Nerón

1 de mayo, tarde
El foro, Roma

Busco a Marco después de la batalla. Doríforo me guía a través del caos humeante y sangriento que es el foro. Al principio se negaba a llevarme a ningún sitio. Me había llevado a casa después del banquete para que estuviera a salvo. Pero yo he insistido como solo puede hacerlo un excésar, y al final me ha tenido que complacer.

Estamos cerca de la segunda hora. Doríforo me conduce a pie hasta el Capitolino, pero no es lo bastante cerca.

—Ponlo en mis brazos —digo.

Doríforo me arrastra a través de una multitud de soldados cansados que ríen celebrando su victoria, ríen de esa manera eufórica en que solo lo hacen los hombres que han engañado a la muerte. Empujan un cuerpo entre mis brazos: por la forma que tiene de intentar soltarse, sé que es Marco.

—Hijo mío —digo—. Hijo mío.

—Estoy bien —dice Marco. Relaja su cuerpo y, al final, me devuelve el abrazo—. Marcelo ha sido arrestado. Lo llevarán a juicio.

—Hijo mío —digo de nuevo, dándome cuenta solo entonces de lo muy preocupado que estaba por su seguridad—. Lo has conseguido.

—Todavía queda mucho que hacer. Terencio está en el este. Y el hombre que preparó lo de la mano del foro…

—Sssh —le digo—. Las batallas para otro día. Estoy muy orgulloso de ti.

Marco se aparta de mis brazos.

—¿Orgulloso? No estarás orgulloso cuando sepas lo que he hecho. Podría haber matado a Marcelo. Tuve la oportunidad. Pero convencí a Tito de que lo llevara a juicio.

—¿Y por qué me iba a decepcionar tal cosa?

—Tú has matado a todos los hombres responsables de tu caída del poder. Pero yo he dejado vivir a Marcelo.

Busco la mano de Marco. La cojo entre las mías y la aprieto. Desearía, no por primera vez, poder mirarle a los ojos.

—Sí, lo admito, en tiempos, lo único que quería era dar muerte a aquellos que se lo merecían y luego recuperar el trono. Pero…

Había insinuado esto antes, pero nunca se lo había dicho directamente… Nunca se lo había dicho a ninguno de ellos directamente. Ni a Marco ni a Doríforo ni siquiera a Espículo. Ellos suponían que el objetivo final era la púrpura, ser césar una vez más.

—Pero he llegado a darme cuenta de que no es eso lo que quiero. Esa noche que casi te perdí, en Rodas… Esa noche me di cuenta de que eras más importante para mí que la venganza. De hecho, tú eres mi venganza.

—¿Cómo?

No puedo ver sus ojos. Ojalá pudiera verlos.

—No puedo tomar la púrpura de nuevo, Marco. Ya está perdida para mí. Y ya no soy el mismo que era emperador. Ese hombre está muerto y desaparecido. Lo único que queda es un inválido…, brillante, humorista, pero inválido. Sin embargo, tengo un plan mejor. Tú eres mi venganza porque tú serás quien llegue a la púrpura. Tú serás emperador algún día, el mejor que haya conocido Roma jamás. Y por eso le he pedido a Tito que te acoja entre su personal. Te dará toda la preparación que requieres.

Marco está furioso.

—Eso es una idiotez. Yo no sé dirigir. Llevo la servidumbre en la sangre. Soy un cobarde.

—¿Cómo? —digo, casi riéndome ante tal absurdo. Busco sus hombros, los encuentro y le doy una sacudida—. Tú no eres ningún cobarde.

—He sido un cobarde toda mi vida. Siempre he tenido miedo. Tú mismo me llamaste cobarde.

—No, no es verdad.

—Sí que lo es. Aquí en Roma, cuando todavía eras prisionero.

—Pero ¿qué dices? Eso es mentira.

—Sí que es verdad. Dijiste que yo no era ningún Germánico, ni siquiera un Córbulo.

—¿Cómo?

—Una vez me contaste que los hombres somos, o bien Germánicos, o bien Córbulos. O posees magnificencia de mente o no.

¿De qué habla? No recuerdo semejante conversación.

—¿Estás seguro? —pregunto—. Me parece una distinción estúpida. Explícamelo. No estoy seguro siquiera de comprenderla.

Según el chico, hace años le conté una historia, mientras todavía estaba en prisión; me habían sacado los ojos hacía poco. No lo recuerdo, pero él sí que se acuerda, palabra por palabra. Dioses, debí de decirle todo eso para provocarle, pero creé una dicotomía del mundo de la cual no se ha desprendido. Entonces no era padre. No sabía el poder que tenían mis palabras.

—Pero, hijo mío, te has olvidado de una de las primeras lecciones que te di: conoce al hombre. Puedes escuchar lo que te dice un hombre, pero tienes que comprender al hombre mismo, mirarle críticamente. Entonces, yo estaba destrozado, todavía era frívolo y estaba obsesionado conmigo mismo, hablaba solo para oír mi propia voz. Dioses, aún sigo haciéndolo… Lo que te dije entonces eran tonterías. No conocí a mi abuelo. No tengo ni idea del tipo de hombre que era. Sí que conocí a Córbulo y no le describiría ni como cobarde ni como valiente.

—Dejé que mataran a Orestes —dice Marco, de repente. Su voz se quiebra; está a punto de llorar—. Pude haberlo impedido.

Espículo dijo una vez que Marco y yo nos parecemos demasiado. Pensaba que era verdad cuando lo dijo, pero, ahora, oyendo cómo se mortifica este chico a sí mismo, notando su melancolía, me doy cuenta de que no podríamos ser más distintos. A su edad, yo pensaba que era infalible («mierda de rey», como solían decir mis tutores). Todo lo bueno del mundo era gracias a mí; lo malo era culpa de otros. Marco, sin embargo, se culpa a sí mismo por todo. Se echa demasiadas cosas a hombros, es una maravilla que no se haya derrumbado todavía.

—No, tú no pudiste evitarlo —digo—. Entonces no eras más que un niño. Todo lo que te pedían los dioses era que evitases que esos hombres volvieran a hacerlo, que contaminaran el Imperio con sus oscuras artes. Y lo has conseguido. Eres el hombre más valiente que conozco.

Marco está llorando.

Tengo sus hombros cogidos en mis manos. Lo acerco a mí.

—Estoy muy orgulloso de ti —le digo, estrechándolo con fuerza—. Muy orgulloso.

Sí, Marco y yo somos distintos. Él es mejor hombre que yo.

El emperador destronado
titlepage.xhtml
part0000.html
part0001.html
part0002.html
part0003.html
part0004.html
part0005.html
part0006.html
part0007.html
part0008.html
part0009.html
part0010.html
part0011.html
part0012.html
part0013.html
part0014.html
part0015.html
part0016.html
part0017.html
part0018.html
part0019.html
part0020.html
part0021.html
part0022.html
part0023.html
part0024.html
part0025.html
part0026.html
part0027.html
part0028.html
part0029.html
part0030.html
part0031.html
part0032.html
part0033.html
part0034.html
part0035.html
part0036.html
part0037.html
part0038.html
part0039.html
part0040.html
part0041.html
part0042.html
part0043.html
part0044.html
part0045.html
part0046.html
part0047.html
part0048.html
part0049.html
part0050.html
part0051.html
part0052.html
part0053.html
part0054.html
part0055.html
part0056.html
part0057.html
part0058.html
part0059.html
part0060.html
part0061.html
part0062.html
part0063.html
part0064.html
part0065.html
part0066.html
part0067.html
part0068.html
part0069.html
part0070.html
part0071.html
part0072.html
part0073.html
part0074.html
part0075.html
part0076.html
part0077.html
part0078.html
part0079.html
part0080.html
part0081.html
part0082.html
part0083.html
part0084.html
part0085.html
part0086.html
part0087.html
part0088.html
part0089.html
part0090.html
part0091.html
part0092.html
part0093.html
part0094.html
part0095.html
part0096.html
part0097.html
part0098.html
part0099.html
part0100.html
part0101.html
part0102.html
part0103.html
part0104.html
part0105.html
part0106.html
part0107.html
part0108.html
part0109.html
part0110.html
part0111.html
part0112.html
part0113.html
part0114.html
part0115.html
part0116.html
part0117.html
part0118.html
part0119.html
part0120.html
part0121.html