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Bertrand de Jouvenel tenía dieciséis años cuando llegó a la casa de verano de su padre para presentar sus respetos a la nueva mujer de este, la célebre novelista Colette. El año era 1920, la escritora tenía cuarenta y seis años y cuando su hijastro la vio por primera vez, en la playa, usaba uno de esos trajes de baño tejidos, de jersey negro, que estaban de moda en la época y al mojarse se adherían al cuerpo, en este caso a las abundantes formas de una madrastra.
Impresionada por la belleza del adolescente, sin hacer caso de su turbación, Colette lo tomó por la cintura, lo besó en la boca y lo llevó a una cabina para avanzar hacia un contacto más íntimo.
Pocas noches más tarde, interceptó al muchacho cuando este subía la escalera para ir a acostarse, con una lámpara de kerosén en la mano. Bertrand estuvo a punto de dejarla caer cuando la madrastra volvió a besarlo en la boca. “Mantenla siempre derecha” fue lo único que le oyó decir a la escritora.
Henry de Jouvenel entendió que le convenía casar pronto a su hijo y no tardó en hallarle una heredera interesante.
Fuente: oral, Nicole Stéphane, París, 1985.