7

En verdad fue coherente con dicha intensidad el hecho de que un día, al volver de un paseo con la doncella, Maisie se encontrara a la señora Wix en el vestíbulo, sentada allí en la banqueta que por lo común ocupaban los repartidores de telegramas que llamaban a menudo a la puerta de Beale Farange y que se sentaban pacientemente a esperar mientras que, en el cuarto de éste último, las contestaciones a estos mensajes cobraban forma con la colaboración de bocanadas de humo y refunfuños. A Maisie le había parecido, cuando su mutua despedida, que la señora Wix había llegado a los últimos límites de la capacidad estrujadora, mas ahora sintió que esos límites estaban siendo sobrepasados y que la duración del abrazo de su visitadora era una réplica directa al veto de la señorita Overmore. Comprendió en una iluminación súbita cómo se había hecho posible esta visita: comprendió que la señora Wix, al acecho permanente de una oportunidad, debía de haberse colado en casa al abrigo de la circunstancia de que papá, obsesionado todo el rato con la idea de la escuela a despecho de las discusiones, hubiera insistido implacablemente en la compañía de su discutidora para realizar una excursión de tres días a Brighton. Cierto que cuando Maisie explicó la ausencia de ambos y el importante motivo de ésta, la señora Wix adoptó una expresión tan llamativa que no pudo sino proceder de una sensación de extrañeza. En realidad, tal detalle chocante hizo acto de presencia tan sólo para desvanecerse al punto, pues justo en el momento en que, de acuerdo con aquel ánimo, la señora Wix se arrojaba de nuevo a los brazos de su amiguita, un cabriolé cargado de abultadas maletas se detuvo traqueteando a la puerta y la señorita Overmore descendió de él. La conmoción del encuentro de ésta última con la señora Wix fue menos violenta de lo que al verla llegar se temió Maisie y no interfirió en modo alguno en el tono amistoso con que la señorita Overmore, bajo la mirada de su rival, le explicó a su pequeña discípula que había vuelto un día antes de lo previsto debido a una especial razón. Había dejado a papá —en vaya alojamiento tan bonito— en Brighton; mas él regresaría a su dulce y querido hogar al día siguiente. En cuanto a la señora Wix, en charlas posteriores la compañera de papá le brindaría a Maisie la expresión adecuada para calificar la disposición que adoptó dicho personaje: la señora Wix «se plantó» enfrente de ella de una forma que la propia niña consideró sorprendente en el momento de los hechos. Por lo demás, esto último ocurrió tras de que la señorita Overmore hubiera levantado su interdicto hasta el punto de hacer un ademán señalando hacia el comedor, donde, en ausencia de invitación alguna a tomar asiento, apenas resultó sino natural que hasta la pobre señora Wix tuviera que plantarse enfrente. Sin pérdida de tiempo Maisie inquirió si en Brighton, esta vez, había salido algo en limpio de la posibilidad de que ella acudiera a una escuela; a lo cual, para su gran sorpresa, la señorita Overmore, que siempre había repudiado con vehemencia aquel proyecto, respondió tras un instante y casi como si la señora Wix no se encontrara allí:

—Bien pudiera ser, querida, que algo haya salido en limpio. Debo decirte que las objeciones han desaparecido por completo.

En vista de esto, fue aún más sorprendente oír a la señora Wix replicar con rotundidad y energía:

—No me parece, si me permite usted decirlo, que haya habido ningún acuerdo en virtud del cual puedan «desaparecer» las objeciones. Lo que me ha traído hasta aquí hoy es que tengo un mensaje que darle a Maisie de parte de la querida señora Farange.

El corazón de la niña dio un gran brinco:

—Vaya, ¿así que mamá ha regresado?

—Todavía no, mi dulce amor, pero está al caer —dijo la señora Wix—, y me ha enviado (con la mayor consideración, bien lo sabes) para prepararte.

—Para prepararla, si me hace usted el favor, ¿para qué? —inquirió la señorita Overmore, cuya suavidad del primer momento comenzó, ante esta declaración, a encresparse.

La señora Wix orientó calmosamente sus enderezadores hacia la enrojecida belleza de la señorita Overmore:

—Pues para prepararla, señorita, para recibir una noticia importantísima.

—Y ¿no puede la querida señora Farange, como usted grotescamente la llama, dar sus noticias personalmente? ¿Es incapaz de tomarse la molestia de escribirle a su única hija? —preguntó la más joven de las dos mujeres—. La propia Maisie puede contarle a usted cómo lleva meses y meses sin recibir siquiera una palabra de ella.

—¡Oh, pero yo sí que le he escrito a mamá! —exclamó la niña, como si viniera a ser lo mismo.

—Eso convierte en un escándalo aún mayor su forma de tratarte —declaró con presteza la institutriz vigente.

—La señora Farange está perfectamente al tanto —dijo imperturbablemente la señora Wix— del destino de sus cartas en esta casa.

A raíz de esto, el sentido de la ecuanimidad de Maisie intervino en favor de su visitadora:

—Ya sabe usted, señorita Overmore, que a papá no le agrada todo lo que procede de mamá.

—A nadie le agrada, querida, ser objeto de un lenguaje como el que contienen las cartas de tu madre. No son cartas apropiadas para que las lean las criaturas inocentes —observó la señorita Overmore para la señora Wix.

—Entonces no sé de qué se queja usted, y la niña está mejor sin ellas. Para el caso es suficiente con que la señora Farange me haya hecho depositaria de su confianza.

La señorita Overmore soltó una carcajada llena de mofa:

—¡Entonces debe de estar usted mezclada en asuntos extraordinarios!

—¡Ninguno tan extraordinario —exclamó la señora Wix, palideciendo profundamente— como eso de decir cosas horribles acerca de la madre ante las narices de la indefensa hija!

—¡Cosas ni una pizca más horribles, en mi opinión —repuso la señorita Overmore—, que las que usted, señora, parece haberse presentado para decir acerca del padre!

Durante unos momentos la señora Wix miró intensamente a Maisie, y luego, encarándose de nuevo con la testigo, dijo con voz vibrante:

—No me he presentado para decir nada acerca de él, y debe usted excusarnos a la señora Farange y a mí si no estamos tan por encima de todo reproche como la compañera de viajes del señor Farange.

La joven así motejada se quedó estupefacta ante la abierta audacia de la motejadora: precisó de algunos momentos para encajarla. Maisie, no obstante, mirando solemnemente de una de las disputantes a la otra, pudo ver que la réplica, cuando hizo acto de presencia, salió de unos labios sonrientes:

—¡Ello carece de importancia, sin duda, si están ustedes a la altura de las expectativas del compañero de viajes de la señora Farange!

La señora Wix rompió en una extraña risa; a Maisie le sonó como una frustrada imitación de un relincho:

—Es precisamente lo que he venido a hacer saber: lo perfectamente que está a la altura de ellas la pobre dama. —Se volvió hacia la niña—: Has de oír el mensaje que te manda tu mamá, Maisie, y has de considerar que su deseo de que yo te lo transmitiera personalmente es una gran prueba de interés y de afecto. Te envía sus más cariñosos saludos y te anuncia que se ha prometido para casarse con Sir Claude.

—¿Sir Claude? —repitió desconcertada Maisie. Pero mientras la señora Wix le explicaba que este caballero era un entrañable amigo de la señora Farange, el cual había representado para ésta una gran ayuda a la hora de viajar a Florencia y de instalarse allá cómodamente durante el invierno, ella no se sintió lo bastante impresionada para dejar de percibir el disfrute que su vieja amiga sentía observando las repercusiones de tal noticia sobre el semblante de la señorita Overmore. Esta joven abrió desmesuradamente los ojos; al punto comentó que el casamiento de la señora Farange naturalmente pondría fin a cualquier aspiración futura a volver a encargarse de la hija. Con estupefacción la señora Wix inquirió por qué el casamiento habría de hacer tal cosa, y la señorita Overmore ofreció la razón inmediata de que estaba claro que aquélla no era sino una treta más dentro de todo un sistema de subterfugios. La señora Farange quería zafarse solapadamente del convenio; ¿por qué, si no, en esta ocasión había dejado a Maisie en manos de su padre semanas y más semanas más allá del plazo estipulado, sobre el cual había armado tamaña bronca en un principio? Era en vano que la señora Wix intentara hacer creer —como tendenciosamente estaba pasando a hacerlo— que todo aquel tiempo sería compensado tan pronto como regresase la señora Farange: ella, la señorita Overmore, no sabía nada, a Dios gracias, sobre aquel compinche, pero estaba segurísima de que cualquier persona capaz de entablar relaciones de ese tipo con la dama de Florencia fácilmente convendría en oponerse a la presencia en su hogar del retoño de una unión que su dignidad precisaba ignorar. Era una estratagema como otra cualquiera, y la visita de la señora Wix era evidentemente el primer paso de la misma. Maisie encontró en tal intercambio de asperezas un nuevo estímulo para el fatalismo aún no exteriorizado en el que llevaban enquistados algún tiempo sus pensamientos sobre su propio destino; y para ella esto representó el inicio de un todavía más profundo presentimiento de que, a despecho del resplandor de la señorita Overmore y del celo de la señora Wix, ella iba a acabar siendo testigo de una modificación del carácter de aquella guerra para cuyo estallido parecía ella haber venido al mundo. Continuaría siendo en esencia una guerra, pero ahora su finalidad sería la de no cobijarla.

Tras las últimas manifestaciones de la señorita Overmore, la señora Wix se dirigió exclusivamente a la niña, y, sacando del bolsillo de su viejo abrigo deslustrado un pequeño envoltorio plano, extrajo su contenido y planteó la pregunta de si ése no parecía acaso un caballero que fuera a ser majo con todos... especialmente con una persona que a su vez seguramente iba a parecerle a él tan maja. La señora Farange, en el expansividad de su dicha recién hallada, había adjuntado una fotografía «de estudio» de Sir Claude, y Maisie quedó sumida en admiración al contemplar el hermoso rostro, los rasgos proporcionados, los ojos bondadosos, el aspecto afable, la elegancia y la pulcritud generales de su futuro padrastro... si bien sintiéndose un poco extrañada al imaginarse a sí misma ahora con dos padres al mismo tiempo. Sus investigaciones hasta la fecha la habían hecho concluir que para tener un segundo progenitor del mismo sexo hacía falta por lo común perder previamente al primero.

¿Verdad que es simpático? —preguntó la señora Wix, que claramente, bajo el poderoso influjo de su encantador retrato, había determinado que Sir Claude le ofrecía garantías en lo concerniente a lo futuro—. ¡Te darás cuenta, supongo —agregó con suma vehemencia—, de que él es un perfecto caballero!

Maisie nunca había oído aplicar el adjetivo «simpático» sobre la mera base de un rostro; pero lo oyó con placer y desde aquel instante se le quedó placenteramente grabado. Dio fe, por ende, de la intensidad de sus propias impresiones con un pequeño y suave suspiro que fue su reacción ante aquellos gratos ojos que parecían desear conocerla, que parecían hablarle directamente.

—¡Es realmente encantador! —declaró para la señora Wix. Luego espetó, ansiosa e inconteniblemente, mientras seguía con la fotografía en la mano y Sir Claude continuaba mostrándose amigable—: Ay, ¿puedo quedármela? —No bien hubo preguntado aquello cuando alzó la mirada hacia la señorita Overmore: lo hizo con el súbito instinto de apelar a la autoridad superior que desde hacía mucho le había inculcado que nunca debía pedir poder quedarse con cosas. Para su sorpresa, la señorita Overmore pareció distante y un poco rara, indecisa y como que le concedía tiempo para volver a encararse con la señora Wix. Entonces Maisie vio que la ya de por sí larga cara de esta última dama se había alargado aún más: esta última dama se sentía compungida y casi turbada, como si en verdad su amiguita estuviese solicitándole más de lo que entraba dentro de sus posibilidades darle. La fotografía constituía una posesión a la que, calamitosamente desprovista de pertenencias como estaba, había dado el valor de un tesoro, y hubo una momentánea pugna entre su fuerte apego a aquélla y su capacidad de realizar cualquier sacrificio en pro de su precaria educanda. Con la agudeza propia de su edad, no obstante, Maisie discernió que era su propia avidez la que iba a vencer, y le tendió el retrato a la señorita Overmore como sintiéndose profundamente orgullosa de su madre—: ¿Verdad que es absolutamente encantador? —preguntó mientras la pobre señora Wix oscilaba con ansiedad, tratando de ocultarse tras sus enderezadores y apretando su abrigo en torno a sí con una intensidad que ponía en peligro las viejas costuras.

—Era a mí, querida —dijo la visitante—, a quien tu mamá había enviado muy generosamente esa fotografía.; pero, naturalmente, si te hace tantísima ilusión... —musitó titubeantemente mientras comenzaba a transigir.

La señorita Overmore continuaba extrañamente lejana:

—Cuando la fotografía sea propiedad tuya, querida, me alegraré de complacerte echándole un vistazo. Pero en este momento debes excusarme si rehúso tocar un objeto todavía perteneciente a la señora Wix.

A estas alturas esa señora se había acalorado violentamente:

—¡Bien puede usted mirar al caballero en esa fotografía, señorita —replicó—, pues se me hace que usted nunca tendrá ocasión de contemplarlo de otra manera! Puedes quedarte con el precioso retrato, no faltaría más, tesoro mío —prosiguió—; seguro que muy gustosamente el propio Sir Claude me dará otro, y con una atenta dedicatoria. —El patético temblor de aquella audaz jactancia no se le escapó a Maisie, que se arrojó al cuello de la señora Wix con tanto agradecimiento que, al final de su abrazo, con cuya manifiesta ternura ella sintió que compensaba el sacrificio que le había impuesto, la acompañante de ambas ya había tenido tiempo para apoderarse rápidamente de Sir Claude y para, sea tras haberle echado un vistazo o no, ponerlo competentemente en un sitio fuera del alcance de la vista. Liberada de los brazos de la niña, la señora Wix miró en su derredor buscando el retrato; luego, con una intensa mirada muda se enfrentó a la señorita Overmore; y por último, dirigiendo de nuevo su mirada hacia la niña, exhibió la más taimada de las sonrisas—: Bien, no tiene importancia, Maisie, porque hay otra cosa sobre la que me ha escrito tu mamá. Me ha confirmado. —Incluso después de su sincero abrazo, Maisie se sintió un poco traidora cuando hubo de dedicarle una mirada a la señorita Overmore pidiéndole venia para entender esta última frase. Pero la señora Wix no le dejó dudas sobre su significado—: Me ha contratado para que me quede definitivamente... con vistas a su regreso y al tuyo. Entonces podrás juzgar por ti misma.

Sobre la marcha, Maisie confió absolutamente en poder juzgar por sí misma; pero esa perspectiva quedó súbitamente enturbiada debido a una singular manifestación de la señorita Overmore:

—La señora Wix —dijo— cuenta con alguna indiscernible razón para considerar que las próximas nupcias de tu madre reforzarán su apego a ti. Me pregunto, en tal caso (de acuerdo con ese criterio), qué dirá nuestra visitante respecto del de tu padre.

Las palabras de la señorita Overmore iban dirigidas a su alumna, mas su rostro, iluminado por una ironía que lo volvió aún más bello que nunca, estaba orientado hacia la desastrada figura que ya había asumido un aire envarado para despedirse. La disciplina de la niña había sido desconcertante: había oscilado caprichosamente entre el precepto de contestar siempre que le hablaran y la experiencia de enérgicos castigos por haber obedecido tal precepto. Esta vez, empero, se atrevió a correr riesgos; sobre todo en virtud de que parecía haber descendido algo portentoso sobre su conciencia de las relaciones de las cosas. Miró a la señorita Overmore muy de análogo modo a como solía mirar a las personas que la obsequiaban con chistes «adultos»:

—¿Te refieres al apego de papá a mí? ¿Quieres decir que él también va a casarse?

—Papá no va a casarse: papá se ha casado, querida. Papá se casó anteayer en Brighton. —La señorita Overmore resplandeció de alegría; entretanto Maisie comprendió con claridad, y con absoluto estupor, que su «pillina» institutriz era una recién casada—. Es mi marido, tal como lo oyes, y yo soy su tierna esposa. ¡Conque ahora veremos quién es tu tierna madre! Acogió a su discípula en su seno de una manera imposible de superar por la emisaria de su predecesora, y unos instantes después, cuando el mundo en torno hubo recuperado algo de su estabilidad, esa pobre señora, derrotada triunfalmente en el último segundo, ya se había esfumado sigilosamente.

Lo que Maisie sabía
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