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Ni siquiera el hielo conseguía mantener a los jóvenes alejados de la Galería Northtown. El alero de la sala de videojuegos Cosmic Arcade guarecía al menos a media docena de chavales y chavalas que fumaban y se empujaban unos a otros mientras eructaban y hacían esas gamberradas que los adolescentes han llegado a perfeccionar. ¿Cómo lo aguantan?, se preguntaba Delorme. A mí no me gustaría estar a la intemperie y con el ombligo al aire en esta época del año. De hecho, a la detective tampoco le habría gustado en pleno verano.
Delorme y Craig Simmons llegaron cada uno en su vehículo. Pero enseguida él se pasó al coche patrulla sin distintivos y ocupó el asiento del acompañante. No estaban observando únicamente la sala de juegos.
La Galería Northtown también albergaba una tienda de repuestos electrónicos, varios locales desocupados y el videoclub erótico Fantasy XXX. Era el videoclub lo que Delorme y Simmons vigilaban. A través del hielo derretido del parabrisas, las equis de neón destellaban formando rubíes borrosos. Delorme accionó el limpiaparabrisas y el cartel cobró definición una vez más.
- Nadie puede enterarse de esto, jamás -dijo Simmons-. De lo contrario, es obvio que mis días en la Montada están contados.
- Asumiendo que sea cierto, claro.
- Soy muy precavido. Nunca hago eso en Sudbury ni en Mattawa, allí me conocen. -¿Precavido? ¿Cuando ni siquiera sabe a quién se va a…? Yo no lo llamaría precavido precisamente.
Simmons dibujó una cara en la humedad acumulada en el cristal.
- Es por el morbo, ¿vale? No hace falta que se ponga moralista.
Mucha gente lo hace.
- Muchos hombres, querrá decir.
- De acuerdo, muchos hombres.
- Van a ser las once y media -dijo Delorme mirando su reloj-.
Este tipo no tiene por qué aparecer. Si es que existe, claro.
- Me dijo que venía tres o cuatro veces por semana. Y que si quería volver a verlo, probablemente lo encontraría aquí. -¿Tres o cuatro veces por semana? No debe de preocuparle mucho su salud si…
- Ahí está -interrumpió Simmons-. Es ése.
Señaló a un hombre de mediana edad enfundado en una gabardina color habano. El hombre cerró con llave la puerta de un Chevrolet Caprice. Luego miró brevemente a su alrededor y se dirigió al videoclub.
- Espere aquí -ordenó Delorme a Simmons.
Luego salió del coche y apuró el paso. Se acercó al hombre por detrás, antes de que llegara a la tienda.
- Disculpe, señor. Necesito hablar con usted.
El hombre se volvió con cara de pocos amigos. -¿Es suyo esto? -preguntó Delorme mostrándole un guante nuevo de cuero marrón.
El hombre se palpó los bolsillos y sacó un guante idéntico.
- Pues sí, sí que lo es -dijo. Pero cuando iba a coger el guante, Delorme le mostró la placa.
- Tengo un par de preguntas que hacerle. Sólo será un minuto.
El hombre dio un paso atrás. -¿Qué ocurre? ¿Por qué tengo que contestar a sus preguntas?
- Porque ocurre que usted es testigo en un caso de asesinato. -¿Asesinato? No tengo la menor idea de qué me habla -repuso esquivando a Delorme y encaminándose de nuevo hacia su automóvil.
- Claro que no. Pero usted vio a un hombre joven en este aparcamiento el lunes por la noche. Subió a su coche, un Jeep Wrangler. ¿O no lo recuerda?
- No tiene ningún derecho a hacerme ese tipo de preguntas. No puede acosarme de esta manera -protestó mientras abría la puerta del coche-. Tengo un muy buen abogado.
- Y por ese anillo que lleva, también tiene esposa. Imagino que preferirá contestar a mis preguntas aquí a tener que hacerlo en su hogar, ¿no?
El hombre se cruzó de brazos, miró al suelo y murmuró:
- Es increíble.
- Escúcheme bien -dijo Delorme aproximándose a él-. Me importa un pepino su vida sexual. Sólo necesito que me confirme un par de detalles.
- Estupendo, porque no tengo nada mejor que hacer.
- En este preciso instante, lo que acaba de decir es una verdad como un puño. -Delorme hizo una seña a Simmons. Éste salió del coche y lo rodeó hasta quedar del lado del conductor. Los dos hombres estaban a unos veinte metros el uno del otro-. ¿Lo reconoce?
- Sí, ¿vale? Tanto él como yo somos adultos. ¿Me puedo ir ya? -¿A qué hora estuvo con él la noche del lunes?
- No lo sé. Alrededor de la medianoche.
- Estoy investigando un asesinato. Así que concéntrese y sea más específico.
- Lo vi en torno a las once y media, antes de entrar en el videoclub. Cuando salí, él seguía allí. Un rato después… mmm… subimos a su Jeep. -¿De qué hora a qué hora estuvieron juntos? Sea específico.
- De las doce y media a la una. Después me marché a casa.
Cuando llegué, el reloj de la repisa marcaba la una y media.
- O sea, que usted lo dejó a eso de la una. ¿Él también se marchó?
- Él se quedó.
- Muéstreme algún documento de identidad, por si tenemos que llamarlo para confirmar algo.
- No veo por qué tengo que…
- Muéstreme un documento.
El hombre sacó el carné de conducir. Delorme apuntó los datos y se lo devolvió.
- Puede devolverme mi guante, por favor.
- No, tendré que quedármelo. Gracias por su cooperación.
- Lo dice como si tuviese elección.
El hombre subió a su coche, dio un portazo y salió del aparcamiento. Todo en menos de diez segundos.
- Corroboró mi declaración, ¿no es cierto? -preguntó Simmons-. ¿Qué le ha dicho?
- Me dijo: «Enrollarme con un poli de la Montada me ha quitado las ganas de hacer locuras».
- Tuve suerte de que se olvidara el guante en mi coche: -Si no, probablemente nunca habría admitido nada.
- Escúcheme bien, cabo Simmons. No voy a informar a nadie de este incidente, a no ser que sea absolutamente necesario. Por ahora, no lo es. Pero le aconsejo que se busque un oficio donde ser gay no le perjudique.
- Genial, detective. Me haré peluquero.
- Piense en lo confundida que estaría la doctora Cates. Durante años usted la persiguió, pero ella no sabía que era una mera tapadera.
Seguramente alguna vez sospechó que usted era gay.
- Sigue sin entenderlo, ¿verdad? Winter no era sólo una tapadera, yo realmente la amaba. Además, no me considero gay.
Delorme siguió a Simmons con la mirada mientras se alejaba. Se había puesto a llover de nuevo, y hasta los adolescentes decidieron irse a casa. La detective dejó que unos cuantos gotones helados la mojaran mientras reflexionaba sobre lo ocurrido a lo largo del día. No podía dejar de pensar que, por muchos años que trabajase en la policía, por muchos años que viviera, nunca (y mentalmente puso en cursiva la palabra nunca) comprendería a los hombres.