Pequeño, grande
Este título puede ser interpretado de muchos modos: lo «pequeño» y lo «grande» son el campo y la ciudad, lo interno y lo externo, lo privado y lo público, lo mágico y lo humano. Y mucho más. El subtítulo fue puesto por el editor en la página del índice: allí nos enteramos de que la obra realmente se llama Pequeño, grande o El parlamento de las hadas (Little, Big; or, The Fairies' Parliament). En verdad, trata de las hadas y del país de las hadas, la saga de una familia y una historia de amor múltiple. Quizás es también «la mejor novela fantástica de todos los tiempos» (en palabras de Thomas M. Disch) y «un libro que requiere por sí solo una redefinición de lo fantástico» (según Ursula Le Guin). Novela de arquitectónica sublimidad, Pequeño, grande supera las palabras de la crítica.
El personaje principal es un joven de ciudad llamado Fumo Barnable, que se enamora de una chica de campo llamada Llana Alice Bebeagua. Abandonando su insípido trabajo en la ciudad, Fumo hace una excursión a Bosquedelinde, el hogar de Bebeagua en Nueva Inglaterra. Y allí encuentra la magia, literalmente. Bosquedelinde es una confortable locura; el bisabuelo de Llana Alice -autor de un texto del siglo XIX sobre casas quintas- «proyectó, a modo de ilustración conglomerada de las láminas de su ya famoso libro, el edificio de Bosquedelinde, combinando en él varias casas de estilos diversos y dimensiones diferentes que chocaban entre sí…» Cerca de esta notable vivienda hay bosques que parecen habitados por gente diminuta que sólo es visible por el rabillo del ojo. Después de una boda al aire libre, Fumo y Llana Alice van a pasar su luna de miel en los bosques: «Fumo pensó que nunca se había asomado a nada que fuese tan secreta, tan recónditamente El Bosque como ese lugar. Por alguna razón, el suelo estaba cubierto de un tapiz de musgo, y no de esa vegetación tupida e irregular -matorrales y brezos y chopos- que suele crecer en los confines de los bosques. Descendía hacia el interior de la gruta, los atraía hacia ella, hacia la susurrante penumbra».
Crowley evoca este país de las hadas con una consumada delicadeza: nada es afirmado rotundamente, poco es lo que se expone a la plena luz del día. El lector se estremece ante las sucesivas revelaciones, cuando el autor juega con magistral habilidad con las tensiones emocionales del temor reverente, el arrobamiento, el misterio y el encanto. En una de las retrospectivas históricas de la novela, conocemos al doctor Zarzales, uno de los antepasados de Llana Alice, y escuchamos su conferencia cómicamente pedante (pero docta) sobre la gente del país de las hadas:
— Nereidas, dríades, silfos y salamandras, así es como los divide Paracelso -dice el doctor Zarzales-. O sea (como diríamos nosotros) sirenas, elfos, hadas y diablillos o trasgos. Una especie para cada uno de los cuatro elementos: sirenas para el agua, elfos para la tierra, hadas para el aire, diablillos para el fuego…
»En algunos casos se trata de hombres y mujeres pequeños, de entre treinta y noventa centímetros de estatura, perfectamente conformados, sin alas, y de hábitos más humanos… Y hay hadas-guerreras que montan corceles, y pookahs y ogros enormes, mucho más grandes que los hombres…
»El mundo habitado por estos seres… es un mundo totalmente distinto, y está contenido dentro de éste;… con una geografía peculiar que sólo puedo describir como infundibular. -Hizo una pausa, como para reforzar el efecto de sus palabras.- Con ello quiero decir que el otro mundo está compuesto por una serie de anillos concéntricos, anillos que, a medida que se penetra más profundamente en ese otro mundo, se van ensanchando. Cuanto más nos internamos, más grande es.
Es ésta una hermosa analogía de la novela de John Crowley (nacido en 1942): un largo y lento cuento pastoral que se mueve del pasado al futuro e involucra a una cantidad de personajes vívidos. Cuanto más atrapa nuestra anhelante imaginación, tanto más grande parece volverse.