23
LA barbilla se me descuelga. Giro con lentitud la cabeza y lo miro con cara de susto. Vamos, que estoy alucinando. ¡¿Qué significa que soy su becaria?! ¡Este tío es un calzonazos! Nina me echa una mirada asqueada de los pies a la cabeza. Estará estudiando cada una de mis imperfecciones. Puedo leer en sus ojos una mezcla de burla y de superioridad. No le gusta mi ropa, ni mis botines, ni tampoco mi pelo. Pues tú tampoco es que seas santo de mi devoción, bonita.
—¿Y no podía ser un becario? —le pregunta a Abel con su chillona e irritante voz. Me fijo en que tiene un leve acento. Su apellido es alemán, aunque no su aspecto. Creo que por sus venas también corre sangre asiática.
—Yo no decido eso. —Aparta los ojos ante la insistente mirada de ella. ¡Conmigo no es para nada así! No conocía a este Abel y la verdad es que no me gusta. Ni un pelo.
—¿Y por qué estáis en la misma habitación? —Nina se acerca un poco más a mí y arquea una ceja perfectamente depilada. No obstante, la pregunta va dirigida a él.
—Estaba explicándole las tareas de hoy.
¡Madre mía! ¡Debe de haber estado ensayando este papelón toda la semana, porque se lo sabe muy bien! Es un maldito mentiroso. Menudo farsante. Me dan ganas de plantarme ante esta mujer superficial y celosa y confesarle que su querido Abel estaba a punto de hacerme suya. ¡Y dejarle claro que no es la primera vez que lo hace! No obstante, a lo único que me atrevo es a aguantar su mirada gris durante unos pocos segundos, y al final la aparto como ya ha hecho él antes. No puedo soportar los ojos burlones de esta mujer. Eric tenía toda la razón: es la abeja reina. Y nada, que no me quita la vista de encima y no puedo evitar ruborizarme. ¿Podrá oler en nuestra piel lo que estábamos haciendo antes de que ella llegara?
—Soy Nina Riedel —dice, inclinándose hacia mí y dándome dos besos para mi sorpresa. Eso sí, son más falsos que una moneda de cuatro euros. Cuando se aparta, una vaharada de perfume me alcanza y estoy a punto de estornudar. Menea su deliciosa melena y añade —Estoy segura de que me habrás visto en la televisión o en las revistas. —Me dedica una sonrisa llena de dientes blancos. Seguro que lleva fundas porque son demasiado perfectos hasta para ella.
—Sara —respondo, regalándole otra sonrisa tan falsa como la suya.
Nos quedamos calladas y al cabo de unos segundos la tensión es tanta que se puede incluso palpar. Miro de reojo a Abel, el cual no aparta los suyos de Nina. ¿Qué se le estará pasando por la cabeza? Bueno, lo sé: al parecer sólo hay espacio para ella porque no se ha parado a pensar ni por un segundo cómo me podía sentir yo.
—Espero que lo hagas muy bien porque Abel es muy exigente.
Me quedo mirándola con los ojos muy abiertos y una expresión de desconcierto en el rostro. ¿Pero qué está diciendo...? Suelta una risita.
—Que espero que seas buena fotógrafa. —Otra vez la sonrisa de diva.
¿Ha usado un doble sentido o sus neuronas no dan para tanto? Bueno, no quiero ser tan prejuiciosa. Todas las modelos no tienen por qué ser tontas. Quizá ella tiene un coeficiente intelectual muy alto. Pero hay algo en su manera de toquetearse el pelo y poner morritos que me dice que el suyo no lo es.
—Me esforzaré por ser una de sus mejores becarias —digo, recalcando la última palabra al tiempo que le dedico a él una mirada cargada de intención.
—Bueno —Se gira hacia Abel con un movimiento de lo más elegante y femenino. Su larguísimo cabello le cae por el hombro en una cascada brillante—, nos esperan bajo. ¿Vienes o qué?
—Quiero terminar de explicarle una cosa —Le sonríe. Yo siento un pinchazo de celos en el corazón. ¡No quiero que le dedique esos gestos a ella! Pero también le noto tenso. ¿Acaso no se da cuenta ella de que le está fastidiando? ¡Bueno, a los dos— ¿Por qué no vas hablándoles de tu nuevo trabajo? Yo bajo enseguida, en serio.
Ella pone los brazos en jarras como si no se fiara. Dirige sus ojos hacia mí una vez más antes de contestar.
—De acuerdo. ¡Pero un minuto nada más! —Se da la vuelta y a punto está de golpearme en toda la cara con su tremendo pelazo. ¡Será gilipollas! Antes de salir, vuelve a sonreírme—. Encantada, Sara. Nos vemos por aquí.
—Lo mismo digo. —Intento hacer lo mismo, pero me tiemblan las comisuras de los labios. ¡A mí se me da fatal ser maja si alguien me cae mal!
La tía se ha hecho la simpática ante Abel. ¡No es lista ni nada! Y lo peor es que él parece tomársela muy en serio. ¿Es que no se ha dado cuenta de cómo es en todo el tiempo que la conoce?
—Sara —De repente vuelve a posar su atención en mí, pero yo ya estoy dirigiéndome a la habitación, dispuesta a coger la mochila para marcharme de allí. Me coge del brazo y me detiene—. Sara, lo siento.
—¿Cómo que lo sientes? ¿El qué, hacerme quedar como una imbécil ante ella? ¿Hacerme sentir como una mierda? —Tiro del brazo, pero él me aprieta con fuerza—. No tengo por qué aguantar esto —niego con la voz cargada de sentimiento. Mierda, llorar ahora no...
—No lo entiendes —me dice muy serio.
—¡Pues claro que no! ¡Me has hecho venir para presentarme como tu becaria y luego follarme en secreto! —Vuelvo a tirar porque quiero escaparme de él. Sus dedos se aferran a mi carne con ímpetu y hago un gesto de dolor ante el cual reacciona y afloja la presión.
—Eso no es así. Sólo es que me ha pillado de sorpresa la llegada de Nina.
—En serio, vete a la mierda. —Me suelto por fin de su mano y me cuelgo la mochila a la espalda.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta, con cara de confusión.
—¿Es que no lo ves? Me voy —Empiezo a andar hacia la puerta.
En realidad no tengo dinero para pagarme el billete. Quizá pueda entrar en la página web Blablacar y, si tengo suerte, encontrar un viaje barato para hoy mismo, o hacer autostop. Pero esta segunda opción me da un poco de miedo porque he visto demasiadas películas de terror. Y en ninguna de ellas sale bien parada la chica que se monta en un coche desconocido.
—¡No! —ruge, y se pone delante de la puerta para impedirme el paso.
Yo levanto la cabeza, dispuesta a mandarlo a la mierda por segunda vez en unos minutos, pero me quedo muda al descubrir su semblante. Tiene la mandíbula muy apretada, tanto que los dientes no cesan de rechinarle. Y se le ha oscurecido tanto la mirada que apenas parece la suya. Por no hablar de los temblores que le sacuden todo el cuerpo. Jamás lo había visto así, tan enfadado y al mismo tiempo asustado. Me agarra de la cintura y me atrae hacia él, pero yo lo aparto de un empujón.
—¿Te piensas que soy tu juguete? —le pregunto de forma amarga.
—Sara, no puedes irte —repite, mirándome con sus profundos ojos. Los tiene brillantes. ¿Tendrá ganas de llorar?—. Te lo pido por favor. Dame sólo un par de días —Al escuchar esto, suelto un bufido de impaciencia, pero él hace un gesto para que me calle—. Te juro que antes de que volvamos a Valencia habré dejado las cosas claras.
—No te puedo creer. —Alzo los brazos en señal de exasperación. Cuando me cruzo con su lastimera mirada, no puedo contener el sollozo.
—No, no, no... Por favor, no llores —me suplica, intentando consolarme con un abrazo.
—Me haces daño, Abel —le confieso, mirándole abiertamente—. Nadie me había tratado así antes. A cualquier otro le habría dado puerta hace siglos.
—Yo no quiero hacerte daño. En serio, es lo último que querría. —Me sujeta de los brazos, escrutándome con su profunda mirada. Cierro los ojos en un intento de escapar de ella, pero no puedo. No quiero sentirme así, desearía ser más fuerte y largarme ahora mismo de aquí—. Te prometo que se lo voy a decir —interrumpe mis pensamientos—. Sólo un par de días —repite. Apoya su frente en la mía y me cubre el rostro con las manos, secándome las lágrimas.
Me quedo callada, explorando su rostro: la pequeña marca que tiene cerca de la sien, sus bonitas cejas, la arruga apenas perceptible que se le forma debajo del labio cuando está tan serio como ahora, el diminuto hoyuelo de su barbilla. Regreso a sus ojos, pero no puedo leer en ellos. Una vez más, no sé lo que está pensando ni si me está diciendo la verdad. Me siento como una completa estúpida porque estoy totalmente enganchada. Soy esa mosquita que no tiene ninguna oportunidad de escapar. Sí, tendría que estar saliendo por esa puerta y, sin embargo, no puedo. Necesito sentir su cuerpo cerca del mío, aspirar el olor de su piel, rozar su piel. Pero tan sólo es eso lo que puedo palpar, porque no me permite que lo haga con su mente.
Puede que esté equivocándome por completo al aceptar quedarme. Puede que me haya equivocado del todo desde un principio. Sin embargo, le deseo tanto que sé que podría fallarme una y mil veces y continuaría cayendo. Él suelta un suspiro de alivio cuando me ve asentir con la cabeza. Va a darme un beso, pero yo le giro la cara. Por nada del mundo quiero que ahora me bese, y no lo volverá a hacer hasta que no le confiese la verdad a Nina.
—No es mala chica —dice en ese momento.
Yo le observo con cara de estupor. ¡No, qué va! Sólo es una arpía celosa que me ha mirado como si yo fuese la mayor mierda de la tierra. Sólo es una tía que piensa que todo el mundo le pertenece. Vamos, es una joyita de persona, sí.
—Es sólo que la fama es difícil de llevar —continúa.
Ah, claro. Tener a todos pegados en tu trasero, cumpliendo cada una de las órdenes que les gritas, debe de ser terrible.
—No me importa cómo es ella —contesto de mala gana. No entiendo por qué me está diciendo esas cosas. Aunque ella lo pase mal, creo que no es excusa para tratar a los demás como si fuesen cucarachas. Eso tan sólo lo hacen las malas personas, así que no me voy a creer el cuento de que era una florecilla hasta que la fama la cambió.
—Lo sé, pero sólo quería que lo tuvieras en cuenta. —Se pasa la mano por el pelo en un gesto nervioso—. Sé que eres una persona comprensiva, Sara.
—Lo soy hasta cierto punto. —Dejo caer la mochila al suelo—. Me parece muy bien si le caigo mal. Ya te digo, ella me importa un pito. Lo que me fastidia es tu actitud, que no es para nada normal.
Se queda callado unos segundos, con la vista fija en la puerta. Todavía quedan restos de pánico en su iris azul. Pero si tanto le duele que yo me enfade, ¿por qué no actúa de forma consecuente? Vale, puedo llegar a entender que su trabajo es muy importante para él, pero entonces que me deje a mí en paz con mi vida. A pesar de todo, creo que se deja llevar por lo que Nina dice. Si tanto miedo le da lo que ella puede hacer, entonces jamás será feliz. Al igual que tampoco lo será si sitúa por encima el plano profesional. Pero allá él si es lo que quiere, ya que no estaré para verlo. Las personas obsesionadas con su trabajo me superan.
—Tengo que irme a...
—Lo sé. Ve, ve. —Hago un gesto con la mano, como si me fuese indiferente. Pero en realidad lo único que quiero es quedarme con él todo el día, que no se acerque ni a un metro de Nina. Por desgracia, sé que es un deseo imposible.
—Intentaré librarme de ella en cuanto antes —me promete.
—Ya.
—¿Qué vas a hacer mientras?
—Pues no sé, la verdad. —Echo un vistazo por la habitación—. Puedo leer algún libro.
—No quiero parecer maleducado, pero... —se calla un momento y yo me encojo de hombros, esperando a que continúe. Señala la mochila a mis pies—. Por casualidad, no tendrás ahí un vestido de noche, ¿verdad? —Esboza una peculiar sonrisa que no sé si es irónica o sincera.
—¿Para qué? —pregunto, un poco aturdida. Evidentemente, no lo tengo. Tampoco es que disponga en mi piso de muchos vestidos de noche. Creo que ni de uno. Al menos, si se refiere a lo que estoy pensando.
—Te he conseguido una acreditación. Para que puedas acompañarme en los actos oficiales —añade cuando ve mi cara de confusión.
—¿Qué? —Arrugo las cejas y pongo cara de susto—. ¿A qué te refieres con actos oficiales?
A ver, vamos a ver. Yo tengo pánico escénico. Podríamos decir que me entra un poco de ansiedad cuando hay mucha gente a mi alrededor. Y se supone que en esos actos oficiales habrá gente famosa, ¿no? Gente importante, ¿no? Gente con gran talento, ¿no? Y luego, yo. ¿No? Ya me están entrando los nervios. ¡Y no, no tengo ropa apropiada para lo que sea eso a lo que tengo que asistir!
—Cenas, cócteles, fiestas...
—¡No pienso ir a todo eso! —exclamo, dando un paso hacia atrás. Me clavo el pomo en la espalda y suelto un grito de dolor.
—¿Y te vas a quedar sola en la habitación mientras tanto? —pregunta, en tono irónico.
—Puedo salir por Barcelona.
—Ni hablar —niega muy serio. Me mira con los ojos entrecerrados—. No voy a dejar que salgas sola por la noche.
—¿Ahora eres mi padre? Creía que eras mi jefe, ya sabes... becaria... —Le dedico una sonrisa falsa.
Suelta un suspiro y agarra el pomo, dispuesto a salir. Se queda pensativo durante unos segundos y a continuación, se saca la cartera del bolsillo del pantalón. Le veo sacar un fardo de billetes, como aquella vez en la universidad. ¿Por qué cojones está tan forrado? ¿Tan bien le paga esta gente? ¡Si ya con las habitaciones que nos han dado debería de estar cubierto el sueldo! Cuando me doy cuenta, me está entregando dos billetes de cien.
—¿Qué haces? —le pregunto, sin coger el dinero.
Él insiste, pero yo dejo mis manos tan quietas como hace un segundo.
—Quiero que te compres un par de vestidos para los eventos —dice, tratando de meterme el dinero en una mano.
—¡Que no! —chillo, apartándola y poniéndomela en la espalda.
Él pone mala cara y menea la cabeza.
—¿Quieres acudir delante de toda la gente con unos vaqueros?
—¿Y tú te crees Richard Gere o qué? ¡Porque yo no soy tu zorrita! —me quejo, muy molesta por lo que está haciendo.
¿Pero qué se ha creído? Jamás voy a coger ese dinero. Ya me ha costado bastante aceptar que haya pagado esta habitación. Sólo falta que me compre más cosas. Así me endeudo para toda la vida. Y además, que parece que estoy vendiendo mi cuerpo.
—No quiero que vuelvas a hablar así. —Me da un estirón en los labios—. No eres mi zorrita —inclina la cabeza para acercar su rostro al mío—. Eres mía, pero siendo Sara —Intenta cogerme la mano y abrírmela, pero continúo resistiéndome—. Coge el dinero, joder. Considéralo un regalo porque me he portado fatal contigo.
Niego con la cabeza con los labios muy apretados. Al fin, suelta un suspiro de frustración y cede. Le veo guardar el dinero en el bolsillo y sé que está muy molesto, pero me da igual porque yo lo estoy más.
—Habla con Judith. Quizá ella pueda dejarte algo. —Abre la puerta, pero sigue sin salir. Me mira durante un minuto interminable—. Eres una cabezota —Sonríe y los hoyuelos se le marcan más que nunca. Si no fuera porque estoy muy enfadada, me tiraría a besárselos.
Lo veo marcharse por el pasillo. Como siempre, me quedo atontada con sus andares, con la forma en la que se le mueven los hombros. Estoy siendo demasiado blanda, lo sé, pero no puedo hacer nada por evitarlo. O al menos, si lo hay, no dispongo de la suficiente voluntad para hacerlo. Así que, como ya es costumbre, cumplo con sus órdenes y me acerco con cautela a la habitación de Judith. Por suerte, todavía está en ella porque escucho pasos. Me abre la puerta con una toalla enrollada en la cabeza y otra en el cuerpo. Me dedica una enorme sonrisa. Vamos, qué diferencia con la de Nina un rato antes.
—Hola, cariño —me saluda, posando un beso en mi mejilla—. ¿Necesitas algo?
—Pues... Tengo un problema, la verdad —confieso, restregándome las manos.
—Pasa y hablamos mientras me seco el pelo —Me empuja al interior de su habitación, que es también muy bonita y soleada, aunque no tan grande como la mía. Y por supuesto, no tiene libros de Machado por ninguna parte.
La acompaño al cuarto de baño y me siento en la taza del váter mientras ella trastea con el secador. Pues no sé si vamos a poder hablar con el ruido. Ella me mira a través del espejo instándome a que le cuente. Iba a pedirle un vestido, pero me inspira tanta confianza, que me decido a explicarle lo que me ha ocurrido con Abel. Al fin y al cabo, Cyn no está aquí y no tengo a nadie más con quien desahogarme.
—Le ha dicho que soy su becaria —digo, con la barbilla apoyada en una mano.
—¿Cómo? —pregunta, mientras se desenreda el pelo.
—Abel le ha dicho a Nina que soy una simple becaria. —Alzo la vista y la miro. Ella está con la boca abierta.
—¡Joder! ¿Qué me estás contando? ¿En serio?
Asiento con la cabeza. Qué vergüenza, por favor. Pero ella lo conoce mejor que yo y podrá aconsejarme de todos modos. Enciende el secador y se lo pasa por la cabeza unas cuantas veces. Yo espero impaciente a que diga algo.
—¡Es un gilipollas! —grita, por encima del ruido—. ¡Pero es un gilipollas encantador! —añade. Bueno, sí, tiene razón—: ¡Tú le gustas un montón! —Cada vez grita más.
Yo niego con la cabeza. No creo que le guste tanto, si no, no actuaría de ese modo. Ella asiente una y otra vez con una gran sonrisa en la cara. Apaga el secador y se cepilla el pelo una vez más. A continuación saca un bote de espuma de su neceser y se echa un poco en la mano.
—Hazme caso a mí, que lo conozco desde hace un par de años. —Se pone la espuma en las puntas del pelo y empieza a hacerse un peinado—. Tú eres el tipo de chica con la que Abel se casaría. Bueno, no es de esos, creo. Pero si lo fuera, tú serías la elegida.
—Tú lo has dicho, no lo es. ¿Por qué crees que le ha dicho eso a Nina?
—Tiene miedo. —Se gira hacia mí—. Esa mujer es muy absorbente, en serio. Y dominante. Consigue que todos coman de la palma de su mano. Abel no soportaba eso, para que veas. Pero ya te digo, está asustado. Su trabajo es su pasión y no quiere que nadie se lo arrebate.
—Pero no puede estar así toda su vida. Algún día tendrá que pasar de Nina —me quejo.
—Supongo que será el día en que ella ya no tenga tantos contactos —Se encoge de hombros y termina de arreglarse el pelo. Vuelve a girarse hacia mí, sin borrar su sonrisa—. Pero créeme: desde que cortó con Nina habrá estado con unas cuantas mujeres... Una noche o dos con cada una. Sólo sexo. Lo he visto irse con ellas y al día siguiente actuar como si no las hubiese conocido. En cambio, contigo está un poquito obsesionado, la verdad. —Pone los ojos en blanco, pero sé que es una broma.
Yo dirijo la vista al suelo y me quedo pensando en lo que me ha dicho. Bueno, yo ya había imaginado que había estado con un montón de mujeres, pero que Judith me lo confirme no me hace mucha gracia. ¿Cuántas habrán besado sus suaves labios? ¿Cuántas habrán acariciado su perfecto torso desnudo? ¡Joder, me estoy poniendo muy celosa!
—Has dicho que tenías un problema. —Se empieza a maquillar con tal gracia que me da un poco de envidia. Yo casi que ni me sé pintar la raya—. ¿Era ese?
—No, qué va. —Observo cada uno de sus movimientos—. Me ha dicho que me ha conseguido acreditación para los eventos...
—¿En serio? ¡Joder, qué mano tiene! —Se echa un poco de colorete en las mejillas pecosas—. ¿Y cuál es el problema? ¿No te apetece ir? ¿Es por Nina?
—No, lo que pasa es que... —Me avergüenza un poco confesarle la verdad. Y encima soy pobre—. No tengo nada que ponerme. Salí de casa sin pensarlo y sólo cogí un poco de ropa. Pero no es nada adecuada.
Ella se está pintando los labios y espera a que yo continúe.
—Abel me ha dicho que quizá podrías prestarme alguna cosa tuya —Me encojo de hombros.
Judith termina de maquillarse y me indica con un gesto que la siga a la habitación. Una vez allí se deshace de la toalla y se queda desnuda ante mí. Yo giro la cabeza porque me siento un poco incómoda, ya que apenas nos conocemos. De reojo la observo y me doy cuenta de que tiene un cuerpo menudo, pero muy bonito. Tiene menos pecho que yo, aunque la forma es perfecta. Su piel parece muy suave y es muy blanca, sin ninguna imperfección. Se da cuenta de que la estoy mirando y sonríe. A continuación rebusca en dos de las maletas y se pone unas braguitas y el sujetador.
—Creo que no te va a servir nada —Saca un par de vestidos y los extiende en la cama, pero enseguida nos damos cuenta de que son demasiado pequeños para mí.
—¿Y qué hago? —le pregunto, con la esperanza de que encuentre una solución. ¡Porque yo estoy demasiado nerviosa para lograrlo!
—¿Tienes pasta?
—Poca. —Sé que con lo que me queda en la cuenta tengo que sobrevivir hasta cobrar el mes siguiente, pero no puedo presentarme a la cena o a cualquier otro evento con unos vaqueros desgastados—: Unos cien euros.
—Bueno, conozco una tienda de segunda mano no muy lejos —me dice, mientras se viste con una falda negra y una camiseta fucsia, a juego con su pelo—. Me vino muy bien alguna vez.
—¿Podrías acompañarme? —Junto las manos en un gesto de súplica.
—Pues me sabe muy mal, pero es que he quedado —tuerce la boca—. Pero podemos hacer una cosa: que vaya contigo Eric.
Automáticamente me pongo roja. Una cosa es que no me atraiga como Abel, y otra que me vaya con él de compras a solas. Últimamente no sé por qué, pero no soy ajena a los chicos como ellos. Judith se da cuenta de mi expresión y me da una palmadita en el hombro.
—¡No te preocupes! Estará encantado de ir. Mientras le dejes ver cómo te queda —se echa a reír.
Yo intento reírme también, pero me sale una carcajada histérica.