Agradecimientos

Queremos expresar nuestra profunda gratitud a todos aquellos que nos alentaron en esta empresa con su estímulo, su ayuda moral y material, su comprensión y su complicidad, y damos especialmente las gracias a las personas siguientes:

A Raquel y Jean Thiercelin, este último llamado el Cuervo del Luberon, que desde la concepción del proyecto ofrecieron espontáneamente ayuda logística y de toda otra naturaleza, y que abrieron generosamente su casa a los expedicionarios para que pudieran reponerse de sus fatigas y tribulaciones al término del viaje.

A Necmi Gurmen y Anne Courcelles quienes, apenas enterados del proyecto, aceptaron desempeñar funciones de salvamento, y que afrontaron las circunstancias más peligrosas para traernos víveres frescos al paradero de Ruffrey, donde a lo largo de varias horas compartieron las condiciones de vida de uno de los parkings menos hospitalarios de la autopista, con un agradecimiento muy especial hacia Anne, que aplicó parte de su ciencia a la preparación de un pollo destinado a desempeñar un papel protagónico en nuestros happenings gastronómicos de los días siguientes, y que se dio cuenta mientras planeábamos la expedición de socorro y mucho antes de la partida, que valdría más que dicho socorro llegara el miércoles 2 de junio en vez del martes primero como habíamos previsto, dado que los lunes no se puede comprar nada interesante en París y que además dicho lunes formaba parte de un «puente» de días feriados, razones todas ellas que habían escapado a nuestra atención.

A Lemi Gurmen, que deliciosamente confundió 4 manzanas con 4 kilos de manzanas, y que además, la víspera de la partida, nos aconsejó que esperáramos la expedición de salvamento en el primer paradero correspondiente al 2 de junio, evitándole así recorrer centenares de kilómetros suplementarios puesto que la salida de la autopista para su regreso a París estaba situada entre los dos paraderos en cuestión.

Al doctor Hervé Elmaleh y a su esposa Madeleine, que nos previnieron juiciosamente acerca de los peligros del escorbuto que nos acechaban.

A Luis Tomasello, que no sólo supo crear casi milagrosamente amplios espacios para la estiba de las provisiones y bastimentos en Fafner, sino que además se hizo cargo de nuestra gata Flanelle, evitándole así que tuviera que afrontar las duras condiciones de vida en la autopista, sin hablar del apoyo logístico que aportó al cargamento y arrumaje.

A Catherine Lecuiller, que gracias a habernos prestado un pequeño aparato altamente científico garantizó nuestra protección contra la malaria, la fiebre amarilla y otras pestes, asegurándonos además noches de sueño tranquilo sin las interrupciones y sobresaltos fatigantes e inútiles provocados por la presencia de mosquitos.

A Nicole Rouen que, viajando de París hacia el consultorio de su dentista en el tercer día de nuestra expedición, nos ofreció cerezas y un momento de agradable compañía.

A Karen Gordon que, con paciencia y comprensión infinitas, nos ayudó en los preparativos finales, nos ofreció golosinas que saboreamos debidamente, y aceptó ocuparse de la reexpedición de nuestro correo.

A René Caloz, que nos visitó inesperadamente en la autopista y que generosamente nos ofreció dos botellas de fendant que hicieron nuestra delicia a lo largo de varios aperitivos.

A Fafner, que a pesar de su naturaleza de dragón figura igualmente a título personal, y sin cuya presencia nada hubiera sido posible.

A Jorge Enrique Adoum, Franqoise Campo, Jérome Timal, Julio Silva, Gladis y Saúl Yurkiévich, Aurora Bernárdez, Nicole Piché, Franqois Hébert, Hortense Chabrier, Georges Belmond, Laure, Philippe y Vincent Bataillon, Marie-Claude, Laurent y Anne de Brunhoff, que estaban en el secreto, nos dieron preciosos consejos que sería demasiado largo enumerar aquí, y nos alentaron con sus sonrisas lejanas en los momentos difíciles.

A la Condesa, por muchas horas de lectura llenas de emociones.

A Brian Featherstone y a Martine Cazin que llegaron inesperadamente a visitarnos y nos salvaron del tedio que crecía en un paradero particularmente estúpido.

Al señor y la señora Afonso, que tanto nos ayudaron en nuestros preparativos en París.

A la señora María Martins, que nos ayudó a preparar sacos y paquetes con su buen humor de siempre.

A los desconocidos de los paraderos que, con una sonrisa o un gesto amistoso, pusieron más luz en el telón de fondo de cada día.