2
Después de tomarle los datos a Etmundo y encerrarlo en un calabozo, Cardinal regresó a su escritorio para redactar los informes suplementarios.
La suma de dinero en cuestión era minúscula. Si Etmundo hubiera optado por llevarse el contenido de una caja registradora, le habría caído una condena mínima y ya estaría en libertad condicional.
Pero Cardinal sabía que la Corona insistiría en la acusación de «robo a mano armada», y así confeccionó su informe.
Estaba a punto de terminar cuando lo llamó la sargento Mary Flower, que regresaba de las celdas de detención.
- Oiga, Cardinal, será mejor que hable con Etmundo. -¿Con Etmundo? -repitió Cardinal incrédulo-. ¿Es muy importante?
- Dice que tiene información sobre un homicidio.
Cardinal miró a Delorme. Su compañera, sentada a varios escritorios de distancia, puso los ojos en blanco.
- Sabe que es bastante improbable, ¿verdad?
- Yo no tengo nada que ver -contestó Flower encogiéndose de hombros-. Dígaselo a él.
Cardinal y Delorme se dirigieron a la zona de detención.
Constaba de ocho celdas que formaban una L entre la puerta de entrada para detenidos y el garaje. Etmundo estaba en el antepenúltimo calabozo, el único ocupado por el momento.
- No hablaré si no llegamos antes a un acuerdo -dijo Etmundo intentando parecer un tipo duro. Con ojos de perro abandonado y una camiseta apestosa, el pobre era la criatura más desamparada que Cardinal hubiera visto jamás-. Quiero hacer un trato. Así podré salir bajo fianza, ¿no?
- Hay pocas posibilidades de que eso ocurra -advirtió Cardinal-. Pero todo depende de qué nos cuentes. No puedo prometerte nada.
- Pero ustedes le hablarán bien de mí, ¿verdad? ¿Le dirán que cumplí con mi deber de ciudadano y ayudé a la policía?
- Si nos das información útil, le diremos al fiscal que nos has echado un cable. -¿Le dirán también que estoy arrepentido? Díganle que lamento lo del banco…, no sé en qué estaría pensando.
- Se lo diré, Robert. Ahora cuéntame eso que sabes.
- Me siento fatal porque usted siempre me dice que no me meta en líos. No vaya a creer que no aprecio sus consejos ni que no escucho lo que me dice, sí lo escucho. Sólo que cuando se me mete una idea en la cabeza, pues… Ya sabe, empieza a dar vueltas y vueltas en el tarro como una toalla en una secadora.
- Robert… -¿Qué?
- Dime lo que sabes.
- Vale. El día antes de simular el atraco al banco…
- Te llevaste dinero y por tanto fue un atraco en toda regla -intervino Delorme.
- Vale, de acuerdo. El día anterior yo estaba en Toronto visitando a mi novia…
Cardinal se prometió indagar más acerca de la novia de Etmundo apenas le sobrara un poco de tiempo. Se trataría de una lunática o una santa, por lo menos.
- Pues que estaba en Toronto visitando a mi chica y una noche decido salir. Ya sabe, por mi cuenta. Así que me acerco a Spadina. ¿Conoce un bar llamado el Penny Wheel?
- De sobra.
Antes de residir en Algonquin Bay, Cardinal había pasado varios años en la Policía de Toronto. Todo miembro de esa fuerza conocía el Penny Wheel. Era un sótano apestoso ubicado en Spadina. El típico tugurio con asientos de vinilo rojo que únicamente atraía a delincuentes.
Lo increíble era que, a diferencia de prácticamente el resto de la ciudad, ese garito no había cambiado un ápice durante años.
- Pues que estoy en el Penny Wheel, y entonces entra Thierry Ferand. Conoce a Thierry, ¿no? Caza animales y vende las pieles y ese rollo.
- Lo conozco -repuso Cardinal.
Era cierto, Thierry era uno de los tramperos de la zona. Dos veces al año se dejaba caer por la ciudad para subastar su mercancía y dos veces al año solían detenerlo por embriaguez, alteración del orden público y a menudo por agredir a alguien. Se rumoreaba que a veces le hacía algún trabajito a la versión autóctona de la mafia, aunque nunca habían podido probarlo. Era un tipo menudo pero peligroso, que no dudaba en atacar a traición. Cuando se cabreaba, sus manos diminutas y sucias sacaban a relucir puños americanos.
- Thierry y yo nos conocemos desde hace años -explicó Etmundo.
- De la temporada que pasaron juntos en la penitenciaría de Kingston, imagino. -¡Vaya! ¿Cómo se enteraron de eso? Ustedes los polis son la leche, ¿eh? Bueno, pues que veo a Thierry sentado ahí solo en un rincón y me acerco. Nos ponemos a rajar. Thierry está muy borracho, pero que muy pedo, ¿sabe lo que le digo? Así que empieza a contarme movidas…
- Etmundo se acercó a los barrotes y oteó hacia ambos lados del pasillo.
Luego, como si fuera a desvelar un secreto de Estado, dijo-: Movidas muy tochas. -¿Como cuáles?
- No mucho, un fiambrillo… ¿Le interesa?
Robert Henry Hewitt podía ser muchas cosas, pero no era ni de lejos el mejor actor del mundo. Cardinal hizo un esfuerzo por no reírse.
No quiso ni mirar a Delorme para no tentarla y acabar ambos muertos de risa.
- Pues sí, Robert. Un homicidio nos interesa. -¿Y les dirá a los tipos de la Corona que yo les eché una mano?
- Se acabó, nos vamos -dijo Cardinal dirigiéndose a la puerta. -¡Vale, vale, espere un poco! Le diré lo que sé. Qué duro es, ¿eh? He conocido a tipos más tranquis en chirona -se quejó Etmundo, y como queriendo sacarse de la cabeza la impaciencia de Cardinal, se taladró la oreja con el meñique-. Como le iba diciendo, Thierry estaba como una cuba y me contó un montón de cosas de las que se había enterado. Estaba asustado, ¿entiende? Después de pimplarse la décima cerveza, se apoyó en la mesa y me contó lo que le pasó a un colega suyo.
Otro trampero llamado Paul Bressard, ¿me sigue? Por lo visto, Bressard le debía pasta a un menda de fuera de la ciudad y se lo cargaron. Puede que fuera de la mafia, un «padrino» o algo así… ¿Ha alquilado alguna vez esa peli? -¿Podemos seguir con la historia, Robert?
Hasta ahí la historia era cierta. Hacía ya tiempo Bressard había sido condenado por agresión con agravantes por dejar medio muerto a un tipo que debía dinero a León Petrucci. Quizás a eso se refería aquella mención en las escuchas realizadas al mafioso cuando le pincharon el sintetizador de voz que usaba para comunicarse (Petrucci había sufrido un cáncer por fumar demasiados puros cubanos). El mafioso había dicho a Bressard que sería muy bien recompensado si le «explicaba nuestro punto de vista» al deudor. Pero los jurados no lo vieron claro y ni Bressard ni Petrucci cumplieron un solo día de condena. Era factible que su relación con la mafia hubiera terminado por mandar al propio Bressard a criar malvas.
- Lo que quiero decirle es que un forastero, un mal bicho, vino a Algonquin Bay a buscar a Bressard y se lo cargó. Thierry dice que sabe dónde está el cuerpo.
Cardinal se volvió hacia Delorme: -¿Alguien ha denunciado la desaparición de Bressard?
- Que yo sepa, no. Pero me fijaré en el tablero.
- Muy bien, Robert, ¿dónde está ese cadáver? -¿Tengo que decírselo antes de que intercedan por mí?
- Digamos que no te hará daño. Dime, ¿cómo se enteró Thierry Ferand de ese supuesto cadáver? ¿Cómo sabe dónde lo enterraron? -¡No lo sé y no se lo pregunté! -Etmundo inclinó la cabeza hacia un lado como aquel perro de la RCA Victor. Después se rascó la coronilla y admitió-: Bueno, quizá me lo dijo, pero yo también había pimplado unas cuantas birras. De todos modos, le he informado de una muerte de la que usted no tenía ni idea, ¿no es cierto? Y la Corona lo va a tomar en consideración, ¿verdad?
- Comprobaré lo que me has dicho -zanjó Cardinal-. Pero ya sabes la que te va a caer si me haces perder el tiempo.
- No, señor. Nunca haría semejante cosa. ¿Por quién me ha tomado?