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Ferand fue detenido y llevado a los calabozos. Eso sí, después de transferir a Etmundo a la prisión por razones de seguridad; no fuera que el canijo recordase de pronto a quién le había confiado lo del asesinato.

Musgrave opinaba que a Bressard había que entrarle a saco, por eso Cardinal insistió en conducir el interrogatorio.

Musgrave se encogió de hombros:

- Entonces me vuelvo a Sudbury. Hágame saber lo que le cuenta el franchute.

Cardinal hizo pasar a Bressard a la sala de interrogatorios.

Repantigado en su silla, el trampero puso cara de no tener nada que ocultar. Sin embargo, no paraba de jugar con la pajita que había en su lata de Coca-Cola. Cardinal encaró la charla inquisitivamente, pero sin animosidad, como si él y Bressard fuesen dos colegas dispuestos a resolver este cúmulo de hechos tan particular.

- Espero que pueda ayudarme, Paul. Debo decirle que hasta ahora los hechos no le dejan bien parado. ¿Por qué encontramos un cadáver cerca de su cobertizo del bosque? ¿Puede aclararme eso?

Bressard dio un sorbo a su Coca-Cola, contempló la pared unos instantes y persistió en hacer girar la pajita.

- Por cierto, sabemos que la víctima fue descuartizada en su cobertizo. No hay dudas de ello. Hay sangre por todas partes, pruebas por doquier.

Bressard respiró hondo, suspiró y meneó la cabeza. -¿Sabe, Paul?, tengo la sensación de que usted no tiene nada que ver. Puede que hubiera un altercado y el culpable abandonara el cuerpo en el sector del bosque donde usted suele moverse, a sabiendas.

Pero hay algo más que me preocupa, y ojalá usted pueda ayudarme… -Cardinal esperó, pero Bressard no levantó la mirada-. Dígame, ¿cómo fue que rayó la puerta delantera de su todoterreno?

No hubo respuesta.

- Le interesa responder a la pregunta que le acabo de hacer, Paul. Porque uno de nuestros peritos de la Policía Científica y Ford Motors están convencidos de que la pintura que encontramos en un tocón del bosque coincide con la de su todoterreno Explorer.

Bressard sorbió hasta que el contenido de la lata no fue más que un ruido.

- Debe de creer que no sé nada de usted, Paul. Pero lo cierto es que sé bastante bien cómo se gana la vida. Primero, las trampas. En ese negocio hay años buenos y años malos, como en todo lo demás. Segundo, están los trabajitos esporádicos que le hace a León Petrucci.

La boca de Bressard se curvó en la comisura augurando una sonrisa.

Pero no mordió el anzuelo.

- León Petrucci. Hace algún tiempo que no lo ve, pero sabemos que usted trabajó para él en el pasado. Tercero, su trabajo de guía. Sé que parte de sus ingresos provienen de llevar a cazadores sin experiencia al bosque para que maten un par de osos, y que para eso no le reza a la diosa Fortuna. Con dejar un par de chuletas en los senderos basta para que aparezcan los osos, especialmente si uno sabe dónde viven. Un profesional con años de experiencia como usted lo sabe de sobra. Estoy seguro de ello. »Howard Matlock le dijo al dueño del Loon Lodge que le interesaba la pesca en el hielo. Pero no trajo consigo ni armas ni cuchillos, y no mostró el menor interés por la caza. Bien, no quiero parecer desagradable, pero ¿cómo es que Matlock aparece comido por los osos cerca de su viejo cobertizo, eh, Paul?

Bressard eructó por lo bajo, levantó la lata y leyó la lista de ingredientes en francés. Cardinal llevaba en el oficio lo bastante para saber que no iba a sonsacarle nada a aquel tipo. Intentaré una última cosa, pensó. Un último recurso.

- Digamos que usted se peleó con alguien, no importa la razón. Él se abalanzó sobre usted. Tal vez usted le disparó sin querer (ni siquiera simularé saber cómo ocurrió) y luego decidió deshacerse del cuerpo.

Admito que lo hizo de forma muy original. Ahora bien, independientemente de cómo haya sucedido todo, es muy probable que lo acusen de homicidio en segundo grado, a no ser que me dé algún tipo de explicación. Nos llevará un tiempo preparar el caso, pero tenemos suficientes pruebas para empezar.

Bressard apoyó la Coca-Cola en la mesa y la hizo girar sin levantarla. Cardinal se la arrebató y la lanzó a la papelera. La lata botó varias veces contra el metal con un barullo increíble.

- Usted sabrá lo que hace -dijo Cardinal poniéndose de pie-.

He intentado ayudado, pero a usted sólo le interesa complicarse la vida.

Así que, si no me convence de lo contrario, lo acusaremos de homicidio.

La Corona ya tiene el expediente, sólo esperaban saber si usted cooperaría.

Bressard no movió un solo músculo.

- Peor para usted -dijo Cardinal-. Vámonos.

Intentó coger el brazo de Bressard por el codo pero, antes de que pudiera hacerlo, el trampero levantó los ojos tristones y dijo:

- Estoy metido en un lío.

Pues es una manera muy positiva de verlo, pensó Cardinal. Pero no pronunció palabra, prefirió tomar asiento de nuevo:

- Cuéntemelo.

- Si no digo nada, usted usará esos pedacitos de información y me encerrará de por vida. Puede que le funcione o puede que no.

- Usted descuartizó a un hombre y se lo dio de comer a los osos, Paul. No creo que ese hecho tenga muchas interpretaciones.

- Entonces deje que le haga una pregunta.

- Le escucho. -¿Qué tipo de amparo ofrece el programa de protección de testigos? ¿Me darían otro nombre? ¿Me reubicarían en otro lugar?

Cardinal suspiró. Desde 1996, cualquier matón que hubiese mantenido la más tangencial relación con el crimen organizado fantaseaba con acogerse al nuevo programa de protección de testigos canadiense. El sueño de los criminales era convertirse en testigos protegidos, dotados de una nueva identidad y una bonita casa a la orilla de un lago lejano.

- Paul, yo no tengo autoridad para incluirlo en el programa de protección de testigos. La Montada decide quién reúne las condiciones, pero anda muy corta de fondos. Yo, en su lugar, no me haría ilusiones. -¿Por qué diablos iba a entregarle a Petrucci, entonces? -¿Me está diciendo que Petrucci le encargó matar a Matlock?

- Yo no maté a nadie. Sólo he hecho una pregunta. Si la Corona me condena, me caerá cadena perpetua. Si me condena Petrucci veré la superficie del Trout Lake desde el fondo. -¿Irá a prisión por él? ¿Cumplirá condena por él? Es usted mucho más considerado de lo que me figuraba, Paul. Mucha gente no sacrificaría su vida por un tipo como Petrucci. Es usted muy atento, Paul. Me pregunto si Petrucci sabrá apreciar lo que está usted haciendo por él.

- Siga hablando, Cardinal, usted no tiene nada que perder. Yo en cambio puedo perderlo todo.

- No soy un experto en crimen organizado; afortunadamente, la RPMC se encarga de eso. Pero le diré algo, Paul: se equivoca en cuanto a Petrucci. León Petrucci no es don Corleone. León Petrucci tiene vínculos lejanos, y subrayo la palabra «lejanos» con la familia Carbone, de Hamilton. Los Carbone lo "apoyan en algunos proyectos a cambio de un porcentaje, pero no se cargan a nadie por lealtad a él. Y tampoco creo que lo echen de menos si lo enchironamos. -¿Y qué obtendré si le digo lo que sé?

- Piense en lo que obtendrá si no lo hace. Lo condenarán por asesinato, un asesinato que usted dice no haber cometido. Si nos ayuda a pillar a Petrucci seguirá siendo cómplice a posteriori, pero intercederé ante la Corona para que modifiquen su sentencia por algo así como «inmiscuirse con un cadáver», o lo que estipule la ley. -¿Inmiscuirme con un cadáver? Joder, Cardinal, va a parecer que soy un pervertido.

- Sólo significa que usted se encargó de hacerlo desaparecer, que se lo dio de comer a los osos.

- Que se lo di a los osos, sí. Pero que no parezca que anduve «inmiscuyéndome» con el fiambre.

- Dependiendo de lo que nos diga de Petrucci, estoy dispuesto a pedir a la Corona que le otorguen custodia especial, y hablaré con Musgrave acerca del programa de protección de testigos.

Bressard bajó la mirada al suelo y maldijo.

- Como le he dicho antes, yo no maté a nadie. El domingo pasado a eso de las nueve, la patrona y yo estábamos desayunando y sonó el timbre. Mi mujer abrió la puerta pero no había nadie, sólo un sobre gordo entre la puerta y la mosquitera. El sobre iba dirigido a mí. No ponía nada más. Lo abro y veo que hay cinco mil dólares en metálico y una nota. -¿Qué decía?

- La nota decía: «En tu cobertizo encontrarás una nueva remesa de cebo. Cuando los osos hayan cenado tendrás otros cinco mil». -¿Iba firmada?

- Sólo con una P, una P mayúscula. A Petrucci le extirparon la laringe y tiene que comunicarse por escrito.

- Lo sé. ¿La nota estaba escrita a mano o a máquina?

- A máquina. Pensé en tirada, pero nunca se sabe. Me dije que quizás algún día me haría falta.

Bressard rebuscó en su bolsillo y sacó la cartera.

- Espere -dijo Cardinal-. No la manosee más de lo necesario.

Déjela encima de la mesa.

Bressard vació la cartera encima de la mesa. Junto con unas monedas y media docena de billetes de lotería cayó el trozo de papel doblado.

Con las uñas, cuidadosamente y sin plancharlo, Cardinal desdobló el papel. El texto era muy similar al repetido por Bressard:

«Encontrarás una nueva remesa de cebo en tu antiguo cobertizo. Cuando los osos hayan cenado recibirás otros cinco».

En el lugar de la firma sólo había una P. La nota parecía impresa con un ordenador. Eso significaba que no habría ninguna máquina de escribir con la que cotejarla.

- Podría haberlo escrito cualquiera -observó Cardinal-. Lo último que sé de Petrucci es que se mudó a Toronto para estar más cerca del Hospital Monte Sinaí.

- Ya, como si eso fuera a alejarlo de los negocios. No hay mucha gente que me deje cinco de los grandes en el buzón y un fiambre para que lo haga desaparecer. Ya le he dicho que Petrucci no puede hablar, que le extirparon la laringe. Quién cojones iba a encargarme semejante trabajito, ¿eh? -¿Cómo sé que la nota no la ha escrito usted para cubrirse el culo?

- Joder, Cardinal, usted no cree en nada.

- Para eso me pagan. -¿Y cómo hace para vivir? ¿Cómo cruza la calle? Quiero decir, ¿cómo sabe que la calle no se va a hundir cuando la pise? Hay que creer en algo, ¿no? Si no, ¿qué gracia tiene vivir?

- De acuerdo. ¿Qué hizo después?

- Fui al cobertizo, al de antes, al que no uso desde hace siete u ocho años. Por cierto, así conocí a Petrucci: lo llevé a cazar osos hará unos diez años. En fin, llegué al cobertizo y delante de la puerta encontré una bolsa grande, como una bolsa de deporte gigante. Ni siquiera tuve que abrirla, enseguida supe lo que había dentro. Era la primera vez que no tenía dudas de que fuera un fiambre. ¿Qué iba a hacer? ¿Llamar al Departamento de Sanidad?

- Podría haber llamado al Departamento de Policía.

- Se ve que conoce a Petrucci cojonudamente. El tipo estaba muerto, y me figuré que tampoco le iba a doler.

- Sabemos que trasladó el cuerpo al interior del cobertizo. ¿Lo hizo con ayuda de Ferand?

- No. -¿Tuvo algo que ver su amigo en todo esto? Ocultárnoslo no le va a ayudar en nada.

- Thierry no tuvo nada que ver. -Era cierto, los peritos no habían encontrado ninguna prueba contra Ferand-. Pero cuando terminé con todo el asunto, se lo conté. -¿Descuartizó el cuerpo usted solo o lo ayudaron?

- Lo hice solo. Soltó mucha sangre. Le vaya ser sincero: lo primero que hice fue vomitar. No sé, he visto un millón de animales muertos y nunca me había molestado. Pero ver a un ser humano muerto es muy distinto, aunque uno no lo conozca, ¿me entiende?

- De maravilla.

- En fin, no quería mancharme de sangre. Así que hice un paquete con los pedazos, lo até con una cuerda y lo arrastré al camino donde merodean los osos. Sabía que estarían despiertos. Me figuré que no quedaría mucho del muerto. -¿Le entregaron el cuerpo desnudo?

- No, yo lo desnudé. No quería tener que serruchar a través de la ropa. Me figuré que a los osos no les iría demasiado el poliéster.

- Encontramos restos de ropa en la estufa. ¿Matlock llevaba algo más encima? ¿Alguna identificación o efecto personal que usted se haya guardado?

- No. No me quedé nada, no había nada que quedarse. Metí toda la ropa en la estufa y ya está. -¿Reconoció al muerto?

- No, no lo había visto en mi vida.

- Lo siento, pero no me creo el rollo del Padrino. ¿No sabe por qué Petrucci querría cargarse a ese tipo?

- No, y no se me ocurrió preguntar.

- Paul, usted tiene un oficio que da dinero, esposa, una casa bonita. ¿Por qué descuartizó a un tipo que ni siquiera conocía? -¿Por qué? -Bressard perdió la mirada en la pared de la sala de interrogatorios. Tras unos instantes de reflexión se volvió hacia Cardinal-: Le diré por qué. Hay dos razones. La primera es León Petrucci. Y la segunda es León Petrucci. ¿Qué cree usted que me hubiera hecho si le hubiese contestado: «Muchas gracias, pero no puedo. Ando un poco liado»? ¿Cree que iba a dejarme seguir con mi vida como si nada? Pues yo no lo creo.

- Y además estaban los diez mil.

- Cinco. Los otros cinco todavía los estoy esperando.

Cardinal hizo que Bressard firmara una declaración breve y luego lo condujo a los calabozos. Esa tarde lo acusarían formalmente.

Después lo dejarían en libertad para que hiciera lo que quisiera, pero principalmente para poder vigilarlo.

Cardinal llamó a Musgrave, que regresaba en coche a Sudbury. -¿De veras cree que es un asunto de la mafia? -preguntó Musgrave-. ¿Cree que la nota significa que fue un encargo de Petrucci?

- No sería la primera vez que Bressard trabaja para Petrucci.

Pero creo que fue hace unos ocho años, antes de que usted entrara en la Montada.

- Es cierto. Por aquel entonces yo todavía estaba en Montreal.

- Investigamos un caso en el que Bressard estaba implicado por casi matar a golpes a un tipo por orden de Petrucci -dijo Cardinal-.

Nunca pudimos pillar a Petrucci porque Bressard estaba acojonado y no quiso involucrar a su jefe. Pero durante la investigación muchos implicados mencionaron al mafioso. Uno de ellos incluso tenía una nota firmada con una P. Sabemos que a Petrucci le extirparon la laringe hace años; es lógico que se comunique por escrito. Por otra parte, Bressard podría estar mintiéndonos por el morro.

- Teniendo en cuenta las consecuencias, me impresiona que haya conseguido hacerle hablar. Sabe que León Petrucci se mudó a Toronto.

- Eso he oído.

- Lo cual sugiere que el encargo es una posibilidad lejana.

Hágame un favor, Cardinal, déjeme a mí las averiguaciones sobre Petrucci. Se las encargaré a un amigo de nuestro destacamento de Toronto. Ellos son especialistas en temas relacionados con el crimen organizado.

- De acuerdo.

Por el auricular se oyó maldecir a Musgrave. -¿Qué sucede, Malcolm?

- Un maldito conductor de camiones acaba de cruzarse delante de mí. Es increíble, nunca hay policías cuando uno los necesita.