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La fama del director de orquesta Eduardo Bianco fue siempre una incógnita para el argentino aficionado al tango. Compositor, chansonnier, editor musical, fue el “embajador del tango argentino en París”, animó el dancing de La Coupole hacia 1924 con la orquesta Bianco-Bachicha, dirigida junto a Juan Bachicha Deambroggio y muy pronto formó su propio conjunto.
En la Argentina había dedicado sus primeros tangos a amigos como Macoco Álzaga Unzué y Alejandro Menéndez Behety. En Europa tuvo admiradores menos distinguidos pero más poderosos: a principios de la Segunda Guerra Mundial, tocó en el teatro Scala de Berlín ante Goebbels, Hess y, según algunas fuentes, el mismo Führer.
Bianco siempre negó que “Plegaria”, su tango dedicado a Alfonso XIII, hubiese sido la música que los jefes de los campos de concentración hacían tocar a las orquestas de prisioneros rumbo a las cámaras de gas. Según tradición oral, entre estos el tango era conocido como “Tango de la muerte”. En todo caso, ese fue el título, luego cambiado por “Fuga de la muerte” (Todesfüge), del primer poema que Paul Antschel firmó como Paul Celan.
Su vuelta a la Argentina una vez terminada la guerra le provocó una gran decepción. Sus versiones bailables para el gusto europeo no pudieron competir con Troilo, Di Sarli y Pugliese. Su vida de músico se apagó con giras por Oriente Medio, apreciado por públicos menos exigentes, el rey Faruk de Egipto entre ellos.
De su fama en tierras lejanas hay muchos testimonios. Sadik Nehama Gershon, “maestro Sadik”, legendario intérprete sefardí popular en Alejandría, Estambul y Salónica, era llamado “gramófono” porque le bastaba escuchar una pieza una sola vez para repetirla: “en turko, en grego, en ewspanyol i franko / mezmo los tangos de Edwardo Byanko”.
Fuentes: Enrique Cadícamo, La historia del tango en París, Buenos Aires, 1975; Mark Mazower, Salonica. City of Ghosts, Londres, 2004.