De las metamorfosis oníricas en la autopista.
No entraba en nuestras intenciones incluir el dominio de Hipnos en estas investigaciones; ya bastante nos parecía el doble relevamiento diurno de los paraderos. Tal vez por eso, al principio no nos dimos cuenta de los cambios; habituados como estamos a contarnos nuestros sueños apenas nos despertamos o cuando ellos deciden soltar sus flashbacks en cualquier momento inesperado, lo seguimos haciendo aquí sin advertir cambios notables. Pero cuatro o cinco días después de la partida de París, sentimos los primeros cambios, que han ido acentuándose cada vez más.
Si hubiera que resumir la diferencia con los sueños sedentarios[5] diríamos que reside en un creciente aumento de la acuidad, de la forma en que se recortan las cosas y los sucesos, la «lenticularidad» de las imágenes. Cada vez soñamos menos Rembrandt y cada vez más Van Eyck o Roger van der Weiden. Cuando nos contamos nuestros sueños, llegamos a dar detalles de una extraña precisión, tanto en lo referente al decorado como a la anécdota. No podemos cotejarlos, claro, pero las descripciones de Carol y las mías tienen en estos días una textura minuciosa, de grano muy fino, de colores intensamente definidos, de formas completas y precisas. Cuando soñamos a alguien que conocimos o conocemos, cada rasgo, gesto y palabra son de una fidelidad asombrosa, pero si se trata de una invención del sueño, esa invención tiene también contornos y características que cabría llamar estereoscópicas.
Nos preguntamos a qué puede deberse esta afinación a veces casi insoportable de nuestros sueños. Entre otras hipótesis hay que tener en cuenta la novedad de los estímulos, que supone una alteración profunda en esa caja de resonancia que es el inconsciente con respecto a lo que recibe a través de los sentidos durante el estado de sueño. Probablemente la calidad onírica cambia también durante un viaje en avión o una noche de hotel, pero como se trata de experiencias breves y aisladas, pocos pueden darse cuenta de ello. Nosotros en cambio llevamos tres semanas dentro de un sistema estimulador que sólo se modifica parcialmente (mayor o menor número de estímulos según la topografía y la índole del paradero) y que al repetirse cada noche ha terminado por provocar un tipo directamente de sueños, que finalmente se ha impuesto a nuestra atención y a nuestras observaciones.
Lo que llamo el sistema estimulador comprende entre otras cosas menos verificables: la presencia, luces y ruidos de los camiones, tanto en lo que toca a su tráfico permanente en la autopista como a su arribo, estacionamiento y partida en los paraderos donde Fafner abriga nuestro sueño. Vivimos muy poco en la autopista, como sabe el pálido lector, pero una vez en los parkings empezamos a ver y a escuchar a los camiones que como nosotros vienen a descansar un rato o a pernoctar. Ya se habló de las extrañas, fascinantes ciudades efímeras que se forman de noche en las playas de algunos de los paraderos, donde diez o veinte camiones pesados, sin hablar de vehículos a remolque o camping-cars como Fafner, mezclan matrículas, idiomas, olores y sonidos de múltiples países diferentes. Encerrados en la cápsula de Fafner, con su fuelle de lona que recibe los faros en movimiento como un permanente juego de linterna mágica, mientras los ruidos mecánicos son como el primer plano más articulado del fragor continuo de la autopista, ¿qué estímulos jamás concentrados antes en torno a nosotros desencadenan una actividad diferente del teatro onírico? ¿Y por qué esa estimulación inédita en nuestras vidas usuales recorta tan minuciosamente las siluetas de los sueños, por qué las afina en vez de esfumarlas?
Preguntas no contestables, pero entretanto soñamos de una manera diferente y nos gusta, cada vez nos gusta más aunque por ahí soñemos los horrores, que cuadran a todo ser normal. Inútil agregar que apenas volvamos a París estaremos atentos a lo que ocurre en la atmósfera bien conocida de nuestra casa; si los sueños se nos vienen abajo, como tememos, habrá que pensar en nuevas y variadas expediciones. El mundo está lleno de paraderos, al fin y al cabo, donde quizá esperan sueños de una tal riqueza que valen todos los viajes de ida y en una de esas ninguno de vuelta.
Los Horrores Floridos saben encontrar la mínima sombra bajo un cielo despiadado.
También la Osita se refugia en una mancha de sombra mientras el Lobo cocina.
De cómo el azar pone en la mano del Lobo una de las margaritas de su Horror Florido.
DIARIO DE RUTA Jueves, 17 de junio
Desayuno: naranjas, confitura de tomates verdes, café.
(?) Ya es la tarde. Por segunda vez hemos salido del tiempo.
(?) Partida. Los alemanes han ocupado plenamente el lugar de los ingleses, y su número es todavía mayor.
¡Una verdadera invasión!
(?) Casi en seguida: Paradero: AIRE DE SA-VASSE.
Muy pequeño y sin sombra. Orientación de Fafner: S.O.
Unas pocas mesas y los W.C.
(?) Partida
Almuerzo: Ensalada de pollo con naranja, tomates con cebolla, duraznos.
(?) A la derecha, los pre-Alpes del Sud.
(?) 10 kilómetros más lejos, paradero: AIRE DE MONTELIMAR.
Gasolina, restaurante, oficina de turismo, venta de nougat. ¡Duchas! (Frase ilegible).
Además: terreno para picnic muy arbolado, con senderos para los autos. 15 h. Sentados en la terraza del café del parking, tratando de sobreponernos al aplastante calor, vemos llegar a André Stil y su esposa Odette, que se instalan en la mesa de al lado. Un rato de agradable charla.
Cena: Steak frites, tarte aux fraises, café (en el restaurante).
Los exploradores sospechan la existencia de un micrófono disimulado en un depósito de basura. ¡Nos siguen espiando!