15
SOBRESALTADA, le doy un suave empujón a Santi para apartarlo de mí y, aunque al principio se resiste un poco, al fin logro quitármelo de encima. Pero el dueño de la voz se cierne sobre mí y mi estúpido corazón se echa a latir como un poseso. Estoy segura de que lo va a escuchar.
Como tengo la cabeza agachada, lo primero que veo son sus náuticos azules, a continuación los vaqueros desgastados, la camisa a rayas, remangada hasta el codo como ya parece habitual en él, su marcada nuez, la barba incipiente y esos labios tan sugerentes que besan a todas. Y por fin, me topo con sus penetrantes ojos. Me está mirando con suspicacia y, a pesar de tener una media sonrisa dibujada en el rostro, no parece contento.
—¿Por qué estás besando a este tío?
Vale. Podría haber empezado la conversación de otro modo pero no, ha tenido que dárselas de amante ofendido, fingiendo que realmente yo le intereso. Puede que sea verdad que esté molesto, ya que imagino que lo que le gusta es que todas se lancen a sus pies.
—Este tío tiene nombre —interrumpe Santi. Oh, no, y encima ahora mi ex se pone a la defensiva.
Ambos se estudian con gravedad. Por mi cabeza danzan escenas en las que dos hombres hermosos se pelean por una mujer y ella tiene que interponerse para que todo acabe bien. Yo no sé si podré hacerlo; me tiemblan las piernas porque temo la reacción de Abel. Sin embargo, para mi sorpresa, alarga una mano y se presenta:
—Soy Abel. ¿Y tú?
—Santi —Se estrechan las manos y yo suspiro con alivio. Mi ex le observa con los ojos entrecerrados y le pregunta—: ¿Y eres...? —Oh, oh. Esto no ha terminado.
—Un buen amigo de Sara —responde con una sonrisita burlona. Santi se vuelve hacia mí y me interroga con la mirada, ya que él ha conocido a todos mis amigos. Yo finjo que no me doy cuenta y mi estómago se encoge cuando Abel le interroga—. ¿Y tú quién eres? ¿Su novio? —sus ojos se oscurecen.
¿No me digas que está celoso de verdad? Esta sí que es buena. Él tiene la libertad de ir dando morreos a diestro y siniestro, pero los demás debemos colocarnos un cinturón de castidad. Cuánta hipocresía hay repartida por el mundo.
—Lo fue —me adelanto a Santi.
—Me sorprende la buena relación que tenéis —Nada, que no borra la sonrisa, aunque cada vez se aproxima más a la de un lunático.
Le pido con la mano que espere un momento y me llevo a Santi a un lado. Tampoco parece muy contento y además, yo lo que quiero es evitar que pasen más tiempo juntos, así que le pregunto en un susurro:
—¿Podemos vernos otro día?
—¿Quién es ese gilipollas?
—Tú lo has dicho: un gilipollas —coincido. Le agarro una mano y le suplico con los ojos—. Por favor, necesito solucionar un asunto con él.
Me aprieta los dedos y dirige su atención a Abel, y después a mí, y así un par de veces. Al fin suspira y dice:
—Vale. ¿Pero estarás bien?
—Claro que sí. El portal está al lado y hoy es viernes, hay más gente por ahí —sonrío.
Me da un beso en la mejilla que se prolonga más de lo deseado. Lo está haciendo a propósito para molestar a Abel. Cuando nos despedimos yo noto que mis nervios están a flor de piel. Ahora tengo que enfrentarme a él. Pero oye, que es él el mentiroso y el picaflor. ¡Yo no tengo nada de lo que arrepentirme!
—¿Acostumbras a besarte tan apasionadamente con tus ex? —me pregunta en cuanto me doy la vuelta.
—Tú no eres el más indicado para hablar —le suelto con voz avinagrada.
Nos quedamos unos minutos en silencio, observándonos con cautela. Estoy rabiosa con él y, sin embargo, no puedo apartar la vista de sus labios, que me recuerdan cómo me hicieron sentir cuando me besó. El de Santi no ha sido nada comparado con los suyos.
—¿Se puede saber qué haces aquí? ¿Es que no te dejé claro que no quería saber nada de ti? —Tengo que mostrarle que no se va a salir con la suya y hacerle comprender que no puede ir acosando a los demás para conseguir sus propósitos. Eso está muy mal.
—No entiendo tu reacción. Creo que me debes una explicación.
—¡Me la debes tú a mí! —alzo la voz sin querer. Él se ríe burlón y yo trato de tranquilizarme porque no quiero perder el control. ¡Pero es que me casa de mis casillas!
—¿No lo pasamos bien? —Se acerca y yo doy un paso atrás.
—Exacto: pasamos. Pretérito indefinido. Una vez y no se va a volver a repetir. —Empiezo a andar hacia el portal, pero me alcanza y se pone delante de mí, bloqueándome el paso. Yo dejo escapar un suspiro de impaciencia y me cruzo las manos en el pecho—. ¿Me puedes dejar pasar, por favor?
—Sara, nunca he ido detrás de ninguna mujer. —Va a cogerme de la mano, pero la aparto con brusquedad. Me mira con expresión dolida—. ¿Se puede saber qué te he hecho?
No debería estar hablando con él, ya que los resultados van a ser los mismos de antes. Si me toca, caeré, y no es lo que debo hacer aunque todo mi cuerpo lo anhele. Él es nocivo para mí, pertenece a un lugar distinto al mío y tiene una personalidad demasiado arrolladora. Así que le tengo que decir adiós, no hay otra. Quizá si yo no hubiese visto lo de la televisión, habría continuado cayendo en sus brazos, pero en el fondo me alegro de no ser una ciega tonta.
—Nada. No has hecho nada —respondo, con la cabeza gacha e intentando pasar—. Sólo quiero que me dejes ir a casa.
Me doy cuenta de que está intentando controlarse para no tocarme y que su cuerpo está en completa tensión. Cuando pienso que va a agarrarme y apretarme contra él como otras veces, me sorprende haciéndose a un lado. El corazón casi se me sale por la boca porque creía que iba a insistir más y yo tendría que luchar por escapar de sus brazos. Es como si yo misma lo quisiese: mi cuerpo actúa de forma totalmente contraria a mi mente.
—Gracias —digo en un murmullo. Evito cruzar mi mirada con la de él. No puedo soportarlo. Al final me va a dejar marchar así, como si nada. Yo tenía razón.
Intento abrir pero me tiemblan tanto las manos que no atino y se me cae el llavero al suelo. Me agacho para recogerlo, pero él ya lo ha hecho y al levantarnos al mismo tiempo, nuestras frentes chocan y nos damos un buen golpe.
—¡Maldita sea, Sara! —se queja, llevándose una mano a la cabeza.
—¡Ha sido culpa tuya! —exclamo yo, tanteando para ver si me he hecho un chichón.
Cuando aparto la mano me doy cuenta de que estamos muy cerca. Aprecio el agitar de su pecho y la respiración que sale de sus labios entreabiertos. Cuando aspiro me azota su perfume mezclado con el aroma de su piel y me parece que estoy a punto de enloquecer. Mi corazón está celebrando su fiesta particular en el pecho. Pum, pum, pumpumpum. Dios mío, pero por qué me siento así. ¿Cómo puede hacerme perder la cabeza de este modo? De repente, coge mi mano y se la lleva al pecho. Su corazón vibra tanto o casi más que el mío.
—¿Lo sientes o soy solo yo?
No sé a qué se refiere, así que me quedo callada, con la mano apoyada en su fuerte pecho, notando el calor que emana de él. Me acaricia allá donde me he golpeado y yo me obligo a intentar apartar los ojos de los suyos, pero no puedo. No puedo. Quiero mojarme en ese mar de tentación. Sus dedos electrizan mi piel, me dan calambres en todas las partes del cuerpo. Siento que es un imán que me atrae más y más. Él es la manzana que deseo morder una y otra vez.
—Hay algo entre nosotros. Cada vez que nos miramos. Que nos tocamos. Que estamos cerca —El aliento le huele a vainilla y no puedo evitar lamerme los labios al recordar sus besos—. Lo sabes, ¿no?
Asiento con la cabeza. Se me ha quedado la boca seca y sé que voy a caer. Ya me he perdido en las aguas de sus ojos. Estoy nadando por ellas y dejándome llevar por el placer que me provocan las olas. No entiendo cómo puedo ser tan boba... si apenas hace dos días la rabia me carcomía. Y ahora me tiene presa en sus manos y no voy a poder escaparme.
—Te dije que ibas a ser mía... —Desliza los dedos de mi frente a mi mejilla y me la roza con suavidad. Pero y él, ¿él podría ser mío algún día? ¿Me dejaría penetrar en su alma como él lo está haciendo en la mía?
Contengo la respiración cuando baja su rostro hacia el mío y no puedo evitar cerrar los ojos y entreabrir los labios. Aparto a un lado mi cerebro en alerta y escucho a mi cuerpo en combustión. Me va a hacer explotar, lo sé, pero es un fuego en el que quiero quemarme. En el que me gustaría arder durante toda la eternidad. Me sujeta la barbilla con una mano y yo abro más la boca. Vamos, hazlo, bésame, por favor.
Y entonces, se abre el portal y la electricidad que reinaba en el ambiente se desintegra en una fracción de segundo. Me aparto de él con brusquedad y al girarme me topo con el rostro desencajado de Cyn. ¡Qué oportuna! Y la verdad es que no sé si alegrarme o enfadarme por haber interrumpido lo que estaba a punto de pasar.
—¡Vaya, pero si aún estás aquí! —exclama, dirigiéndose a Abel.
La cojo del brazo pidiéndole una explicación. Ella se encoge de hombros y se muerde los labios con expresión de culpabilidad. Abel se adelanta y dice:
—Llamé al timbre para ver si estabas y Cyn me ofreció esperarte arriba, pero preferí quedarme aquí.
¿Pero qué confianzas son estas? ¿Hay algo de lo que yo no me he enterado? Porque me parece que estoy perdiéndome muchas cosas... ¿Cómo ha podido decirle que subiera? ¡Si sabe lo mal que lo he pasado por su culpa! Debería haberle mandado a la mierda en cuanto le escuchó por el telefonillo.
—Chicos, lo siento, pero voy a llegar tarde. —Me da un abrazo y se despide de Abel con un beso en la mejilla.
¿Pero qué? ¿Es que ahora son amigos? ¿Pero desde cuándo? Me voy a volver loca. Y encima lo que quiere es escaquearse. La miro con el ceño fruncido y con una expresión que ella conoce muy bien: cuando vuelva la mataré. Sí, es exactamente eso lo que he querido decirle. Bueno, primero habrá bastantes torturas para que suelte todo. Porque hay muchas cosas que se me escapan. La veo desaparecer por la esquina cuando Abel me rodea la cintura con los brazos y me atrae a él.
—¿Por dónde íbamos?
—Eh... Quieto. —Apoyo las manos en sus antebrazos y me echo hacia atrás. Retorna a su rostro la expresión dolorida y finge que hace pucheros como un niño.
Me suelta y menea ante mis ojos una pequeña bolsa. Anda, ni me había dado cuenta de que la llevaba. Claro, sólo tenía ojos para cualquier parte de su cuerpo. Me pregunto qué es lo que habrá en su interior. Con una sonrisa me la entrega y yo me quedo como una tonta sosteniéndola entre mis manos. La abro y atisbo en su interior: hay algo envuelto en papel de regalo rojo. Y me parece que se trata de un libro por el tacto y el aspecto. Alzo la vista y lo miro extrañada. ¿Para qué me ha traído un regalo? No entiendo nada.
—¿No lo vas a abrir?
En realidad no lo sé. ¿Debo hacerlo? ¿No debo? Lo mejor sería meterme en el portal ahora que estoy a tiempo y olvidarme ya de él. No caer en esta oscura telaraña... ¡Y hace apenas unos segundos he estado a punto de trastabillar! Me habría dado un golpe enorme... ¿Qué hago? En el fondo me sabe mal no abrir el regalo porque, al fin y al cabo, se ha acordado. Así que lo saco de la bolsa y con tiento despego el celo y voy desenvolviéndolo. Entonces aparece ante mí una edición especial de Orgullo y prejuicio en el idioma original, con unas tapas hermosas pero ajadas, al igual que las páginas de su interior, amarillentas por el paso del tiempo. Me lo llevo a la nariz y aspiro el delicioso aroma. Es algo que adoro: sentir el transcurrir de la vida en el olor de los libros. Cuando se me pasa la emoción, caigo en la cuenta de quién me lo ha regalado y empiezo a establecer conexiones. Tan sólo Eva y Cyn saben lo mucho que me gusta esta obra, pero Eva no sería tan cabrona y la que me escuchó suspirar por ella en el puesto de libros fue mi queridísima Cyn... ¡Definitivamente la voy a matar!
—¿Te ha dicho Cyn que podías comprarme con esto? —No puedo evitar ponerme a la defensiva. Con este comentario debo parecerle una bruja, pero no importa.
—Claro que no. —Se le borra la sonrisa y una arruga de preocupación hace gala de presencia en su ceño—. Sólo le pregunté qué libro te gustaría tener y me dijo que este. Y da la casualidad de que yo tenía esta edición, heredada de mi madre, en la biblioteca.
Me quedo muda. Recuerdo su maravillosa biblioteca, sí. Y lo que hicimos en ella... ¡No, no! Me tengo que olvidar de eso. La cuestión es que no sé si está jugando conmigo para hacerme caer o es cierto lo de que este libro fue de su madre... Desde luego que es antiguo, pero ha podido comprarlo en alguna librería de segunda mano. Me ha mentido una vez, ¿cómo puedo fiarme?
—Te lo agradezco, pero si es de tu madre deberías devolvérselo —Aunque con pesar, acabo metiéndolo en la bolsa y se la tiendo.
—Mi madre está muerta, Sara.
Ups, he metido la pata hasta el fondo. Ya no creo que me esté mintiendo en algo tan serio. El corazón se me pone en marcha una vez más. ¿Me está regalando de verdad una edición antigua de una de las mejores obras de Jane Austen y que, encima, perteneció a su madre muerta? No sé por qué, pero si esa biblioteca la heredó de ella, me imagino que fue una mujer espectacular. Siento un poco de pena por él, es muy joven y ya ha perdido a su madre. ¿Cuándo sucedió? ¿Hace poco? ¿Cuando era un niño? Me gustaría preguntárselo pero no tengo tanta confianza y, por otra parte, es la primera vez que se abre a mí contándome algo tan importante.
—Lo siento —me disculpo, agachando la cabeza. Sé que me he puesto roja y me han entrado hasta ganas de llorar.
—Tranquila, no lo sabías. —Intenta sonreír, pero le veo afectado.
¿Y ahora qué digo? Verdaderamente será mejor que me meta en el portal y me escape de su vida para siempre. En el fondo, me parece demasiado sorprendente que me haga este regalo a mí. ¿Por qué no a Nina, que es su novia? Vale... Quizá no le guste leer.
—Si era de tu madre, debe estar en esa biblioteca. —Estiro el brazo una vez más, pero él se niega a cogerlo.
—Quiero que lo tengas tú. Sé que en tus manos estará muy bien. —Se apoya en la pared del portal con las manos en los bolsillos. Me dan unas ganas tremendas de acunarle entre mis brazos porque ahora parece un Abel distinto... Alguien desolado. ¿Es este el auténtico Abel y el de antes es tan sólo una máscara?—: Si mi madre te hubiera conocido, habría opinado lo mismo. Lo sé. —Sus palabras me emocionan y no puedo contener por más tiempo las lágrimas. Él se apresura a cogerme de los hombros y me obliga a mirarle—. ¿Estás bien? ¿He dicho algo malo?
—Ya te dije una vez que todo lo que decías lo era... —Él se ríe y se me contagia, pero enseguida me pongo seria. No puedo continuar fingiendo que todo está bien, porque no lo está. Yo no lo estoy.
—Te lo digo en serio, Sara —me aprieta los hombros con cada palabra—. Tú y yo. Entre nosotros hay algo especial.
¿El qué? ¿Qué hay? Me está confundiendo. No debería hablar así porque sus palabras tan sólo consiguen que yo me derrita. Son frases que diría alguien que está enamorado de otra persona. Lo malo es que sé perfectamente que él no lo está, que lo que considera especial es una atracción sexual increíble, mágica y maravillosa. Pero que al final siempre acaba terminándose. Para mí, el término especial incluye otros aspectos y sentimientos que no creo que él pueda llegar a sentir por mí. No al menos el Abel que me ha mostrado días antes. Quizá el que se ha dejado ver unos minutos ahora podría... Pero estoy segura de que no es quien quiere ser. Supongo que ha decidido crearse un personaje para disfrutar de la vida y ha llegado a tomárselo demasiado en serio.
—Estás equivocado. —Meto la llave en la cerradura y esta vez consigo abrir a la primera.
—¿Por qué te mientes a ti misma? —Me agarra de la mano, aunque no tira de mí hacia él. Simplemente nos quedamos así, yo dentro del portal y él fuera, con mi brazo estirado cuan largo es.
—Porque tú me has mentido a mí —le suelto de repente. No quería, pero no lo puedo aguantar más. No soporto que esté intentando seducirme de nuevo sin confesarme que tiene una relación con otra mujer.
—No sé a qué te refieres. —Lleva mi mano a sus labios y me la roza apenas con ellos mientras me traspasa con su intensa mirada—. Mañana. Tú y yo. Cenamos juntos. Pasaré a por ti a las nueve. Estaré esperando aquí abajo. Si no apareces, me rendiré.