10

Oldham Street, Manchester.

Sábado, 20 de diciembre de 1980.

En el coche, la radio encendida:

Los presos del IRA ponen fin a la protesta sucia y cuarenta hombres empiezan a ingerir alimentos.

Más policías londinenses apartados del servicio como resultado de la Operación Countryman.

Se emprende la búsqueda de la banda de asesinos sádicos que acabaron con la vida de un ex policía y de su hija.

Funeral de Laureen Bell, víctima del Destripador.

Apago la radio, salgo del coche y cruzo la calle.

Está lloviendo: una lluvia fría y sucia de Manchester.

Una lluvia fúnebre.

Oldham Street, 270, un edificio negro de seis o siete plantas, construido antes de la guerra, sin una sola luz en las ventanas.

En el portal, al lado de la puerta, las placas de sus ocupantes, varias empresas textiles.

Ninguna de MJM Publishing o Printing Ltd.

Mierda.

Echo un vistazo. Silencio en las oficinas de la planta baja.

A la izquierda unas escaleras de piedra, a la derecha un ascensor.

Subo por las escaleras.

En la primera planta hay luces y un sordo zumbido de máquinas.

Llamo a la vieja puerta de cristal que dice Manchester Divan y abro.

Es una sala grande, con mesas y armarios en la entrada, máquinas y otros accesorios al fondo. Un montón de mujeres indias o paquistaníes, vestidas con ropa de vivos colores, encorvadas sobre las máquinas de coser. Las ventanas son grises y no dejan pasar la luz. Huele a sudor.

Un hombre mayor, indio o paquistaní, con barba y sombrero, levanta la vista de su mesa.

—¿Sí? —dice.

—Soy Peter Hunter, oficial de policía —le enseño la placa.

—¿Sí? —repite, nervioso.

—Estoy buscando una empresa llamada MJM Publishing o MJM Printing. Creía que tenían las oficinas en este edificio.

El hombre asiente con la cabeza.

—Sí, estaban en la tercera planta —dice.

—¿Recuerda cuándo se marcharon?

—Hace dos o tres años.

—¿Sabe si se trasladaron o si cerraron?

—No lo sé, lo siento.

—¿Quién es el propietario del edificio?

—Asquith y Dawson son administradores.

—¿Dawson?

Richard Dawson, empresario, presidente de uno de los partidos conservadores locales

Un amigo.

—Sí, Asquith y Dawson, tienen la oficina junto a la biblioteca.

—Gracias —digo. Y como un eco:

No puedo ir a la cárcel, Richard. No puedo.

La ventana del rellano del tercer piso está rota y hay polvo y basura en los rincones, frente a una puerta que todavía dice MJM Publishing & Printing Ltd.

En frente otra oficina: Linton & Sons.

No hay ninguna luz encendida y nadie contesta cuando llamo a la puerta.

Nada, sólo basura.

Empujo la puerta y tiembla, pero me lo pienso mejor.

Casi las 10:30:

Jefatura Superior de Policía de Manchester.

Undécima planta.

El despacho del jefe.

Mi despacho.

Tal como lo dejé, pero con las montañas de correo en la bandeja.

Cruzo el pasillo y llamo a la puerta del jefe.

—Adelante.

Abro la puerta.

El jefe Smith está detrás de su mesa. Suenan villancicos.

—Buenos días —digo.

—Creíamos que estabas en Leeds —dice, sin mirarme.

—Sí, allí tendría que estar, pero ha surgido algo que quiero comunicaros.

Esta vez sí me mira:

—¿Qué pasa ahora?

—¿MJM Publishing y Printing?

Niega con la cabeza:

—Ni idea.

—Tenían las oficinas en Oldham Sreet. Publicaban pornografía.

—¿De verdad? ¿Pornógrafos? —dice, y se le iluminan los ojos.

—Sí, mercancía ilegal.

—¿De verdad? ¿En Oldham Street? En ese caso siéntate, por favor.

Digo que sí con la cabeza.

—Adelante —dice.

—Janice Ryan salía en una de sus revistas.

—¿Y?

—Encontré la revista entre los papeles de Eric Hall. Esta mañana fui a las oficinas y descubrí que MJM o ha cerrado o se ha trasladado. Pero ¿a que no adivinas de quién es el edificio?

—¿El de Oldham Street? ¿De quién?

—De Asquith y Dawson.

—¿La empresa de Richard Dawson?

—Sí.

—Eso no significa nada. —Se encoge de hombros—. Asquith y Dawson deben de ser dueños de la mitad de los edificios de Picadilly. ¿No han alquilado el Arndale?

—Pero ¿no hay una relación evidente? ¿Con el Destripador?

—El miércoles dijiste que Ryan podía no ser víctima del Destripador.

—No lo sé, pero estoy seguro de que aquí está la relación entre Dawson, Douglas y Whitehead y las palabras que oímos en la cinta; la relación que estamos buscando.

—¿Estamos? Más bien estás.

—Muy bien, la relación que deberíamos estar buscando: Dawson, Douglas, Whitehead, Hall, Ryan, y otra vez Dawson.

—Y tú, Pete, no te olvides de ti.

En la escalera oscura

—Sí —digo—. Y yo.

El jefe Clement Smith resopla por la nariz:

—Roger me ha contado que no pudisteis sacarle nada al señor Whitehead.

—No.

Suspira y se acomoda en la silla.

—Hemos citado a Dawson para el lunes por la mañana. ¿Estarás aquí?

—No lo creo. Por la mañana no.

—Bueno, habla con Roger: que se ocupe de esa MJM y que le pregunte a Dawson por ella el lunes.

—Muy bien —me levanto.

—¿Pete?

Me paro en la puerta:

—¿Sí, jefe?

—Pareces hecho polvo. —Clava la vista en los papeles que tiene sobre la mesa—. En cuanto quieras cortar este ir y venir…

—Lo sé —digo.

—Si crees que es demasiado para ti, no tienes más que decirlo.

—No, está bien.

Vuelve a mirarme.

—¿Has hablado recientemente con Philip Evans? —pregunta.

—No.

—Pues habla con él. Deberías contarle todo esto.

—Lo haré.

—Es mejor que lo sepa por ti.

Asiento y cierro la puerta a mis espaldas.

—Un mundo pequeño y lleno de mierda —dice Roger Hook con gesto de tristeza.

Estamos sentados en su despacho, tomando café con grumos de leche en polvo en la superficie.

—Ésa es la cuestión: yo no creo que lo sea.

—¿Qué?

—Un mundo pequeño.

—A ver si lo entiendo: me estás diciendo que tu amigo Dicky el Marrullero les alquila un edificio a unos pornógrafos que usan a Janice Ryan como modelo, a la misma Janice Ryan que se follaba a Robert Fraser y a Eric Hall, la misma mujer que fue asesinada por el Destripador, y por eso Jack Whitehead intentó chantajear a Eric Hall, y tres años después sus huellas aparecen en una casete en la que sale a relucir tu nombre, una casete que aparece en la boca de un ex policía de Yorkshire muerto, un ex policía de Yorkshire muerto que trabajaba para, espera, espera, que trabajaba para Richard Dawson, Dicky el Marrullero. Tu amigo. ¿Y dices que no es un mundo pequeño, Pete?

—No.

—¿Qué es entonces?

—Es un mundo grande y negro, lleno de mierda, con un millón de infiernos negros, y, cuando esos malditos infiernos colisionan, es hora de que nos sentemos y nos demos cuenta de una puta vez.

Silencio.

Roger Hook, incómodo, bebe un sorbo de café frío antes de decir:

—Vale, ¿qué hacemos?

—Pasaré por Asquith y Dawson para ver qué ha sido de MJM Publishing Limited.

—No tienes por qué hacerlo. Que vaya Ronnie.

Pongo los ojos en blanco.

—Vale, pues que no vaya Ronnie —dice—. Que vaya cualquiera. Es simple trabajo de campo.

—Me gusta el trabajo de campo.

—Como quieras —dice—. Siempre te sales con la tuya.

Me detengo en la puerta:

—Eso me recuerda… ¿Ha hablado alguien con ese celador de Stanley Royd, con Leonard Marsh?

—Mierda, lo siento.

—No te preocupes. Ya me encargo yo cuando vuelva.

—Es una suerte que te guste el trabajo de campo —sonríe Hook.

—No lo es.

Asquith y Dawson, enormes oficinas en la esquina de Mosley Street y Princess Street.

Pregunto a la joven recepcionista con jersey de cuello alto.

—¿Está el señor Dawson?

—No —dice—. Es sábado.

—Soy policía, guapa. Y ya sé que es sábado.

—Pero no está —dice, con los ojos llenos de lágrimas.

—Muy bien, en ese caso necesito que me ayudes con cierta información.

—No creo que pueda.

—¿Por qué?

—Soy nueva.

—¿Hay alguien más antiguo?

—No, es sábado. Lo siento, no hay nadie.

Suspiro.

—¿Estás sola?

—Han salido todos.

—¿Cuándo volverán?

—No lo sé.

—Muy bien. —Le enseño la placa—. Quiero que busques en los archivos la información correspondiente a una de vuestras propiedades, en Oldham Street, 270.

—Yo no sé hacer eso.

—Sólo estoy buscando una dirección.

—¿Una dirección?

—Sí, se han trasladado y necesito localizarlos. Es un asunto muy importante.

—Pero yo no sé dónde se guarda esa información.

—Bueno, habrá un archivo.

—Arriba, creo, en la última planta.

—¿Me acompañas?

—El señor Asquith no me permite dejar la recepción.

—Vale, no quiero crearte problemas. Subiré yo solo, echaré un vistazo y volveré en un segundo.

—No creo que eso esté bien.

—¿Está abierto?

—Sí, está abierto, pero…

—Muy bien. Quédate con esto. —Le tiendo la placa—. Si tienes alguna duda llama a la Jefatura Superior de Policía de Manchester. Volveré dentro de cinco minutos.

La dejo con la placa en la mano y empiezo a subir las escaleras.

—¿Última planta? —pregunto.

Dice que sí con la cabeza, sin apartar la vista de mi placa.

Subo las escaleras de dos en dos, entre oficinas vacías con sus grandes ordenadores amarillos y sus plantas en macetas negras, sus carteles de países exóticos y sus paredes en tonos pastel.

En la última planta encuentro una doble puerta.

La abro y…

Mierda:

Veo hileras y más hileras de archivadores.

Paseo entre las hileras abriendo cajones a mi paso. Propiedades clasificadas por referencias incomprensibles.

Doy media vuelta y recorro otra hilera de archivadores. Sigo abriendo cajones.

Bingo:

Registros de clientes.

Abro el cajón que dice Mi-Mo.

Paso carpetas, carpetas, carpetas.

Sí:

MJM Publishing & Printing Limited.

Es una carpeta de cartulina gruesa.

Quiero copias, pero no puedo hacerlas.

Hojeo papeles, papeles, más papeles.

Busco una nueva dirección.

Sí:

MJM Publishing Ltd, Bradford Road, 230. Batley, West Yorkshire.

La anoto y salgo.

Bajo las escaleras.

La chica sigue con la placa en la mano, mirándola.

—Gracias —le digo.

Me devuelve la placa.

—¿Cómo te llamas? —pregunto.

—Helen.

—Un nombre muy bonito. Mi favorito.

—Gracias —sonríe.

—Adiós.

—Adiós.

De vuelta en el despacho llamo a Philip Evans:

—Hola, soy Peter Hunter. ¿Puedo hablar con el señor Evans, por favor?

—El señor Evans no trabaja hoy.

—De acuerdo. Volveré a llamar el lunes.

—Lo siento, pero no esperamos al señor Evans hasta después de Navidad.

—¿Sí? Muy bien. Gracias.

—Adiós.

—Adiós.

Cuelgo el teléfono y me quedo mirando la puerta, pensativo. Hojeo mi agenda y busco el teléfono de casa de Evans.

No lo tengo.

Vuelvo a llamar a su despacho, pero comunica.

Lo intento de nuevo pasados unos minutos, pero sigue comunicando, así que decido echar un vistazo al correo acumulado en la bandeja.

A eso de las tres llamo a Leeds:

—¿Puede pasarme con el detective jefe Murphy, por favor?

—¿De parte de quién?

—Comisario jefe Hunter, de Manchester.

—Un momento.

Espero.

—El detective jefe Murphy no está.

—Gracias.

Cuelgo y me quedo mirando la puerta, pensativo.

Llamo otra vez al despacho de Philip Evans:

No contestan.

Vuelvo al correo.

Al cabo de media hora llamo a Wakefield:

—¿Puedo hablar con el director general, por favor?

—¿De parte de quién?

—Del comisario jefe Hunter, de Manchester.

—Un momento, comisario.

—Gracias.

Espero.

—Director general Angus.

—Siento molestarle, director. Soy Peter Hunter.

—¿En qué puedo ayudarle, señor Hunter?

—Me gustaría hablar con alguno de sus mandos, con los detectives que han participado en la investigación.

—Comprendo.

—¿Cree que habrá inconveniente?

—No lo creo, siempre y cuando estén disponibles.

—Claro.

—¿Con quién quiere hablar?

—Dick Alderman y Jim Prentice.

—Muy bien. ¿Cuándo?

—¿Mañana?

—¿Mañana? Mañana es domingo.

—Lo sé, pero estamos ya muy cerca de Navidad. Será breve.

—Llamaré a Pete Noble, a ver qué podemos hacer.

—Gracias, señor.

—Me encargaré de que lo avisen. ¿Está usted en Millgarth?

—No, señor. Estoy en Manchester.

—¿En Manchester? ¿Algún progreso con Bob Douglas?

—No, señor.

Una pausa.

—Comprendo. ¿Cuándo nos honrará usted con su presencia por aquí? —pregunta.

—Mañana por la mañana.

—Muy bien. Aquí lo estarán esperando, o le dejaremos recado.

—¿Puedo llamarle dentro de un rato?

—No, váyase a casa, señor Hunter.

—Gracias —digo, pero ya ha colgado.

Cuelgo y me quedo mirando la puerta, oyendo la radio:

A continuación los resultados del fútbol:

Trece-Cero.

Al cabo de unos minutos me levanto, cojo el abrigo colgado de la puerta, apago la luz, salgo y cierro con llave.

Vuelvo a comprobar un minuto después y salgo otra vez.

Polígono industrial de Vaughan, Ashburys.

El escenario del crimen:

Ya ha oscurecido cuando aparco en el descampado. Sólo hay un coche de policía vigilando en la penumbra:

MUERTE:

Todos los dioses del norte han muerto o están moribundos.

Pasan trenes, ladran perros, un hombre grita algo que no entiendo.

Sorteo charcos de agua estancada, con la linterna en la mano, y saludo con la cabeza a los agentes que están en el coche.

El edifico se cierne sobre mí: oscuro y alto, los ojos muertos. Allí para contemplar:

LA MUERTE:

Una figura avanza, aterradora

Pasan trenes, gritan perros, un hombre ladra algo que no entiendo.

Doy media vuelta, pero no hay nadie.

Llego a la puerta y apago la grabación que se repite en mi cabeza. Allí para escuchar:

A LA MUERTE:

Es aquí, los cisnes se han escapado

Entro.

Las mesas de trabajo, las cadenas y las herramientas; las máquinas mudas.

Avanzo y escucho:

A LA MUERTE:

Las alas clavadas en el fresno, pornografía

Paso la mano por la sólida mesa, por las manchas oscuras, por las marcas, las inscripciones, los mensajes, los signos y los símbolos.

El aullido del viento en la ventana.

La linterna sobre las cadenas, un foco:

LA MUERTE.

Todo esto y además los paganos.

El haz de luz ilumina la puerta entreabierta.

Me acerco a la puerta y la empujo por tercera vez.

La bañera manchada de barro, el agua sucia, la luz que entra por el tragaluz desde:

LA MUERTE:

Tropezamos en la escalera oscura

Me agacho y paso la mano por las zonas oscuras, por el agua densa, por los arañazos y las marcas, los mensajes, los signos y los símbolos.

En mi mano, agua negra y manchada de sangre.

Encima de la puerta, en las vigas sobre la puerta:

Esvásticas, enormes esvásticas blancas y cuatro palabras:

ETREUM.

Acir baf aled etreum.

Estoy sentado en el coche, en la puerta de casa.

Las luces del árbol de Navidad están encendidas.

Apago la radio y entro.

Joan está viendo la tele.

—Hola —digo.

—No te esperaba esta noche —dice. Se levanta para darme un beso en la mejilla—: Estás helado.

—Tenía cosas que hacer en el despacho.

—Tendrías que haberme avisado. —Va hacia la cocina—. ¿Tienes hambre?

—No.

—¿Un sándwich?

—No, estoy bien.

Vuelve con una taza de té:

—Toma.

—¿Qué estabas viendo?

El nido de Robin —dice. Se ríe y se sienta a mi lado en el sofá.

—¿Es divertida?

—Supongo. —Se encoge de hombros.

Me inclino y cojo el folleto de adopción de la mesa.

—¿Un niño vietnamita?

—¿Qué te parece? —pregunta.

—Ya te lo dije. Me parece buena idea.

—¿De verdad?

—Sí, de verdad. ¿Qué tenemos que hacer?

Me pasa un formulario.

—Tenemos que rellenar estos papeles y enviarlos. Nos llamarán para una entrevista.

—Parece bastante sencillo —digo—. Pásame un boli.

—¿Estás seguro?

—Segurísimo, amor.

—Gracias —sonríe—. Gracias.

Lo detengo, impido que siga asesinando madres, dejando niños huérfanos, y tú nos das uno, sólo uno.

A mitad de la serie suena el teléfono:

—Peter Hunter.

—¿Peter? Soy Richard.

Mierda.

—¿Qué puedo hacer por ti, Richard?

—¿Has pasado hoy por la oficina?

—Sí.

—¿Qué coño has estado haciendo allí?

—Te buscaba.

—¿A mí? ¿Por qué? ¿Qué pasa ahora?

—Oye, tranquilízate.

—Vete a la mierda, esto se me ha ido por completo de las manos.

—Verás, Richard, sólo quería preguntarte por un local que le alquilaste a una empresa. Nada más.

—¿A una empresa? ¿Qué empresa?

—Por teléfono no, Richard. Hablaremos el lunes.

—De eso nada. Hablaremos ahora.

—No es buena idea.

—Tampoco ha sido buena idea entrar en mi oficina sin una orden de registro.

Mierda, mierda.

—Richard…

—¿Qué empresa?

Mierda, mierda, mierda.

MJM Publishing.

Una pausa, silencio.

—¿Qué pasa con ellos? —dice.

—Oye, Richard, ya hablaremos el lunes.

—A tomar por culo, Pete. ¿Qué pasa con ellos?

—Oye, probablemente no tiene nada que ver contigo.

—¿Probablemente no tiene nada que ver conmigo? ¿Y entonces qué?

—Muy bien, escucha: su nombre ha aparecido en la investigación del Destripador.

—¿El Destripador? ¿El Destripador de Leeds?

—Sí.

—¿Y?

—Y cuando fuimos a comprobar resultó que el edificio donde tenían la sede era tuyo.

Otra pausa, silencio.

—¿Y nada más? —dice.

—Dímelo tú.

Una pausa más larga, silencio.

—No hay nada que decir. Era Collin quien trataba con ellos.

—Muy bien. En ese caso no te preocupes.

—No.

—Adiós, Richard.

—Nos vemos el lunes —dice. Y cuelga.

Mierda.

En la Sala de la Guerra, de noche:

Las fotografías y los mapas.

El ordenador y las cintas.

Los papeles y la pornografía.

Las palabras y las notas, la Exégesis.

Los cuerpos y los rostros, Spunk.

Página 7.

Una chica morena, abierta de piernas, con la boca abierta y los ojos cerrados, una polla en la cara y semen en los labios.

En la Sala de la Guerra, de noche, arrodillado.

Delante de las fotos y de los mapas.

El ordenador y las cintas.

Los papeles y la pornografía.

Las palabras y el cuerpo, las notas, su cara.

Exégesis y Spunk.

Página 7.

Una chica morena, abierta de piernas, con la boca abierta y los ojos cerrados, una polla en la cara y semen en los labios.

Primeros de junio de 1977.

Estábamos sentados en la sala de la A10, en la Jefatura Superior de Policía de Manchester.

Yo había escrito dos palabras en la pizarra:

Antivicio Bradford.

¿Alguna idea de dónde vino el soplo? —preguntó Mike Hillman.

Dije que no con la cabeza.

Evidentemente de alguien de dentro, pero hay un pacto para no decir nombres.

Acabará saliendo a la luz —dijo Murphy, encogiéndose de hombros.

No podemos hacer gran cosa —asentí.

Quien haya sido lo va a pasar muy bien —sonrió Murphy.

¿A quién tenemos? —preguntó Hillman.

La declaración implica a varios mandos policiales

Mierda —dijo Murphy.

Pero —continué— sólo se nombra a uno: inspector del cuerpo de detectives.

Me levanto y escribo otras dos palabras en la pizarra:

Eric Hall.

Me despierto en la Sala de la Guerra, de noche, arrodillado.

Lo recojo todo y apago el ordenador, la grabadora, la calefacción y la luz.

Vuelvo a casa y subo las escaleras.

Joan está dormida.

Enciendo la radio, me desnudo y me meto en la cama a su lado.

Me quedo mirando el techo, oyendo música country, intentando no dormirme, pero…

Acir baf aled etreum, escrito con sangre encima de la puerta.

La luna entraba por el tragaluz y yo la veía tumbada en la bañera, tan delgada que daba lástima, con un vestido que parecía una mortaja, los labios fruncidos en un amago de sonrisa tétrica, apretándose el corazón con las manos. Y alrededor de nosotros, gente cantando himnos, gente sin rostro, sin rasgos: máquinas

Acir baf aled etreum, escrito en sangre, y esvásticas encima de la puerta.

Di media vuelta, salí a la calle y todo estaba blanco y sin rasgos, sin más rasgos que el coche de policía aparcado, sólo el coche de policía, las gaviotas blancas y los cuervos negros, las gaviotas blancas y los cuervos negros sobrevolando en círculos, graznando, sobrevolando en círculos y graznando.

Helen Marshall y la niña gritan:

«Sol sut irip se nara tama Hunter!».

… y luego un disparo.