13

NADA más subir en el Cercanías, me pongo a pensar una vez más en él. Saco el móvil del bolso y me meto en Google. ¿Qué es lo que estoy buscando? ¿Alguna pista para descubrir la verdad? Sólo ellos dos la saben, aunque a mí me ha parecido demasiado claro. Bastaba con fijarse en sus rostros... Estaban radiantes de alegría. Tecleo en el buscador sus nombres y me salen unas pocas noticias en revistas del corazón y de cotilleos. Pues sí, en la mayor parte de imágenes salen los dos agarrados de la mano o al menos, en actitud muy cariñosa. Entro en un blog de moda en el que le dedican una entrevista a Nina y en una de las preguntas le interrogan sobre Abel. Ella contesta que han pasado por un bache, pero que ya todo está bien. Busco la fecha de publicación: es de septiembre y estamos en marzo. Bueno, pues nada, c’est la vie. Que sean muy felices juntos, creo que son la parejita ideal.

A continuación introduzco solo el nombre de Abel e inmediatamente, aparecen en la pantalla muchísimas más páginas que antes. Hay fotos en las que sale en fiestas, en galas, en celebraciones y con otras mujeres que no son Nina, pero con las que también se le ve muy cariñoso. Es un mujeriego, está clarísimo. Además, se rodea durante casi todo el tiempo de mujeres preciosas, ¿cómo no lo va a ser? Imagino que si yo fuera hombre también aprovecharía la situación. Aunque, por otra parte, intentaría ser fiel y no liarme con varias a la vez. Es un abusón.

La primera página que me sale en el buscador es su espacio personal. Pues voy a entrar a cotillear un poco que, total, el daño ya está hecho. Quizá sea un poco masoquista, pero no puedo evitar estar haciendo esto. Es una página sencilla, con el fondo blanco, con su nombre y su profesión en la parte de arriba, a la izquierda de la pantalla. Debajo hay unos cuantos enlaces divididos por tipos de trabajo, además de uno para contactar con él y su bio. A la derecha, aunque tirando un poco hacia el centro, hay una foto de una mujer posando con ropa extravagante. Pero me gusta. Es distinta a las chicas de la pasarela del otro día, tiene una belleza particular.

Cliqueo en el enlace en el que se habla de su vida, con la esperanza de encontrar... ¿verdades? Pero como era de esperar, tan sólo aparece información sobre su residencia, las revistas en las que han aparecido sus fotos, su estilo y los trabajos en los que ha participado, los cuales son muy variados: desde líneas de accesorios para el cabello hasta promos de series de televisión. Vaya, no tenía ni idea. Me acerco más el teléfono a la cara para observarle en la foto que ha colgado al lado de su biografía. Creo que es de hace un par de años, porque lo veo un poco más joven y un estilo diferente. Está realmente guapo con la gabardina que lleva en la imagen. Y encima sabe posar como si también fuese modelo.

Dejo escapar un suspiro y me dirijo a la sección de «Moda». En cuanto las fotos van cargándose en la página, contengo la respiración. Son... son fascinantes. Nunca he visto algo así. Es hermosura y pasión en estado puro. Los estilos de ropa, de peinado y de maquillaje que llevan las modelos son atrevidos e hipnotizadores. ¿Será él quien elige todo eso? No sé por qué, imagino que sí. Le pega. Hay algunas fotos y chicas que parecen sacadas de otra época y, en cambio, otras tienen una temática y una ambientación futurista. Hay mujeres de todas las razas y de todas las formas. Tal y como comprobé en el museo, ha sacado lo mejor de todas ellas, ha convertido algo que pensamos estático en un conglomerado de sentimientos y sensaciones.

Pincho en la foto de medio cuerpo de una chica cuyo cabello es rojo y asemeja flotar en largas ondas alrededor de su cabeza, confundiéndose casi con el fondo, también de un rojo intenso. Me parece casi mística y me transmite tranquilidad. Doy al botón de volver y rebusco entre las fotos hasta dar con una mujer que supongo que es africana por sus rasgos y su color de piel. Parece una estatua de ébano. Lleva el cabello recogido en una corona de ramas y las hojas se deslizan por su cuerpo como si ella misma fuese un árbol. Está de espaldas pero mira directamente a la cara por encima de su hombro y me baño en esa mirada sensual y salvaje, que me transporta a tierras vírgenes con árboles que ascienden hasta el cielo. Busco más y me topo con la foto de una niña que se encuentra en una especie de jardín antiguo, sentada en el borde de una fuente de lo más barroca. A sus pies hay todo un rastro de flores, en concreto rosas azules. El contraste entre el fondo apagado y la intensidad de las rosas y del vestido de la niña, también azul, me obliga a abrir la boca totalmente sorprendida y fascinada. ¿Cómo sabía él que el uso de ese contraste lograría semejante reacción? Debe de tener mucha imaginación para saber y comprender lo que puede fascinar a los observadores. Sí, definitivamente eso es lo que considero que define su trabajo: el contraste y la limpieza. Pero hay algo más, algo en sus trabajos que me provoca inquietud...

Y no quiero mirar más fotografías. Me están trastocando porque hacen que me sienta más cerca de él, que pueda introducirme un poco más en su mente y, a pesar de todo, continuar siendo un enigma para mí. Por sus trabajos creo adivinar que es demasiado perfeccionista y que lucha hasta que consigue lo que su mente ha ideado. Y por lo que parece, en sus relaciones con las mujeres es igual. Pero, ¿y qué más? ¿Cómo es con sus amigos? ¿Y con su familia? ¿Qué es lo que le gusta hacer después de una dura jornada de trabajo? Nada. No sé nada sobre él y tampoco hay nada que me indique que se trata de un hombre normal y corriente.

Salgo de Internet y bloqueo el móvil. A continuación me pongo a mirar el paisaje por la ventana y con una sensación de intranquilidad en el estómago, me quedo dormida.

—¡Hija! —Nada más abrirme la puerta, mi madre se echa a mis brazos y me da un apretón con el que me falta la respiración. No obstante, enseguida se lo devuelvo. Es tan cálida. Puedo notar su amor tan fácilmente.

—¿Cómo estás? —le pregunto, cerrando la puerta a mi espalda y acompañándola por el pasillo. Me llega el olor al arroz y me doy cuenta de que estoy hambrienta. ¡Ya era hora de comer un poco más sano!

—Un poco cansada. Esta semana estoy haciendo horas extra y tengo los riñones fatal. —Se mete en la cocina y se inclina ante el paellero para observar el caldo hirviendo. Coge una cuchara y la mete en la paella y a continuación me la acerca—. ¿Quieres probar para ver cómo está de sal?

Asiento con la cabeza y me llevo la cuchara a la boca. ¡Uhm, qué buena está! Sé que lo ha hecho porque de pequeñita yo siempre quería comprobar si había echado la cantidad suficiente de sal. Me pasaba en la cocina todo el rato que tardaba la paella en hacerse, observando detenidamente los pasos que seguía mi madre, su cara de concentración, su sonrisa disimulada y sus mejillas sonrosadas. ¡Qué tiempos aquellos!

—¿Dónde está el papá? —pregunto asomándome al pasillo. La tele está apagada y no escucho a mi perro, así que imagino que lo habrá bajado a pasear.

—Ha ido a por un refresco a la gasolinera y, de paso, a pasear a Fred —me informa mi madre mientras echa un poco más de azafrán a la paella.

Me siento en una de las sillas de la cocina y doy un suspiro. Por suerte, entre la ducha de antes y el ibuprofeno, ya me encuentro muchísimo mejor. Y la paella hará el resto. Al final no va a ser un día tan malo.

—¿Cómo os va? —Al final siempre acabo preguntándolo, aunque sé la respuesta de mi madre de antemano.

—Esta semana tu padre está un poco más gruñón que de costumbre. —Se gira hacia mí con los ojos muy serios, aunque de inmediato cambia el gesto y sonríe una vez más—. ¿Y tú qué?

—¿Cómo que yo qué?

—No estarás saliendo con ningún chico, ¿verdad?

Me echo a reír y niego con la cabeza. Desde que terminamos Santi y yo, ella no quiere que salga con nadie porque sabe que sufro bastante. Siempre que me llama o que vengo a verla me repite que lo que tengo que hacer es disfrutar y olvidarme de los chicos. Y yo hasta hace poco había seguido su consejo. Qué rabia que Abel haya tirado por la borda todos mis esfuerzos. Vale, reconozco que dos no se acuestan si los dos no quieren.

—No estoy con nadie, mamá. Sabes que no tengo ganas de meterme en más relaciones.

—Pues eso es lo que tienes que hacer, que eres muy joven —Apaga el fuego del paellero y se gira hacia mí con los brazos en jarras. Uy, uy, esa postura me la conozco. Significa que quiere contarme algo que a ella le parece muy importante—. ¿Sabes a quién me encontré el otro día?

Me levanto y me acerco a la paella dispuesta a probar cómo le ha quedado. Lleno la cuchara de arroz y lo huelo. Um, seguro que está deliciosa.Estoy metiéndome en la boca la cuchara cuando ella suelta:

—A Santi.

Me atraganto con el arroz y me pongo a toser. Mi madre me grita que beba agua, pero al final se me pasa y lo único que hago es mirarla en completo en silencio. Nos mantenemos así durante unos segundos en los que ella parece nerviosa.

—¿Y? —pregunto al fin.

—Pues nada... Le pregunté por sus padres y sus hermanos.

—¿Y...? —Me estoy alterando. Sé que hay más, porque ella no se calla ni una y muchas veces mete la pata aunque no lo haga con mala intención.

—Le dije que si tenía una novia nueva.

—¡Pero mamá! ¿Para qué le preguntas eso?

—Sólo tenía curiosidad...

—Lo que querías era descubrir si ya había sustituido a tu hijita —me echo a reír.

Tira los utensilios que ha utilizado en el fregadero y se arremanga para fregar. Se está haciendo la interesante. Y en realidad sabe que yo quiero conocer la respuesta. Quizá sea en parte por orgullo y en parte porque él y yo hemos compartidos muchos momentos.

—¿Y bien? —Me acerco a ella por detrás y le hago cosquillas en la cintura. Da un bote y sonríe de forma pícara.

—Pues no, no está con nadie.

Suspiro de alivio en silencio. Ya sé que no debería ser así, porque no hay ningún compromiso y yo me he acostado con Abel, pero pensar que Santi puede besar o acariciar a otra chica que no sea yo me pone nerviosa.

—¿Por qué no vas luego a verlo?

—¿Pero tú no eres la que dice que me olvide de los hombres?

—Sólo estoy diciendo que ya que estás aquí... Os quisisteis mucho...

En realidad tiene razón, pero me incomoda. Fui yo la que puso más distancia entre los dos. Él quiso ser mi amigo, pero yo sufría mucho cada vez que me llamaba —que cada vez era más a menudo. Siempre me decía que se conformaba con escuchar mi voz. Y el problema —al menos uno de ellos— era precisamente ese: que se conformaba con poco en nuestra relación. Puede que eso no parezca negativo, pero yo sentía que necesitaba más, ciertas cosas que él no me podía dar. En el fondo, sé que Santi también era infeliz debido a mi forma de actuar, siempre a la defensiva y anhelando que se convirtiera en alguien que realmente no podía ser. Así que cada uno por su lado estamos mucho mejor y por eso, no sé si es muy adecuado visitarlo después de medio año. Eso sí, reconozco que siento mucha curiosidad y ciertas ganas de verlo.

Mi madre va a decir algo más cuando escuchamos abrirse la puerta de la calle y, en cuestión de segundos, Fred entra como un bólido y se lanza contra mí. Me acuclillo y mi querido perro me llena de besos y lametones y yo siento que me acerco a un estado de serena felicidad al tener su cuerpecillo tembloroso entre mis brazos. Amo a Fred, pero en el piso compartido no nos dejan tener animales, así que tuvo que quedarse con mis padres. Y lo cierto es que muchas noches echo de menos sentirlo a los pies de la cama.

Mi padre se asoma a la cocina y saluda con un seco «hola». Me doy cuenta de que mi cuerpo se ha puesto rígido en el momento en que he ido a darle dos besos. Le pregunto cómo se encuentra y la conversación no dura más de dos minutos hasta que nos sumimos en un silencio incómodo. Por suerte, mi madre lo interrumpe para pedirnos con alegría que pongamos la mesa.

Una hora después me hallo acomodada en el sofá con la tripa llena, el corazón un poquito más tranquilo y con Fred en mi regazo. La independencia está bien, por supuesto, pero en ocasiones una necesita a su familia, aunque esta no sea la más perfecta.

Como de costumbre, mi padre se ha quedado dormido en el sofá y mi madre está empezando a pegar cabezadas. Le doy unos golpecitos en el hombro y le aviso de que voy a salir un rato, pero que volveré a recoger mi bolso y a despedirme. Ella sonríe con un brillo en los ojos y yo chasqueo la lengua como si me fastidiara, aunque me hace bastante gracia su actitud de niña traviesa.

Nada más salir a la calle tengo que quitarme la chaqueta porque hace calor. A estas horas no se ve a nadie por las calles y yo contemplo el pueblo en silencio y sin apenas nostalgia. Nunca me ha gustado y no pienso regresar a vivir aquí. Me ahogaba en este lugar, siempre viendo los mismos rostros y paseando por los mismos lugares. Conozco cada uno de ellos como la palma de mi mano, aquellos en los que jugué de niña, la escuela y el instituto donde estudié, los bancos del parque donde besé por primera vez a Santi. Y sin apenas darme cuenta, llego a su finca y me altero. Tengo el estómago encogido porque no sé cómo actuar, qué decir o hacer. ¿He perdido toda la confianza que tenía con él? Espero que no, lo que me gustaría es que mantuviéramos la capacidad para charlar como viejos amigos.

Aprieto la chaqueta entre mis dedos y cojo aire. Venga, es Santi, lo conozco de casi toda la vida y estuvimos juntos cinco años. Sé que él no me va a mirar mal ni me guardará rencor; al menos espero que continúe siendo el chico comprensivo al que dejé de hablar hace seis meses. Aprieto el timbre y espero. ¿Y si me contesta su madre? Qué vergüenza; en este momento no puedo hablar con ella, pero debería haber pensado antes que es una posibilidad. Por suerte, responde él. Ahí está su voz grave. Cuando le digo que soy yo, puedo notar a través del telefonillo su respiración nerviosa. Me pide cinco minutos y yo le cito en la plaza, pues está a dos pasos.

Camino hacia allí y al llegar decido sentarme en uno de los desgastados bancos. Al menos no se dará cuenta de que me tiemblan las piernas. Saco el móvil y jugueteo con él entre mis manos. Conecto los datos para ver si me ha llegado algún mensaje, pero Cyn y Eva deben estar KO todavía. Sonrío al pensar en que Abel no ha dado señales de vida aunque ya debe de haber descubierto que le he bloqueado en el WhatsApp.

Al cabo de un par de minutos, escucho unos pasos y al alzar la mirada me encuentro con los ojos azules de Santi. Pero no son de un azul tan intenso como los de Abel, ni tampoco desprenden misterio, sino amabilidad y cariño. ¿Por qué les estoy comparando? Menuda tontería. Se acerca a paso lento con una sonrisa ladeada y yo aprovecho para observarle. Ha cambiado un poco: está más delgado y en mejor forma, así que supongo que ha cumplido sus planes de ir al gimnasio. Lleva el pelo castaño oscuro bastante corto y la ropa que tanto le ha gustado siempre: vaqueros, camisa y un jersey encima. Está bastante guapo, aunque evidentemente no es tan atractivo como Abel. Mierda, otra vez. Me dan ganas de darme una bofetada para espabilarme. Cuando llega a mí, se inclina y me da dos suaves besos. Se me queda mirando con su abierta sonrisa.

—Te veo muy bien —dice al fin.

—Yo a ti también —respondo.

Nos quedamos en silencio. Vaya, parecemos dos tontos. ¿No va a ser sencillo al final? ¿Nos hemos convertido en esos ex novios que, una vez separados, no son capaces de tratarse como personas adultas? En todo caso, será culpa mía por haberme comportado como una arpía. Él me pregunta con un gesto si puede sentarse a mi lado y asiento con la cabeza.

—¿Te apetece ir a tomar algo? —propone.

—¿Crees que habrá algo abierto?

—Supongo que a estas horas el Food & Beer sí lo estará.

Nos levantamos y nos encaminamos hacia el bar. Cuando llegamos descubrimos con pesar que está cerrado. Con café todo podría ir mejor, pero tendré que hacer de tripas corazón y esforzarme por aparentar naturalidad.

—¿Y a qué debo este honor? —Si no fuera él, esta frase parecería irónica y borde, pero sé que lo dice con todo su cariño.

—En realidad ha sido idea de mi madre —decido confesarle la verdad.

—Pues entonces tendré que agradecérselo cuando la vea —Me guiña un ojo.

Damos un paseo por el pueblo en dirección al parque. Poco a poco voy sintiéndome más tranquila y la tensión desaparece con cada palabra que decimos. Hablamos sobre los viejos tiempos y nos reímos con las anécdotas. Santi me recuerda aquel viaje a Asturias en que ambos nos pusimos enfermos y nos tiramos todo el fin de semana compartiendo el baño. Yo no puedo dejar de reírme ni siquiera cuando me entran agujetas. Me encanta que ahora podamos ser amigos y poder estar a su lado sabiendo que sólo somos amigos. Siento mucho cariño hacia él y es una persona que no debe desaparecer de mi vida. Un par de horas después me acompaña a casa y me agradece la visita.

—Oye, Sara, el viernes que viene tengo que ir a Valencia por unos asuntos. ¿Te apetece que comamos juntos?

Acepto y me despido de él con un gran abrazo. ¡Al final el día ha sido perfecto!