Complemento informativo que no dejará de interesar al pálido lector.

Las expediciones, ¿favorecen las apuestas? Se diría que sí, a partir de la famosa que llevó a Phileas Fogg a su dramático periplo. En lo que a nosotros toca, Jean Thiercelin nos informó que su / nuestro amigo Vladimir había declarado fríamente que jamás llegaríamos a Marsella, y que para producir semejante aseveración se fundaba en las razones siguientes: Aburrimiento insoportable después de veinte paraderos / peleas conyugales derivadas de lo precedente, y que proyectarían a los cónyugues en direcciones opuestas, pero en todo caso orientadas hacia París / problemas mecánicos, alimenticios y gástricos / hambre y sed provocados por la mala administración de los bastimentos, habida cuenta del considerable nivel de amateurismo perceptible en los exploradores / ganas irresistibles de ir al cine / id. a una cama como se debe / nostalgia del metro / id. de la ducha caliente / id. de las papas fritas, pues al parecer los expedicionarios no estarían en condiciones de prepararlas / etc.

Como resultado de esa convicción, Vladimir le apostó a Jean una cena (con nosotros incluidos, por supuesto, dado que nos quiere mucho aunque no crea en nuestras capacidades). Enfurecido y desafiante, Jean aceptó la apuesta sobre el pucho, y eso que si pierde le va a costar cara una cena para cinco personas.

—Pero yo sé que no voy a perder —nos dijo, llenándonos los vasos de vino—. Basta verlos después de veinte días de lucha y esforzado avance, para darse cuenta de que tienen una moral del carajo.

—La tenemos —dijimos la Osita y yo a coro.

Nuestra querida Bryhnild, que sabe ser tan maravillosa amiga sin dejar de ser médica y observarnos clínicamente como quien no quiere la cosa, aprobó sin palabras, dándonos así renovadas energías. Cuando nos despedíamos al caer la noche, le enviamos un mensaje a Vladimir: perderá la apuesta, pero pasaremos una noche espléndida con él, descontando que nos llevará a un restaurante como la gente. Nada de latas de atún ni de huevos duros para nosotros, después de treinta y dos días de martirio.

Admirado y feliz, Gilíes sueña acaso con el día en que se lanzará a explorar el mundo por su cuenta. (Abajo, un símbolo…

… elocuente de la fiesta). El valiente capitán Thiercelin es agasajado como se debe por los exploradores.