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A pesar de pertenecer a una de las familias más antiguas de Venecia, la condesa Marina Querini Benzoni tenía veleidades republicanas. En su juventud, durante la ocupación de la ciudad por las tropas napoleónicas, en compañía del poeta Ugo Foscolo bailó, apenas cubierta por una túnica griega, alrededor del “árbol de la libertad” en medio de la Piazza San Marco. Su belleza había inspirado una romanza, “La biondina in gondoleta”, que aún entonaban, mucho después de su muerte, gondoleros que nunca habían oído su nombre.
En su obesa madurez, la condesa tuvo relaciones con Lord Byron en momentos en que el poeta no perseguía a otra condesa, Teresa Guiccioli. Solían pasear de noche en góndola y acoplarse al ritmo de la corriente.
Más de una vez, en el aire fresco del Canal Grande, el poeta vio surgir del escote de la dama una sutil voluta de vapor. Pronto descubrió que no era la intensidad del deseo lo que producía ese efecto. Su amante, antes de entregarse a las legendarias efusiones del autor de Childe Harold, solía introducir dos dedos en ese escote y extraer una pizca de una sustancia amarilla que llevaba, en éxtasis, a la boca. Se trataba de su pasión mayor, de su manjar preferido: polenta. No podía prescindir de él y lo mantenía caliente entre sus pechos apretados.
Según una leyenda veneciana, cuando veían surgir una delgada voluta de vapor de una góndola que navegaba sin ocupante visible —y en cuyo fondo yacían, enlazados e invisibles, los amantes—, los gondoleros saludaban: “Il fumeto!” (“¡El humito!”).
Fuentes: innumerables, biografías de Byron y crónicas de la vida veneciana.