Cartas de una madre (5).

Savigny-sur-Orge, 11 de junio de 1982

Mi querido Eusebio:

Como tu padre ha salido para ir a lo del médico, y tal como lo conozco va a aprovechar para vagar hasta la hora de la cena, tengo un poco de tiempo para escribirte y tratar de poner en claro esta historia. Bueno, eso me obliga a contarte también cosas que hubiera preferido callarme, pero en fin, a tu edad, como dice tu padre (aunque desde luego no tiene ninguna idea de lo que te cuento en mis cartas) debes poder mirar la vida de frente.

A los dragones no les gusta el viento, y Fafner observa inquieto las banderolas que le anuncian bordadas y sacudidas peligrosas.

Paradero de Auberives: para los que busquen la paz…

… y quieran escuchar el canto de los pájaros.

Desde hace dos o tres años hemos perdido bastante la costumbre de los largos viajes que hacíamos cuando eras joven y las vacaciones eran todavía vacaciones. Tu padre tiene la tendencia a exasperarse en la ruta, y recorrer demasiados kilómetros de una sola vez termina por fatigarnos. Por eso habíamos decidido ir a Valence la víspera de los funerales de tía Heloisa, dormir en el hotel y estar bien descansados para la ceremonia. En fin, ocurrió que tu primo André eligió precisamente ese día para visitarnos ¿y cómo no invitar a almorzar a un pariente que llega justo a mediodía? Y ahí los tienes, tu padre y él lanzados en sus historias de tenis y de fútbol y vaya a saber qué más, y por supuesto todo eso se festeja bebiendo, y te apuesto a que esto, y te contraapuesto a que esto otro, y otro vaso que se vacía. Por todo lo cual sólo salimos hacia las cinco de la tarde, y te confieso que no me sentía nada segura al subir al auto con tu padre. No puedo decir que estuviera borracho, no exactamente, pero en fin, había bebido. A la altura de Solaize, viendo que se le cerraban los ojos en el volante, insistí en que se detuviera en el primer hotel, y casi me pareció un milagro cuando se mostró de acuerdo. Casi en seguida vimos el anuncio de un hotel en la autopista misma. Sin siquiera protestar entró en el paradero y nos encontramos con uno de esos hoteles todos estirados, comprendes lo que digo, o sea que no son verticales, y delante de cada pieza hay un lugar para el auto. Se llaman moteles según me informó tu padre. Parece que en Estados Unidos todos los hoteles, o moteles, son horizontales. En fin, era limpio, con cuarto de baño y todo. Me costaba creer que tu padre no rabiara ni siquiera por el precio, claro que con lo que cuesta la vida actualmente hay que decir que era razonable. Pero evidentemente era fatal que tu padre me dijera en seguida que no había que tomar una botellita de jugo de frutas en el pequeño refrigerador instalado ahí mismo en la habitación, porque los precios eran un robo. Empezó a preguntarse si no debería asociarse con Albert Desnoix, te acuerdas de él, tenía una ferretería en la calle Dufour cuando eras pequeño, para instalar una cadena de hoteles. A mí no me parece serio. En todo caso me estropeó todo el placer cuando encendió la televisión y dijo que era una suerte, justo a tiempo para el partido. Te das cuenta, es como para preguntarse si no había calculado todo desde el comienzo. Yo, en todo caso, puesto que ni siquiera podía tomar un vaso de jugo de naranja y que él tenía su famoso partido de no sé qué cosa, no le iba a dar el gusto de quedarme en la pieza para aguantarme los deportes. Decidí irme a comer, porque allí hay restaurantes y todo. Al salir de la pieza vi muy bien que había un camión Volkswagen rojo un poco más lejos, pero no se me ocurrió pensar que pudieran ser ellos. Y sin embargo, me creas o no, Eusebio, entré en un pequeño restaurante que se llama Le Bistrot, y te juro que estaban ahí, saboreando una buena cena como todo el mundo. Los miré muy bien, te aseguro que son reales y que no tienen nada de raro, como no sea que se les veía un aire un poco más feliz de lo normal, pero ésa no es una razón para juzgarlos. Pagaron con la tarjeta Visa y todo, y se fueron tomados de la mano. Los vi atravesar el gran parking en dirección del motel, y después de lo que sucedió el otro día, prefiero no seguir pensando y detenerme aquí. Eusebio, ¿tú crees posible que esa gente no haya salido de la autopista desde la primera vez que los vi? No puedo decirte exactamente por qué, pero tengo la impresión de que no van a ninguna parte. Pero entonces, ¿qué hacen en la autopista? No vale la pena de que le hable a tu padre, me va a acusar de nuevo de extravagante. Pero esto no es la obra de mi imaginación. Por lo demás, si yo tuviera frustraciones, creo que haría otro tipo de… ¿cómo les llamas tú, proyectiles?, en vez de eso, que realmente no parece tener ningún sentido. De todas maneras, un fantasma no puede pagar con la carta Visa. (En fin, puesto que he decidido decirte todo, habían dejado el recibo sobre la mesa y fui —me da vergüenza, pero ya ves hasta qué punto esta historia me perturba—, fui a tomarlo, como para probarme que todo eso no era una invención mía. Claro está que lo tiré al salir. Imagínate que me viera obligada a explicar lo que hago con un recibo de carta Visa de un desconocido).

Un arroyo beethoveniano en el paradero de Auberives.

Una creciente inesperada durante la noche, que prueba los riesgos posibles de la expedición.

Cuando pienso que habrían podido sorprenderme, no comprendo cómo pude hacerlo, pero fui a echar un vistazo al interior del camión. No sé realmente qué pensar de la mezcla de cosas que vi: naranjas suspendidas en una red, una botella de whisky bien a la vista, una brújula, un termómetro, las máquinas de escribir (sí, hay dos, muy pequeñas, y las instalan una junta a otra entre el asiento del conductor y el del pasajero; vi un pequeño refrigerador, un par de gemelos, carnets y cuadernos de todo tipo, además de un gran aparato de radio y cassettes, un poco como el que soñabas con comprarte hace dos o tres años. Hasta había ropa interior colgada en una de las ventanillas).

En fin, querido mío, el tiempo pasa y pienso que ya te he dicho lo esencial de la cosa. No comprendo quiénes son esas gentes, ni lo que hacen en la autopista. En todo caso sé que no los he imaginado, y —Jacqueline me había hecho pensar en eso, que yo hubiese debido prever desde el comienzo— esta vez anoté muy bien el número de su chapa, de modo que si vuelvo a verlos no quedará la menor duda posible. Pero dime, Eusebio, ¿por qué crees que me obsesionan hasta ese punto?

Piensa en nosotros de tiempo en tiempo. Ya sabes que eres lo más precioso que tenemos en el mundo.

Te abraza,

Mamá

Leyendo estas páginas, ¿no te ha ocurrido por lo menos una vez, oh pálido lector cómplice y paciente, preguntarte si no estamos escondidos en una habitación de algún hotel de la Villette desde el 23 de mayo?

DIARIO DE RUTA Viernes, 11 de junio

Desayuno: jugo de naranja, medialunas, mermelada, café.

9.25 h. Partida.

9.30 h. Iglesia románica a la izquierda.

9.45 h. Peaje.

9.47 h. Paradero: AIRE DE REVENTIN.

Exploración sin salir de Fafner, pues llueve a baldes.

10 h. Partida bajo el agua.

10.2 h. Paradero: AIRE D’AUBERIVES.

Arboles, un arroyo, mesas, todo lejos de la autopista.

Orientación de Fafner: S.

Almuerzo: Sandwiches de salame con manteca. Queso, café.

Cena: cuscús, café.

Durante la noche, lluvia copiosa. Por la mañana, mirando lo que ayer era un arroyuelo cristalino resbalando sobre rocas visibles, vemos un río desencadenado. ¡La corriente hubiera podido arrastrarnos durante la noche!