8

ABEL. ESTÁ aquí, bailando conmigo. ¿Cómo me ha localizado? No le dije dónde iba a ir. Siempre me encuentra cuando intento sacarlo de mi cabeza. Noto sus manos bajando por mi espalda hasta detenerse en los riñones. Aprieto con fuerza su camisa entre mis dedos y apoyo la cabeza en su pecho. Enseguida me llega su perfume y empiezo a excitarme. Le suelto la ropa para acariciarle los brazos. Me doy cuenta de que la respiración se le acelera y de que tengo sus labios en mi mandíbula, a punto de llegar a mi boca. Me aparto sobresaltada y él se muestra confundido.

Miro a mi alrededor y con sorpresa descubro que el concierto ya ha terminado y que es un dj el que está poniendo música. No veo a Cyn ni a Eva por ningún lado. ¿Dónde se han metido? ¿Cuánto tiempo hemos pasado Abel y yo bailando? Me doy la vuelta ante su estupefacta mirada y me abro camino por entre la gente. Descubro a Eva hablando animadamente con un par de chicas. Me acerco a ella y le digo:

—Voy fuera.

—¿Te encuentras bien? —Quiere saber. Por su mirada sé que está preguntando por él.

No le contesto. Le pido que me dé un cigarrillo y el mechero y me dirijo a la salida empujando a unos y a otros. Ya fuera me alejo un poco de la puerta y lo enciendo. Le doy una enorme calada y noto que me estoy mareando. He bebido más de lo que debería y fumar no ayuda a que me sienta mejor. Escucho unos pasos a mi espalda.

—¿Por qué te has ido de esa forma?

No me giro al oírle, sino que empiezo a andar con el frío de la noche traspasando mi fina camiseta. Enseguida su mano me agarra de un brazo y me da la vuelta. Está arrebatador. Su pelo presenta un aspecto más rebelde que nunca. Además de la camisa blanca, cuyas mangas lleva subidas hasta el codo, se ha puesto unos pantalones negros sueltos que le quedan fantásticos. Paseo mis ojos por su estupendo cuerpo hasta que nuestras miradas se cruzan. Entonces recuerdo por qué estaba enfadada y le suelto:

—¡No necesito a un héroe!

Sus ojos azules se ensombrecen y se acerca un poco más a mí. Me sigue sorprendiendo su altura, a pesar de todo. Puedo notar que está enfadado porque tiene la mandíbula tensa.

—¿Ah, no? De la forma en la que estabas bailando habrías tenido que quitarte a un buen número de tíos de encima. ¿Ibas a poder tú solita?

—¿Perdona? —¡Sólo faltaba eso! Echo a andar de nuevo, con el cigarro entre los dedos y temblando de frío—. ¿Ahora me vas a decir cómo tengo que bailar?

—Sólo te estoy diciendo que tenías a unas cuantos babosos que no te quitaban los ojos de encima. —Se pone a caminar a mi lado con todo el morro del mundo. ¿Es que no entiende que quiero estar sola?

—No te inventes cosas.

Me detiene ante un callejón y, sin que yo me lo espere, coge el cigarro y lo tira al suelo. Yo me quedo con cara de tonta.

—¿Pero qué haces? —Le doy un empujón.

—No me gusta que fumes. No es sano. —Me sujeta de las muñecas y yo intento liberarme-¡Y a mí no me gusta que me controlen! —Me remuevo en vano. Es fuerte y me tiene bien agarrada—. ¿Cómo has sabido que estaba aquí?

—Fácil. He atado cabos. Me dijiste que ibas a un concierto y me acordé de tu amiga de la chupa de cuero —¿Cómo es posible que recuerde cómo iba vestida Eva el otro día? No se pierde ni un detalle—. Sólo tuve que indagar un poco y di con este lugar. Me arriesgué y gané el premio —Menos mal que no hay nadie por aquí a estas horas, porque estamos dando un espectáculo—. ¿Puedo soltarte o vas a seguir huyendo de mí?

Niego con la cabeza. Él escruta mi rostro unos segundos y al fin, me deja libre. Miro con desilusión el cigarro que está a mis pies. Lo necesito. Continúo temblando y él se da cuenta.

—¿Tienes frío? —Se arrima y yo doy un paso atrás, pero me vuelve a coger de la mano y me atrae hacia él. Dejo de resistirme. Entre sus brazos se está muy bien; es agradable sentir el calor que desprende su cuerpo. Apoya su barbilla en mi cabeza y suspira—. ¿Vas a dejar de comportarte como una niña? —Me pongo tensa, pero me aprieta más contra su pecho y me acaricia el pelo intentando que me relaje—. Con tu actitud sólo demuestras lo contrario a lo que pretendes. —Alzo la cara y lo miro. Está serio, pero aun así, imponente. Observo sus bonitos labios y me dan ganas de tocárselos con los dedos.

—¿Qué estás queriendo decir? —le pregunto, inclinándome un poco hacia atrás.

—Me deseas, Sara. —Apoya su mano en mi nuca y la cubre por completo con ella.

¿Pero cómo se ha dado cuenta? Si he tratado por todos los medios de alejarme de él. Me he comportado como una capulla, le he gritado, dado un golpe en la nariz y he intentado huir.

—Calla —le ordeno, levantando una mano y apoyándola en su pecho. Mi imperativo hace que ponga cara de confusión—. Te estás equivocando. No me conoces para nada.

—Sé lo suficiente. —Me acaricia la barbilla y sonríe. Aparecen sus hoyuelos en todo su esplendor. Tengo el estómago revuelto y el corazón me va a mil por hora, pero noto el suyo contra mí latiendo casi al mismo ritmo—. Te gusta leer y eres preciosa, aunque también bastante cabezota. Y sé que quiero hacer que grites de placer hasta que me supliques que pare, y tú también lo quieres.

Me echo a temblar, aunque esta vez no es del frío, sino del efecto que causan en mí sus palabras. Sé que ya estoy perdida y que lo que me dijo el otro día al salir del coche se va a cumplir. Unas tremendas ganas de llorar se apoderan de mí y agacho la cabeza para que no vea mis lágrimas. Me siento débil, derrotada por este capullo que lo único que quiere es llevarme a la cama. Nunca he caído ante las insinuaciones de un hombre de este modo, pero sé que estoy a punto de hacerlo. Me agarra otra vez de la barbilla para alzarme el rostro y al ver mis lágrimas se queda estupefacto.

—¿He dicho algo que te haya molestado? —me pregunta. Como si no lo supiera. Desliza un dedo por debajo de mi ojo derecho y me limpia las lágrimas. Luego hace lo mismo con el otro. Parece que se siente un poco mal. Pues bueno, que se aguante, porque es lo que se merece.

—Todo lo que dices y haces me molesta —respondo con un hilo de voz.

—Lo siento. Pero no puedo dejar de pensar en ti desde que apareciste por mi estudio —lo dice muy serio. No, si todavía se creerá sus propias mentiras.

Se calla de golpe y dirige su mirada hacia mis labios. Oh, mierda. No quiero que lo haga. Estoy tan débil y mareada por el alcohol que no podré detenerlo como las otras veces. Él escruta mi rostro para encontrar alguna señal que le indique que vaya a dar otro espectáculo. Pero se ve que no halla ningún obstáculo en mí, así que inclina su cara sobre la mía. Entreabre los labios y los acerca a los míos, los cuales mantengo completamente cerrados. El corazón se me va a salir por la boca. ¿Voy a dejar que me bese? Ahí están sus labios. Apenas me han rozado pero la electricidad que he sentido en mi cuerpo ha hecho que me ponga muy tensa. Me acaricia el pelo mientras intenta abrirse paso en mi boca, pero yo todavía me mantengo firme.

—Vamos, Sara, déjate llevar...

Me sostengo en sus antebrazos y cierro los ojos con fuerza. Estoy temblando aún, pero él también. Mi cuerpo está empezando a reaccionar ante el sonido de su respiración.

—¿Ni siquiera estás un poco excitada? —susurra contra mis labios.

Apoya su frente en la mía y baja sus manos por mi espalda hasta llegar a la cintura. Me abraza contra él casi de forma posesiva. Su lengua juguetea con el lóbulo de mi oreja y luego me lo atrapa entre sus dientes.

—Porque yo lo estoy tanto que podría tirarte al suelo aquí mismo —exhala junto a mi oído. Su aliento hace que me den pinchazos en el bajo vientre y que me entre un calor tremendo.

—Por favor... Dijiste que querías ser mi amigo —jadeo.

—¿Es que los amigos no pueden acostarse juntos? —Me da besitos en el pómulo hasta llegar a mi mandíbula.

Echo un vistazo a la calle. El pub se encuentra bastante lejos y por aquí no se ve ni un alma. No puedo aguantar más. Contengo la respiración y le agarro de los bordes de la camisa, apretándolos con fuerza. Expongo mi rostro ante el suyo y él vuelve a posar sus labios en los míos y esta vez no encuentra mi oposición. Abro la boca y su lengua se abre paso por ella buscando la mía. Se la ofrezco y juega hasta que yo me apunto y ambas se entrelazan lenta y suavemente. Ardo entera. No puedo hacer otra cosa más que dejarme llevar como él quería.

Me coge en brazos y sin dejar de besarme me lleva al callejón. Una vez ahí me apoya contra la pared y yo me abrazo a él con intensidad, deslizando mis manos hasta su cuello para acariciárselo. Quiero sentirlo más cerca.

—No quiero que te apartes —le digo cuando él deja de besarme en la boca para mordisquearme en el cuello.

—No lo voy a hacer —jadea con la respiración entrecortada—. Me pones demasiado, Sara.

Sus palabras son como el fuego que prende la llama. Le agarro del cuello y le obligo a besarme de nuevo. Ya he perdido todo el control. De todos modos, no me importa. Sólo quiero que me posea y que todo esto acabe. Cuando por fin me tenga, dejaré de interesarle y ambos podremos vivir en paz, como antes de que nos conociéramos.

Le desabrocho un botón de la camisa y le acaricio el pecho. Me encanta. No es demasiado fuerte... Simplemente es perfecto. Él gime contra mis labios y se aprieta más contra mí, clavándome su erección. Me pilla totalmente desprevenida y dejo escapar un pequeño grito de placer. Joder, Cyn tenía razón. Debí haber hecho esto antes. Es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. El placer que provoca en mí este hombre no se puede explicar con palabras.

Siento sus manos navegando por mi cuerpo. Me roza la cadera y yo echo la cabeza hacia atrás ante ese simple contacto. Pero es que es notar sus dedos en alguna parte de mi cuerpo y entro en combustión. Me besa la garganta mientras lleva su mano hacia la parte interior de mis muslos. Yo le agarro del pelo y me pongo tensa. Me sube un poco la falda y me acaricia con suavidad la entrepierna. Después me las separa con un poco más de fuerza. Oh, joder, tengo ganas de gritar de placer. Pero entonces escucho unas voces y me doy cuenta de dónde nos encontramos. ¿Qué hago a punto de tener sexo en la calle con un tío al que apenas conozco?

—Abel, para. —Intento apartarle de mí, pero está demasiado concentrado en lamer mi cuello—. Por favor, detente, que se acerca alguien.

Me agarra del trasero con violencia y me golpea otra vez con su erección. Madre mía, está durísima. Gruñe contra mi oído y farfulla algo, aunque no puedo entenderlo. Yo continúo tratando de separarlo.

—En serio, Abel, va a pasar alguien. Estamos en la calle. —Al final logro que se fije en mí, aunque tiene la mirada desenfocada—. No quiero hacerlo aquí.

Le empujo con suavidad y trato de recomponerme. Me bajo la falda y me arreglo la camiseta. Él no aparta los ojos de mí. Su pecho sube y baja de forma acelerada. Bajo la vista y descubro el bulto en su pantalón. Sólo consigo excitarme más, pero debo mantener la cabeza fría al menos por un rato. De repente, las voces se escuchan más cerca y por nuestro lado pasan un grupo de chicos armando jaleo. Se quedan mirándonos muy sonrientes. Supongo que se imaginan lo que estábamos haciendo. Yo me sonrojo e intento sonreír hasta que, por fin, se alejan calle abajo. Abel se adelanta un paso hacia mí, pero le indico que no con un dedo. Se detiene, aunque veo que aprieta los puños. Tiene que estar pasándolo francamente mal, pero lo cierto es que la situación me divierte. Que sufra un poquito.

—Mejor lo dejamos para otro día —le digo, y salgo del callejón en dirección al pub. Quiero encontrar a mis amigas. Seguramente están preocupadas.

Él se abalanza sobre mí y me agarra desde atrás. Me rodea con sus brazos y apoya una mano sobre mi vientre.

—No voy a dejar que te vayas.

—Debo hacerlo.

—¿Por qué? —Se está empezando a enfadar otra vez y me aprieta con sus manos.

—Tengo que decirles a mis amigas dónde estoy. —Intento calmarlo y me revuelvo para quitármelo de encima.

—Mándales un mensaje o llámalas.

—Tengo el bolso allí dentro —Señalo hacia el pub. Hay gente saliendo. Puede que ya estén cerrando y entonces me quedaré sin él.

—Vamos a cogerlo —se quita de mi espalda y se pone delante agarrándome de la mano. Echamos a correr hacia el bar. Está muy serio, con los labios apretados y el azul de sus ojos oscurecido.

—Escucha, que no me voy a perder...

—Ya te lo he dicho: tú no te vas a ningún lado.

—Podemos quedar otro día y...

—No. —Una negación rotunda. Me aprieta la mano y antes de entrar al bar me dice—. Puedes cambiar de idea y yo quiero tu cuerpo ahora.

Me da un empujón y trastabillo en la entrada del pub. Entonces me coge de la cintura y caminamos por el local, que ya se encuentra casi vacío. ¿Y si Cyn y Eva se han ido y me han robado el bolso? ¡He sido una inconsciente por salir de esa forma y dejarme seducir como una quinceañera!

—Allí. —Abel me señala una chica morena, alta y esbelta. Sin duda es Cyn. Y es capaz de reconocerla estando de espaldas.

Me acerco a ella y veo que está hablando con el batería del grupo. Cuando me descubre, abre los brazos y me abraza con alegría. Creo que está un poco borracha, pero se las puede apañar.

—¿Dónde está Eva? —le pregunto.

—Creo que se fue con un tío... —Vale, así yo no me sentiré tan mal por desaparecer también—. ¡Ah, me dio esto para ti! —Cyn coge algo que hay en la mesa de al lado y me lo da. Es mi bolso. Inmediatamente Abel me sujeta del brazo y tira de mí.

—Cyn... ¡nos vemos mañana!

—¡Cacho perra! —me grita cuando se da cuenta de quién es el que me arrastra hacia la salida.