Donde entre otras cosas se sospecha la intromisión de fuerzas hostiles, cuyos signos son debidamente despistados, a lo que se suma un espionaje entre amistoso e imaginario del que habrá otras noticias más adelante.

Claro, no podía ser que fuéramos los únicos en interesarnos por esta otra autopista que poco a poco nos deja penetrar en sus secretos, tomándonos cariño como se lo vamos tomando nosotros a ella, y así con poco ruido y sin violencia entramos en posesión de sus caminos, senderos y lugares recónditos, y eso se asemeja al hecho de ir poseyendo a un ser amado en la cama, con caricias y miradas y murmullos que poco a poco se revelan como puertas y ventanas tras de las cuales siempre hay otras, más dulces, más bellas, y al final nadie sabe quién abre la puerta, quién es la ventana o quién tiene a quién entre los brazos. Así con la autopista: sabemos que en muchos aspectos no es lo que pensábamos antes. Coches, camiones, ambulancias pasan muy rápido y con una suavidad asombrosa, pero basta mirar bien para darse cuenta de que a veces no tienen ruedas y que no pasan por la autopista como un pie puede pasar por el suelo, dejando atrás lo pisado. No, eso es al mismo tiempo autopista, asfalto y coches, un solo ser que respira y avanza; a veces una que otra de sus partes rompe el ritmo, sale del organismo principal, y con un movimiento lateral cuidadosamente calculado para no romper el equilibrio del conjunto ni herir a otra parte de ese ser vivo que avanza con ruido y cadencia de oleaje, se desliza, se detiene en un parking, y esa decisión —que no siempre debe ser fácil porque me parece que la cosa viva que no ha cesado de pasar ante nosotros desde hace cinco días ya, extrae su fuerza de su capacidad de hipnotizar a todos y fijarlos en la autopista— es como una nueva creación de aquellos que suavemente se paran, toman forma humana, caminan, se separan de la máquina que hasta ese momento era ellos.

Pero ya ningún peligro para nosotros, que hemos comprendido hasta qué punto la verdadera autopista no es aquélla, sino la paralela que sospechábamos desde hace años y que por fin vivimos (tan bien que ya nos parece perfectamente normal estar así a la orilla de la ruta, hay que sacudirse de vez en cuando para acordarse de que es una aventura y no solamente otra versión de la vida de todos los días… Vida ya bastante llena de locuras para ciertas personas, como por ejemplo los dos compadres de Julio que no sé cómo se enteraron de la expedición y supongo que vinieron en auto-stop hasta encontrarnos; y sin embargo, los que más usaron la palabra locura cuando se enteraron de nuestro proyecto, más belleza le dieron. Bien sabían en el fondo que ya era tarde para devolvernos al buen camino, camino que de todas maneras nunca hemos seguido ni el uno ni la otra, creo).

El hombrecito Michelin, una de las tantas divinidades de la autopista, reina desdeñoso sobre sus fieles.

Pero claro, están los celosos, los que sospechan, los que tienen ganas pero nunca tendrán el coraje de hacerlo, por lo cual nada les daría un placer más grande que un fracaso. Y hay Ellos, como siempre: ahora que ya nada pueden escuchar por teléfono, que se ha quedado mudo en casa o sonando para nadie, y que no pueden alcanzarme directamente con su espionaje (como no sé mucho de eso de instalar micrófonos secretos, cuántas veces les habré dicho por las dudas Fuck you, friends, mientras regaba las plantas o descorría las cortinas), deben estar enfurecidos al ver que la organización científica y doméstica de la expedición está bien establecida, y que dos minutos después de llegar a un parking ya estamos instalados, la heladera a nivel, cada cosa en su sitio y nosotros ya listos para un cafecito u otra cosa según la hora. Poco a poco, pero muy claramente, nos damos cuenta de los signos. Es evidente que no van a intervenir directamente, pero ya en el segundo día de viaje, el primer parking cerrado, ¿no era como una tentación para que renunciáramos al proyecto? ¿Los exaspera no comprender verdaderamente lo que estamos buscando, creen acaso que estamos complotando alguna reunión sospechosa en la autopista?

Tal vez no todos pertenecen a una misma organización. Cuando pasó el primer helicóptero, sobrevolando el parking al que acabábamos de llegar, pensé incluso que también teníamos amigos que nos protegen… Hay signos diversos: la botella de falso whisky en el hotel, por ejemplo. Y frente al mismo hotel, cuando para más seguridad corrimos las cortinas de Fafner antes de ir a nuestra habitación, pensando que tal vez a veces le hace falta un poco de intimidad para él solo, ¿qué pensar de esa chica con botas rojas que sin duda creía que estábamos durmiendo en el coche y que se acercó para sacarle una foto en primer plano? Se ve que andan muy mal informados puesto que no sabían dónde estábamos, pero el hecho es que la chica tomaba sus precauciones y hacía como que le estaba sacando la foto a un hombre instalado en un auto próximo, pero nosotros que la espiábamos desde nuestra habitación sabíamos que para enfocar la distancia hacia el infinito hay que girar el objetivo hacia la izquierda, en un movimiento contrario al de las agujas de un reloj, mientras que su mano se movía hacia la derecha para tomar una foto a una distancia de dos metros a lo sumo… En fin, no pasarán. En el fondo conviene dejarlos seguir creyendo que somos estúpidos. Ah, y los otros signos: aquellos ingleses, pero tan ingleses que evidentemente estaban disfrazados, y que se pararon como para reparar algo en el remolque de su coche. ¿Y esa tienda misteriosa que se instaló junto a nosotros en algún momento de la noche?

Más que otra cosa, nos divierten. Si no están dispuestos a vivir la misma alquimia que nosotros, nunca van a encontrar la ruta.

—Ruta, tuta —se burla Polanco sin mostrarse. Son celosos, piensan que las expediciones son para hombres solos, y que como además de mujer no soy muy grande, tendré que hacerme la delicada y no compartir el whisky, que tenemos racionado, para dejarles más a ellos. Por ahora ni se dejan ver, se ríen de mí desde los árboles, ¡qué coraje! Y la autopista se queda inmóvil, y las gentes con autos le pasan por encima.

—Se mueven —dice Calac, que tal vez me ha estado tomando un poquito de simpatía—. Hacen caminos.

—Se mueven… Ya vas a ver, se pretenden filósofos, ¿sabes por qué?

—Puro pretexto, esto de ser filósofos justifica su far niente.

—Tanto lío porque tenían ganas de hacer el amor sin teléfono ni citas ni nada.

—Nunca lo hicieron con teléfono, che.

—¿Qué sabes vos? Los malditos cierran las puertas.

De pura rabia, porque sé que dentro de unos minutos van a empezar a burlarse de mi acento argentino (¿y vos qué sabes de tangos?), decido que es hora de tomar un trago, y que no habrá nada para ellos.

Una amable babosa hace una visita de cortesía a Fafner y su tripulación, que no menos amablemente la encaminan hacia otros rumbos.

DIARIO DE RUTA Lunes, 31 de mayo

Desayuno: naranjas, bizcochos, café.

8.00 h. Temperatura, 15°C. Tiempo nublado.

9.15 h. Partida.

9.21 h. Estamos a la altura de Vézelay, "Colline Eternelle".

9.27 h. Paradero: AIRE DE LA COUÉE.

Bosques, mesas. Posición de Fafner: S.S.E.

Almuerzo: Cangrejo saltado con arvejas y cebolla, arroz, café.

15.15 h. Fuga ante la invasión de una horda de bárbaros locuaces.

15.25 h. Paradero: AIRE DE MONTMORENCY.

25°C. Posición de Fafner: O.S.O.

17.30 h. Tormenta sorpresiva. Lluvia de gruesas gotas a pesar del sol.

Nos refugiamos en Fafner (también las moscas, ay). El termómetro pasa de 25°C a 19°C en 20 minutos.

Hermoso paradero.

Cena: Bami-goreng, café.