24
ESPERAMOS unos minutos ante la puerta de la habitación de Eric. Nadie nos abre, pero dentro se escucha la televisión. Nos quedamos mirándonos y yo me encojo de hombros. De todos modos, no estoy hecha para asistir a esa cena. Ella no se conforma y vuelve a golpear la puerta con los nudillos, esta vez con mucha más fuerza. Un minuto después nos abre un Eric con el pelo revuelto, ojos somnolientos y torso desnudo. Menudo abdomen tan marcado, debe de estar durísimo. Seguro que será como golpear un muro. Uf, menudos bíceps. Pero no está tan musculado como el hermano de Abel. Es totalmente diferente... Tan diferente que ha conseguido que me quede con la boca abierta. Jo-der. Lleva los vaqueros muy bajos así que puedo ver cómo se le marca la pelvis.
Bueno, ya está bien. Yo no soy de esas mujeres que babean ante un tío bueno. Vale, ahora parece que no haya visto a uno en toda mi vida, pero juro que no es así. No sé qué me pasa últimamente. Sólo puedo decir en mi defensa que, aunque he visto a hombres atractivos en mi vida, no lo han sido tanto como estos. Dios los cría y ellos se juntan. Y yo no puedo ir a probarme ropa con este Adonis.
—Estaba durmiendo una fantástica siesta —dice con voz amodorrada—. Tenéis suerte de ser vosotras las que me habéis despertado.
—¿Has tenido sueños bonitos? —le pregunta Judith con una sonrisa de dientes apretados.
—La verdad es que sí. —Se apoya en el marco de la puerta con los brazos cruzados—. Tú aparecías desnuda en uno de ellos —se echa a reír.
Judith le intenta dar un manotazo en el brazo, pero él se aparta a tiempo.
—Venga, ¿qué es lo que queréis?
—Sara necesita tu ayuda. —Se mete en la habitación con toda la tranquilidad del mundo.
Eric me mira y se encoge de hombros, indicándome que pase. Yo intento mantenerme muy lejos de él cuando cruzo por su lado. Una vez dentro descubro a Judith escribiendo algo en un papelito pequeño, el cual entrega a Eric. Este lo lee con atención y frunce el ceño.
—Esto no está muy lejos de aquí, ¿no?
—A unos quince minutos andando —responde Judith, poniendo la tapa al boli y dejándolo en la mesa.
—Vale. —Eric asiente sin dejar de observar el papel—. ¿Y por qué me das esto?
—Tienes que acompañar a Sara a esa tienda —Le señala algo en el papel.
—¿Yo?
—Pues sí. Yo he quedado y no puedo. ¡Sara te necesita!
Él se gira hacia mí, interrogándome con la mirada. Abro la boca sin saber qué decir. Estoy segura de que me he puesto roja, porque noto que me arde la cara.
—No... Eh... Vaya, que si no puedes tampoco pasa nada —logro responder.
—Sí pasa —le dice Judith a Eric, el cual aparta la vista de mí y la deposita de nuevo en ella. Parece un poco confundido—. Abel quiere que vaya a la cena de esta noche y no tiene nada que ponerse.
—Bueno, pues sí, habrá que solucionar eso. —Vuelve a mirarme a mí con una sonrisa abierta. Yo me pongo más roja todavía. No sé por qué, pero me siento ahora mismo como una cría delante de ellos. Y menos mal que son muy amables, porque si no, estaría ya completamente histérica—. Pero... ¿Por qué no la acompaña Abel?
—Mira, mejor no hablemos de ese inútil —Judith se dirige hacia la puerta y nosotros la seguimos, aunque Eric se planta sin intención de salir. Y yo me quedo detrás de él porque no sé qué hacer—. Ya te contará Sara... ¡A ver si despierta ya, coño!
Se pone de puntillas para darle un beso, y aun así él tiene que inclinarse. A continuación me hace un gesto para que me acerque a ella y se despide también de mí. Me da un apretón en el hombro y me dirige una mirada con la que parece querer decirme que esté tranquila. Yo intento mostrarle una sonrisa, pero supongo que me sale una mueca extraña. En fin, que soy un libro abierto. Una vez se ha marchado, Eric y yo nos quedamos solos en la habitación. Él cierra la puerta y se mete en el dormitorio, donde tiene la camiseta encima de la cama.
—¿Dónde está Abel? —me pregunta mientras se la mete por la cabeza. Oh, mierda, mira cómo se le contraen los músculos del estómago. Y tiene un bronceado perfecto.
—Con Nina. —Me entra un nudo en el estómago cuando digo su nombre.
—¿Qué ha ocurrido al final? —Se acerca a mí, y yo instintivamente me echo hacia atrás, aunque él se detiene a un par de metros—. Judith y yo hemos intentado detenerla, pero es como un huracán.
—La verdad es que todo lo que ha sucedido me parece increíble —me dirijo a una de las sillas del saloncito y me siento en ella, porque de recordar lo que he vivido me ha entrado un mareo...
—Supongo que la tienda a la que tenemos que ir no abrirá hasta las cuatro y media o las cinco —me dice él, sentándose en otra de las sillas—. Todavía son las dos y media. ¿Te apetece ir a comer algo? —Tiene una sonrisa muy bonita, la verdad.
No sé si debería ir a comer con él. Es amigo de Abel y se supone que confiarán el uno en el otro, pero no sé por qué, me parece que a él no le hará mucha gracia que esté a solas con este chico. Me saco el móvil del bolsillo trasero del pantalón y le pregunto a Eric:
—¿Me puedes decir su número?
—¿El de Abel?
Asiento con la cabeza. Él se rasca la barbilla en la que se marca una barbita incipiente y me recita el número. Yo lo apunto en la agenda y a continuación le desbloqueo.
—¿Vas a pedirle permiso para comer conmigo? —me guiña un ojo. Siento que esta vez sí estoy ardiendo. Lo más seguro es que ahora sea un tomate andante.
—No, sólo le voy a decir que no estaré en la habitación —Pero en realidad sí voy a decirle adónde voy. Escribo el mensaje y se lo envío. Sin embargo, no se ha conectado desde esta mañana y no le llega mi wasap. Pues nada, tampoco voy a estar esperando a que me conteste.
—¿Entonces qué...?
—Vale, vamos a comer —asiento, con la cabeza agachada, jugueteando con la pantalla del móvil.
—¿Qué te apetece?
—Me da igual. Lo que sea.
Él se queda pensativo unos segundos y a continuación se levanta. Coge la cartera que está encima de la mesa y se la mete en el bolsillo. Agarra la chaqueta colgada de la silla y se la pone. Yo también me incorporo y le sigo cuando se dirige a la puerta. Una vez fuera, comprueba varias veces si está bien cerrado.
—Es una de mis manías —Me lo dice poniendo cara de niño bueno.
—Yo también tengo algunas —confieso, con una sonrisa en el rostro.
En el ascensor ninguno de los dos habla. Me siento un poco incómoda, a pesar de que él intenta tranquilizarme mirándome un par de veces y dedicándome una amable sonrisa. Pero tan sólo consigue que me fije más en lo guapo que es. Y me hace recordar lo bonita que es Judith, y lo escultural que es Nina. Y me imagino que casi toda la gente que pululará por la cena de esta noche será perfecta y divina. Y yo pareceré una gamba entre tantos pececillos de colores.
Nada más se abren las puertas del ascensor, salgo escopeteada y me choco contra alguien. Ha sido un golpe fuerte, tanto que casi me caigo y Eric me tiene que sostener. Cuando me fijo, abro la boca con expresión de horror. La persona que se encuentra delante de mí es Gabrielle Yvonne. Tendrá unos cincuenta años, pero parece mucho más joven. Todavía tiene una piel tersa y bonita, aunque quizá se haya operado. Lleva el cabello recogido en un peinado muy elegante y va vestida con un traje chaqueta de color melocotón. Me voy a disculpar cuando ella espeta:
—Ve con más cuidado, niña.
Puedo leer en sus ojos la molestia que le he causado. Yo agacho la cabeza, pidiéndole perdón en silencio. No podría estar más avergonzada. Y ella me ha dado un repaso general, tal y como Nina ha hecho un rato antes. Pensar que tengo que asistir a la cena de esta noche y encontrarme con esta mujer me pone mala. ¡Cómo se va a quedar cuando me vea allí! Espero que haya mucha gente y no nos encontremos. Mientras pienso en todo esto, Yvonne me hace un gesto para que me aparte. Cuando lo hago, descubro a un señor gigante con gafas de sol que camina tras ella y al que no había visto antes. Ambos se meten en el ascensor, pero ella continúa mirándome con mala cara. Yo querría expresarle mi aflicción, pero lo cierto es que no me sale ni una palabra y las puertas se cierran antes de que haya conseguido decir algo.
—Me va a odiar. —Consigo abrir la boca al cabo de unos segundos.
—Nada, ella es siempre así. —Eric me coge del brazo y me encamina hacia la salida—. Seguro que ya ni se acuerda de ti. —Sé que lo hace por tranquilizarme. Estoy segura de que la mujer esa me va a recordar toda la vida por ser la chica pobremente vestida que por poco le rompió la nariz.
Él me mira de arriba abajo unos instantes antes de salir y dice:
—No llevas chaqueta. ¿Quieres que subamos a por ella?
—¡No! —exclamo. Sólo faltaba que volviera a encontrarme con Yvonne. Prefiero pasar frío.
No obstante, cuando salimos a la calle nos encontramos con un día soleado y bastante cálido. Con la camiseta interior y el suéter que llevo voy a tener bastante. Caminamos calle arriba todavía en silencio. Yo no paro de pensar en lo que me ha sucedido. Si es que soy una patosa, ¿por qué nunca miro por dónde voy?
—¿Te gusta Barcelona? —me pregunta en ese momento Eric.
—Mucho —respondo, girándome hacia él. Tengo que guiñar los ojos porque el sol me da de cara.
—Nosotros hemos venido bastantes veces. Me conozco casi todo el centro como la palma de mi mano —me explica. Se me queda mirando unos segundos y me sorprende diciendo—: Tienes pecas. Son graciosas. —Se echa a reír.
Yo me llevo la mano a la nariz y me la tapo, aunque también me echo a reír. Cuando hace sol o en verano, las pecas se me marcan un poco más. No es que tenga muchas, pero ahí están cuando los rayos me dan de frente.
Mientras paseamos por el Paseo de Gracia, me doy cuenta de que es una avenida muy elegante, con muchas tiendas de ropa de las mejores firmas y diversos restaurantes que imagino serán muy caros. Tampoco se me pasa por alto la hermosa arquitectura de los edificios. Me paro unos segundos a observar los balcones de uno de ellos. Eric se sitúa a mi lado y lo estudia también.
—¿Te interesa el arte?
—Es algo raro, pero a veces sucede que descubro un lugar que me llama la atención y necesito observarlo durante un rato —le confieso, un tanto avergonzada.
—No es raro —me asegura, mirándome muy fijamente.
Rompo el contacto visual y continúo caminando. Llegamos a la Casa Batlló de Gaudí y la contemplo con sobrecogimiento. Es una preciosidad, me encanta el contraste de colores.
—¿Quieres que entremos? —me pregunta.
Me encantaría, pero lo cierto es que el estómago lleva rugiéndome un buen rato y no he querido decírselo para no parecer una pesada. Sin embargo, ya no aguanto más, necesito comer algo porque si no, me caeré desmayada.
—Preferiría comer antes —respondo, llevándome una mano al estómago dolorido—. Podemos venir después.
Él asiente y, de repente, me coge de la mano. Me pilla totalmente de sorpresa, pero no me da tiempo a decir nada porque me arrastra y al final acabamos los dos corriendo por entre la gente que pasea por la avenida. Cuando llegamos a la calle Aragón, se detiene y me echa un vistazo para ver si estoy bien. Yo me echo a reír ante su mirada asustada y se la contagio en cuestión de segundos. Parecemos dos tontos riéndonos en medio de la calle, yo inclinada hacia delante con las manos puestas en las rodillas y él apoyado en una farola. Dos chicas pasan por nuestro lado y se ríen también, aunque lo hacen con la mirada puesta en Eric, por supuesto.
—Ya no queda nada —me dice, echando a andar de nuevo.
Minutos después entramos en un restaurante llamado El Mussol, de aspecto rústico, pero a la vez moderno y agradable. Está bastante lleno, pero por suerte no tenemos que esperar mesa porque hay una libre para dos comensales. Eric no aparta los ojos del trasero de la camarera que nos lleva hasta nuestros asientos. Cuando nos deja la carta, yo me apresuro a echarle un vistazo. ¡Bien! Todo está en español y los precios son asequibles. Aunque... a este paso no sé si voy a poder pagar el vestido.
—Invito yo —me informa Eric, como si me hubiese leído el pensamiento.
—No, yo... —niego con la cabeza bastante angustiada. Ya me avergüenza demasiado que lo haga Abel, como para que ahora su amigo también...
—Insisto. —Se inclina hacia delante, con la barbilla apoyada en el dorso de las manos—. No me voy a quedar pobre por esto.
Al final acepto su invitación, pero no sin antes prometerle que le invitaré a alguna copa cualquier noche de estas que pasemos en Barcelona. Él se echa a reír y asiente con la cabeza mientras lee el menú. Una vez hemos pedido, vuelve a posar sus ojos castaños en mí. Yo jugueteo con el tenedor, un poco nerviosa.
—¿Cuántos años tienes?
—Veinticuatro —Bueno, esa no es una pregunta difícil.
—Pareces más joven —dice pensativo—. ¿Y a qué te dedicas?
—Estoy terminando la carrera de Filología y trabajo en una academia dando clases a niños.
—¿Quieres ser profesora?
La camarera nos trae las botellas de agua. A mí me la abre muy seria y a Eric con una gran sonrisa. Me recuerda a la vez en que comí con Abel en el restaurante aquel tan lujoso. Al parecer, estoy destinada a vivir este tipo de situaciones si me rodeo de hombres como ellos.
—Me gustaría hacer un doctorado —Doy un traguito.
—¿Y qué sueles hacer en tu tiempo libre?
En tan sólo cinco minutos ya me ha preguntado más cosas que Abel. Eso es algo que me pone nerviosa porque las veces que nos hemos visto, lo único que hemos hecho ha sido discutir o practicar sexo. Es indignante y no sé si una relación que empieza así podría funcionar muy bien. Es como si no le interesara saber sobre mí, aunque diga que le gusto. Intento que no se me note el malestar porque sería muy incómodo explicarle a su mejor amigo todo lo que siento:
—Pues... No sé... Me gusta salir con mis amigas, el cine... Me encanta leer.
—Interesante —Bebe de su copa y cuando la aparta se lame las gotas de los labios, los cuales me quedo mirando absorta. Él parece darse cuenta y esboza una pícara sonrisa.
—¿Y a ti? ¿Te gusta leer? —intento desviar su atención.
—Si te soy sincero, no leo mucho. Hace bastante que no tengo un libro entre las manos —contesta mientras acaricia con un par de dedos su copa. A continuación me mira muy serio y me pregunta—: ¿Me recomiendas alguno?
—Pues... ¿qué tipo de historias te gustan?
Me quedo mirando el panecillo que tengo a la derecha. Me da un poco de vergüenza lo que voy a hacer, pero es que me duele mucho el estómago... Así que me parto un trocito de pan y me lo llevo a la boca. Él me escruta mientras mastico y, para mi sorpresa, muerde también un trozo. Me llevo una mano a la boca para aguantar la risa.
—Lo que más he leído ha sido de suspense. —Coge una bolita de miga y se la traga.
—Quizá podrías leer algo de Carsten Stroud, si no lo has hecho ya.
—¿Me lo apuntas? —Me acerca su servilleta, al tiempo que con la otra mano se saca un pequeño boli del bolsillo.
Yo le apunto el nombre de la autora y se la devuelvo. Él se queda leyéndolo unos segundos y asiente con la cabeza. Lo miro mientras rompe el pedazo de servilleta escrito para guardárselo después en el pantalón, junto con el boli. En ese momento llega la camarera y deposita en la mesa nuestros platos. Eric se queda mirándola unos segundos a los ojos, ante lo que ella se pone muy colorada y parpadea unas cuantas veces.
—¿Me puedes traer otra servilleta? —pide al fin.
—Claro que sí.
Segundos después la chica vuelve con dos, las cuales le entrega con toda la parsimonia del mundo, inclinándose hacia delante mucho más de lo necesario. Yo observo la situación un poco incómoda, sobre todo porque me recuerda tanto a los momentos en los que he estado con Abel, que me da rabia. Me hace pensar en que nunca podré tener una cita normal si lo nuestro fuese más allá. Todas las mujeres le mirarían, se lo comerían con los ojos y le desearían. No sé si estoy preparada para eso...
Una vez se ha marchado la camarera, me quedo observando mi enorme fuente con carne, patatas y verduras. Sin poderlo evitar, el estómago me suelta un enorme rugido. Alzo la cabeza completamente abochornada y me topo con la sonrisa de Eric, el cual me hace un gesto para que empiece a comer. Corto un pedacito de carne y me lo llevo a la boca. ¡Uhm, la verdad es que está mejor de lo que imaginaba! Es fácil hacerme feliz... No es necesario que me lleven a restaurantes exclusivos con comida exótica o afrodisíaca.
—¿Está bueno? —me pregunta.
—Sí, ¿y lo tuyo? —Señalo su emperador con el tenedor. Él asiente con la cabeza.
Durante unos minutos nos dedicamos a comer en silencio, saboreando nuestros platos. Cuando ya hemos devorado la mitad, me decido a continuar con la charla.
—Todavía no me has dicho cuáles son tus aficiones.
Se limpia la barbilla y los labios con la servilleta y me hace un gesto para que espere, porque todavía está masticando. Una vez se lo ha tragado, dice:
—Me encanta hacer deporte. Voy al gimnasio un par de veces a la semana y practico natación.
Me lo imaginaba. Tiene una espalda muy ancha, como las de los nadadores profesionales, además de unos brazos muy fuertes. Supongo que sus piernas también lo serán. Asiento con la cabeza mientras continúo comiéndome el filete.
—Pero como ya te habrás dado cuenta, mi auténtica pasión es la fotografía. —Pincha una patata y la coge con los dientes de delante.
—En el coche no me has dicho cómo llegaste a ser asistente de Abel.
—¿Recuerdas que te dije que durante los estudios nos llevábamos fatal? —Se queda callado y yo asiento con la cabeza. Él esboza una sonrisa al bajar la vista a su plato—. Pues yo salía en esa época con una chica, otra compañera nuestra de clase. —Juguetea con las patatas que le quedan—. Era muy guapa, pero también un poco... Digamos que fresca. La cuestión es que me engañó con Abel.
—¿Qué dices? ¿En serio? —Me inclino hacia delante con los ojos muy abiertos. ¡Vaya con Abel! Podía esperarme muchas cosas, pero no que fuese un roba novias...
—De todos modos, en ese momento no éramos amigos, así que tampoco se le puede culpar. No es que sea algo que esté bien, pero puedo llegar a entenderlo —continúa él, alzando los ojos y mirándome un poco serio—. Vamos, que eso no debe suponerte un problema.
—¿Y cómo llegasteis a ser amigos? —Me meto en la boca el último pedazo de carne que me queda y bebo un sorbo de agua para terminar de bajarlo.
—Cuando me enteré, quise partirle la cara. —Clava sus ojos en mí por si voy a decir algo, pero al verme callada y atenta, prosigue con su historia—. Pero la verdad es que yo no estaba muy fuerte por aquel entonces. —Se echa a reír, meneando la cabeza ante el recuerdo—. Intenté darle una paliza, pero al final el que acabó fatal fui yo.
—¿Qué pasó con la chica? —pregunto, limpiándome las manos con la servilleta.
—La dejé. Creo que no merecía la pena. —Deja los cubiertos sobre el plato y los coloca muy juntos, perfectamente unidos—. Perdí una novia, pero gané un amigo. Al año siguiente, Abel empezó a darse a conocer, aunque no fue hasta unos tres años después cuando consiguió abrirse paso en el mundo de la moda. A mí me encantaban todos sus trabajos y me daba cuenta de que en los míos no había la belleza que él conseguía. Así que me pareció que podría ser mi maestro. —Se encoge de hombros—. Y, la verdad, es que cobro bien y trabajo con mi amigo. ¿Qué más puedo pedir?
—A mí me parece de ser una persona muy humilde —respondo, apoyando el codo en la mesa y la barbilla en la mano—. Yo soy muy competitiva, así que no sé si llevaría bien ser asistente de una amiga.
—Él no me trata como si fuese sólo un asistente —aclara.
La camarera se acerca para retirar nuestros platos y preguntarnos si queremos postre. Eric le pide un café y yo un helado de chocolate. Él se ríe ante mi petición y yo me encojo en mi asiento porque no sé qué es lo que le parece tan gracioso.
—No contestes a esto si no quieres, pero... ¿Qué es lo que tenéis Abel y tú exactamente?
Me muerdo los labios en un gesto de nerviosismo. No sabría cómo contestar a esa pregunta porque ni yo misma lo sé. No puedo contestar que tenemos sexo maravilloso porque no es lo único que yo quiero.
—No lo sé —niego con la cabeza y me pongo a hacer pedacitos la servilleta.
—¿No tenéis una relación?
—No —respondo. Y añado—: No al menos tal y como se entiende.
—Bueno, entonces tengo camino libre. —Esboza una gran sonrisa que le achina un poco los ojos y le hace parecer más travieso. Me mira muy fijamente, con esos ojos tan cálidos. Joder, si noto que me arden las orejas. Parece que se da cuenta de mi incomodidad porque se apresura a decir—: Es broma. También lo hago con Judith porque sé que le molesta. —Alarga el brazo y me toca el dorso de la mano con sus dedos. Apenas un roce amable, pero me pongo nerviosa igualmente.
—Vale —respondo únicamente, sin atreverme a apartar la mano.
Por suerte, lo hace él. Se rasca la barbilla sin dejar de mirarme. Quizá haya aprendido a comportarse así por Abel. Dicen que cuando dos personas comparten mucho tiempo juntas, acaban pareciéndose bastante. Y no sería la primera vez que dos amigos actúan de forma similar. Sin embargo, y a pesar de que Eric es muy guapo, no despierta en mí lo que Abel. Y la verdad es que se lo agradezco a mi organismo.
Yo le sonrío, agachando la cabeza con timidez, cuando noto que me vibra el móvil. Aparto la mano para sacarlo del bolso, preguntándome si serán Cyn o Eva. Tengo muchas ganas de contarle a Cyn lo que estoy haciendo. A Eva ya se lo diré cuando vuelva, porque si no, me va a montar un pollo y es lo que menos me apetece ahora. No obstante, al abrirlo me encuentro con que es Abel el que me ha enviado un mensaje. Y está en mayúsculas.
«¿PUEDES EXPLICARME QUÉ HACES COMIENDO CON ERIC?».