El día de la creación
Doris Lessing ha descrito este libro como una «fantasmagoría», y Angela Carter lo ha llamado una «historia de aventuras metafísicas». El día de la creación (The Day of Creation) quizá no se ajuste a la definición de cada uno de literatura fantástica, pero, como quiera que se la califique, está lejos de ser una novela realista. El libro anterior de J. G. Ballard, el best-seller El imperio del Sol (1984), fue una transmutación de sus experiencias de la infancia durante la segunda guerra mundial, y se lo podría describir como una obra de «elevado» realismo. Pero aquí explora nuevamente el paisaje mental del país de Ballard, un territorio fabuloso e inquietante ya familiar para los lectores de Compañía de Sueños Ilimitada [68] y muchas historias anteriores.
La última novela de Ballard es acerca de un hombre que aparentemente evoca un gran río, se obsesiona con lo que él cree que es su creación y decide seguirlo hasta su fuente. Al principio, el nuevo río parece surgir de manera milagrosa de debajo del tronco de un antiguo roble, pero pronto se hace evidente que la corriente dadora de vida fluye desde una cadena montañosa situada a 320 kilómetros (donde es probable que haya sido creada por causas naturales, como un pequeño cambio en la corteza terrestre). El marco de la novela es un país africano imaginario, una antigua colonia francesa que está al sur del desierto del Sahara en expansión. El personaje principal, el doctor Mallory, es un inglés que ostensiblemente trabaja para la Organización Mundial de la Salud. Las extrañas aventuras de Mallory tienen lugar en una parte del mundo que ha sido de interés periodístico últimamente: todos hemos visto fotos de poblaciones africanas que pasan hambre y hemos leído sobre la interminable y trágica sequía en el Sahel, y en verdad la imagen de África transmitida por centenares de documentales de TV y programas sobre la naturaleza forma parte del tema de este libro. Uno de los principales personajes europeos, el egregio profesor Sanger, es un presentador de televisión que desea hacer un registro filmado de la loca búsqueda de Mallory.
Sin embargo, no es un África «real» la que Ballard nos brinda. La pequeña guerra civil, cuyos violentos vaivenes proporcionan gran parte de la acción incidental a lo largo de todo el relato, está retratada sin simpatía y parece particularmente inútil. Como es de esperar, Ballard no está en modo alguno interesado en las realidades políticas del África negra actual. Lo que le preocupa sobre todo es la psicología del individuo. Ésta es una narración en primera persona, como lo era Compañía de Sueños Ilimitada, y durante toda la novela estamos atrapados dentro del cerebro febril de Mallory mientras se abre camino río arriba, ayudado por una muchacha vidente, y perseguido por soldados del gobierno, guerrillas rebeldes y una barca de mujeres desconsoladas con ánimo vengativo. Los desiertos, junglas y lagunas que atraviesan son oníricos, paisajes-como-estados-de-la-mente descritos con toda la habitual intensidad alucinatoria de Ballard.
Podemos interpretar la novela como una alegoría del proceso creador, una descripción de la relación de amor/odio que todo creador tiene con lo que ha creado. La búsqueda de Mallory de la fuente del río es también una búsqueda de la fuente de toda inspiración. Con esta interpretación, las páginas finales del libro -donde las últimas aguas del río se escurren entre los dedos del protagonista- son peculiarmente tristes, aunque la casi promesa de que algún día el poderoso río fluirá nuevamente mitiga en parte esa tristeza.