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Marta Skavronski, hija de padres polacos calvinistas, había nacido en 1684 en Livonia, planicie báltica disputada entre Prusia y Rusia. Era sirvienta en una granja cuando la violaron por primera vez durante la guerra entre Suecia y Rusia. Gracias a un suboficial sueco que se casó con ella, evitó ser reclutada para un prostíbulo castrense; ese matrimonio, sin embargo, resultó falaz: el marido la vendió a un militar livonio que la obligó a prostituirse. Liberada por el ejército ruso se refugió en Marienburg, donde halló empleo como ama de llaves en casa de un pastor. Allí la raptó una división de kalmuks y más tarde la volvieron a liberar los rusos. De protector en protector, terminó como sirvienta en casa del mariscal Cheremetiev, donde llamó la atención de Aleksander Menchikov, quien la compró al anciano oficial y la llevó a Moscú. Marta ya había cumplido diecisiete años y decidió adoptar el nombre de Catalina.
El mejor amigo de Menchikov, al verla, se enamoró de ella y la llevó a San Petersburgo. Allí se casaron en secreto en 1707 y, en 1712, previa conversión de la novia a la religión ortodoxa, repitieron la ceremonia en público. El marido era el zar Pedro el Grande. A su muerte en 1725, Catalina subió al trono como Catalina I, reinó durante los dos años que le quedaban de vida y así inauguró la serie de grandes zarinas del Imperio: tras un período de confusas, breves sucesiones, fue su hija Elisabeth Petrovna quien reinó dos décadas, entre 1741 y 1761, y tras el infausto paso por el trono de Pedro III fue su nieta Catalina II, “la Grande”, quien lo ocuparía de 1762 hasta 1798.
Fuentes: diversas, Louis-Philippe de Ségur, Ettore Lo Gatto, Vera Makarov, Joseph Brodsky.