29

El sueño de la niña fue prolongado; de inmediato advirtió que era tarde cuando al abrir los ojos vio a la señora Wix, enhiesta, completamente vestida, más vestida que nunca, y observándola desde el centro de la habitación. Al siguiente instante ella ya estaba sentada en la cama, completamente despabilada por el miedo a las horas de «estancia en el extranjero» que podía haber perdido. La señora Wix miraba como si el día ya se hubiese hecho sentir, y para Maisie el proceso de ponerse al tanto se inició cuando la oyó decir con neta claridad:

—¡Mi pobrecita niña, ha venido!

—¿Sir Claude? —Salvando la alfombrilla con el ímpetu de su salto, Maisie sintió el terso suelo bajo sus pies descalzos.

—Hizo el viaje nocturno; llegó muy temprano. —La cabeza de la señora Wix hizo un disgustado ademán hacia detrás suyo—: ¡Está allí!

—Y ¿lo ha visto usted?

—No. Está allí, está allí —reiteró la señora Wix. Insólitamente hablaba sólo con un hilo de voz y no por decisión propia, y temblaba tanto que acrecentó su mutua inquietud. Visiblemente pálidas, se escudriñaron la una a la otra.

—Pero ¿acaso eso no es algo maravilloso? —le preguntó entrecortadamente Maisie; requerimiento éste que solicitaba una respuesta para la cual, empero, aún no estaba preparada su compañera. El término empleado por Maisie había sido un golpe de intuición estratégica... para en cualquier caso impedir que la señora Wix empleara otro. En ese grado fue afortunada: hubo tan sólo una expresión de súplica, extraña y muda, en aquella vieja cara pálida, que brindó la impresión de una falta de determinación mayor de lo que ni siquiera el mayor optimismo habría podido asociar con su actitud hacia lo que por fin había acaecido. De hecho, para la propia Maisie lo que por fin había acaecido estaba extrañamente, según sintió, por debajo del puro éxtasis que anteriormente le había producido cualquier venida o regreso de aquel amigo supremo. ¿Qué había pasado de la noche a la mañana, qué había pasado mientras dormía, con su grata capacidad de alegrarse? Intentó estimularla un poco más al hablar, al mostrarse complacida, al sumergirse en el agua y los vestidos, y logró averiguar que eran las diez, pero asimismo que todavía no había desayunado la señora Wix. El día anterior, a las nueve de la mañana, habían tomado juntas un café complet en su saloncito. Además, por su parte, evidentemente la señora Wix tenía necesidad de refugiarse en algo. Se refugió en dedicarse a refrenar las prisas de algunas de las presentes acciones de su educanda, recordándole con cierta aproximación a la severidad que de entre las obligaciones mañaneras las que tenían referencia con un meticuloso uso del jabón debían ser las más meticulosas de todas, manifestándole inclusive cierta reprobación ante la tendencia a apresurarse a vestirse por causa de un simple padrastro. Se impuso a ella con silencioso énfasis; redujo la operación a fases más nítidas que cualesquiera otras que hubiese conocido desde los tiempos de Moddle. Independientemente de cuáles fueran las cosas a las que, tras tantos cambios, tuviera derecho la persona de Sir Claude, de todas formas eran compatibles, al modo de ver de nuestra pequeña, con el instinto de vestirse con casi inescrupulosa celeridad a fin de verlo. Mientras tanto, por fortuna, la señora Wix no se consagró exclusivamente a tareas represivas. «¡Está allí, está allí!», había repetido ya varias veces. Era su sola respuesta ante toda invitación a especificar desde qué hora estaba levantada y por qué había respetado tan religiosamente el profundo sueño de su compañerita. Durante un rato constituyó su única información sobre el paradero de los otros y la razón de que aún no los hubiese visto, así como sobre la posibilidad de que en aquel momento los otros se hallasen en la sala de estar.

—¡Está allí, está allí! —declaró una vez más mientras, en el cuerpo de la niña, con una insidia casi feroz, hacía que «encajara» una prenda íntima un poco pequeña.

—¿Quiere decir que él está en la sala de estar? —tornó a preguntar Maisie.

—Está junto a ella —dijo con desolación la señora Wix—. Está junto a ella —reiteró.

—¿Quiere decir en el dormitorio de ella? —siguió Maisie.

Ella hizo una pausa un instante, y dijo:

—¡Sólo Dios lo sabe!

Durante unos instantes Maisie se preguntó por qué razón y de qué modo podría saberlo Dios; sin embargo, esto no demoró sino un momento su nueva pregunta:

—Bien, ¿y ella se vuelve?

—¿Volverse? ¡Nunca!

—¿Se quedará aquí como si nada?

—Ahora tiene una razón de más para quedarse.

—Entonces ¿será Sir Claude quien se marche? —preguntó Maisie.

—¿Marcharse... si ella no se marcha? —La señora Wix pareció otorgarle a esta pregunta el beneficio de un instante de reflexión—. ¿Para qué habría venido... si tuviese que marcharse de nuevo?

Maisie brindó una ingeniosa explicación:

—Para obligarla a volver. Para llevársela consigo.

La señora Wix afrontó aquello sin tolerarse ninguna concesión:

—Si es capaz de obligarla a volver con tanta facilidad, entonces ¿por qué la dejó venir?

Maisie caviló, y dijo:

—Oh, para que ella me viera a mí. Tiene derecho.

—Sí..., tiene derecho.

—¡Es mi madre! —Maisie aventuró una risita entre dientes.

—Sí..., es tu madre.

—Además —ahondó Maisie—, él no la dejó venir. A él no le gusta que haya venido, y si no le gusta...

La señora Wix la atajó:

—¡... tendrá que chincharse: eso es lo que tendrá que hacer! Tu madre tenía razón a ese respecto; me refiero a tu verdadera madre. Él es un débil. Un débil de tomo y lomo. —Pareció meditar aún más hondamente—. Él habría podido ser más enérgico incluso con ella me refiero a con milady. No es sino un pobre esclavo servil —aseveró con súbita rotundidad.

Otra vez Maisie quedó cavilosa:

—¿Un esclavo?

—De sus pasiones.

Siguió cavilosa y aun impresionada; tras lo cual continuó:

—Pero ¿cómo sabe usted que él va a quedarse aquí?

—¡Porque nos quiere! —Y la señora Wix, mientras imprimía énfasis a aquella frase, hizo girar violentamente a su educanda para abrocharle un botón en la espalda. Nunca anteriormente la había zarandeado de aquella manera.

Fue como si tal zarandeo produjera una nueva idea en la niña:

—Pero ¿de qué puede servirle eso si nosotras (¡por mucho que nos quiera!) no nos quedamos aquí?

—¿Quieres decir si nos largamos dejándolo solo con ella? —La señora Wix les hizo aquella pregunta a las espaldas de su educanda—. De nada podrá servirle. Será su ruina. Se quedará sin nada. Lo perderá todo. Será su definitiva perdición, pues es seguro que después de algún tiempo él la aborrecerá.

—¡Entonces, cuando él la aborrezca —fue impresionante la forma en que asimiló esa idea— vendrá tras nosotras como una exhalación! —proclamó Maisie.

—Nunca.

—¿Nunca?

—Ella no se lo permitirá. Lo retendrá para siempre.

Maisie dudó:

—¿Aun cuando él la «aborrezca»?

—Eso no importará. Ella no lo aborrecerá a él. ¡A él nadie lo aborrece! —espetó la señora Wix.

—Sí hay quien lo hace. Mamá, sin ir más lejos —adujo Maisie.

—¡Mamá no lo aborrece! —Fue sorprendente: su amiga la contradijo sin el menor atisbo de duda—: Lo ama, lo adora. Las mujeres saben estas cosas. —La señora Wix habló no sólo como si Maisie no fuera una mujer, sino como si además nunca fuese a serlo—. ¡Yo las sé! —exclamó.

—Entonces ¿por qué diantres lo ha abandonado mamá?

La señora Wix titubeó, pero finalmente contestó:

—Porque él la aborrece a ella. No te muevas; mantén alta la cabeza. Tú sabes lo que yo siento por él —añadió con dignidad—; pero asimismo debes de saber que veo con claridad las cosas.

Todo este rato Maisie había estado intentando denodadamente ser capaz de lo mismo:

—Pero si ella lo ha abandonado por ese motivo, entonces ¿por qué no iba a abandonarlo también la señora de Beale?

—¡Porque la señora de Beale no es tan tonta!

—¿No es tan tonta como mamá?

—Exactamente, si es que deseas saberlo. ¿Te parece que ella tenga pinta de querer dejarlo escapar? —inquirió la señora Wix. Tornó a ensimismarse; después prosiguió con mayor intensidad—: ¿Quieres saber real y verdaderamente por qué? Para que ella pueda ser su desdicha y su castigo.

—¿Su castigo? —Esto era más de lo que por ahora Maisie estaba en condiciones de abarcar—. ¿Por qué?

—Por todo. Eso es lo que va a ocurrir: él permanecerá eternamente atado a ella. A ella le importará un comino ser odiada y por su parte no lo odiará a él. Se limitará a odiarnos a nosotras.

—¿A nosotras? —hizo de eco la niña consternadamente.

—Te odiará a ti.

—¿A mí? ¡Caramba, yo fui quien los unió! —exclamó dolida Maisie.

—Tú fuiste quien los unió. —Hubo rotundidad en aquella aquiescencia de la señora Wix—. Sí: fue una labor preciosa. Siéntate. —Comenzó a cepillar el pelo de su educanda y, mientras lo cogía en un haz con mano fuerte, prosiguió con una brusca remembranza—: Al principio tu madre lo adoraba; aquello habría podido durar. Pero demasiado pronto él empezó con la señora de Beale. Como dices tú misma —recalcó aplicándole vigorosamente el cepillo—, tú los uniste.

—Yo los uní —estuvo dispuesta a ratificar Maisie. Pese a ello, por un momento se sintió sumida en el fondo de una trampa; entonces columbró una salida—: Pero en cambio no uní a mamá con... —Ahí le falló la voz.

—¿...con todos esos caballeros? —completó la señora Wix—. No, no llegaste a extremos tan delirantes.

—Al Capitán le dije únicamente —recordó Maisie sin dilación— que esperaba que por lo menos él (¡era tan simpático!) la amara y no la abandonase.

—Tampoco eso fue muy pernicioso —sugirió la señora Wix.

—Pero tampoco muy provechoso —se sintió obligada a constatar Maisie—. Ella no puede aguantar al Capitán... ni una pizca. Me lo dijo en Folkestone.

La señora Wix logró reprimir un impulso a quedarse boquiabierta; luego, tras un instante de ofuscación durante el cual semejó no lograr desviarse fácilmente de su impredecible examen de las tropelías de Ida, dijo:

—¡Lo que fue verdaderamente simpático es que tu madre tuviera que hablarte de él!

—¡A mí él me cayó muy bien! —repuso Maisie con prontitud; y ante esto, con un sonido inarticulado y una incoherencia aún más insólita, su compañera se inclinó y le dio en la mejilla un rápido mordisquito que aparentemente tenía la intención de ser un beso.

—Pues bien, si milady no estuvo de acuerdo contigo, ¿qué demuestra eso? —demandó la señora Wix en conclusión—. ¡Demuestra que sigue encariñada con Sir Claude!

Bajo la luz de algunas de aquellas pruebas, Maisie siguió cavilando hasta que estuvo listo su pelo, pero cuando por fin abrió la boca evidenció no haberlas asimilado del todo. En este momento se asió del brazo de la señora Wix:

—¡Él debe de haber obtenido el divorcio!

—¿En estos dos días? No digas sandeces.

Estas palabras fueron dichas con una irritación que dejó a la niña sin argumentos; de ahí que buscara refugio en tratar el asunto desde un punto de vista enteramente distinto:

—¡Pues yo estaba segura de que vendría!

—También yo; pero no al cabo de veinticuatro horas. ¡Le había concedido algunos días! —gimió la señora Wix.

Maisie, que ahora se desasió, la miró con interés:

—¿Cuántos días le había concedido ella?

La señora Wix la atalayó un instante; luego, como con un estupefacto ademán desdeñoso, dijo:

—¡Será mejor que se lo preguntes a ella! —Pero no bien hubo pronunciado estas palabras cuando se arrepintió—: ¡Dios misericordioso, de qué cosas estamos hablando!

Maisie sintió que, cualesquiera fuesen las cosas de las que estaban hablando, ella debía verlo, pero no dijo nada más durante un rato: un rato en el que terminó de arreglarse concienzudamente y en el que también la señora Wix permaneció callada. Fue como si cada una tuviera casi demasiado en que pensar, e incluso como si la niña tuviera la impresión de que su amiga estaba observándola y procurando descubrir si también ella era observada. Por último la señora Wix se dirigió hacia la ventana y allí se quedó —invidentemente, como adivinó Maisie— mirando hacia lontananza. Entonces nuestra pequeña, ante el espejo, dio el toque maestro:

—Bien, pues ya estoy lista. ¡Vayamos a verlo!

La señora Wix se dio la vuelta, pero como si no la hubiese oído:

—Esto es tremendamente grave. —Tras los enderezadores corrían lentas lágrimas silenciosas.

—Lo es, lo es. —Maisie habló como si ahora ya estuviese ataviada a la altura de las circunstancias; como si, de hecho, con los últimos retoques se hubiese puesto el birrete judicial—. Debo verlo inmediatamente.

—¿Cómo eres capaz de ir a verlo cuando él no te ha mandado llamar?

—¿Por qué no puedo ir yo a su encuentro?

—Porque no sabes dónde está.

—¿No puedo ir a echar un vistazo en la sala de estar? —A Maisie eso le parecía asaz sencillo.

Sin embargo, al punto la señora Wix censuró ese propósito:

—¡Por nada del mundo te permitiré echar un vistazo en la sala de estar! —Luego lo explicó pormayorizadamente—: Ahora la sala de estar ya no es nuestra.

—¿Nuestra?

—Tuya y mía. Es de ellos.

—¿De ellos? —continuó haciendo de eco Maisie, con los ojos de par en par—. ¿O sea que no quieren que entremos?

La señora Wix titubeó; se dejó caer sobre un asiento y, tal como Maisie la había visto hacer bastante a menudo anteriormente, se tapó la cara con las manos:

—Es lo menos que podrían hacer. ¡La situación es demasiado monstruosa!

Maisie permaneció inmóvil un instante; paseó la mirada por la habitación.

—Iré a verlo; iré a buscarlo —dijo.

—¡Yo no! ¡No pienso aproximarme a ellos! —exclamó la señora Wix.

—En tal caso lo veré sola. —La niña avistó lo que estaba buscando: se apoderó de su sombrero—. ¡Tal vez salga a dar una vuelta con él! —Y llena de decisión abandonó el cuarto.

Al entrar en la sala de estar se la encontró vacía, pero al oír el ruido de la puerta alguien se movió en el balcón, y Sir Claude, entrando en la habitación sin pérdida de tiempo, se quedó parado frente a ella. Llevaba un impecable traje ligero y un sombrero de paja con una cinta brillante; estas cosas, además de parecerle en sí mismas a la niña una vibrante promesa de grandiosos viajes, le daban a él cierto esplendor y, por así decirlo, una desenvoltura tropical; pero semejante efecto no hizo sino resaltar aún más cómo él se había paralizado súbitamente y, durante un instante que en ninguna coyuntura parecida había sido tan largo, se había abstenido de tenderle los brazos. Esta parálisis la hizo paralizarse a su vez y la habilitó para reflexionar que él debía de llevar levantado mucho rato, pues no quedaban rastros de un desayuno; y que aunque era tan tarde se había rehusado a mandar llamarla. ¿Acaso habría tenido razón la señora Wix con lo de la pérdida de la sala de estar? ¿Ahora era únicamente de él... únicamente de él y de la señora de Beale? Tal idea, al ritmo al que palpitaban los pensamientos infantiles, no pudo menos que retrotraerla al modo como todo lo que hasta ahora había sido de ella había pasado a ser manifiestamente propiedad de la señora de Beale y de él. Era extraño estar allí saludándolo desde el lado opuesto de un abismo, pues a estas alturas él ya había abierto la boca, sonreído y dicho sin realizar ningún movimiento para aproximarse:

—¡Mi querida hija, mi querida hija! —En un santiamén ella advirtió que él era distinto, más de lo que él sabía o pretendía. Por lo demás, al siguiente instante fue como si él hubiera advertido algo en la expresión del rostro infantil; cosa que lo hizo tenderle la mano. Entonces se acercaron, él la besó, se rió, e incluso ella creyó verlo ruborizarse; algo de su afecto tintineó como de costumbre—: Aquí estoy de nuevo, ya lo ves, tal como os lo prometí.

No era tal como se lo había prometido: no les había prometido a la señora de Beale; pero Maisie no dijo nada sobre ello. Lo que dijo fue simplemente:

—Ya sabía que habías venido. Me lo dijo la señora Wix.

—Ah, claro. Y ¿dónde está?

—En su cuarto. Me ha despertado y me ha vestido.

Sir Claude la examinó de pies a cabeza; siempre que lo hacía, asomaba en su rostro una expresión de suave chistosidad que a ella la encantaba especialmente, y que tampoco esta vez falló. Él alzó las cejas y los brazos para exteriorizar jocosamente su admiración: a pesar de los pesares, estaba obviamente deseoso de ejercitar su buen humor.

—¿Conque te ha vestido? ¡Ya lo creo! Te ha vestido de una manera deslumbrante. ¿No va a venir?

Maisie caviló sobre si era conveniente hablar. Finalmente lo hizo: —Ha dicho que no.

—¿No quiere ver a este pobre diablo?

Ella desvió la mirada bajo la vibración del modo como él se había descrito, y sus ojos se posaron en la puerta de la habitación que él había ocupado unos días atrás:

—¿Está ahí dentro la señora de Beale?

Sir Claude miró inexpresivamente el mismo objeto:

—¡No tengo la menor idea!

—¿No la has visto aún?

—No le he visto ni siquiera la punta de la nariz.

Maisie reflexionó; descendió sobre ella, bajo la luz de los hermosos y sonrientes ojos masculinos, la más imprecisa y pura y fría convicción de que él no decía la verdad.

—¿No te ha dado la bienvenida? —inquirió.

—Ni siquiera con un mohín.

—Entonces ¿dónde está?

Sir Claude se rió; pareció tan divertido como sorprendido ante la insistencia infantil:

—¡Mejor no hablemos de eso!

—, No sabe que has venido?

Él volvió a reírse, y respondió:

—¡Quizá le dé igual!

Sintiendo una inspiración, Maisie lo cogió del brazo: —¿Se ha marchado?

Él afrontó su mirada y entonces ella vio que la mirada de él era verdaderamente mucho más seria que sus modales.

—¿Marchado? —Ella se había apresurado hacia la puerta de marras, mas antes de que pudiera alzar la mano para llamar, él llegó a su altura y la detuvo—: Olvídate de la señora de Beale. Ella me importa un bledo. Lo que quiero es estar contigo.

Maisie retrocedió con él preguntando:

—¿O sea que no se ha marchado?

Él siguió aparentando considerar todo aquello como una broma, pero cuanto más lo miraba ella más advertía que estaba preocupado.

—¡Marcharse no sería propio de ella!

Lo miró interrogativamente:

—¿Tú querías que ella viniera?

—¿Cómo puedes siquiera imaginar semejante cosa?... —Se lo aclaró con franqueza—: Tuvimos una gran bronca al respecto.

—¿Quieres decir que estáis peleados?

Sir Claude se quedó perplejo:

—¿Qué cosas te ha dicho ella?

—Que yo le pertenezco a ella tanto como a ti. Que ella actúa en sustitución de papá.

La mirada masculina atravesó la abierta ventana y se perdió por el cielo; ella lo oyó manosear en los bolsillos unas monedas o unas llaves.

—Sí: eso es lo que no cesa de repetir. —Por un momento aquello le prestó a él un aire de casi indefensión.

—Dices que ella te importa un bledo —insistió Maisie—. ¿Quieres decir que estáis peleados?

—No hacemos otra cosa que pelearnos.

Ante ella, al decir esto, él se erigió tan afable y hermoso, tan generoso —a despecho de lo que lo preocupara— en reinstauradas campechanías, que infundió una luminosa imprecisión al significado, a lo que de lo contrario habría sido quizá la palpable promesa, de sus palabras.

—¡Oh, tus peleas! —exclamó ella desalentada.

—¡Te aseguro que las de ella son de órdago!

—No hablo de las de ella, sino de las tuyas.

—¡Ah, no lo hagas hasta que me haya tomado un café! Te estás volviendo muy lista —agregó. Después dijo—: Supongo que ya habrás desayunado.

—Oh no, aún no he tomado nada.

—¿No has tomado nada en tu habitación? —Pareció del todo compadecido—. ¡Mi querido amigo! Corramos, entonces, a desayunar juntos. —Tuvo una de sus ideas felices—: Diablos, desayunaremos fuera.

—Eso esperaba. Por eso he cogido el sombrero.

—¡Te has vuelto muy lista! Iremos a un cafetín. —Maisie ya estaba en el pasillo; él se puso a buscar algo por el cuarto—. Un momento... mi bastón. —Pero no parecía haber ningún bastón en el cuarto—. Da igual; debo de habérmelo dejado en... ¡oh! —Recordó dónde con un extraño escalofrío y salió.

—¿Te lo dejaste en Londres? —preguntó ella mientras descendían las escaleras.

—Sí, en Londres; ¡figúrate!

—Tenías demasiadas prisas por venir —justificó Maisie.

Él le pasó el brazo por encima:

—Sí, debió de ser por eso. —A mitad de las escaleras él volvió a detenerse bruscamente, dándose una palmadita en la pierna—: ¿Y la pobre señora Wix?

Se oscureció el semblante de Maisie:

—¿Quieres que venga con nosotros?

—Cielos, no: quiero estar contigo a solas.

—¡Así es como yo quiero estar contigo! —repuso ella—. Como en los viejos tiempos.

—¡Como en los viejos tiempos! —hizo de eco él jovialmente—. Pero me refería a si ya le han llevado el desayuno.

—No, nada.

—Entonces haré que se lo suban. ¡Madame! —Nada más llegar al pie de las escaleras, él llamó a la corpulenta patronne, una mujer que desde el industrioso y concurrido vestíbulo volvió hacia él un rostro cubierto de reciente maquillaje matutino y una pechera tan amplia como una aterciopelada repisa de chimenea, sobre la cual su redonda cara blanca, enmarcada por dorados ricitos, habría podido figurar como un vistoso reloj. Él encargó, con especiales recomendaciones, el refrigerio de la señora Wix, y fue encantador escuchar su brillante francés fluido: hasta la ignorancia de su compañerita supo apreciar la perfección con que él manejaba el idioma. La patronne, frotándose las manos e interviniendo con breves notas altas como si se tratara de un florido dúo, lo acompañó hasta la calle, y mientras continuaban hablando un momento más Maisie recordó lo que había dicho la señora Wix sobre la simpatía que él despertaba en todos. Del maquillaje matutino, de la inmensa pechera brotó sobremanera la simpatía que él despertaba en la dueña del hospedaje. Evidentemente había encargado algo estupendo para la señora Wix—: Et bien soigné, n'estce pas?

—Soyez tranquille —le sonrió cálidamente la patronne—. Et pour Madame?

—Madame?—hizo de eco él; aquello lo había turbado un poco.25

—Rien encore?

—Rien encore. Vámonos, Maisie. —Ella lo siguió sin demora, pero durante el trayecto hasta el cafetín él no dijo nada.

Lo que Maisie sabía
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml