Cartas de una madre (3).

Savigny-sur-Orge, lunes 7 de junio

Mi querido Eusebio:

Evidentemente en esta vida nunca se puede contar de veras con los planes que se hacen. Se diría que el destino lo hace a propósito para echarlos a perder en seguida. De la misma manera uno cree conocer a la gente con la que se ha vivido tantos años, y de golpe te enteras que no sabías nada de ella cuando ya es demasiado tarde para hacerle preguntas.

La pobre Heloisa murió mientras dormía el martes pasado. En el fondo es una bendición, aunque nos duela igualmente. Según los médicos, hubiera podido seguir tirando durante años. En el estado en que estaba, ¿de qué hubiera servido? Tal vez, incluso si no parecía darse cuenta de nada, supo lo que pasaba cuando la llevaron a Joigny. Quiero creer que sintió de alguna manera que había llegado el momento de dejarse ir suavemente. Tu padre dice que me hago ideas. Sea como sea, viajamos a Joigny apenas nos enteramos de lo sucedido. Sólo estamos nosotros para ocuparnos de las cosas, y después de todo las monjitas han sido muy amables. Una de ellas me dio una carta diciéndome que Heloisa la tenía en la mano a su llegada, y que parecía pedir que nos la entregara después de su muerte. Y entonces, mi querido, me llevé la sorpresa de mi vida. Me hubiera gustado poder despertar a la pobre Heloisa, allí toda blanca en su cama, para que me explicara.

En primer lugar, exige que la entierren en Valence, y además junto a su esposo, siendo que sabes tan bien como yo que una solterona más solterona que Heloisa no es fácil de encontrar en este mundo. Y eso no es todo. Nos pide que avisemos a su hijo de su fallecimiento, y que se le entregue otro sobre sellado, que estaba dentro del primero. Yo había prevenido ya a las pompas fúnebres de Ury, donde vivió toda su vida que yo sepa, y tu padre afirmaba que todo eso no eran más que chocheras de vieja que había perdido la cabeza. Yo hubiera puesto la mano en el fuego que tía Heloisa jamás había viajado más allá de Dijon. En cuanto a tener un marido e incluso un hijo, me dije que de todas maneras eso se hubiera sabido. ¡Ah, si hubieras estado ahí, tú que has hecho estudios y que sabes mirar las cosas de una manera más lógica que yo! Tu padre decía que nada de eso tenía importancia, y que no había más que hacer lo previsto, el entierro en Ury y todo el resto.

Pero yo me dije que de todas maneras hay que respetar las últimas voluntades, y que por lo menos debíamos tratar de averiguar si ese señor Blanc existe. Tu padre me dijo que mis lecturas se me suben a la cabeza y que la jubilación no me está haciendo bien. Pero yo dije que por lo menos había que probar. Después de todo a lo mejor es él que tiene una esclerosis en la cabeza a fuerza de no hacer nada, sin hablar de lo que bebe.

Con todo eso y las monjitas que trataban de calmarnos un poco porque después de todo tienen muchos enfermos en el asilo y no era cosa de que se enteraran de la muerte de Heloisa, hubiera sido malo para su tranquilidad, comprendes. Nos aconsejaron volver a casa para reflexionar hasta el día siguiente, y entretanto Heloisa podía permanecer en la capilla ardiente. Como creo que eso le hubiera gustado, dije que sí, y te ahorro los detalles del viaje de vuelta.

Un picnic en el paradero de Farges.

En fin, de todos modos consulté con Anne-Marie y Jacqueline, incluso si son de la otra rama de la familia. Las dos estaban de acuerdo conmigo en que jamás se debe contrariar a un muerto. Tu padre insistía en que Heloisa no se enteraría jamás de nada, pero yo le dije que en esas cosas no hay nunca una certidumbre, aunque no sea más creyente que otros. En todo caso Anne-Marie vino a ayudarme a poner orden en las cosas de Heloisa, y entre sus papeles encontramos un certificado de matrimonio y la foto de un niño. Según la fecha nos dimos cuenta de que ahora debe tener unos cuarenta años. Mandé entonces un telegrama a la dirección que había dejado Heloisa, y todo resultó ser cierto, aunque como puedes imaginarte no hice demasiadas preguntas. ¡Figúrate, decirle a un perfecto desconocido que Heloisa nos había ocultado eso toda su vida! Y además, tenía ya su lugar reservado al lado de su difunto marido. El hijo se está ocupando de todo, pero iremos de todas maneras a los funerales, o sea mañana por la mañana.

Entretanto, como todo parecía que iba a hacerse sin nuestra ayuda, decidimos irnos a pasar dos días a Dijon, para reponernos un poco. La muerte impresiona siempre, incluso cuando sabes que es una buena cosa. El sábado, pues, tomamos de nuevo la autopista, y… ¿tú crees que la senilidad puede comenzar a mi edad, Eusebio? Es cierto que tu padre ya no es el hombre que era antes, y a veces me digo que la misma cosa me está ocurriendo a mí sin que me dé cuenta. Cuando nos detuvimos para tomar gasolina, bajé del auto y entré en la tienda de la estación de servicio. Venden de todo, incluso bonitas estatuas de mayólica. Y allí dentro vi otra vez, te lo juro, a esa mujer joven del camión-casa, te acuerdas, esas gentes que ya había encontrado estos días tres o cuatro veces en la autopista. Es más joven de lo que hubiera pensado la primera vez, digamos treinta y tantos, y de ninguna manera tan pequeña como su marido la hacía parecer, pero no había la menor duda de que era la misma. Al salir vi su auto —estoy segura de que era el mismo— en el bosque detrás de la estación de servicio. Me pregunto, sobre todo ahora que la he visto a ella tomando fotos, si no debería avisar a las autoridades. ¿No estarán en tren de preparar un asalto?

Cuando volví al auto, tu padre me anunció que había que cambiar el aceite. Realmente elige el buen momento para todo, y me resulta difícil comprender una tal falta de previsión a su edad. Me fui entonces a pasear por el bosque, e incluso me acerqué al camión de esa extraña pareja. Todas las cortinas estaban cerradas, en plena tarde. A lo mejor es cierto que las novelas policiales se me suben a la cabeza, pero a mi edad, sabes, un poco de excitación de tiempo en tiempo es algo que hace bien. Muy despacito me acerqué al camión. ¡Ah, Eusebio, no sabes lo que me hizo ruborizar mi indiscreción! ¡Lo que hacían ahí dentro! Al final de cuentas es seguro que no están casados, ¡puedes tener la certidumbre! ¿Piensas que están escapando de la policía, y que la autopista les ha parecido un buen lugar para esconderse? De ninguna manera está permitido que…

La tentación siempre presente. ¡Qué fácil sería pasar al otro lado!

Tu padre me dijo que yo había imaginado todo, y que es absolutamente imposible que se trate de la misma pareja. Dice que hay una cantidad de esos pequeños camiones en la autopista. Puede ser que tenga razón, pero no le creo.

En fin, te estoy cansando con mis historias de vieja. Encargué flores de tu parte para los funerales; dadas las circunstancias, hay que mostrar que tenía de todos modos una verdadera familia.

Anne-Marie me ha dicho que hay muchachas muy bonitas en el Canadá. Te ruego, Esteban, que tengas mucho cuidado. Sobre todo, si hubieras encontrado una que te gusta, no hagas nada antes de presentárnosla. Sé que las costumbres son diferentes en otros países, y nunca se sabe hasta qué punto los extranjeros pueden adaptarse aquí.

Gracias por la tarjeta postal. Yo no sabía que también hay verano en el Canadá. Espero que tus calcetines y la bufanda te serán útiles en otoño. No vaciles en escribir si necesitas alguna otra cosa.

Te abrazo, y espero que tu trabajo no sea demasiado fatigoso. Y eso que jamás he podido comprender que hayas elegido trabajar con locos cuando hay tantas personas cuerdas que también necesitan médicos.

Tu mamá

(Continuará).