30
¿ESTOY soñando? ¿Realmente lo está haciendo? ¿Ante todos? ¿O es que voy demasiado bebida y estoy inconsciente en la cama? Pero no; sus labios son demasiado reales, al igual que el enfado que siento ahora mismo. ¿Y qué son esas luces y esos chasquidos que nos rodean...? Dios, estoy muy confundida. Por fin, logro apartarlo y le pregunto:
—¿Quién cojones nos está haciendo fotos y por qué? —Me giro al expectante público y un flash me deslumbra, provocando que me tenga que tapar la cara.
—En esta fiesta también hay fotógrafos de prensa.
—¡¿Qué?! —exclamo como una loca. Me dispongo a salir corriendo, pero no me lo permite—. ¿Puedes dejar de avergonzarme de una vez? —le grito a la cara.
¡Auch! Más fotos, y un murmullo de voces que incluso se alzan por encima de la música. Miro a mi alrededor con cara de susto y me topo con una Nina en primer plano. Tiene la cara desencajada. Sus amigas se tapan la boca con la mano, aunque no sé si es porque se están riendo de ella o porque realmente están demasiado sorprendidas. Detrás se encuentran Eric, Judith y los demás miembros del equipo. Ella sonríe de oreja a oreja, pero él tiene el ceño fruncido. ¡Aunque lo peor son todos esos paparazzi que nos rodean! Bueno, en realidad son sólo tres, pero el alcohol me los multiplica.
Me cercioro de que Abel me está llamando.
—¿No es esto lo que querías?
—¡Pues claro que no! —chillo, rozando casi la histeria. ¡Ya podía haberme puesto así antes para haberle cantado las cuarenta como se merecía! —. Sólo tenías que contarle a Nina la verdad. No era necesario besarme ante todos. ¿Qué van a pensar?
—Eso me da igual —niega con la cabeza y me pasa una mano por la nuca. Logra arrimarme a él, con lo que su rostro queda muy cerca del mío. Ah, ese olor a hierba salvaje... Joder, no, no, corazón, quédate quietecito...— Sentía que si no hacía cualquier cosa, te ibas a cansar de mí.
Pues creo que lo he hecho ya. Bueno, no lo sé. ¡No puedo pensar con claridad teniendo esos labios carnosos tan cerca!
—Estás loco —le recrimino, todavía en tensión bajo sus manos—. Era mucho más sencillo que esto —murmuro disgustada.
—Cuando te he visto en el suelo...
—No necesito un héroe que me salve —gruño.
Entonces alguien se acerca a nosotros. Cuando me giro, descubro a una Nina borrosa.
—Abel, por favor, ¿qué haces? —le pregunta, fingiéndose educada. ¡Ja, seguro que tiene ganas de gritarle también!
—No puedo seguir con esto —responde. A continuación me echa un vistazo a mí, que me he quedado con la boca abierta. ¡Por fin se lo ha dicho!
—¿Qué dices? Venga, deja de bromear. No tiene ninguna gracia —prosigue ella, lanzando miradas y sonrisitas nerviosas a los fotógrafos que nos devoran con los ojos.
—No es una broma. Hemos ido demasiado lejos y tú y yo no...
—¡Calla! —le corta ella, llevándose las manos a los oídos. Se queda en silencio unos segundos y después dirige su furibunda mirada a mí—. ¿Quieres estar con una becaria? ¿Sabes lo que significa eso, Abel? ¿Has olvidado quiénes somos tú y yo?
—Unos amigos que trabajan juntos —responde él. Yo cada vez estoy más sorprendida y eufórica. Incluso se me escapa una risita tonta al ver la gigantesca y ridícula mancha del vestido de Nina.
—¡Ella no es buena para ti! —continúa. Me señala con la mano abierta—. ¡Mírala, ni siquiera es elegante! —pone los ojos en blanco. Yo creo que está a punto de echarse a llorar.
Oh, vale. Como si la elegancia lo fuera todo. Ella podrá serlo en cuanto a vestimenta, pero de modales está suspendida. Evidentemente, no se lo digo. Y total, Abel me ha cogido de la mano y tira de mí.
—¿Adónde vas? —chilla una Nina desquiciada.
Abel no responde. Me lleva hacia la puerta mientras los clicks de las fotos suenan una y otra vez y los flashes iluminan la estancia. Los murmullos aumentan a nuestras espaldas, pero abandonamos la fiesta sin mirar atrás y sin soltarnos las manos. Hemos dejado a la divina con un palmo de narices. ¡Sí! Corremos por el pasillo riéndonos como tontos, hasta que nos detenemos en el ascensor. Se gira hacia mí y nos quedamos mirándonos un buen rato.
—Estás preciosa —dice, acariciándome la mejilla—. Eras la chica más elegante de esa fiesta, diga lo que diga ella. —Está muy serio, como si realmente lo creyera. Quizá sea así.
—Tú tampoco estás nada mal —consigo decir con voz pastosa mientras me echo hacia atrás para admirar ese maravilloso cuerpo embutido en unos pantalones negros, una camisa blanca y una americana.
Nos echamos a reír una vez más. Él llama al ascensor y las puertas se abren de inmediato. Una vez dentro, nos mantenemos en silencio, contemplándonos el uno al otro. Y no sé cómo, pero de repente estamos besándonos con pasión. Me apoyo en sus hombros y le beso, le beso con todo el ardor que desprenden mis labios.
—¿Estás demasiado borracha para...? —pregunta cuando logramos separarnos.
—¡No!
Se ríe contra mi boca y me besa otra vez. Me dejo llevar por el sabor de su lengua hasta que el ascensor se detiene. Bajamos con prisas, trastabillamos por el pasillo presionados por el deseo. Nos detenemos ante mi habitación y me tiene que ayudar a abrir de lo que me tiemblan las manos. Ni siquiera encendemos la luz al entrar, ya que la luna se filtra por el enorme ventanal de la terraza. Nos paramos en el centro de la estancia para mirarnos de nuevo. Los rayos de la luna bañan sus hombros y su silueta se me antoja casi irreal. ¿Cómo puede ser tan perfecto y al mismo tiempo inquietante? Es como un ángel oscuro.
A medida que desliza su mirada por mi cuerpo, se le va oscureciendo. La respiración se le acelera al repasar mis piernas desnudas. Entonces me sorprende apoyándome las manos en la cintura y dándome la vuelta. Me toca los omóplatos y yo suelto un suspiro ante ese simple roce. A continuación me baja la cremallera del vestido. No llevo sujetador, así que puede abarcar con sus manos toda la piel de mi espalda. Cuando se inclina para besármela, un estremecimiento me recorre de pies a cabeza. No es igual que otras veces, sino mucho más tierno y cálido. ¿Qué puede significar?
Me gira hacia él y me coge de la barbilla para que lo mire. Me va a hipnotizar con esos ojos seductores. Estoy perdiendo el control una vez más. Pero, ¿importa algo? Al levantarme los brazos por encima de la cabeza, me los acaricia con suavidad.
—Mueve un poco las caderas.
Sin apartar la vista de la suya, meneo el cuerpo de un lado a otro y el vestido se desliza hacia debajo de forma sensual, dejándome los pechos al descubierto. Abel contiene la respiración al descubrir las braguitas negras de encaje. Me suelta los brazos para recorrer mi silueta hasta llegar a la cintura. El deseo me muerde las entrañas.
—Eres perfecta así. No necesitas nada más.
Acaricia con admiración los encajes de la ropa interior, regocijándose en la suavidad de la tela. Uno de sus dedos apenas me rozan unos segundos el vientre, pero la electricidad me desboca.
—Quítate la ropa. Quiero verte —murmuro.
Sonríe y se despoja de la americana con un movimiento elegante. A continuación se desabotona la camisa, deteniéndose unos segundos en cada botón. Por fin se la abre y me permite contemplar ese torso perfectamente cincelado. Cuando se baja la cremallera de los pantalones, ya estoy cardíaca. Me muerdo los labios al tiempo que se inclina hacia delante para bajárselos. No puedo aguantar más, así que me acerco hacia él y le acaricio los huesos de la pelvis, le toco las ingles que me vuelven loca por lo marcadas que están. ¿Cómo conseguirá este cuerpo? Nunca me ha dicho que fuera al gimnasio.
—¿Estoy perdonado?
—No lo vas a tener tan fácil —respondo, con el ceño fruncido. ¿Por qué me pregunta eso ahora? Es evidente que se me ha pasado el enfado, pero aún estoy un poco molesta por todo lo que me ha hecho pasar—. Vas a tener que currártelo mucho, chico —respondo juguetona. Observo con gula la excitación que apunta hacia mí. Se la rozo por encima de los boxers y noto la humedad incluso por encima de ellos.
Suelta un gruñido y me aprieta contra él, lanzándose a devorar mi boca. Su sabrosa lengua recorre todos los rincones, pero aunque siento la urgencia en él, es diferente. Hay deseo y pasión, pero también algo más. Me recorre el trasero con los dedos mientras muerde mis labios. Yo me junto más a él para sentir su magnífica erección en mis braguitas, que por supuesto están también mojadas. El contacto de su pecho desnudo contra el mío es sencillamente estremecedor. Tiene la piel ardiendo y su corazón late desbocado.
—Voy a hacerte el amor, Sara.
Es la primera vez que me dice algo así y ha sonado demasiado bien. Escuchar mi nombre en su boca me ha provocado un calambre en la entrepierna. Me coge en brazos y me lleva a la habitación. Una vez allí, me deposita en la cama con suavidad.
—Espera. —Alza el dedo índice.
Arqueo las cejas cuando vuelve al saloncito y se agacha para coger el móvil. Lo veo trastear en él con el corazón encogido. Pero entonces vuelve y se sube a la cama, colocándose encima de mí y apoyando las manos a los lados de mi cabeza.
—Lo he apagado. No quiero que nadie nos moleste.
Y yo me echo a llorar como una tonta. Abre mucho los ojos un poco asustado y se aparta de encima para tumbarse a mi lado. Me coge de la cintura con cautela.
—¿Te encuentras mal?
Niego con la cabeza. Es sólo que todo me parece increíble, pero estoy tan emocionada que ni siquiera puedo hablar. Me observa durante unos segundos y a continuación me besa en la frente, en los párpados, en la nariz, en las mejillas. Yo me atrevo a cogerle por la nuca y le obligo a hacerlo en mis labios. Bajo con las manos hasta sus caderas y tiro de él para que se coloque una vez más sobre mí. Cuando lo hace, dedico unos segundos a observar su atractivo rostro. Es en ese momento cuando sé que estoy cayendo en algo que no quería. Pero no puedo evitarlo; no quiero desprenderme de lo que se despierta en mi interior cuando estoy con él.
Se desliza hacia abajo y me besa los pechos. Se detiene en uno de los pezones y lo lame, lo muerde y lo succiona. Arqueo la espalda al tiempo que se me escapa un gemido. Mi piel se convierte en lava cuando apoya la mano por encima de mis braguitas y presiona contra el pubis. Se baja un poco más y enseguida noto su boca besando la tela del encaje. Oh, dios, yo sólo puedo mirar el techo.
—Me encanta que estés tan húmeda para mí. —Me quita las bragas y pasa la mano por la zona rasurada—. Qué suave —murmura, un tanto sorprendido—. Toda tú lo eres —me mira muy serio, tanto que incluso me excito más.
Extiendo los brazos hacia él, pero hace caso omiso y me abre los labios pasando un dedo por ellos. Cuando lo alza veo que está muy mojado. Se lo lleva a la boca y lo lame con ganas. Madre mía, qué sexy está así, mirándome de ese modo. Yo lo único que hago es separar más las piernas y permitir que sus dedos jueguen conmigo. Introduce uno y hace círculos al tiempo que con otro me roza el clítoris. Me agarro a la almohada intentando no perder el control, pero es demasiado experto y en cuestión de segundos siento que voy a explotar.
—No, no... —meneo la cabeza de un lado a otro.
—¿Qué pasa?
—Quiero tenerte dentro de mí.
—¿Ya?
—¡Ya! —exclamo entre suspiros, ya que no ha parado de masturbarme y su dedo entra y sale de mí cada vez más deprisa.
Vuelvo a alargar los brazos y por fin obedece. Se baja de la cama para quitarse los calcetines y los calzoncillos y yo no puedo evitar volver a sorprenderme ante lo que se muestra en todo su esplendor. Me encantaría lamerlo y jugar con él, pero mi vientre tiembla por el deseo de sentirlo en mi interior. Se tumba a mi lado y yo le miro impaciente.
—Ponte encima de mí. Quiero ver tu cara mientras te penetro.
Me ruborizo. Pero mi sexo se humedece todavía más con esas palabras tan calientes. Con un movimiento de felina, me coloco a horcajadas sobre él e inmediatamente me agarra del culo con una mano y lo acaricia con ganas. Con la otra me recorre desde el ombligo hasta el cuello al tiempo que observa mi cuerpo. Veo en sus ojos el deseo que siente por mí y eso hace que arda más, así que cojo su miembro y lo acerco a la entrada de mi vagina. Me muevo en círculos rozándome los labios. Tras hacerle sufrir un poquito, por fin me deslizo hacia abajo con lentitud, regocijándome en los gestos que hace. Se muerde los labios y ahoga un gemido cuando me dejo caer de golpe, introduciéndome todo su sexo.
—Joder, Sara... Qué bien entra. Estás mojadísima —susurra. Sus dedos se clavan en mis nalgas y a continuación los desliza hasta mis caderas.
Me hace subir y bajar apretándomelas; yo me apoyo en su pecho para darme más impulso. Me excita terriblemente ver sus músculos contraídos a causa del esfuerzo y del placer. Muevo en círculos las caderas, notando toda su dureza en las paredes de mi interior.
—Dios, cariño. Me vuelves loco —gruñe.
Nunca me había llamado así y la verdad es que es fabuloso. No sé qué significa, pero no me importa. Me da igual que sea sólo a causa del placer, ya que yo también estoy embriagada por el deseo y cada vez me meneo más rápidamente. Echo la cabeza hacia atrás y gimo con desesperación cuando me atrapa los pechos y me los masajea.
—Mírame, Sara.
Dirijo mi vista a la suya. Tiene las pupilas muy dilatadas y la boca entreabierta. Me pellizca un pezón al tiempo que da unos golpes de cadera hacia arriba, con lo que me clava todo su miembro, tan profundo que incluso me duelen los ovarios. Parece darse cuenta de mi gesto, ya que reduce las acometidas, pero yo las hago más violentas.
—¡Joder! —grita.
Entonces se incorpora y me rodea con los brazos. Estamos cara a cara; nuestros cuerpos se golpean, mis pechos chocan con el suyo. Es demasiado maravilloso sentirme arropada por él al tiempo que me devora la boca. Sudamos tanto que mis intentos por sujetarme a su espalda son en vano, así que las apoyo en el pecho y le clavo las uñas. Él me responde deshaciéndome el recogido de Graciella, y un par de mechones rebeldes caen por mi rostro. Me dobla la cabeza hacia atrás, con lo que me quedo observando el techo, y apoya el rostro en mi cuello.
—No puedo más —me informa.
Cabalgo con más salvajismo. Su miembro entra y sale de mí a una velocidad vertiginosa. El vientre me tiembla y sé que estoy a punto de tocar el cielo.
—Ya, ya... —jadeo.
En ese momento el pene se le contrae, palpita, y a continuación Abel se derrama en mi interior con un gemido ahogado contra mi cuello. Notar esa calidez me hace terminar de explotar. Aprieto mi cuerpo contra el suyo con todas mis fuerzas y gimo sin parar, deshaciéndome entre sus brazos. No quiero que esto acabe nunca: es el mayor placer que he sentido en mi vida. Por fin, logro abrir los ojos, aunque estoy agotada. Me toca con suavidad la cara, me besa muy despacio mientras intento recuperar el aliento. No puedo mantenerme despierta por más tiempo... Me está diciendo algo, pero las palabras suenan muy lejanas. Lo último que veo antes de quedarme dormida son sus hermosos ojos azules, contemplándome con ternura.
Algo me despierta. Palpo el otro lado de la cama para buscar su cuerpo, pero sólo agarro vacío. ¿Dónde está? Me incorporo sobresaltada. Echo un vistazo a mi móvil: son las cinco y media de la mañana. Voy al cuarto de baño, pero tampoco lo encuentro. ¿Se ha arrepentido y ha ido a pedirle perdón a Nina? Como no encuentro las bragas de antes, saco unas blancas de la mochila y me las pongo. Entonces descubro su ropa en el saloncito. Me agacho para coger la camisa y me la coloco mientras aspiro su aroma con el corazón encogido.
Las cortinas de la terraza están descorridas. Me acerco y al asomarme lo veo de espaldas, apoyado en la barandilla y contemplando el horizonte. Continúa desnudo, con lo que puedo disfrutar un ratito de las maravillosas vistas. ¿Es realmente este hombre para mí? Me acerco a la terraza sin hacer ruido, empapándome de su belleza. En ese momento me doy cuenta de que tiene algo en la parte inferior de la espalda, justo en el nacimiento del trasero. No me había dado cuenta antes, pero se asemeja a la marca que se te queda tras quitarte un tatuaje.
—¿Qué es lo que tenías aquí? —le pregunto, rozándole con la punta de los dedos la zona.Se gira sobresaltado y me aparta la mano con brusquedad. Parece inquieto y un poco asustado. ¿Qué he hecho ahora? Vale que haya venido a hurtadillas, pero tampoco es para tanto.
—Nada. Es una marca de nacimiento.
Sé distinguir perfectamente una cosa de la otra, y esto es claramente una especie de cicatriz. ¿Por qué está mintiéndome? Creía que lo de antes había significado algo. No digo nada y me coloco a su lado, observando la bella Barcelona, sus múltiples lucecillas de colores titilando en la oscuridad. Quizá tenía grabado el nombre de Nina, quién sabe. Al cabo de unos minutos me doy cuenta de que me está mirando con tanta intensidad que me pongo hasta colorada, así que me giro hacia él para saber qué sucede.
—Irradias inocencia —dice de repente, para mi sorpresa.
—No es verdad —respondo con una risa.
Le encuentro serio y un poco triste. No entiendo nada. ¿No le ha gustado lo de antes? Me arrimo a él y apoyo la mano en su mejilla. Inspira con los ojos cerrados y después me la coge y me besa el dorso. Hace frío aquí, sin embargo su cuerpo arde.
—No estoy seguro de que... —Se para.
Le insto con la mirada a que continúe. Me estremezco a causa del vientecillo helado y él me hace un gesto para que entremos, pero estoy bien aquí. Es hermoso observar las estrellas junto a su cuerpo desnudo. Es la belleza en estado puro.
—No quiero...
—¿Qué es lo que no quieres? —pregunto, perdiendo la paciencia.
—Eres buena persona, Sara —contesta. Vuelve a besarme la mano cuando le correspondo con una mirada confusa—. No soy el hombre adecuado para ti.
¿Qué? ¿Pero qué está diciendo ahora? ¿Después de lo que me ha hecho? ¿De todo lo que he pasado por él? ¡Ni hablar! ¡No voy a dejarlo escapar, a pesar de que aún no tenga claro lo que tenemos!
—Yo seré la que decida eso —digo, apoyando la otra mano en su pecho. El corazón le palpita con intensidad.
—No quiero hacerte daño. Y creo que ya te lo he hecho...
—Correré ese riesgo.
—No soy nada fácil...
—Me gusta lo difícil.
—Mi vida no ha sido sencilla. Mi pasado no es perfecto.
—El mío tampoco —Acaricio sus pectorales y el corazón se le dispara aún más—. En realidad, yo soy muy imperfecta.
He conseguido sacarle una sonrisa. Me abrazo a él, apoyando la cabeza en su pecho. Escucho los latidos y cierro los ojos abandonándome en ellos. Me besa en la cabeza.
—Tú también estás muy loca, Sara. De otro modo, ya habrías salido corriendo.
—Entonces simplemente hagamos locuras —murmuro contra su piel, oliéndola y rozándola con mis labios. Alzo la cabeza y lo miro muy seria—. Intenta abrirte a mí, Abel.
Aprieta los dientes y suspira con gravedad. Le mantengo la mirada, mostrándole que estoy dispuesta a hacer todo lo posible por romper sus muros y saber más de él. No he llegado hasta aquí para irme con las manos vacías.
Tarda unos minutos en contestar.
—Si hay alguien que puede salvarme, Sara, esa eres tú.
No entiendo lo que quiere decir, pero no me da tiempo a preguntárselo porque me coge de las caderas y me sienta sobre la mesa de la terraza. Nos besamos durante mucho tiempo, tanto que me duelen los labios al separarnos. Se aparta de mí y me observa con detenimiento un buen rato. Yo tengo las piernas un poco separadas, y su camisa me cubre la mitad de los muslos.
—Espera. No te muevas —dice de súbito. Se mete en la habitación. Lo veo ponerse los pantalones y salir de ella. ¿Pero adónde va? Me quedo como una tonta sentada sobre la mesa, congelándome.
Al cabo de unos minutos vuelve con algo entre las manos. Cuando se acerca me doy cuenta de que es su cámara. ¿Qué? ¿Por qué cojones se la ha traído?
—Quiero fotografiarte así —dice.
Me pongo tan nerviosa que el corazón salta de mi pecho y aterriza en el suelo.