19
SEGÚN entro por la puerta cojeando, Cyn corre hacia mí con los ojos desorbitados.
—Pero ¿qué te ha pasado? ¿Te ha hecho algo ese cabrón? —Me ayuda a alcanzar el sofá.
Niego con la cabeza porque tengo un nudo en la garganta que no me permite hablar. Las lágrimas me siguen cayendo a mares sin que pueda impedirlo.
—¿Y por qué estás así? —Me seca con los dedos los ojos y me da un fuerte abrazo—. Tú no sueles llorar por los tíos. ¡Y encima vienes herida! —Me señala con un gesto de horror el pie y el vestido manchado.
—Me lo he torcido yo solita y esto es salsa de tomate —le aclaro, quitándome sus brazos de encima. En realidad estoy muy enfadada con ella, ya que ha logrado que Abel continuara persiguiéndome. La miro con los ojos muy abiertos y me doy cuenta de que se encoge de hombros como preparándose para la que se le avecina—. Eres una mala amiga —le suelto con toda la rabia que puedo.
—¡Pero Sara! —exclama ofendida, llevándose una mano al pecho—. Sólo quería ayudarte.
—Pues ya ves que no lo has hecho —Le señalo el pie y las lágrimas. Al intentar acomodarme en el sofá, el dolor del tobillo se me dispara de nuevo.
Cyn acerca una silla con un cojín encima y me estira la pierna para colocarme el pie en ella. A continuación se marcha a la cocina y me deja sola unos minutos. La escucho trastear de un lado para otro y al cabo de un rato vuelve con dos chocolates calientes y me tiende uno de ellos. Le indico con un gesto que lo deje en la mesa. Después, arqueo una ceja y me la quedo mirando. No es lista ni nada. Quiere que la perdone, ¡pero se ha pasado mucho! Sé que no lo hacía con mala intención, pero podría haberse estado quietecita.
—Sara, de verdad, lo siento mucho. Me tienes que perdonar —me ruega, cogiéndome de las manos y mirándome como el gato de Shrek. ¡Jolines, que así al final me va a convencer! Últimamente soy demasiado comprensiva con la gente.
—Me habéis jodido pero bien —Me inclino para coger la taza, pero no llego. Cyn me la alcanza con rapidez y me la entrega con una gran sonrisa en el rostro. Yo continúo con mi cara de bulldog para que se sienta mal. Le doy un pequeño sorbo al chocolate. ¡Uhm, qué reconfortante! Inmediatamente me vienen a la mente recuerdos de las noches que pasábamos Santi y yo y llego a la conclusión de que me tendría que haber quedado con él en casa, ya que todo habría ido mucho mejor que en la cena con Abel.
—¿Pero qué ha ocurrido? ¿Habéis discutido?
—Podría decirse que sí —Por nada del mundo le voy a contar lo del baño. Me da demasiada vergüenza. Para que no descubra mis mejillas encendidas, meto la nariz casi en el chocolate.
—¿Te ha confesado lo de...?
Asiento con la cabeza y otro pinchazo en el corazón me ataca de forma despiadada. Pensar en Abel y Nina juntos me pone de muy mala leche y me entristece al mismo tiempo.
—¿Entonces qué? —insiste ella meneando la cucharilla.
—Dice que no son novios.
—¿Ves? —Se levanta de un salto y da una vuelta sobre sí misma, pero entonces ve mi cara de lechuga y se vuelve a sentar muy seria—. ¿Pero por qué habéis discutido?
—No sé si creerle —confieso.
—¡Pero si te lo ha dicho él!
—Ah, y por eso tengo que creerle, ¿no? Cyn, ¿quién es él, acaso? Un completo desconocido —Chupo los restos de chocolate de la cuchara y le doy la taza para que la deje en la mesa—. Además, la cuestión no es esa. En el caso de que le creyera, hay otro problema.
—¿Cuál?
—Pues que dice que fingen que son pareja porque así les va bien en el trabajo. Y, por supuesto, él no está dispuesto a renunciar a ello.
—¡Será calzonazos! —protesta Cyn con su cara de enfado, que siempre es bastante graciosa. Pero hoy no me puedo reír.
—¿Ahora me entiendes?
—Pues tía, ya lo siento, en parte porque ha sido culpa mía...
—Hay algo más —la interrumpo. Ella parpadea con gracia y me indica con un gesto que continúe—. Me ha invitado a ir a Barcelona durante las Fallas.
—¿Y eso? —pregunta con un chillido.
—Tiene que hacer un reportaje fotográfico a Nina —le explico, pronunciando el nombre con rabia— y quiere que compruebe por mí misma lo que me ha dicho.
—¡Pero tía, eso es fantástico! —exclama Cyn como una loca.
—¿Qué? —Me la quedo mirando con mala cara.
—Pues claro que sí. —Planta su mano derecha ante mi cara con el dedo índice extendido hacia arriba y el resto bajados—: Uno, te aprovechas y que te pague todo. —Me hace callar cuando voy a protestar—. Dos, te echas en sus brazos cada vez que la Nina esa esté delante y que se ponga celosa y tres —alza el tercer dedo—, le pones cachondo y le dejas a medias.
Me quedo unos segundos en silencio cuando termina y, a continuación, doy unas cuantas palmadas, como si me entusiasmasen sus ideas. Ella sonríe completamente orgullosa de sí misma, pero se asusta cuando la cojo del brazo y le doy un doloroso pellizco.
—¡Ay!
—¿Tú estás tonta o qué? No voy a hacer nada de eso —le grito a la cara. Se echa hacia atrás con una expresión de fastidio—. Primero, sabes que no me gusta que me lo paguen todo, y mucho menos un tío al que no conozco apenas. Segundo, si Nina se pone celosa puede que haga algo contra Abel y no soy tan mala como para eso. Y tercero, ¡no soy una calientapollas!
Ambas nos quedamos en silencio durante un buen rato. Cyn estudiando su perfecta manicura y yo mordiéndome las uñas. Al final, le pido que me disculpe. Vale, sé que ella no dice nada de eso con mala intención, pero es que en ocasiones se me acaba la paciencia y esta ha sido una de ellas, pero más que nada porque me duele horrores el tobillo y echo de menos a Abel. Tremenda gilipollas que soy. ¿Cómo puedo querer estar con él después de todo lo ocurrido?
—Cyn, no te ofendas, pero es que todas las otras veces te he hecho caso y mira cómo he terminado. —Me encojo a su lado y ella me pasa los brazos por la espalda y me la acaricia. Ay, pero si es una amiga genial, sólo que no piensa antes de hablar o actuar.
—Sara, es que a mí me pareció ver algo —dice sobre mi cabeza.
—¿Qué quieres decir? —Alzo la cara para mirarla.
Clava sus enormes ojazos en los míos y me da un besazo en la frente. Yo me aprieto más contra ella, intentando controlarme para no llorar una vez más. Qué sensible estoy.
—Pues cada vez que te mira, veo algo en sus ojos. —Se queda pensativa y, a continuación, añade—: Y para nada es lo mismo que cuando estaba mirando a Nina en la tele.
—Yo no me he dado cuenta de nada de eso —respondo.
—¿De verdad que no? Pues saltan chispas. Un poco más y provocáis un cortocircuito.
Le doy un cachete cariñoso en el brazo. Ella se echa a reír y me achucha.
—Pues eso, chispas... Atracción, y ya está.
Me coge de la barbilla y me vuelve a alzar el rostro para mirarme. Me escruta en los ojos durante unos segundos y acaba chasqueando la lengua. Ya, sé lo que está pensando... Pero yo no puedo fingir más.
—Te gusta mucho, ¿eh?
—Demasiado.
—Puede que él sienta lo mismo. —Se atreve a opinar.
—Creo que no es el tipo de hombre que se enamora con tanta facilidad —respondo con un deje de tristeza en la voz. Bueno, yo tampoco es que esté enamorada, pero... sé que algo está apareciendo en mi interior. Siento algo por él que no sabría cómo definir. Me tiene atrapada y ahora ya no puedo soltarme.
—Yo no voy a decirte nada más, Sara. Ahora decide tú lo que te parezca más conveniente —Me aparta un mechón de pelo de la cara—. ¿Quieres ir a dormir ya?
Asiento con la cabeza. La verdad es que me está entrando un agradable sueño porque estoy agotada. Cyn me ayuda a levantarme del sofá y me lleva hasta la habitación. Incluso me echa una mano para meterme el pantalón del pijama y me arropa en la cama.
—¿Quieres que hoy durmamos juntas? —me pregunta, con una cariñosa sonrisa.
—Vale —acepto con un suspiro somnoliento.
Sí. Necesito a alguien a mi lado. Echo demasiado de menos el calor del cuerpo de Abel.
Tras tres días en casa haciendo reposo y adelantando trabajos, el aburrimiento me mata. Por suerte, en la academia me han permitido una semana libre, aunque no recibiré el dinero correspondiente, de modo que pienso que mañana me reincorporaré.
Me dispongo a prepararme algo de comer cuando suena el pitido del WhatsApp. Me imagino que será Cyn para preguntarme lo que hay de comer. En efecto: lo abro y me encuentro con diferentes emoticonos de comidas.
«J J Espero que hoy hayas preparado algo realmente bueno, porque me muero de hambre».
Paso de contestarle. Prepararé algo de pasta y punto. Haberme tirado setenta y dos horas en el sofá me ha convertido en una vaga. Salgo de la conversación y me doy cuenta de que tengo otro mensaje. ¡Oh, no, se trata del número desconocido con el que Abel contactó conmigo! Como es costumbre últimamente, al abrirlo me tiemblan las manos.
«Todavía no me has desbloqueado. Imagino que sigues enfadada, pero el otro día olvidé decirte que si al final decides acompañarme a Barcelona, deberás estar a las ocho de la mañana en mi casa. A.».
¡Mierda! ¿Por qué me lo tiene que recordar? Dijo que me iba a dejar tiempo para pensar, pero continúa agobiándome. ¡Y yo estaba intentando fingir que no existía! Definitivamente voy a pasar de él por completo porque no gano para disgustos. Esta vez le bloqueo y borro el número. Bien... Por fin ha salido de mi vida. Bueno, no del todo. Todavía tengo el libro que me regaló y que debería tirar para no acordarme de él cuando lo mire. Pero es que se trata de Orgullo y prejuicio... ¡y para más inri en una edición tan antigua! Y, de todos modos, fue un detalle verdaderamente bonito porque seguro que era muy apreciado por su madre.
Me acerco a la habitación cojeando y observo la estantería con cautela. Minutos después estoy sentada en la cama con el libro en mi regazo. Es tan hermoso... Y huele tan bien, incluso me parece que quedan restos de su perfume entre las páginas, y quizá también del de su madre. Me habría gustado que me contara tantas cosas sobre ella... Siempre he pensado que yo era una persona capaz de romper los muros de los demás, pero en este caso me he equivocado y he acabado herida.
Ojeo el libro, deteniéndome en aquellas páginas más ajadas, hasta que descubro en una de ellas una frase subrayada.
«Aborrezco fingir, y no me avergüenzo de mis sentimientos. Eran naturales y justos».
La leo unas cuantas veces hasta que las palabras se me emborronan. ¿Fue su madre la que destacó esta cita o quizás él, esperando que yo la encontrara? De cualquier forma, confieso que descubrir cualquier rastro de los otros en un libro siempre se me antoja algo demasiado íntimo y especial, como una estela de la personalidad de esa persona.
Sin pensarlo más, paso una página tras otra en busca de más huellas. Unas cuantas hojas después me topo con otra frase subrayada y una anotación al margen que se ha medio borrado, por lo que no puedo entender lo que dice.
«Somos pocos los que tenemos suficiente valentía para enamorarnos del todo si la otra parte no nos anima».
Sí, parece como si hubiese sido él el que ha hecho esto, como si me estuviese dirigiendo por un tortuoso camino. ¡No estoy segura de nada! Sólo sé que me han venido unas ganas de llorar increíbles... ¡El maldito Abel me ha convertido en una de esas protagonistas de telenovelas cutres que se pasan los días lloriqueando por sus hombres!
Continúo con la búsqueda y me detengo al encontrar un papel diminuto cuidadosamente doblado. ¿Me ha dejado una nota? El corazón empieza a palpitar de tal forma que pienso que me va a dar un ataque y me tiemblan tanto las manos que apenas puedo desdoblarlo. Pero cuando descubro un par de trazos, aprecio que no es su caligrafía, así que supongo que perteneció a su madre. Termino de abrirla y la leo con el estómago encogido:
Algún día encontrarás a tu señorita Bennet.
Cuida mucho de papá.
Te quiere,
M.
Inmediatamente se apodera de mí una gran tristeza. Me siento como una intrusa escarbando en estas páginas, así que doblo de nuevo la nota y la dejo donde estaba. ¿Por qué no se la ha quedado él? ¿Acaso la ha olvidado? No puedo evitar preguntarme si estaba muy unido a su madre, pero imagino que sufrió mucho tras su muerte. Si él fuese de otra forma y hubiéramos empezado la relación de un modo más sencillo, quizá algún día me lo habría contado. Y yo le habría acunado entre mis brazos y... ¡Joder, ya estoy llorando! Odio en lo que me ha convertido.
Como he dejado la puerta de la habitación abierta, escucho la llave de Cyn en la cerradura. Me apresuro a limpiarme las lágrimas y oculto el libro entre las sábanas.
—¡Sara! Mira quién ha venido a verte... —grita desde la puerta.
Me incorporo de la cama de un brinco. No me digas que... ¿Soy capaz de encontrarme cara a cara con él después de lo del sábado? ¿Ha venido para decirme que se queda conmigo en lugar de con Nina? Me echo un fugaz vistazo en el espejo de la cómoda y pongo cara seria para que piense que estoy enfadada, aunque una tonta sonrisa amenaza con estropear mi plan.
—¿Quién? —pregunto, asomando la cabeza por el resquicio de la puerta.
Cuando descubro a Santi al lado de Cyn se me cae el mundo a los pies. ¡Qué estúpida he sido! Pues claro que no es él... Puede que me haya venido a buscar otras veces, pero he sido lo suficientemente antipática como para que no quiera volver a intentarlo.
—Hola, Sara —me saluda Santi con timidez.
—Se ha empeñado en subir —dice Cyn, toqueteándose el pelo y arrugando los morros.
Mi ex la mira de reojo con mala cara. Yo me intento disculpar cuando ella no se da cuenta. Él alza una bolsa que lleva en la mano y me la enseña.
—Entro a trabajar a las cuatro y media, pero creo que nos da tiempo comer juntos —lo dice con mucha cautela. Imagino que tiene miedo de que le eche de casa o algo así porque se ha presentado una vez más sin avisar.
Pero hoy no tengo fuerzas para negarme y, en el fondo, tampoco tengo motivos. Quizá —y sé que puede parecer rastrero, pero es que no puedo más— Santi sea el adecuado para hacerme olvidar a Abel.
—Me parece estupendo —le contesto.
Cyn abre unos ojos como platos y yo, en cierto modo, me alegro.
—¿En serio? —Mi ex sonríe de oreja a oreja y deja la bolsa en la mesa.
—Pero ya tenemos comida, ¿verdad, Sara? —Se apresura a la cocina y la oigo soltar un bufido. Cuando vuelve, echa chispas por los ojos—. ¿No has preparado nada de comer? ¿Entonces yo qué?
—Se me ha pasado, lo siento —respondo con vergüenza.
—Aquí hay suficiente para los tres. —Santi saca los envases de comida para llevar y los distribuye por la mesa.
Hago gestos con los brazos a Cyn para suplicarle que se quede. Me parece bien que él coma aquí, pero de momento no puedo lograrlo sola. Sé que a Cyn no le hace ninguna gracia, pero para mi alivio acaba aceptando con un suspiro. Durante la comida tiemblo cada vez que ella abre la boca porque temo que diga algo inadecuado. Sin embargo, todo transcurre con absoluta normalidad y a las tres y media Santi me pregunta si quiero acompañarle hasta el coche.
—¿No ves que tiene mal el pie? —Cyn le mira como si fuese tonto.
—No me acordaba. Perdón —se disculpa de inmediato.
—No, si estoy bien. De todos modos, estoy harta de estar en el sofá. Tengo el culo plano.
Cuando estoy saliendo por la puerta le dedico a Cyn una sonrisita burlona y ella suelta un resoplido. ¡Me encanta hacerla enfadar, y lo cierto es que esta vez se lo tiene bien merecido! Durante unos minutos Santi y yo caminamos en silencio hasta que él se decide a romperlo.
—¿Te acuerdas de aquella vez que empezó a llover de repente y tuvimos que cruzar corriendo la Plaza del Ayuntamiento? —me pregunta con una sonrisa.
—Claro que sí —respondo, echándome a reír—. Recuerdo que no parábamos de gritar y la gente se nos quedaba mirando como si estuviésemos locos.
Los cinco minutos restantes en los que tardamos en llegar al coche, los pasamos rememorando viejos tiempos. Durante estos momentos no puedo evitar pensar que, aunque no me hacía sentir completa, en cambio me otorgaba tranquilidad, y puede que sea eso lo que necesite en mi vida. ¿Por qué tengo que buscarme complicaciones? ¿Y si es el hombre de mi vida y lo dejo pasar sólo porque se me revolucionan las hormonas ante Abel? Le observo durante unos segundos para disfrutar de la calidez de sus ojos y me roza la mejilla con los dedos.
—¿Te lo has pasado bien? —me pregunta, deteniéndonos en el coche.
Asiento con la cabeza y me atrevo a darle un abrazo. Noto que existe todavía algo de él en mi interior. Quizá aún tengamos la oportunidad de ser felices, aunque digan que segundas partes nunca fueron buenas. En el caso de Abel, no lo ha sido ni a la primera. Aprecio que Santi se sorprende ante mi abrazo, pero segundos después me rodea con sus brazos y yo aspiro su colonia, que me recuerda a la de Nenuco y me inspira inocencia, todo lo contrario que la de Abel. Me aparto de él, aunque me engancho a sus manos y se las aprieto en un gesto cariñoso.
—El viernes me quitan las vendas —le informo—. Podríamos ir al cine —¿Estoy haciendo bien?
—Podemos ver una de terror —propone. Sé que no le gusta, pero se está esforzando por ofrecerme aquello que antes no tuve y, en cierto modo, me parece un gesto bonito.
—Miraré a ver si hay alguna interesante.
Por el rabillo del ojo observo que se acerca alguien por la calle y giro la cabeza simplemente por instinto para ver de quién se trata. Pero eso es lo peor que podría haber hecho ya que veo acercarse a aquel chico que hizo la sesión de fotos conmigo en casa de Abel. ¿Cómo se llamaba? ¿Mateo? ¿Manolo? ¡Marcos! ¿Y si es su amigo? Presa del pánico, me intento tapar con el pelo, aunque la mala suerte me acompaña porque creo que me ha visto.
—¡Eh, eres tú! —Mierda, y encima me ha reconocido.