27

AMBOS se sientan enfrente de mí. Abel con el rostro más serio e impenetrable que de costumbre. Nina con esa sonrisa falsa llena de dientes blancos y postizos que ya empieza a cansarme. Y sólo han pasado cinco minutos. Por suerte, tengo a mi derecha a Judith y a mi izquierda a Eric. No podría estar mejor acompañada. Lo malo es que los dos están hablando con los otros comensales y yo no sé hacia dónde mirar, ya que noto las pupilas de la parejita maravillosa clavadas en mí. Al cabo de un minuto que se me antoja eterno, me atrevo a dirigir la mía hacia ella, y de reojo observo a Abel. No sé cómo lo estoy haciendo. Puede que parezca bizca o tonta.

—Qué bien que estés invitada a la cena, ¿eh, Sandra? —Mientras habla con su sonrisa de pegote, se toquetea un poco el pelo. Dios, si hiciesen una muñeca de cera en su honor, sería más auténtica que ella.

—Me llamo Sara —le recuerdo.

Abel se remueve en su asiento, sin saber muy bien adónde mirar. Sí, también se siente incómodo pero no tanto como yo. Tiene suerte de que yo no sea tan cruel como para confesar ante toda esta gente que somos amantes. ¡Todos sabrían que es un gilipollas! ¿Y cuál sería la cara de Nina ante mi comentario? Sin quererlo, se me escapa una sonrisa al pensar en ello.

—Chica, ¿me escuchas?

Otra vez Nina. Pero qué pesada que es. Yo alzo la cabeza y parpadeo para que vuelva a decirme lo que fuese. Ella apoya los codos desnudos en la mesa y se echa hacia delante, cayéndole un par de bucles por la clavícula.

—Llevas una ropa bonita —repite.

Sé que no lo dice en serio. Lo único que quiere es mostrarse simpática porque está Abel delante. ¿Son aquí todos tan falsos como ella? Espero que no. Y también espero que él no se deje llevar por esa amabilidad falsa.

—Gracias, Nina. Tú también —coincido.

Yvonne camina hacia nuestra mesa. Va acompañada de un hombre que tendrá más o menos su misma edad. Oh, no, ¿se va a sentar con nosotros? ¡Dios mío, me pondré nerviosísima! No sé por qué, pero esta señora me impone. Lleva también un traje chaqueta de color rosa palo muy bonito y le queda genial. El señor que va con ella tiene una barba muy larga pero bien cuidada. En cuanto ve a Abel, esboza una enorme sonrisa y este se levanta como movido por un resorte. Se dan la mano, un abrazo y unas cuantas palmaditas en la espalda. Después va saludando al resto de miembros de la mesa hasta que se detiene ante mí. Yo me quedo con la boca abierta, muy tiesa en mi asiento, sin saber qué hacer. Él se gira hacia Abel y le dice:

—Yvonne me ha dicho que este año tienes una nueva becaria. ¿Es ella?

Abel asiente. Veo que su nuez baja y sube deprisa como cuando está nervioso o excitado. Pero creo que ahora no debe de ser por lo segundo. Me levanto con las piernas temblorosas y le doy dos besos al hombre.

—Estoy encantado. Así esta noche no hablaré de fotografía únicamente con estos dos galanes —señala a Eric y a Abel.

Yo esbozo una sonrisa paranoica. ¿Hablar de fotografía? ¿Conmigo? ¡Pero si no tengo ni puñetera idea! Cuando hago una foto, siempre sale mal. El hombre se sienta al lado de Abel, e Yvonne al de Nina. El resto vuelve a tomar asiento y me apresuro a hacerlo también. Eric se inclina sobre mí y me susurra al oído:

—Es Philip Fischer, uno de los fotógrafos más famosos a nivel mundial —me explica. Su aliento cálido me roza la oreja pero estoy tan nerviosa que ni me importa—. Ha sido maestro de Abel durante bastante tiempo. Él le ha enseñado muchas cosas de las que sabe —se aparta y me mira a los ojos, muy serio—. Finge que sabes quién es. Y espero que tengas algunos conocimientos de fotografía —frunce el ceño y echa un rápido vistazo a Abel—. Aunque en realidad es él quien tiene la culpa.

—No sé nada sobre fotografía —cuchicheo, con el corazón a mil por hora.

Eric se encoge de hombros y apoya su mano sobre la mía dándome un apretón. A pesar de que Yvonne está charlando con Nina y Abel, él tan sólo tiene ojos para su amigo y para mí. Apuesto lo que sea a que ahora mismo se está muriendo de celos, pero realmente ni me importa porque estoy demasiado nerviosa. Sin embargo, consigo relajarme cuando el tal Philip se une a la conversación de aquellos. Yo aprovecho para ponerme a charlar con Judith y así dejar atrás toda la inquietud. Eric se inclina hacia nosotras para unirse también. Al cabo de unos diez minutos, los camareros empiezan a desfilar con unas enormes bandejas. A nuestra mesa se acercan dos y van dejando ante nosotros unos modernos platitos con algo que imagino que es un cóctel de marisco a juzgar por el aspecto. A continuación nos preguntan lo que queremos beber. Voy a elegir sólo agua pero, animada por Eric y Judith, pido también una copa de vino blanco.

—Está buenísimo, ¿no? —dice Judith, atacando su plato.

—Muy soso —interviene Nina, a pesar de que nadie le ha pedido su opinión y ni siquiera estábamos hablando con ella.

—Sí, hay mucha sosería esta noche por aquí —suelta Judith, masticando su cóctel.

Eric se echa hacia delante y le lanza una mirada asustada. Incluso Abel pone mala cara. Yo miro de reojo a Yvonne para saber qué piensa, pero tiene una media sonrisa en la cara a pesar de todo. ¿No lo habrán pillado? Porque ha sido un zasca en toda regla. Por suerte, Nina se pone a hablar de nuevo con su querida jefa. No me entero de lo que dicen porque hay más conversaciones en nuestra mesa y en las otras, pero no me hace ninguna gracia que coja la mano de Abel y se la ponga sobre el hombro, como si fuesen un matrimonio acaramelado. Y lo peor es la cara de adoración de Yvonne.

Sé que no está bien lo que voy a hacer, pero tampoco creo que a él le importe y creo que me ayudará bastante.

—Quería agradecerte lo que has hecho hoy por mí —me giro hacia Eric y pongo mi mejor cara de coqueta. Bueno, no me la puedo ver, así que quizá sea de tonta o algo por el estilo.

Eric sonríe mientras deja su tenedor en el plato. Me mira fijamente y a continuación tan sólo sacude la cabeza para restarle importancia al asunto. Yo aprovecho para apoyar mi mano en su antebrazo. Son pequeños gestos que he visto hacer a Nina... y a ella parece que le funcionan muy bien.

—No, en serio, has sido muy amable. —Me echo hacia delante con una caída de pestañas. Entonces le susurro al oído—: Por favor, sígueme el rollo. —Me aparto y le miro con ojos suplicantes.

Él frunce el ceño sin entenderme muy bien hasta que le hago un gesto con el hombro en dirección a la feliz parejita. Asiente con la cabeza y esboza una sonrisa. Aunque... ¿me lo he imaginado yo o parecía algo decepcionado de repente? No... No puede ser porque Abel es su amigo, y yo no soy el tipo de chica que le gustaría y porque él es el tipo de chico que suele ser amable con todos y tontear con todas. Pero sólo eso, y nada más. Así que... No hay nada de malo en que lo utilice un poquito, ¿no?

Los camareros retornan a la mesa para llevarse los platos vacíos y depositar unos nuevos con unos Vol au vent que tienen una pinta estupenda. No puedo evitar manifestar todo el placer que me produce su sabor. Está buenísimo. Sin embargo, Nina no toca los suyos. Claro, es modelo... No puede engordar. ¡Pero que deje de mirarme con esa cara de asco! ¿Y por qué ahora se vuelve a girar hacia Abel y le habla tan de cerca? Pues no voy a quedarme atrás. Me inclino de nuevo hacia Eric y finjo hablarle muy cariñosa.

—¿Pero qué hacéis? —nos pregunta Judith, que casi se ha puesto sobre mi espalda para hacerse escuchar.

—Sara me está usando —dice Eric. Yo lo miro con cara de susto, pero él sonríe y añade—: Aunque me encanta que lo haga. —Me guiña un ojo y yo suspiro un poco más tranquila.

—Esto es como ver una peli de esas de Julia Roberts —opina Judith, retornando a su puesto.

Pues sí. Yo también lo he pensado más de una vez. Cada vez me siento más como si estuviera en una película. Es todo demasiado surrealista: Nina hablando al oído de Abel con la mano apoyada en su pecho; Yvonne y el otro fotógrafo mirándolos con fascinación; Graciella y Damián hablando sobre los tíos buenos de la cena; Judith pidiendo una copa de vino tras otra y yo tonteando con Eric de la forma más ridícula posible. En serio, podría pasar perfectamente por una peli de Almodóvar.

—¿Tú estás bien, Sara? —me pregunta él de repente. Me está observando con preocupación—. Deja de mirarlos de reojo y céntrate en mí. —Chasquea los dedos ante mi cara y se ríe debido a mi cara de circunstancias—. Pasa de ellos, en serio. Simplemente están fingiendo para agradar a Yvonne.

—No entiendo por qué la gente se empeña en vivir una historia falsa —susurro. Jugueteo con la comida en mi plato. Se me está quitando el hambre.

—Sólo necesita un poco más de tiempo —me asegura Eric.

—Me ha dicho que se lo dirá antes de que nos vayamos de Barcelona, pero no le creo...

—Lo único que tienes que hacer ahora es disfrutar de la cena. —Señala mi comida a medio terminar.

Al cabo de un ratito, vuelven los camareros con el plato principal: lomo a la naranja con una guarnición a base de patatas, tomate y judías. La verdad es que está delicioso. Echo un vistazo a Judith, la cual a cada momento que pasa parece más ebria.

—No deberías beber más —le digo cuando se lleva la copa de vino a los labios.

—No sé cómo puedes aguantar sobria. —Pone morritos y suelta un suspiro.

No entiendo nada. ¿Tanto le molesta a ella también que Abel y Nina estén en plan recién casados? ¿O es que en realidad Eric sí le gusta y...? ¡Oh, no! ¿Y si es eso y yo estoy aquí tonteando con él —aunque sea de mentira— con todo el descaro del mundo?

—Judith no tendría que beber tanto. Le va a sentar mal —le informo a Eric, el cual echa un vistazo a su compañera por encima de mi cabeza.

—Déjala. Cada vez que tenemos un evento con todo el equipo lo pasa muy mal —Una arruga de preocupación le cruza la frente—. En realidad la entiendo. Saber que nunca vas a poder estar con la persona que amas es algo muy doloroso.

—¿Qué? ¿Pero ella...? ¿A ti...? —A punto estoy de tirar mi copa de vino de la sorpresa, pero Eric la sujeta a tiempo.

—¡Pues claro que no! —lanza una carcajada. Por el rabillo del ojo percibo que Abel se pone tenso allá al otro lado de la mesa...—. A Judith le gustan las mujeres —baja la voz—. Está enamorada de Graciella, pero está casada.

Abro la boca como una tonta. ¡Vaya, yo no me había dado cuenta de nada! Pobrecita... Lo cierto es que es verdad que lleva toda la noche mirándola con ojos de cordero degollado y la otra pasa de ella. No sé por qué, pero esa situación me resulta familiar...

—¿Con otra mujer? —pregunto, un poco cotilla.

—Graciella no es lesbiana —niega Eric, masticando su carne—. Pero antes de casarse, sé que pasaron una noche juntas... Aunque no sé realmente qué pasó pero, desde entonces, Judith está mal.

Pues no se le notaba nada. Siempre está sonriendo y de buen humor. Pero ahora sé por qué ha sido tan amable conmigo: me entiende. La verdad es que me siento identificada totalmente con ella. Es terrible saber que la persona a la que deseas está con otro u otra. Bueno, en mi caso se supone que él no está con Nina, pero ya ni siquiera tengo claro eso. No puedo quejarme porque Judith debe de estar pasándolo peor que yo. Me encantaría darle un abrazo, pero se preguntaría los motivos.

—Bueno, Sara —una estridente voz interrumpe mis pensamientos.

Se trata del fotógrafo famoso, el cual tiene las manos cruzadas ante su plato y me mira con una gran sonrisa. Yo intento devolvérsela, pero lo cierto es que ni siquiera me sale. Debo de parecer la tía más seria del mundo. ¿No me digas que vamos a hablar de fotografía?

—Me parece fantástico que hayas elegido a Abel como tutor para tus prácticas —continúa el hombre—. Serás muy buena para que él haya querido escogerte. Desde hace un par de años que no tiene becarios.

¿Por qué extraña razón todos han detenido sus conversaciones y están siguiendo la nuestra? En especial Yvonne y Nina. Esta última me mira con la cabeza ladeada y una sonrisa de burla en el rostro. ¡Dios, pero qué ganas me dan de tirarle el vino por encima de ese magnífico vestido!

—Bueno... —Me sale un gallo. ¡Madre mía, estoy nerviosísima! Carraspeo para aclararme la voz—. Soy una persona que pone mucho empeño en aprender —Le lanzó una mirada a Abel, el cual se frota de forma compulsiva las manos—. Pero no crea, le costó lo suyo decidirse por mí.

¡Toma esa! Philip suelta una carcajada y le da unas cuantas palmadas a Abel en la espalda. Los demás también se ríen, excepto Nina, que tan sólo esboza una sonrisita falsa.

—Es cierto. Siempre quiere estar seguro de todo. —Le da un apretón en el hombro. A continuación vuelve a dirigirse a mí—. Y dime, Sara, ¿qué cámara usas tú?

Todos giran sus rostros hacia mí. Oh mierda, esta es una pregunta trampa, ¿no? ¿Y yo qué cojones sé qué cámara uso? Miro de reojo a Abel suplicándole con la mirada. Se muerde los labios al tiempo que no aparta los ojos del plato.

—Pues... —No tengo ni idea de lo que decir. Incluso Eric se ha puesto tenso a mi lado.

El hombre asiente con la cabeza animándome a contestar. Yo siento un nudo impresionante en la garganta. Tengo la boca seca pero no queda vino en mi copa y no hay ningún camarero cerca.

—Una Canon, como yo —interviene Abel.

Uf, menos mal que me ha salvado. Philip asiente complacido y me dedica una sonrisa. Yo esta vez logro devolvérsela. Nina se está toqueteando el pelo y me observa con mala cara.

—Eso es perfecto, así estaréis mucho más sincronizados —dice Philip.

Yo vuelvo a asentir, a pesar de que no tengo ni idea. Busco con la mirada a un camarero con la esperanza de que así el hombre deje de conversar conmigo. Y porque ahora mismo estoy como Judith: necesito una copa. Sin embargo, no hay ninguno. ¡Joder, pero si antes había un montón rondando por aquí!

—¿Y qué tipo de fotografía prefieres?

Vaya. Pues no se ha cansado. Vuelvo a girarme hacia él y contesto, sin mucho pensar:

—De moda.

—Ah, apuntas a lo alto. Sabes lo difícil que es meterse en este mundo, ¿no?

Asiento una vez más. Bueno, esta pregunta no ha sido demasiado difícil. Por favor, que las siguientes sean similares.

—¿Qué software utilizas para retocar tus fotos, Sara?

Oh, no, no. Esta no me la sé. Esto es peor que un test psicológico o de inteligencia. Es mucho peor que un interrogatorio en la comisaria.

—Usaba el Bridge, pero le he recomendado Photoshop —interrumpe de nuevo Abel.

—Bueno, el Bridge no está mal, pero hay que saber utilizarlo muy bien —dice Philip, rascándose la barbilla—. Qué interesante, muchacha.

Murmuro un tímido «gracias». Por suerte, los demás han retornado a sus conversaciones. A excepción de Yvonne y Nina. ¿Por qué están tan interesadas, joder? ¡Tranquilas, que no voy a participar en ninguna de vuestras sesiones!

—¿Y quién ha sido tu inspiración, Sara?

Esto no se va a acabar nunca. Que traigan ya los postres o que alguien se desmaye por haber ingerido demasiado alcohol, pero que me dejen en paz.

—Usted —respondo, con toda mi cara.

Veo que Abel se lleva la mano a la cara y se la palpa de forma compulsiva. Debo de haber quedado como una pelota, pero realmente no me importa porque nunca voy a trabajar como fotógrafa.

—Pues vas a tener que trabajar mucho para llegar a ser como Philip —interviene Nina, lanzándome una mirada que podría atravesarme.

—Las nuevas generaciones saben mucho más que los viejos como yo —dice él, soltando una carcajada—. Pero a eso voy, Sara. ¿No hay ningún fotógrafo joven, aparte de Abel, que te haya inspirado?

—Eh, claro... Yo... —la lengua se me traba. Joder, no conozco a ninguno. ¿Por qué no me preguntan sobre literatura? ¡Seguro que ninguno de los aquí presentes me ganaba!

—Adora a Lindsay Adler —Una vez más, Abel me salva el culo.

—Es una mujer encantadora —responde Philip, pensativo—. Y una gran profesional, sí.

—Abel, ¿es que Sara no sabe hablar? —suelta Nina, de repente. Yvonne se tapa la boca para reírse—. Deja que conteste ella, ¿no?

Me pongo roja como un tomate. Abel aparta la mirada de mí y se disculpa diciendo que tiene que ir al baño. Para mi suerte, Philip me echa un cable señalando que debo de estar nerviosa. Pues sí, claro que lo estoy, aunque no por lo que él imagina. Y entonces llega el maravilloso postre compuesto por una tarta de chocolate y otros ingredientes que no sé cuáles son y el hombre se centra en ella. Por fin me deja estar y yo respiro tranquila, uniéndome a la conversación de Eric y Damián. Bueno, quizá he quedado como una tontita, pero la cara de rabiosa de Nina no se la quita nadie. Mientras Yvonne y ella hablan, no aparta los ojos de mí. Apuesto lo que sea a que me odia, a pesar de no tener auténticos motivos.

Tras el café se abre la barra libre y allá que te va Judith como una loca. Damián también se levanta de la mesa y se acerca a un grupito de jovenzuelos con pinta de ser modelos. Están todos tremendos, para qué negarlo. En realidad, todo el mundo aquí tiene un aspecto genial. Nina vuelve a estar demasiado pegajosa con Abel, el cual agacha la mirada cada vez que yo clavo la mía en él. Al final me canso y le pido a Eric que me acompañe a la barra a tomar algo. Tras un par de cubatas, me siento rendida. El grupito de tres —Abel, Nina e Yvonne— nos informan de que se van a sus habitaciones para estar frescos al día siguiente.

—Recordad que a las diez en punto tenéis que estar allí —Yvonne nos da un par de besos a cada uno. A continuación le toca el turno a Nina y cuando posa su mejilla en la mía, siento el resquemor que me tiene.

Al darse ella la vuelta para salir, Abel aprovecha para mirarme y hacerme con un gesto que le acompañe. Pero yo niego con la cabeza y me agarro al brazo de Eric. Puedo notar sus celos por la forma en la que se muerde los labios. Por fin se marcha dejándonos allí. Al cabo de media hora decido que tengo demasiado sueño. Eric y yo tenemos que ayudar a Judith a subir a su habitación porque apenas se tiene en pie.

—¿Pero cómo va a trabajar mañana? —pregunto, tras tumbarla en la cama. Ha caído KO.

—No te preocupes. Estará levantada antes que todos nosotros.

Se detiene ante la puerta de su habitación y sin que yo me lo espere, me acaricia la barbilla de forma cariñosa. Inmediatamente me pongo roja hasta las orejas.

—En algún momento tendrá que dar su brazo a torcer —me dice, en voz bajita—. Y si no, él se lo pierde.

Yo no digo nada y me marcho a la habitación con la cabeza un tanto embotada y un poco mareada a causa del alcohol ingerido. Nada más quitarme el traje y tirarme a la cama, caigo dormida. A las ocho y media me suena el despertador a pesar de que no me lo había puesto. Menos mal que tengo una alarma fija a esa hora para ir a la universidad, por si me quedo dormida. Con un leve dolor de cabeza voy al cuarto de baño y me ducho. No sé si yo tengo que ir con ellos o me quedo en la habitación, pero por si acaso prefiero estar preparada. Al cabo de quince minutos de ducha me encuentro mucho mejor y como me ruge el estómago, me visto a toda prisa con unos vaqueros gastados y una camisa y salgo en busca de la cafetería para desayunar.

Cinco minutos después estoy ante un enorme bufé compuesto por un sinfín de alimentos. No puedo decidirme por uno sólo, quiero probarlo todo. Me lleno el plato hasta arriba y cuando estoy sirviéndome un vaso de zumo, alguien me hace cosquillas en la cintura por detrás y casi lo tiro. Al girarme me encuentro con la bonita cara de Judith. ¿Pero cómo lo hace? ¡Si está fresquísima!

—Buenos días, cariño. ¿Qué tal has dormido?

—Como un tronco. ¿Y tú?

—Genial. ¿Cómo llegué a la habitación?

—Te llevamos Eric y yo.

Nos dirigimos a una mesa vacía. Yo con mi súper almuerzo y ella con una infusión y unas tostadas. A decir verdad, casi nadie tiene los platos llenos. Ups, ahora me siento un poco avergonzada, pero es que todo está buenísimo.

—¿Sabes si yo tengo que ir con vosotros? —le pregunto, mordiendo mi cruasán.

—Claro que sí. Si eres la becaria... Tendrás que hacer algo.

—¡No me jodas! —exclamo. Una señora gorda que pasa por nuestro lado se me queda mirando con mala cara—. No tengo ni puñetera idea de nada.

—Ya nos dimos cuenta anoche.

—¿Se notó mucho?

—Nada... Nosotros porque sabemos quién eres, pero Philip se ha tragado totalmente que eres su becaria.

—¿Y Nina?

Se encoge de hombros. Cuando terminamos el desayuno, nos dirigimos al vestíbulo, donde ya nos esperan Eric y Abel, el cual se me queda mirando con mala cara, como si estuviese enfadado. Bueno, imagino que lo estará porque me quedé bebiendo con su amigo, pero me da igual. Él se marchó con Nina y realmente no sé lo que sucedió. Una vez en el coche el ambiente es cada vez más tenso, así que Judith aprovecha para rajar un rato de Yvonne. Al parecer, es muy exigente con todo. Media hora después llegamos a una zona verde con un hermoso lago. Hay un montón de gente corriendo de aquí para allá, con focos y otros instrumentos que no sé para qué sirven. Bajo un enorme toldo se encuentra sentada Nina, a la cual está peinando Graciella. Nos acercamos a ella en silencio y yo me dedico a mirar a todo el mundo. Entonces, Nina se gira y dice señalándome:

—No quiero que ella esté aquí.