«En el deseo de saber, cuando se añade lo admirable y lo maravilloso, el placer aumenta, que es el filtro de la ciencia».

ESTRABÓN

La historia de las ciencias está llena… de historias de ciencias, en las que la realidad no se opone a la ficción sino que la nutre, en que el rigor no se opone a la narración sino que la potencia.

Aunque las ciencias moldean profundamente nuestra sociedad, están sorprendentemente ausentes de las pantallas cinematográficas, de los escenarios teatrales y de las páginas de las novelas. Instrumentos eficaces o contenidos didácticos, pero pocas veces tema de un relato.

Desde los más antiguos tiempos, todas las sociedades han tenido sus narradores de historias. Asumen una función capital, social e individual; recurren a la imaginación y también al saber.

El campo del conocimiento, especialmente el del conocimiento científico, puede ser un magnífico terreno dramático.

Ficciones auténticas

La historia de las ciencias exige del investigador un rigor que le obliga a evitar tapar los «agujeros» que no han podido colmar documentos y testimonios. Debe limitarse a lo que éstos le permiten asegurar. Sólo de este modo el material mostrado ofrece la seguridad de ser auténtico; puede ser utilizado, pues, por otros, para una «puesta en ficción» por parte del novelista.

Este tiene entonces a su disposición un material fidedigno. Pero que le obliga. El novelista puede colmar los agujeros, hacer ficción y, entre dos hechos demostrados, trazar una línea continua que es sólo creación suya. Crea en los «márgenes» y hace lo que le piden, y por eso se desea leerlo: inventa un universo. Pero lo inventa con conocimiento de causa, de acuerdo con lo que se sabe.

Ficciones verdaderas. Ficciones porque son fruto de la imaginación del autor, verdaderas porque se adecúan a la verdad científica e histórica.

La verdad inabarcable

El relato de ficción científica plantea al autor algunos problemas específicos. En tanto que se trata de ciencia, hablamos de verdad. ¡Veámoslo! ¿Puede tratarse una verdad científica como cualquier otra verdad histórica? ¿Cómo tratar a un personaje científico en un mundo abierto en que la verdad que busca aún no ha salido realmente a la luz? ¿Cuál es la libertad del personaje científico ante la verdad? ¿Qué supone poner en escena a esos «actores no humanos» que son los objetos científicos?

¿Y la emoción? ¿Dónde está la emoción en la ciencia? ¿Cómo se manifiesta? ¿Qué la atestigua? En una palabra, ¿qué relaciones mantiene la verdad con la emoción?

La medida de las luces

¿Qué exigía el pueblo en 1789? La uniformización de los pesos y medidas. Eso era todo. Y era mucho. Si se hubiera aceptado sólo esta exigencia y se hubiera adoptado, por ejemplo, la toesa del Perú como patrón, el curso de los acontecimientos hubiera sido muy distinto. Pero los círculos científicos y los actores políticos de los años 1790 no deseaban solamente ofrecer a Francia un «buen» sistema. Tenían otras ambiciones.

Unos querían asentar el nuevo sistema sobre bases científicas, otros querían legitimarlo con principios filosóficos y políticos, los de las luces. Los deseos de unos y otros coincidieron de un modo sorprendente. Por razones distintas, sabios y políticos deseaban la universalidad.

Pocas veces se ha podido asistir a tan total coincidencia de intereses entre los círculos políticos y los designios de los medios científicos. Pocas veces historia de las ciencias e historia se han entremezclado hasta tal punto.

La mayor medición geodésica jamás efectuada

Para hacer sus mediciones, los astrónomos deben subir a las cumbres más elevadas. Esta expedición al corazón del territorio nos hace participar en un doble viaje, viaje «por las alturas» y viaje a ras de suelo. El silencio de las montañas y la paz de los campanarios se alternan con la agitación y las pasiones que inflaman la época. Sorprendente distancia que separa el campanario de la iglesia, desde donde la aldea vista de tan arriba parece minúscula, y la plaza de esa misma aldea vivida a la altura de los hombres, donde se enfrentan los actores de la historia.

Travesía de un territorio que es una travesía de la historia. Iniciada con los funerales de la monarquía, la medición concluye al alba del Consulado; habrá durado tanto como la República. ¡Siete años que «miden» 551.584 toesas! El metro y el kilogramo llevan, legítimamente, el nombre que le atribuyeron las Asambleas: las medidas de la República.

Mucho después de haber escrito este libro me hice una pregunta incongruente: ¿cuántos peldaños subió Delambre durante esos siete años? Del cupulino del Panteón al pelícano de la iglesia de Saint-Etienne, en Bourges; de la aguja de la iglesia de Sainte-Croix de Orleans a la de Notre-Dame de Amiens; del campanario de la torre del reloj de Dun al de la abadía de Evaux. ¡Decenas de miles! ¡Aquel astrónomo debía de tener un magnífico aliento!

Los señores del metro

Delambre, hombre enérgico y entusiasta; Méchain, distante y atormentado. Dos hombres, dos visiones del mundo. Dos viajes en direcciones contrarias, dos experiencias diametralmente opuestas. Las tensiones de la época se reflejan en los contrastes y las contradicciones de dos itinerarios. Uno se «realizó» en esa operación y obtuvo la gloria, el otro se derrumbó y perdió la vida. Doble alternancia claramente novelesca entre ambos hombres, entre ambas «alturas».

La pasión de Méchain

Entonces, el drama de un individuo acompañará al drama de una época. ¿Por qué desea incesantemente Méchain regresar a Barcelona y rehacer las mediciones que todos sus colegas consideran excelentes? Hay algo en sus cálculos que le obsesiona… ¿Un error? O sólo la inmensidad de la tarea que le abruma: ¡dar al mundo una medida para todo el mundo! «¡Para todos los tiempos, para todos los hombres!», había proclamado Condorcet en la Asamblea. Siete años para ganar tres minutos de ángulo. ¡Imposible perfección!

Podría decirse…

que se trata de un drama con seis personajes: una época, un lugar, dos hombres, un procedimiento científico, un instrumento de medida. La Revolución, el territorio de la República, Méchain y Delambre, el método de triangulación, el círculo de Borda. Y ese encuentro dio a luz el metro, patrón universal de medida.