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—NO mires aún.

—Si me es imposible.

No sólo me tapa los ojos con las manos, sino que también llevo un pañuelo anudado. Vamos, que no veo nada. Pero sé que ya estamos en su casa porque distingo el inconfundible olor del mar a lo lejos.

He terminado mi último examen hace tres horas, y en cuanto he salido por la puerta de la facultad, él me esperaba con su coche. Me ha traído aquí por una sencilla razón: voy a vivir con él. Aunque de momento, tan sólo durante el verano. En cuanto empiece el curso, Cyn y yo compartiremos piso de nuevo. Me sabía mal alejarme de ella, pero me ha asegurado que estará bien, y además se pasará todos los fines de semana en el pueblo porque su hermana está embarazada.

Mientras ayer hacía las maletas, me preguntaba si estoy haciendo bien. En realidad no he podido evitarlo: no hay momentos más vívidos que los que paso con él. Debería tomármelo con más calma, ser menos pasional, pero sus ojos no me lo permiten. Por otra parte, no me gusta el hecho de vivir bastante alejada de la capital, aunque él me haya asegurado que su coche está a mi disponibilidad siempre que yo quiera. Según me ha dicho, la parada de autobús más cercana se encuentra a quince minutos andando por la carretera. Así que para no agobiarme, creo que me tomaré esto como unas relajantes vacaciones.

Me saca de mis pensamientos al quitar las manos de mis ojos, y a continuación me desanuda el pañuelo. Nos encontramos en la terraza, donde ha dispuesto una mesa con un precioso mantel, unas velas y lo que parece ser su mejor cubertería. Me sorprende que sea tan romántico. Me giro hacia él y le abrazo. Me da un beso en la punta de la nariz.

—¿Te gusta?

—Claro que sí.

—He cocinado para ti.

—Ah, ¿pero sabes? —me burlo. Los otros días que pasé aquí con él, cociné yo o pedimos comida para llevar.

—Recuerda que vivo solo, pequeña. —Me da un cachete en el culo.

Me acompaña a la mesa y me hace tomar asiento. Contemplo las velitas rojas con una sonrisa.

—Voy a meter las maletas y enseguida traigo la cena, ¿vale?

Asiento con la cabeza. Le espero toqueteando los cubiertos. Cinco minutos después aparece de nuevo con una botella de vino. La descorcha y me sirve un poco en una copa. Me invita a probarla mientras va a por la cena. Dos minutos después regresa con dos platos llenos de pasta. Cuando me pone el mío delante, se me hace la boca agua. Huele genial.

—No es muy elaborado, pero mi padre me lo preparaba cuando vivíamos en Italia —me informa— Lleva una salsa de quesos con nueces.

Sin esperar a que diga nada más, lo pruebo. Mastico con deleitación mientras él me observa.

—Está delicioso —le digo con la boca llena.

Veinte minutos después y tras tres copas de vino, empiezo a notar que se me está subiendo a la cabeza. Desde que volvió del viaje no hemos vuelto a tocar el tema por unas cosas u otras, así que decido preguntarle.

—¿Qué tal fue en Madrid?

Deja en el plato el bocado que se iba a meter en la boca y se limpia con la servilleta.

—Bien —se limita a contestar.

—¿Cómo está Eric?

Frunce el ceño y se remueve en la silla.

—Bien, ¿por qué lo preguntas?

—Como Judith y tú vinisteis a la graduación y él no...

—Le interesaba más quedarse con los demás —tuerce el gesto.

—¿Ha habido algún problema? —quiero saber, un tanto preocupada.

—No. Tan sólo muchos paparazzi y una Yvonne muy cabreada.

—¿Y qué pasa con Nina?

—Hablamos. —Da un trago a su vino.

—¿En serio? —Yo doy otro, completamente incrédula. ¿No se lanzó la modelísima a arañarle la cara?

—Sí.

—¿Qué pasó, Abel? —Ya me vuelve a ocultar algo, lo sé.

—Ya no está enfadada.

—¿Ah, no? ¿Y qué significa que se haya pasado las últimas semanas despotricando en la prensa rosa?

—Ya tiene lo que quiere.

—¿Te ha dicho ella que no está enfadada?

—No exactamente.

—¿Entonces?

Chasquea la lengua y se me queda mirando con mala cara. Al fin, me dice:

—Yvonne no quiere trabajar más conmigo. —Aparta sus ojos de los míos.

—¿Quééé? —exclamo, anonadada—. ¡No puede hacer eso!

—Es lo que quiere Nina. Y en realidad el rostro de la firma es ella, así que...

—¡Pero nadie hace las fotos como tú!

—Nina ha convencido a Yvonne de que ya no serán igual. Además, si vieras su Twitter, hay un montón de seguidoras defendiéndola.

—Se comporta como una cría —grito, dando una palmada en la mesa.

—Sara, basta ya —dice, muy serio, provocando que me calle de golpe—. No hablemos más de ella. Esta es una noche especial para los dos. Disfrutémosla.

—Lo siento. —Me levanto y me acerco a él —Es que me preocupa tu trabajo.

—Sara, soy bueno. No sólo fotografío moda, aunque sea lo que me dé más ganancias. —Me dedica una mirada que no puedo entender... en la que se cruzan sombras—. Soy un hombre con ases en la manga. Así que me las apañaré. Siempre lo he hecho.

—Vale —asiento, aunque hay algo en sus ojos que me inquieta—. Sólo quiero que estés bien.

—Lo estoy —me asegura—. Y ahora lo que yo quiero es que seas mía.

Se levanta y me toma de la cintura con su habitual posesión. Me dejo envolver por esos fuertes brazos, apoyando las manos en su pecho. Con un gesto me indica que espere, y se marcha al interior de la casa. Unos segundos después una suave melodía vibra en el ambiente. En cuanto vuelve, me agarra de la nuca y sus labios me besan con pasión.

—Hagámoslo allí —gira la cabeza hacia la derecha, donde se encuentra la piscina.

—¿Y si alguien nos ve?

Niega con la cabeza.

—¿No estará muy fría?

Se echa a reír.

—Sara, a veces está muy bien hacerlo de forma menos convencional —deposita un beso en la comisura de mis labios—. ¿No te apetece?

Vale, él directamente ha llegado a la conclusión de que nunca lo he hecho en una piscina. Bueno, es cierto, pero eso no quiere decir que sea una sosa... así que asiento con la cabeza y le muerdo los labios. Su lengua sabe a excitación y vino y esa combinación me vuelve loca. En cuestión de segundos nos encontramos en el borde de la piscina, él subiéndome el vestido con lentitud, acariciándome los brazos y los hombros. Un escalofrío me recorre por completo cuando me baja las braguitas. Alzo un pie y el otro y las empujo a un lado. Dirijo las manos a su pecho y le desabotono la camisa y cuando se la abro, me lanzo a besar y lamer su pecho. Mientras tanto, le desabrocho el pantalón y se lo bajo, descubriendo su sexo duro y erguido. Lo tomo con una mano acariciándoselo por encima del calzoncillo. Se humedece la tela en cuestión de segundos y le despojo de ella. Se quita los zapatos y, sin apartar la mirada de mí, se tira a la piscina. Yo me cubro el cuerpo con los brazos porque me ha entrado un poco de frío.

—¡Venga, tírate!

Para que no piense que soy una cobarde, me lanzo de golpe. ¡Joder, está helada! Cuando salgo a la superficie, suelto una exclamación furiosa y le busco con la mirada. Él me coge desde atrás y me besa la nuca y el cuello. Me gira la cara y me lame las gotas que hay en mis labios.

—Me encanta tu culito, nena —me susurra con voz grave, mordiéndome la nuca.

Yo me echo hacia atrás y presiono mi trasero contra su pene. Me sujeta de las caderas, buscando la entrada.

—¡Eh! —exclamo, dándome la vuelta un poco asustada.

—¿No te gustaría, Sara?

—¡No!

Lanza una carcajada y me coge de las mejillas, obligándome a besarlo. Me coge en brazos y flotamos por el agua lentamente. A mis oídos llega el suave oleaje que provocamos y las notas de una canción que me encanta.

—Wicked game —murmuro.

—Es una de mis canciones preferidas —dice, al tiempo que me lleva hacia las escaleras de la piscina—: Es muy sensual. Como tú.

«The world was on fire and no one could save me but you. It’s strange what desire will make foolish people do». Me mira a los ojos de forma muy seria, logra excitarme en cuestión de segundos más que con cualquier caricia. Y cuando me canta al oído, me derrito en sus brazos:

—I never dreamed that I’d love somebody like you...

Paso los brazos por su cuello y me abrazo a él con fuerza, al tiempo que le rodeo la cintura con las piernas.

—Te dije un par de veces que serías mía, Sara. —Su mano se mueve por debajo del agua hasta detenerse en mi vientre. Me lo acaricia con suavidad—. ¿Quieres que yo sea tuyo?

Asiento con la cabeza y me lanzo a besarle en la boca. Él suelta un gemido y presiona mi pubis, provocándome un relámpago de placer en las piernas. Me echo hacia adelante con la intención de que me acaricie con sus magníficos dedos. Se da cuenta de mis deseos y los cumple de inmediato. Su dedo índice recorre los pliegues de mi sexo, húmedo a causa del agua y de mi excitación. «What a wicked game to play, to make me feel this way. What a wicked thing to do, to let me dream of you...». Me sujeto a su espalda mientras introduce el dedo en mi interior. Echo la cabeza hacia atrás y observo las estrellas en el cielo. Estoy aquí, en esta estupenda piscina de esta maravillosa casa con este hombre perfecto. Y me está haciendo tocar esas estrellas desde aquí. Me siento como una de ellas. El deseo arde en mi cuerpo, por mis venas, por cada terminación nerviosa.

—Esta noche voy a hacer que grites mucho, Sara —susurra en mi cuello.

Entonces me introduce otro dedo mientras con el pulgar juega con mi clítoris hinchado y palpitante. Me clava la erección en el muslo y no puedo evitar soltar un gemido de placer cada vez que sus dedos entran y salen de mí.

—Esta la primera.

Me pellizca el clítoris y en cuestión de segundos los músculos de la vagina se me contraen. Me corro en su mano durante un rato larguísimo y cuando termino me tiemblan las piernas y apenas puedo respirar. Sin embargo, no me da tregua. Me gira de sopetón, de cara a las escaleras y de espaldas a él. Recorre con sus manos mi culo, me separa las nalgas y me las junta haciendo círculos en ellas con su durísimo pene. Estoy excitadísima, pero no puedo evitar ponerme tensa cuando noto su punta en mi agujero.

—Tranquila... Hoy tampoco va a ser... Estoy demasiado excitado como para esperar a que se dilate.

Me agarra de un pecho y me acaricia el pezón con dos dedos, lo pellizca, tira de él, vuelve a tocarlo con suavidad. La sensual voz de Chris Isaak se clava en mis oídos y se mezcla con sus gruñidos a mi espalda. «I never dreamed that I’d love somebody like you...». Oh, por favor, le deseo tanto.

—Ya vuelves a estar lista para mí, Sara.

Introduce su pene en mi sexo. Por fin, no podía aguantar más. Me clavo el acero de las escaleras en el vientre, pero no me importa. Las embestidas que me da son lo único que domina ahora mi mente. Me penetra con ímpetu, con pasión, incluso casi con violencia. Sus dientes muerden el lóbulo de mi oreja y me apoyo en su pecho, poseída por el deseo y por él.

—No... Échate hacia delante.

Me agarro a los bordes de la escalera y él se aleja un poco, sin sacar su miembro de mí. Me sujeta de las caderas con fuerza al tiempo que acelera las embestidas, tanto que me parece que me va a romper.

—¡Dios! —exclamo, cerrando los ojos y mordiéndome los labios.

Le deseo tanto. Me enloquece como nadie. Me folla como ninguno. Ahora mismo esto es sexo carnal, duro, demasiado excitante. Pero es lo que yo también quiero. Me encanta que me lo haga así. De repente, reduce la velocidad de sus movimientos, a lo que yo protesto. Se inclina sobre mí y me besa en el cuello, haciendo que el agua se menee ante mi rostro.

—¿Alguna vez has jugado con algo, Sara? —me pregunta, jadeante.

—¿Qué? —No entiendo la pregunta, estoy demasiado excitada. ¡Estaba a punto de irme otra vez! Empiezo a mover el culo, para que continúe penetrándome.

—Que si has utilizado juguetes sexuales.

Detengo mis movimientos y me quedo pensando.

—No, nunca he usado nada.

—Me gustaría jugar con ellos y contigo.

Me da un cachetito en el culo y me besa el oído. A continuación sale de mí y me empuja para que me aparte de la escalera, ocupando él mi lugar.

—Quizá más adelante, cuando tú y yo ya lo hayamos probado todo —sonríe y un brillo malicioso destella en sus ojos. Me coge de la cintura y me sitúa ante él—. Fóllame tú, Sara.

Me quedo mirándolo con deseo. Su pecho y cuello húmedos por las gotitas... ¡Claro que voy a hacerle de todo! Me coloco delante de él, rodeándolo con mis piernas. Me coge del trasero y me sube un poco, para que pueda introducirme su sexo. Se desliza en mi interior fácilmente, y yo me dejo caer de forma brusca, provocando que abra mucho los ojos y suelte un gruñido de placer.

—Muévete, Sara. Dámelo todo —jadea, cogiéndome un pecho con la mano y masajeándomelo.

Yo empiezo a menear las caderas en círculos. Notarlo tan dentro de mí hace que me vuelva loca. Me echo hacia atrás, apoyándome en su pecho, rozando casi el agua con el pelo. Él me sujeta con sus brazos y se mueve a mi ritmo. Cabalgo violenta y salvajemente, mirándole a los ojos. Mis entrañas se contraen cuando me aprieta las nalgas. Está a punto de correrse, su excitación no para de palpitar en mis paredes. Le clavo las uñas en el pecho y aumento las sacudidas de mis caderas. Entra y sale de mí a tanta velocidad que me estoy quedando sin respiración. La mirada de sorpresa que me dedica me libera por completo. Vuelvo a mirar el cielo gritando de placer, al tiempo que él se une. Me ha excitado demasiado que se sorprendiera de mí. He sido yo la que le ha dominado, y la sensación ha sido genial. Me deshago en sus brazos en ondas de placer mientras me llena toda de él. Cuando nos tranquilizamos, apoyo la cabeza en su pecho mojado y suspiro. Estoy rendida.

—Ya no está el agua tan fría, ¿verdad?

Me echo a reír.

—Creo que un poco más y la hacemos hervir.

Me alza la barbilla y me mira profundamente con esos ojazos azules. Joder, es tan atractivo. Esos hoyuelos en sus mejillas cuando sonríe son mi perdición. Parece que va a decir algo, pero me adelanto y casi sin quererlo, susurro:

—Te quiero.

Se le borra la sonrisa de la cara. Oh, mierda. No, no, no quería decirlo. Bueno, sí, pero... Ha sido demasiado pronto, ¿verdad? He sido una estúpida, no parece haberle hecho gracia. Joder, ¿le he asustado? Se queda callado, observándome de forma extraña. Una vez más, no puedo leer en sus pupilas. Me besa en la mejilla y me saca de la piscina con la excusa de que no quiere que me enfríe.

Y yo me quedo muy quieta, con la cabeza dándome vueltas, porque su «te quiero» no ha llegado.