La pasión de la nueva Eva
¡Qué mente tiene Angela Carter! ¡Y qué talento! Esta intensa fantasía sobre las posibilidades de la liberación de las mujeres es una novela malvada, «malvada» en su honestidad sobre los impulsos eróticos y sádicos, y los modos en que esos impulsos subvierten todos nuestros sueños utópicos. Puesta contra el marco de fondo de unos Estados Unidos de América en derrumbe, es una obra de puro terrorismo horripilante. Su tema tiene una ligera semejanza con Myra Breckinridge (1968) de Gore Vidal: el personaje principal, Evelyn, empieza siendo un hombre pero lo convierte en una mujer (y una mujer bella, además) una mujer cirujana que está loca, pero en mi opinión ésta es una novela mucho más impresionante.
El relato está narrado en primera persona y parece un sueño febril. Evelyn es un joven inglés al que le encantan las películas de Hollywood, sobre todo las viejas películas en blanco y negro de Tristessa de Saint Ange, «"La mujer más bella del mundo", la que interpreta una autobiografía simbólica en arabescos de kitsch e hipérbole… Hacía tiempo ya que Tristessa reinaba junto a Billie Holliday y Judy Garland en el panteón de las mujeres que desnudan con orgullo sus cicatrices, que exhiben una desesperación emblemática como un santo del medievo exhibe las llagas del martirio». La noche antes de partir para América, Evelyn observa a Tristessa en uno de sus papeles clásicos, y le rinde su «pequeño tributo de espermatozoos». A su llegada a Nueva York, se encuentra sumergido en un mundo que es muy diferente de sus expectativas anacrónicas sobre la ciudad (basadas en películas de los años cuarenta). No hay ninguna sugerencia de que la novela se sitúe en el futuro; en cambio, expresa una oscura fantasía europea sobre América. Pues es la quintaesencia de la Nueva York de los años setenta: una ciudad de ratas y atracadores, drogadictos y el refunfuñar de locos. Tiene más de Taxi Driver que de Un día en Nueva York.
Guerrillas negras están amurallando Harlem; rudas mujeres vestidas con cazadoras de cuero patrullan las calles, hostigando a los hombres. «A finales de julio hubo una avería en el sistema de desagües y los lavabos dejaron de funcionar… Las ratas eran gordas como lechones, malignas como hienas.» En esta atmósfera corrupta pero embriagadora, se encapricha con una «sexy» joven de diecisiete años. Las fantasmagóricas escenas en las que la conoce, la sigue y la lleva a la cama están muy cargadas de erotismo. Como desagradable resultado de esto, cuando su amiguita queda embarazada, Evelyn decide insensiblemente abandonarla y escapar de Nueva York. Se marcha al centro alocado de América, en busca de la vaciedad… y de sí mismo: «El mundo se adelanta en el tiempo creando la ilusión del movimiento, aunque nos movemos toda la vida por las galerías curvilíneas del cerebro hacia el corazón del laberinto interior».
Su coche sufre una avería en el desierto, y él es capturado por una tribu de mujeres rebeldes que lo llevan a presencia de la jefa, en unas cámaras subterráneas. Esta monstruosa diosa de muchos pechos es llamada Madre por sus «hijas», y le gusta titularse a sí misma la Gran Parricida o la Gran Castradora. Va a trabajar sobre Evelyn con su bisturí de cirujana transformándolo en la magnífica Eva («Me despojó así de cuanto yo había sido y me dejó, en cambio, con una herida que en el futuro habría de sangrar una vez por mes, al mandato de la luna»). Amenazada de fecundación con su propio semen, Eva escapa nuevamente, pero es capturada otra vez por Zero el Poeta, creado mediante drogas (el último cerdo chauvinista macho), y su harén de esposas complacientes. Violada y maltratada por este personaje que parece Charles Manson, lo acompaña en su misión de atacar el hogar de la actriz cinematográfica retirada Tristessa de Saint Ange. Así, finalmente Eva tiene el privilegio de conocer a la divina Tristessa y su terrible secreto.