El puente
Un hombre estrella su coche en el puente del camino de Forth, en Escocia. Mientras yace en coma profundo, lucha para rehacer su vida desde dentro. Avanza mediante una serie de extrañas fantasías (la mayoría de las cuales involucran un gran puente que no parece unir parte alguna con ninguna otra) hasta que al final llega a cierta comprensión de sí mismo y despierta. De modo esquemático, la novela de Iain Banks suena un tanto trivial, pero desde luego este esbozo no da idea de la riqueza y energía de la imaginación del autor. Como Lanark de Alasdair Gray [77], éste es en gran medida un libro escocés, parte de un renacimiento en los años ochenta de una literatura de imaginación escocesa que no debe nada a la tradición de J. M. Barrie de fantasía sentimental, aunque probablemente deba mucho a una tradición más antigua y oscura de pesadillas presbiterianas, de las que Confessions of a Justified Sinner de James Hogg es un notable ejemplo del siglo xIx.
John Orr (como se lo llama en este mundo del sueño) despierta sin ningún recuerdo de su pasado, y se encuentra entre las inacabables vigas de acero de un enorme puente, un puente del ferrocarril de Forth que se ha expandido para abarcar el mundo. Los trenes de vapor pasan zumbando en los niveles inferiores. Por encima de ellos hay gradas y gradas de dormitorios, talleres, oficinas, restaurantes, todos ligados por ascensores y líneas de tranvías. Al principio Orr tiene un lugar privilegiado en la sociedad jerárquica del puente: está a cargo de un tal doctor Joyce, quien le ordena que escriba todos sus sueños. Sueños dentro de sueños. Orr fantasea con encontrar a su Doppelgänger en un elevado paso de montaña durante la noche; con barcos trabados en una batalla sin esperanza; con un hombre en harapos que azota el mar con un conjunto de cadenas de hierro oxidadas; con una costa llena de bellas mujeres que lo atormentan con sus exhibiciones eróticas… Pero no logra recordar cómo llegó al puente. Luego se rebela contra el régimen del doctor y es castigado y degradado al nivel más bajo de la sociedad del puente. Deja de ser una persona y su único curso de acción es convertirse en un polizón en un tren de larga distancia, con la esperanza de encontrar un final a la tiranía geométrica del puente.
Entrelazadas con todo esto, hay otras narraciones; la más memorable concierne a un bárbaro de espada al cinto que cuenta sus rudas aventuras con un fuerte acento escocés. En un momento, cuando explora el mundo inferior para cruzar el río Lethe, este malhablado Conan de Glasgow tiene un altercado con Sísifo:
Todavía estaba muerto de sed y no se veía ningún indicio de un pub o algo similar, sólo esas rocas y ese río que fluía lentamente. Anduve a lo largo de la orilla durante un tiempo y encontré a ese tío empujando una gran roca redonda hacia lo alto de la colina. Parecía estar haciendo eso hacía un tiempo, a juzgar por el surco que había dejado en la ladera de la colina.
— Hola, Jimmy -dije-, estoy buscando el ferry, ¿por dónde se va al embarcadero? -El bastardo ni siquiera se dio vuelta.
Hizo rodar la enorme maldita piedra hasta arriba a lo largo de toda la colina. Pero entonces la roca va rodando hacia abajo nuevamente a todo lo largo de la colina, y el ignorante sujeto corre detrás de ella y empieza a empujarla otra vez colina arriba.
— ¡Eh, tú! -dije sin ningún resultado-. ¡Oye!, ¿dónde está el embarcadero para el vapor? -Le di al bastardo un golpe en el culo con la palma de mi izquierda y me puse frente a la gran piedra que estaba empujando colina arriba y la eché contra él para detenerlo.
Quiso mi puta suerte que el tipo ni siquiera hablaba correctamente; hablaba una lengua extranjera. Me marché pensando que todo es una mierda…
Los episodios relacionados con el bárbaro y su muy culto familiar son muy divertidos y enriquecen mucho la desordenada mezcla de fantasías que contiene El puente (The Bridge). Es una agradable novela.