzamos un bidón para echar agua en el guante de esponja con el que podremos por lo menos improvisar un «baño» harto necesario después de veinticuatro horas de viaje, después de la siesta; y la sonrisa logra lo que no pudo lograr la magdalena que comimos esta mañana en el paradero de Nain ville, donde no vimos ni un solo enano: el bidón se inclina y es otra vez la última partida en el Mediodía, el brazo de Jean bajo el sol del otoño, Raquel con los brazos llenos de tomillo, de mejorana), y así bendecimos al Capitán Thiercelin, previsor y generoso donante del mencionado bidón, que sólo nuestra desconfianza frente a la bomba de agua nos llevó a llenar a último momento, para descubrir ahora que el agua fluye casi tan bien de un bidón como de un grifo.
Resuelta esta importante cuestión de higiene, ¿cómo vamos a proceder? Aparte de las reglas fundamentales del juego, no tenemos la menor idea. Escribir. Pero tal vez no directamente: los acontecimientos necesitan un poco de tiempo para volverse palabra. Como si su sentido, e incluso su forma, debieran recorrer un largo camino interior antes de encontrar su cohesión.
¿Habrá que obligarse a trabajar? Ahora que estamos de lleno en la cosa, nos damos cuenta de que lo que fue concebido como una aventura podría vivirse demasiado fácilmente como un simple mes de vacaciones. La súbita falta de teléfono, de correo, de obligaciones, etc., cuenta mucho desde luego. Por el momento tanteamos en la sorpresa de haber partido verdaderamente; por lo demás sería una fanfarronada pretender que estamos absolutamente seguros de resistir durante treinta y tres días. Sea como fuere, y antes de abrir con alguna nerviosidad nuestras máquinas de escribir, hemos echado el tarot, pensando descubrir gracias a él algunas líneas del juego y pensando asimismo que en cierto sentido veríamos las grandes líneas del viaje.
Con todas las cartas boca abajo, echamos tres en el orden siguiente:
El Carro de Hermes; el Bufón; el Emperador.
El Carro de Hermes: Victoria, pero para obtenerla es preciso que las fuerzas físicas y morales estén equilibradas. Conocimiento de las adversidades y preparación para vencerlas. Buen éxito, avance merecido. Las disidencias políticas, las perturbaciones y las venganzas han sido ya vencidas. Conquista. El consultante llega a la cumbre del éxito y de la popularidad. Tacto para gobernar. Esta carta indica también movilidad, viajes, progreso.
El Bufón: Locura, irreflexión, extravagancia. Necedad. Actos ridículos. Obsesión. Frivolidad. Abandono total.
El Emperador: Representa para el consultante el apoyo necesario para la realización de sus esperanzas. Indica la firmeza, el positivismo, una voluntad indomable. Rectitud, vigor; puede ser un buen ejecutivo. Autoridad. Triunfo. Firma de contratos importantes. Situaciones armoniosas, tanto afectivas como profesionales. Salud equilibrada.