16
NO he matado a Cyn, pero a punto he estado. La esperé en el sofá hasta que llegó, bien entrada la madrugada. Mantuve la luz apagada y cuando me descubrió, dio semejante grito que tuve que contener la risa para no restarle gravedad al asunto. Resultó que el rato en el que estuvo encerrada por la mañana en el baño, se debió a que estaba hablando con otro tío que no era Kurt, aunque no estaba tonteando... Porque ese otro tío no era otro que Abel. Habían intercambiado mensajes con anterioridad. La muy perra se guardó su número durante uno de esos lapsus en los que se me olvida llevarme el móvil al baño. En fin, que a partir de ahora siempre recordaré guardarlo en un bolsillo.
La cuestión es que ella le saludó un día por el WhatsApp; sin embargo, no recibió ninguna respuesta hasta que se produjo aquella discusión entre él y yo. Vale, no hubo ninguna pelea: fui yo la que le envió un mensaje faltándole el respeto. Pero que conste que él lo había hecho antes. Bueno... pues a Abel no se le ocurrió otra idea más que comunicarse con mi amiga, al no poder hacerlo conmigo. Le pidió explicaciones acerca de mi actitud y ella le dijo que lo único que sucedía es que yo necesitaba un poco más de atención. Sí, perfecto, no le ha confesado la auténtica causa de mi enfado... ¡Sólo ocurre que ahora él pensará que soy una de esas mujeres faltas de cariño que necesitan un hombre las veinticuatro horas del día! Así que, por eso, me envió mensajes con citas del señor Darcy y me ha regalado el libro que, por cierto, he decidido quedarme.
No he dormido nada entre esperar a Cyn y pensar sobre lo que voy a hacer. Mi cerebro me avisa con lucecitas rojas que parpadean: no debes ir, no debes ir. Según él, si yo no acudo no volverá a insistir, y esta vez parecía decirlo en serio. No obstante, mi cuerpo se empeña en desobedecer a la cabeza: mi piel desea tocarle, aunque sea por última vez, y mis ojos se mueren por contemplar una vez más su perfecta sonrisa. ¿Quééé? ¿Qué hago? ¡Me voy a volver loca! Creo que si acudo lo mejor será mantenerme lejos de él todo lo que pueda, no mantener contacto visual en ningún momento y no dejarme camelar. Por supuesto, también le cantaré las cuarenta, ya que si voy a la cena será por ese motivo: soltarle todo lo que pienso y asegurarme de que se entere de que a mí nadie me engaña. Estoy bastante herida en mi orgullo y no voy a permitir que lo pisotee más.
Todavía me queda tiempo por delante, pues son las cinco. Necesito una siesta para recuperarme. Me ha parecido escuchar que Cyn decía que se marchaba con Kurt de compras, así que nadie me va a molestar. Me recuesto en el sofá y acomodo el cojín bajo mi cabeza. En cuestión de segundos una agradable somnolencia se apodera de mí. Y sueño con Abel. Estamos desnudos, sudorosos y jadeantes. Nuestros cuerpos se reconocen y las manos palpan cada uno de los rincones de nuestro ser. Hacemos el amor salvajemente, en cualquier parte de la casa, que por casualidad es la mía. Sus labios y su lengua me besan por todo el cuerpo y mi piel responde ante todas esas caricias húmedas. Me muero de placer y no puedo evitar cerrar los ojos al sentirme totalmente deseada. Él me penetra una y otra vez sin darme tregua y yo lo único que hago es gritar. Los espasmos de placer invaden mi cuerpo sin piedad y entonces abro los ojos para mirarle y me echo a gritar de nuevo: Nina se halla tumbada junto a mí mirándome con satisfacción, acariciando a Abel mientras él me penetra.
Me despierto con el grito en la garganta y la ropa empapada en sudor. A pesar del extraño final del sueño, descubro que estoy excitada: mi sexo palpita bajo la ropa y unas agradables cosquillas ascienden hacia el estómago. Tengo ganas de tocarme mientras pienso en él... Deslizo mi mano por el vientre, la acerco hasta el pubis y me acaricio por encima de la ropa. Le deseo tanto a pesar de todo... Tiene razón, ¿por qué me engaño? Introduzco la mano en los pantalones y arqueo la espalda al pasarme los dedos por el sexo. Estoy muy húmeda... Ojalá fuese Abel el que estuviese acariciándome. Suelto un gemido al imaginarlo sobre mí y...
¡Suena el maldito timbre! Saco la mano y voy corriendo a la cocina para limpiármela. Echo un vistazo en el reloj por si acaso, pero tan sólo son las seis y media, así que espero que no sea él. De todos modos, se supone que no va a llamar. Me acerco a la puerta un tanto aturdida, con el corazón a mil por hora a causa de haberme quedado a medias.
—¿Quién? —pregunto con voz ronca.
—¿Sara?
¡Mierda, es Santi! ¿Qué hago ahora? No puedo fingir que no estoy en casa si le acabo de contestar. ¿Pero qué leches está haciendo aquí? Le dije que quedaríamos algún día, ¡pero no hoy! Si me pregunta por mis planes me va a descubrir aunque le mienta, ya que me conoce demasiado bien. Vuelve a interpelarme por el interfono y al final decido abrirle. No tengo ninguna excusa que ofrecerle para que no suba. Intento pensar lo que voy a decir para quitármelo de encima, pero como siempre, me pierdo en las nubes y cuando me quiero dar cuenta ya ha subido y está golpeando la puerta con los nudillos. Abro y le muestro una sonrisa radiante... O eso quiero pensar.
—¿Cómo estás, cariño? —Me agarra de la cintura y me da dos besos. Espera... ¿He escuchado bien? ¿Cariño?
—Eh... Pues bien... —Me aparto a un lado cuando veo que tiene la intención de pasar. Mierda, ¡pero que yo no quiero que se quede!
Va directamente al sofá y se tira en él con un suspiro. Abre los brazos, los apoya en el respaldo y estira las piernas. Me dan ganas de preguntarle si está cómodo, pero tampoco quiero sonar antipática ahora que estábamos empezando a retomar la amistad... Bueno, ya no me parece que esto sea una amistad...
—Estoy cansadísimo. Pensaba que hoy no se iba a acabar el trabajo.
Santi trabaja en una gestoría y recuerdo que en ocasiones se quedaba hasta muy tarde, otras veces lo único que hacía era hablar de su trabajo y casi siempre estaba estresado y preocupado. Ese era otro de los problemas de la relación, al menos para mí.
Me acerco al sofá y me quedo de pie, como intentando hacerle ver que me incomoda un poquito su presencia. Sin embargo, no parece o no quiere darse cuenta. Se gira para mirarme y dibuja una ancha sonrisa. Me da un poquito de pena porque quizá lo que me dijo el otro día es cierto y quiere retomar la relación. Pero y yo, ¿es lo que quiero? Creo que no...
—¿Pudiste solucionar lo de aquel tío?
—Sí, sí —asiento de inmediato. Me empiezo a retorcer las manos como cuando me pongo nerviosa. Vale, lo estoy.
—¿Por qué no te sientas? —Da unas palmaditas a su lado.
—Verás, es que...
—He pensado que podríamos pasar la noche del sábado como a ti te gusta: pedimos pizza o chino y vemos una película de terror...
Oh, mierda. Eso podría parecer un plan de amigos, pero sé perfectamente que no lo es. Porque es lo que le pedí más de una vez. No le apetecía casi nunca quedarse en casa y sé que era todo un mundo para él. Así que es extraordinario que hoy quiera hacerlo, pero entiendo lo que quiere conseguir.
—Bueno, no creo que podamos...
—¿Y eso? ¿Ya has quedado con alguien? —Se incorpora en el sofá con cara de fastidio.
—¡Sí, sí! —exclamo con demasiado ímpetu.
—Quería darte una sorpresa y la he fastidiado —esboza una tímida sonrisa que me recuerda a los momentos más felices de nuestra relación—. Y... ¿podría ir contigo?
¡Sí, hombre! Llevo a Santi a mi cita con Abel y me parece que acaban revolcándose en el suelo entre puñetazos y patadas.
—Pues no —respondo, retorciéndome cada vez más las manos. Parezco una histérica.
—¿Y por qué no?
—Eh... —intento pensar lo más rápido posible... ¿Por qué? ¿Por qué motivo no podría salir un sábado un chico con su ex novia y actual amiga...? ¡Vale, usaré la excusa que siempre pone Cyn! —. ¡Es una noche de chicas!
—Ah... —Santi se levanta del sofá y me mira con curiosidad—. Pues qué pena, en serio. Me apetecía mucho estar contigo hoy, pero supongo que tendré que aguantarme.
—Otra vez será —Parpadeo con inocencia.
—¿Y a qué hora has quedado?
—A las nueve.
—¿Me puedo quedar hasta que te vayas?
¡Joder, pero qué pesado es! Otro de los motivos por los que el amor se fue al garete. Quería estar todo el día pegado a mí y, en el fondo, me cansaba bastante. Además de que cuando él quería se tomaba todo el tiempo del mundo con sus amigos. Era un poco estresante, la verdad. Yo no me veía pasando el resto de mi vida limpiando la casa mientras él disfrutaba del fútbol con una cerveza en la mano y con las risas de sus amigotes de fondo.
—¡No! —exclamo.
Frunce el ceño y se echa a reír. Se me arrima un poco más y yo alzo la cabeza para mirarlo. Ni siquiera al principio de la relación con él sentí las explosiones que me ha provocado Abel. Cuando Santi y yo nos mirábamos a los ojos había un montón de cariño y serenidad en ellos, pero nada más. En cambio, con Abel hay intensidad, pasión y lujuria, y quizá es por eso que no puedo dejar de compararlos aunque sé que está mal.
—Estás hoy muy rara. —Se pasa una mano por el pelo y noto que mi nerviosismo e incomodidad se le están pegando—. Oye, no quiero parecer un pesado. Si he actuado mal, dímelo y...
—¡No, no es eso! —Apoyo la mano en su brazo fingiendo que estoy muy dolida—. Lo que pasa es que me tengo que arreglar mucho y bueno, ya sabes cómo somos las mujeres con esas cosas.
—No, no lo sé porque tú nunca has sido así. Te ponías cualquier trapito y te maquillabas poco.
Me pongo seria y lo miro con mala cara. Será posible. Pues es verdad, cuando estaba con él tampoco es que yo fuera la reina de la belleza, pero es que no me interesaba. Es mi estilo y sé que a Santi le habría gustado que fuese más femenina, pero la vida es así. Y que conste que cuando he quedado con Abel tampoco me he arreglado como si fuese a una boda.
—Hoy es diferente. Cyn y yo queremos estar guapas porque es su último día de soltería.
—¿Qué? —Santi sonríe confundido. Mira a su alrededor y me pregunta—. ¿Y dónde está?
—Ha ido a comprarse una falda nueva —Joder, estoy soltando una mentira tras otra. ¿De verdad se lo está tragando? Antes me pillaba a la primera. A lo mejor se me ha pegado de Abel esto de ser buena fingiendo...
—Me parece que no te apetece mucho verme —Sonríe, pero sé que está un poco apenado. Me conozco esa sonrisa nerviosa. Me siento fatal, pero lo cierto es que, después de tantas dudas, necesito acudir a la cita con Abel y poner punto y final a lo que haya existido entre nosotros.
—Santi, si quieres quedamos otro día, en serio. Pero deja que te llame yo. No puedes presentarte aquí pensando que no voy a tener ningún plan.
—He sido un poco tonto. —Empieza a andar hacia la puerta. No, si ahora encima se enfadará. ¡Me ha pillado por sorpresa! ¿Qué esperaba, que cancelara por él lo que ya tuviese pensado?
—Yo te llamaré, ¿vale? —Le acompaño e intento abrazarlo, aunque él me esquiva. Pues sí, se ha ofendido. Qué bien.
—Sara, creo que tenemos que hablar en serio sobre lo que te dije el otro día.
Ya, ya... Lo de intentarlo. Pues va a ser que no. No quiero hablar y no quiero volver. No estamos hechos el uno para el otro. ¿Es que no se dio cuenta en cinco años de relación? Hay que ver cómo son a veces los hombres: testarudos y muy ciegos.
—Está bien —miento, para que se vaya ya. Todavía tengo que prepararme, tanto física como mentalmente, para la cena con Abel—. Pero yo te llamo, ¿sí?
—No será esto como en las pelis en las que nunca llaman, ¿verdad? —Otra sonrisa, esta vez de nerviosismo y enfado. No sé a qué viene esta actitud cuando él estuvo igual o casi más de acuerdo en cortar. Imagino que está más enfadado porque ha conducido desde el pueblo para irse con las manos vacías.
—¿No confías en mí? ¿Alguna vez no he cumplido lo que te he prometido?
Niega con la cabeza y esta vez es él el que me envuelve en sus brazos. Yo se lo devuelvo y nos quedamos así un rato, hasta que siento que se está apretando demasiado y mi cuerpo me pide que lo aparte de mí. Cuando está saliendo por la puerta, se gira y me pregunta muy serio:
—Ese tío del otro día... El tal Abel... ¿habéis tenido algo?
Ay, ay, ay. Que ahora va a darse cuenta de que le miento. Seguro que ya me ha cambiado la cara y me estoy poniendo como un tomate. Tranquila, tranquila. Y de todos modos, no tienes que darle explicaciones porque ya no sois nada. Eso sí, recuerda que tú misma has reconocido que te molestaría que Santi se besase con otra, así que tienes que entender que él también se sienta irritado.
—No. Únicamente tenemos una relación profesional.
No sé si he sido lo suficientemente convincente, ya que yo misma he escuchado que me temblaba la voz. Y ahí estoy retorciéndome otra vez las manos. Pero Santi asiente con la cabeza y enciende la luz de la escalera.
—Esperaré tu llamada. —Alza una mano y se despide.
—Descuida.
Me espero unos segundos mientras baja la escalera. Tengo que fingir que no estoy impaciente por cerrar la puerta. En cuanto escucho sus pasos en el portal, doy un portazo y apoyo la espalda en la madera. Madre mía, creía que no se iba a ir y que cuando bajase acompañada de él y Abel lo viese, ambos me mandarían a la mierda o cualquier cosa peor. Jamás en la vida he tenido a dos chicos detrás y mira ahora. Aunque he de reconocer que casi da risa mi situación: uno de ellos es mi ex novio y el otro es un don Juan que se va ligando a todas. Tampoco me puedo creer especial; es un poco triste.
Cuando noto mi corazón asentado, voy a la habitación para decidir lo que ponerme. No sé por qué, pero me apetece estar guapa para que se dé cuenta de lo que se va a perder. Hoy estoy un poco traviesa. Quiero ser mala porque no estoy dispuesta a que me tome el pelo. De todos modos, no tengo muy claro cómo puedo estar lo suficientemente atractiva. En mi armario sólo hay leggins, camisetas con dibujos infantiles, sudaderas anchas, vaqueros y un par de faldas muy normalitas. Tampoco tengo zapatos de tacón, únicamente botas y zapatillas planas. Lo único que se me ocurre es enviarle un mensaje a Cyn pidiéndole ayuda. Al cabo de unos minutos ella me responde aconsejándome que vaya a su cuarto y elija uno de sus vestidos porque todos son sexys. Ah, perfecto, pero no sé cómo me quedarán porque ella es más alta y tiene más curvas que yo. Se lo recuerdo y ella me dice que tiene un vestido de hace un par de años que se le ha quedado pequeño. Me lo describe y yo rebusco en su cuarto. Tiene un montón de ropa y muy desordenada. Tiro encima de la cama faldas, shorts y vestidos de lo más provocativos hasta que doy con el que ella me ha dicho: es de color rosa palo, con una falda alta de vuelo y con un cuello de color negro. Es precioso, pero también un poco infantil. Imagino que en el cuerpo de Cyn no lo era tanto.
Ya tengo lo del vestido solucionado, pero aún me quedan los zapatos. No puedo usar los de Cyn porque ella tiene una talla más y además, sus tacones alcanzan los quince centímetros en la mayoría de los casos. Creo que sólo tiene un par de bailarinas y casi nunca las usa. Echo un vistazo a mi zapatero y después de mucho meditarlo decido quedarme con unos zapatitos negros que tienen un pequeño tacón y llevan una cinta con un lazo a la derecha.
Como aún tengo una hora larga por delante, dedico un buen tiempo en la ducha para obtener una relajación que me dure durante toda la cena. No lo consigo y cuando salgo me doy cuenta de que estoy mucho más nerviosa que cuando he entrado. Mientras me seco el pelo me convenzo de que puedo hacerlo, de que soy capaz de sobreponerme y no caer a sus encantos. Soy una mujer madura que sabe lo que quiere y, desde luego, no es acostarse con un hombre que tiene novia.
Me maquillo lo mejor que sé y puedo gracias a un tutorial que he buscado en Youtube. Es un maquillaje sencillo y bastante natural, pero creo que me queda muy bien y combina con mi color de pelo. Cuando me pongo el vestido descubro con alegría que Cyn tenía razón: ¡me queda fenomenal! Me otorga un aspecto inocente, pero a la vez me encuentro más atractiva de lo normal. Termino de acicalarme y salgo del cuarto de baño a menos cinco. No sé si debería bajar ya, en punto, o retrasarme un poco. ¿Y si piensa que no voy a acudir y se marcha? Nada, será mejor que baje ya. Me pongo una chaqueta, ya que el vestido no tiene mangas, y tras cerrar la puerta con llave me lanzo a la carrera escaleras abajo. Al abrir el portal me lo encuentro apoyado fuera de su coche. Al principio no parece reconocerme y cuando por fin se da cuenta de que soy yo, parpadea con confusión.
Creo que le he sorprendido. Lo he conseguido.