21
Víspera de Año Nuevo, 1980:
Se ha jodido todo de principio a fin.
El fin del mundo.
Estoy jodido y salgo corriendo.
Salgo corriendo de la comisaría de Dewsbury.
La comisaría de Dewsbury.
Modernas mentiras entre la negra…
Multitud que se concentra.
Con pancartas:
El Destripador es un cobarde.
Rostros desencajados:
¡Que lo ahorquen!
Las sogas de fabricación casera, las muñequeras con tachuelas.
Los cabezas rapadas con sus mamás, los mohicanos con sus abuelitas.
Salgo corriendo de la comisaría hacia el aparcamiento en la cima de la cuesta, entre charcos de lluvia y aceite de motor.
El aparcamiento está lleno.
Periodistas, equipos de televisión. Ha corrido la noticia.
Los pájaros graznan.
Llueve a cántaros.
El cielo cubierto de nubes negras, las colinas todavía más oscuras.
Colinas salpicadas de casas duras, de tiempos sombríos.
Ojos de almacenes, ojos de fábricas.
Abro la puerta, corriendo.
Arranco el motor, corriendo y asustado.
El Norte después de la bomba.
Asesinatos y mentiras, mentiras y asesinatos.
Guerra.
A Leeds por la M1.
La radio encendida:
Un vecino de Bradford comparecerá esta tarde en el juzgado de Dewsbury en relación con el asesinato de Laureen Bell en Leeds el 10 de diciembre. El individuo en cuestión fue detenido el domingo por la noche en Sheffield por el robo de unas placas de matrícula. El director general de la policía, Ronald Angus, manifestó a los periodistas, lleno de júbilo: «El individuo se encuentra en este momento en West Yorkshire, donde le están interrogando en relación con los crímenes del Destripador de Yorkshire. Esta tarde comparecerá en el juzgado de Dewsbury. Estamos muy satisfechos, plenamente satisfechos de la actuación policial. Los agentes que detuvieron al hombre en Sheffield eran destacados policías, auténticos héroes locales que cuentan con mi más sincero agradecimiento. Han hecho un trabajo formidable. Conocemos a la chica que estaba con el hombre cuando fue detenido, y es evidente que ha tenido mucha suerte. Podría haber sido su próxima víctima».
Al preguntarle si la caza del Destripador de Yorkshire puede darse por concluida, el director general Angus dijo: «Así es. La caza del Destripador ha terminado».
Entre tanto cerca de 4000 personas se han concentrado a las puertas del Ayuntamiento de Dewsbury con la esperanza de ver al hombre que desde hace cinco años ha sembrado el terror en las calles de todas las ciudades del norte. Un terror que podría estar a punto de concluir.
Apago la radio y pienso:
Lo que parece el amanecer es el comienzo de la noche eterna.
Leeds, maldito Leeds:
Medieval, victoriano, de hormigón. Maldito Leeds.
Decadencia, asesinatos, infierno.
Una ciudad muerta:
Sólo los cuervos y la lluvia.
El Destripador se ha ido.
Los cuervos y la lluvia, sus huesos picoteados.
Leeds, maldito Leeds.
El Rey ha muerto, viva el Rey.
Aparco debajo de los arcos llenos de agua y de ratas.
Salgo del coche con la gabardina en la cabeza.
Corro por debajo de los arcos y dejo atrás el Scarborough.
Llego al Griffin.
Llamo al timbre y espero.
Mierda.
Cojo la llave de la taquilla.
Entro en el ascensor.
Pulso el 7.
1, 2, 3, 4, 5, 6…
Salgo del ascensor.
Cruzo el pasillo.
Tropiezo.
Tropezamos en la escalera oscura:
Habitación 77.
La llave en la cerradura.
Entro.
Miro el reloj, enciendo la radio, cojo el teléfono, oigo la señal y marco.
Un timbre, dos timbres.
—¿Joan?
—¿Peter? ¿Dónde estás?
—En Leeds.
—¿Es verdad? ¿Lo han cogido?
—Sí.
—¿Vienes a casa?
—¿A casa?
—Aquí.
—Sí.
—¿Ahora?
—Sí, ¿por qué?
—He vuelto a tener la misma pesadilla: la niña…
—Voy para allá, amor.
—Peter, ten cuidado, por favor.
—Sí.
—Por favor…
Cuelgo.
Recojo la Exégesis, las notas sueltas, los números de Spunk, las fotografías.
Lo guardo todo en bolsas.
Las páginas de la Biblia, la Exégesis, los números de Spunk.
Todo en bolsas, todo listo.
Un último vistazo.
Abro la puerta.
Abro la puerta y ahí está:
—¿Helen?
El pelo recogido, la gabardina chorreando.
—¿Puedo pasar? —dice.
En la escalera oscura.
—Sí. —Sujeto la puerta.
Entra y cierro.
Se desabrocha la gabardina y saca un sobre.
Plano, de papel manila.
Lo sostiene en alto.
La letra inclinada, con rotulador negro:
Fotos. No doblar.
Asiento con la cabeza:
—¿Cuándo?
—El 26 de diciembre.
—¿El 26 de diciembre?
—Entregada en mano.
—¿Quién la entregó?
Mira al techo y se muerde los labios, intentando contener las lágrimas.
Intentando contener las lágrimas.
Las lágrimas en sus ojos.
—Bob Craven —dice.
—¿Qué?
Asiente, con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Cómo? —digo.
Abre el sobre y saca las fotografías.
Las tira sobre la cama:
Cuatro fotografías.
Cuatro fotografías de dos personas en un parque:
Platt Fields Park, en invierno.
Fotografías en blanco y negro de dos personas en un parque, junto a un estanque:
Un estanque frío y gris; un perro.
Cuatro fotografías en blanco y negro de dos personas en un parque.
Dos personas en un parque:
Una de ellas, ella.
—¿Cómo? —digo.
Pero vuelve a mirar el techo, a morderse los labios, con los ojos llenos de lágrimas.
Los ojos llenos de lágrimas.
De lágrimas.
Y saca del sobre un papel.
Una fotocopia en blanco y negro.
La sostiene en alto.
Me la pone delante de la cara.
Una fotocopia pornográfica en blanco y negro.
Delgada y pelirroja, unas piernas y un coño.
Un coño afeitado.
Su coño afeitado.
Su…
Helen Marshall.
En la parte superior de la página, con rotulador negro:
Spunk, número 3, enero de 1975.
Al pie de la página, con rotulador negro:
¿Vicio de Manchester?
En la cara, con rotulador negro:
Una raya, una raya que le cruza los ojos.
Arroja la fotocopia sobre la cama.
Sobre la cama, junto a las fotos.
Y empiezo a rebobinar.
Rebobino:
—¿Qué Helen?
—De sus tiempos de Vicio. Salúdela de mi parte.
Rebobino hasta…
Hasta que digo:
—¿Por qué no me lo habías contado?
Pero vuelve a mirar el techo, a morderse los labios, con los ojos llenos de lágrimas.
Los ojos llenos de lágrimas.
De lágrimas.
Lágrimas, lágrimas, lágrimas hasta que…
Hasta que dice:
—¿Por qué?
—Porque…
—¿Porque qué? ¿Porque follabas conmigo?
—Helen…
—Maldita la hora.
—Helen, por favor…
—Maldita la hora en que se me ocurrió follar con el jefe, ¿verdad? Preñada y expuesta a esta mierda.
—¿Preñada?
—No te preocupes. Ya lo he resuelto.
Yo, de rodillas:
—¿Qué?
—Eso es agua pasada.
—¿Cuándo?
—¿Cuándo qué?
—¿Cuándo lo…?
—El domingo.
—¿Dónde?
—En Manchester. ¿Por qué? ¿Qué más te da?
Lo atrapo, impido que siga asesinando madres y dejando niños huérfanos y tú nos das uno, sólo uno…
Miro el techo, con los ojos llenos de lágrimas.
Los ojos llenos de lágrimas.
De lágrimas.
Lágrimas, lágrimas, lágrimas, hasta que…
Hasta que la miro.
Tiene los ojos llenos de lágrimas.
De lágrimas.
Lágrimas, lágrimas, lágrimas, hasta que…
Hasta que digo:
—¿Dónde está?
—¿Quién?
—Craven.
—¿Por qué?
—Esto tiene que terminar.
—No puedes…
Pero la sujeto de la gabardina, despliego las alas y grito:
—¿Dónde?
Está temblando.
Temblando y mirando el techo, mordiéndose los labios, los ojos llenos de lágrimas.
Los ojos llenos de lágrimas.
De lágrimas.
Lágrimas, lágrimas, lágrimas hasta que…
Hasta que susurra:
—En el Strafford.
Y me voy.
Con las alas desplegadas.
Con las alas desplegadas echo a correr y rezo.
Un último trato:
Lo atrapo, impido que siga asesinando madres y dejando niños huérfanos, y tú nos das uno, uno más.
Mi último trato.
Mi última oración.
Bajo las escaleras.
Me adentro en la lluvia.
Paso por debajo de los arcos.
Subo al coche.
Enciendo la radio de un manotazo:
… le preguntaron: «¿Es usted Peter David Williams y vive en el número 6 de Park Lane, en Heaton, Bradford?». A lo que Williams respondió: «Sí».
El juez le dijo entonces: «Se le acusa del asesinato de Laureen Bell entre el 10 y el 11 de diciembre de 1980, lo que constituye un atentado contra la paz de nuestra soberana, la reina de Inglaterra. Se le acusa además de haber robado en Mirfield, entre el 6 y el 27 de diciembre, unas placas de matrícula de un vehículo de motor propiedad de Cyril Miller, por valor de 50 peniques».
A continuación se preguntó a Williams si deseaba recurrir la orden de prisión preventiva y si solicitaba el levantamiento de las restricciones informativas. Williams respondió que no a ambas preguntas…
Le doy un puñetazo a la radio.
Salgo de la ciudad.
Entro en la autopista.
Hasta el final y pienso:
Conozco el camino, conozco la hora.
Conozco el lugar, lo conozco bien.
El fin del mundo:
Miércoles, 31 de diciembre de 1980.
Se ha jodido todo de principio a fin:
El río marrón, el cielo gris.
Siete tonos de mierda.
Alas, mis alas en llamas.
Llego al centro de Wakefield.
Sangre en el cielo, la ciudad muerta.
El Bullring.
El fin de mi mundo:
El Strafford.
Todo el mundo consigue lo que quiere.
El Strafford.
La entrada cubierta con tablones.
Cerrado.
Paso de largo y giro a la izquierda.
Doy la vuelta despacio por detrás.
Entro en un aparcamiento, oscuro, debajo de una hilera de habitaciones en el primer piso.
Habitaciones vacías, cuartos traseros.
Ojos ciegos a un aparcamiento inmundo y destartalado.
Un aparcamiento desierto, con charcos de lluvia y aceite de motor.
Desierto; sólo un Rover verde oscuro.
Aparco y espero.
Vigilo las hileras de habitaciones.
Sus cristales cubiertos con tablones, sus ojos ciegos.
Sé que él está cerca, aquí.
Salgo del coche y abro el maletero.
Cojo un martillo.
Cojo un martillo y me lo guardo en el bolsillo de la gabardina.
A continuación saco una lata de gasolina.
Una lata de gasolina medio vacía.
Y cierro el maletero del coche.
Cruzo el aparcamiento.
El aparcamiento inmundo y destartalado.
Charcos de lluvia y aceite de motor bajo mis pies, camino de las escaleras y de una puerta.
Una puerta que conduce a una habitación en el piso de arriba.
Una puerta azotada por el viento y la lluvia.
Abro la puerta.
La puerta trasera del Strafford.
La puerta trasera que da a un pasillo.
El pasillo está oscuro y noto que apesta a pólvora.
Apesta a cosas malas, apesta a muerte.
El olor nauseabundo del Strafford.
Entro.
Un colchón podrido contra una ventana.
Recorro el pasillo hasta el fondo.
Hacia el bar.
Abro otra puerta.
La puerta del bar.
Las paredes tatuadas de sombras, tatuadas de dolor.
Mapas, planos y fotografías de dolor.
El dolor de las fotografías.
Joyce Jobson, Anita Bird, Theresa Campbell, Clare Strachan, Joan Richards, Ka Su Peng, Marie Watts, Linda Clark, Rachel Johnson, Janice Ryan, Elizabeth McQueen, Kathy Kelly, Tracey Livingston, Candy Simon, Doreen Pickles, Joanne Thornton, Dawn Williams y Laureen Bell.
Sobre los mapas, los planos y las fotografías.
En todos ellos: esvásticas y seises.
Sombras, esvásticas y seises.
En todas las superficies:
Seis seis seises.
(Desde la sombras.)
Dejo la lata de gasolina y enciendo la luz.
Nada, sólo oscuridad.
Oscuridad, sombra y dolor.
Avanzo un paso más.
Bajo mis pies muebles destrozados, astillas, alfombras sucias y cristales rotos.
Detrás de la barra los espejos reventados.
La máquina de discos en el rincón, las piezas silenciosas y manchadas de sangre.
Debajo de las ventanas cubiertas con tablones el sofá largo lleno de agujeros.
Una mesa baja en el centro de la estancia.
Encima de la mesa, pornografía.
Spunk.
Pornografía y una grabadora de mano.
Una casete.
Todo esto y además el cielo.
Me acerco a la mesa y lo veo.
Veo sus botas.
En el suelo, entre la mesa y la barra.
Sus botas, a él.
A él.
Tumbado de bruces entre la mesa y la barra.
Bob Craven.
La cabeza reventada. Un disparo en una pierna.
Miro hacia otro lado.
Miro al techo.
Dos agujeros en el techo, encima de la barra.
Miro al suelo.
La cabeza reventada.
Arrodillado, me estiro hacia el espacio comprendido entre la mesa y la barra, me agacho y le doy la vuelta.
La cabeza reventada: sin cara, sin barba.
Sangre en las paredes.
En las sombras.
En las esvásticas y en los seises.
Seis seis seises.
(¡Si las sombras hablaran…!)
Cojo la pistola que tiene al lado de las piernas y retrocedo.
Retrocedo detrás de la mesa y de la grabadora de mano.
Las máquinas los últimos supervivientes.
Pulso el play.
Una pausa. Un silbido:
Soy Jack. Veo que sigues sin tener suerte y no me atrapas. Siento un enorme respeto por ti, George, pero ¡es increíble! Tienes tan pocas posibilidades de atraparme ahora como hace cuatro años, cuando empecé. Me parece que tus hombres te están fallando, George. No deben de ser muy competentes.
La única vez que se acercaron un poco fue hace unos meses en Chapeltown, cuando perdí la calma. Incluso esa vez el que vino era un agente de uniforme, no un detective.
Ya te advertí en marzo que volvería a actuar. Siento que no haya sido en Bradford. Te lo había prometido, pero no pude llegar. No estoy seguro de cuándo volveré a actuar, pero sé que será este año sin falta, puede que en septiembre, en octubre, puede que antes si se presenta la ocasión. No estoy seguro de dónde, puede que en Manchester. Me gusta Manchester. Hay muchas por allí. Nunca aprenden, ¿verdad, George? Seguro que las has advertido, pero no escuchan.
Trece segundos de ruido fondo. Los cuento:
Uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho nueve diez once doce trece y luego:
Dije que la buscaría en Preston y cumplí mi palabra, ¿verdad, George? Una guarra. Como todas. Al paso que voy entraré en el libro de los récords. Creo que ya son once, ¿no? Bueno, tengo intención de seguir así algún tiempo. De momento no me veo en chirona. Aunque consigas acercarte, siempre iré un paso por delante de ti. Bueno, ha sido muy agradable hablar contigo, George. Tuyo, Jack el Destripador.
No te molestes en buscar huellas dactilares. A estas alturas ya deberías saber que soy limpio como un silbido. Hasta pronto. Adiós.
Espero que te guste la melodía pegadiza del final. Ja, ja.
Y entonces:
Me oirás decir tu nombre
y repetir de nuevo:
gracias por ser mi amigo.
Silencio.
La cinta sigue avanzando.
Sigue avanzando en la grabadora de mano.
La grabadora de mano encima de la mesa.
La mesa.
Entre la mesa y la barra:
Bob Craven.
La cabeza reventada, sin rostro, sin barba.
Sangre en las paredes.
En las sombras.
En las esvásticas y los seises.
Seis seis seises.
(Las sombras hablan).
Junto a la grabadora de mano, la cinta sigue avanzando:
Una pausa, un silbido:
SILBIDO.
Piano.
Batería.
Bajo.
«¿Puede ser esto amor, si nos hace sufrir?»
PAUSA.
SILBIDO.
Llantos.
Susurros.
Infierno:
«¿Es el mundo tan triste como parece?».
PAUSA.
SILBIDO.
Llantos.
Susurros.
Más infierno:
«¿Cuánto me quieres?».
PAUSA.
SILBIDO.
Llantos.
Llantos.
Llantos.
«Sol sut irip se nara tama Hunter!»
STOP.
Silencio.
Silencio entre estas paredes.
Paredes tatuadas de sombras mudas y de dolor mudo.
Mapas, planos, fotografías de dolor.
El dolor mudo de las fotografías:
Grace Morrison, Billy Bell, Paul Booker y Derek Box.
En los mapas, los planos y las fotografías.
En todos ellos esvásticas y seises.
Sombras, esvásticas y seises.
Seis seis seises.
(Sombras mudas, seises mudos).
Sentado en medio del silencio, encima de la mesa.
La mesa destrozada, astillada, manchada y rota.
Sentado en la mesa baja en el centro del bar.
Alas, enormes y podridas.
Grandes y negras, que me abruman, me pesan…
Me impiden levantarme.
Sentado en la mesa, con una pistola en las rodillas.
Contemplando los seises.
Seises mudos, esperando.
Seis seis seises.
En los seises…
En las esvásticas, en las sombras…
En todas partes…
La sangre en la pared.
La cabeza reventada, sin rostro y sin barba.
La cabeza reventada.
Bob Craven.
Entre la mesa y la barra.
Bob Craven, mudo.
La cinta termina.
Silencio.
Silencio hasta que…
Hasta que oigo neumáticos en el aparcamiento.
El aparcamiento inmundo y destartalado.
Charcos de lluvia y aceite de motor bajo las ruedas.
Unos faros iluminan una puerta.
Una puerta que sube a una habitación en el piso de arriba.
Una puerta azotada por el viento y la lluvia.
Las luces se detienen delante de la puerta.
La puerta que conduce a una habitación en el piso de arriba.
La puerta azotada por el viento y la lluvia.
Más puertas que baten, más portazos.
Portazos de puertas de coche.
Botas en el aparcamiento.
El aparcamiento inmundo y destartalado.
Charcos de lluvia y de aceite de motor bajo los pies.
Botas en la oscura escalera de piedra.
Miro la pistola que tengo en las rodillas.
Sentado en la mesa, entre los seises mudos.
En la mesa.
Alas, enormes y podridas.
Negras como alas de cuervo, que me abruman, me pesan.
Me impiden levantarme.
Sentado en la mesa con la pistola en las rodillas.
Mirando los seises.
Los seises mudos, a la espera.
La puerta azotada por el viento y la lluvia.
Abren la puerta.
Dos figuras en el umbral al final del pasillo.
Dos armas.
El pasillo está oscuro y notan que apesta a pólvora.
Apesta a cosas malas, apesta a muerte.
El olor nauseabundo del Strafford.
Entran.
Un colchón podrido contra una ventana.
Recorren el pasillo hasta el fondo.
Hacia el bar.
Abren otra puerta.
La puerta del bar.
La última puerta.
Dos figuras en el umbral.
Dos armas.
Alderman y Murphy.
Richard Alderman y John Murphy.
La pistola en mis rodillas.
Los seises mudos, las sombras.
Alas, enormes y podridas.
Grandes y negras como alas de cuervo.
Que me abruman, me pesan y arden.
Que me impiden levantarme.
Me impiden.
… un disparo.