Epílogo
LOS rayos de sol me dan en toda la cara. Abro los ojos como puedo, parpadeando un par de veces hasta que me acostumbro. Estiro el cuerpo en las sábanas suaves y frescas y giro la cabeza. Esta aquí, conmigo. Duerme tranquilo. Adoro sus largas pestañas. Me encanta la curva de sus labios carnosos. La marca de su sien me parece perfecta.
Sin embargo, no he dormido nada bien. Me he tirado casi toda la noche despertándome a causa de las pesadillas. En ellas yo le decía que le quería y él se reía de mí una y otra vez, sus carcajadas llenaban mis oídos y a ellas se unían las de Nina, que no sé por qué, aparecía de repente. Y luego, llegaba más y más gente. Todos los que estuvieron en la campaña. Los que me vieron caer en la fiesta. Incluso Judith y Eric se burlaban de mí. Ha sido terrible. La verdad es que soy bastante tonta porque, desde que se confesó en la fiesta, se ha portado conmigo fenomenal.
Pero no sé si la he cagado o qué. Supongo que ha sido demasiado pronto para soltar esas dos palabras, pero no he podido evitarlo, me estaban quemando en la garganta. Nunca me he enamorado tan rápido de nadie, y sé que de él lo estoy. Tengo miedo a no ser correspondida. No sé si podría soportarlo. Pero, al fin y al cabo, ¿qué esperaba yo? No hace ni tres meses que dio la cara por mí ante Nina. Creo que eso ya fue una gran muestra de... ¿amor? Y luego, le dijo a mi madre que yo era su novia, cuando pensaba que jamás pronunciaría esa palabra. Así que algo sentirá por mí, aunque quizá él sea una persona que necesita más tiempo para habituarse. Yo antes era así, muy fría y calculadora... Ha sido él quien me ha cambiado. Y, posiblemente, sólo podría serlo con él.
Le doy un suave besito en la frente y le acaricio el pelo tan suave. Él ronronea de placer y alarga un brazo con el que me cubre por completo.
—Voy a ir a ducharme, ¿vale? Y luego prepararé el desayuno.
—No, tú eres la invitada aquí... —murmura con voz somnolienta, los ojos aún cerrados. Se los beso.
—Quiero traértelo a la cama. Me hace ilusión.
Se rasca los ojos y los abre un poco. Me dedica una radiante sonrisa.
—De acuerdo —acepta al fin.
Me levanto de la cama. Estoy desnuda y sé que él me sigue con la mirada. Giro la cabeza y le tiro un beso. Él me lo devuelve. Bueno, al menos no está raro. Me había asustado imaginando que después de lo de anoche me iba a tratar diferente.
En la ducha me convenzo de que sólo necesita tiempo. Estoy dispuesta a dárselo, aunque me gustaría que este amor fuese rápido, vivirlo intensamente, tal y como hacemos con el sexo. Me pregunto si soy capaz de darle lo que busca. No tengo dinero. No he vivido la vida locamente y tampoco sé hacerlo. No soy tan bonita como las mujeres con las que se ha rodeado hasta que me ha conocido. Tan sólo tengo mi alma para ofrecerle, y espero que sea suficiente.
Cuando salgo de la ducha me digo que todo va a ir bien porque me lo merezco. Acudo a la cocina y trasteo en la nevera y en los estantes. Tiene de todo. Supongo que fue a comprar sabiendo que yo iba a estar aquí. Saco unas naranjas para preparar un zumo natural. Saco la leche y también pan para tostarlo. No encuentro mantequilla. Saco un exprimidor que encuentro en uno de los estantes bajos.
—¡Buh!
Doy un brinco cuando me coge de las caderas. Joder, no le había escuchado. Me giro hacia él, intentando mostrarle una sonrisa, pero lo cierto es que de repente me siento rara. Yo... no puedo dejar de pensar en lo que hice anoche y me siento tan ridícula. Me coge de la barbilla para besarme, y yo ni siquiera separo los labios. No puedo mirarlo a los ojos.
—¿Te pasa algo?
—¿Qué tendría que pasarme? —ladeo la cabeza.
—No lo sé, dímelo tú. Estás muy seria.
—Estoy como siempre —intento exprimir las naranjas, pero no tengo suficiente fuerza. Me aparta y se pone a hacerlo él.
—Sara, que no soy tonto. A ti te pasa algo —dice, llevando las naranjas exprimidas a la papelera.
—Yo tampoco soy tonta. —No venía a cuento, pero me ha salido.
—Ya lo sé. Si fueras tonta no me gustarías —se ríe, un tanto confundido.
Observo el anaranjado zumo en silencio. Él trata de agarrarme, pero me aparto un poco. Desiste y se da la vuelta. Como tan solo va vestido con la ropa interior, puedo ver la marca de su coxis a la perfección. A mí no puede engañarme. Eso es la cicatriz de un tatuaje, y sigo sin comprender que me mienta.
—Voy a la ducha —me anuncia, aún de espaldas. Da unos toquecitos en la encimera con los nudillos. Parece nervioso. Yo me quedo muy parada. Entonces se gira y me sonríe. Y esa sonrisa puede iluminarme todo el día—. Mira, Sara, tú me importas. No soy hombre de muchas palabras pero puedo intentarlo contigo. Sé que estaremos bien. Buscaré otro trabajo, y quizá podamos hacer un viaje juntos y disfrutar. ¿No te gustaría que nos marcháramos a alguna playa paradisiaca nosotros dos solos? Tú, desnuda en el agua, solo para mí... —Esta vez, cuando me abraza, no me aparto. Necesito su contacto casi como el aire que respiro.
Suspiro, con los ojos cerrados. Asiento. Sí, sé que todo va a ir bien. Los dos lo lograremos juntos. Yo voy a luchar por lo que podemos llegar a tener, que sé que será muy grande. Me aprieto contra él con fuerza, aspirando su aroma matutino.
Puede que vengan otras mujeres con las que ha compartido cama en el pasado. Pero él me aseguró que no eran como yo. Y le creo.
Puede que todavía me esté ocultando algo, pero lograré sacárselo. Estoy decidida: rebuscaré en su alma y haré que se abra, ofreciéndose entero a mí, dándome todo de él.
Cuando alzo los ojos y me encuentro con los suyos, no puedo evitar sonreír. Me mira de una forma mucho más sincera. Antes solo podía leer en sus ojos pasión y deseo; sin embargo, ahora hay más. Ahora me puedo ver reflejada en sus ojos. Me devuelve la sonrisa: ancha, bonita, luminosa.
—Me encantaría hacer ese viaje —murmuro.
Él desliza una mano hasta mi mejilla y me la acaricia. Después se inclina y me besa suavemente, hasta que me agarro con ímpetu a sus brazos y lo hace con más ganas. Hay un sabor distinto en su lengua, un sabor que me acerca a la esperanza.
—No sabes lo contento que estoy por saber que pasaremos juntos el verano —susurra, contra mis labios.
—Lo sé. —Cierro los ojos, apoyada en su frente.
Queda mucho por delante. Muchos días para compartir caricias, besos y abrazos, para enrollarme en sus sábanas, para contemplar su rostro al amanecer, para ir acercándome a su alma.
Ahora mismo, no tengo tantas dudas. Ahora mismo, solo quiero vivir abrazada a él.