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Heráclito de Éfeso se retiró, primero, al templo de Artemisa; luego se fue a la montaña, a vivir de los yuyos que allí crecían. Tenía sesenta años cuando la hidropesía lo obligó a bajar a la ciudad, en busca de remedio para su enfermedad.
Cuentan que lo habría pedido en los términos sibilinos que prefería para sus fragmentos filosóficos: cómo transformar esa temporada de lluvias en una de sequía. Lo cierto es que ante la incomprensión de los médicos, se encerró en un establo y se cubrió de bosta de vaca, con la esperanza de que el calor evaporase el líquido que hinchaba su cuerpo. Los médicos, por su parte, intentaron evacuar el agua apretándole o aplastándole los intestinos. Ambos tratamientos resultaron ineficaces.
Cansado, Heráclito habría terminado por echarse al sol y pedir a los chicos que pasaban que lo cubriesen con sus excrementos. Sobrevivió un día. Más tarde, el sol secó y endureció esa costra, quedó como momificado y lo comieron los perros.
Fuentes: orales, luego impresas, Diógenes Laercio, Vida y doctrina de los filósofos.