27 de julio,
anochecer
Hogar de Próculo Creón, Roma
Los invitados llegan antes de que se ponga el sol. Hay siete, cada uno de ellos con sus propios esclavos. Un invitado llamado Otón aparece con diez de ellos. ¡Diez! Esta mañana he oído que el amo hablaba de él con el ama. Ha dicho que Otón es un senador, «muy importante, muy importante». Es amigo íntimo del Jorobado. El amo le ha invitado, pero no puede creer que haya aceptado.
Sé que es una cena importante porque el amo ha gastado dinero en ostras, muy buenas, de un sitio llamado Lucrea. Son el primer plato. Pasamos toda la mañana limpiándolas y abriéndolas, y colocándolas encima de hielo de los Alpes. A continuación habrá pavo real, asado con sus plumas y todo. (Elsie dice que hay que conservar las plumas, porque si no el sabor no es el adecuado.) También hay un jabalí más grande que yo. Elsie y Sócrates han tenido que levantarlo encima del mostrador entre los dos. Lo han despellejado, atravesado con un espetón grande, y asado durante todo el día.
Otón es el último en llegar. Sus diez esclavos llegan antes. El que va delante anuncia a su amo por el nombre, y entonces aparece Otón. Lleva el pelo con tupé, rubio, muy rizado y espeso, con pequeños tirabuzones que le caen ante los ojos; su sonrisa es tan ancha como la puerta de entrada. Me ve en el vestíbulo al entrar y dice: «¿Y este quién es?», se inclina y, con la mano, me levanta la barbilla hasta que nuestros ojos se encuentran. Lo hace con suavidad. No me gusta nada. Le dice a mi amo:
—¿Es tuyo, Creón? ¿Cómo se llama?
El amo sonríe de oreja a oreja.
—Marco. Se llama Marco.
—Maravilloso.
Es lo único que dice Otón antes de presentarse al ama.
Sirven la cena en el triclinio. Se encienden lámparas cuando desaparece el sol. Los invitados tienen su propio reclinatorio cada uno. El amo se asegura de colocarse justo al lado de Otón. Me dice que atienda a Otón personalmente, así que tengo que quedarme de pie justo detrás de él, sujetando una jarra con vino y dispuesto a rellenarle la copa cuando lo pida. Todos los demás invitados quieren decirle a Otón lo grande que es y lo grande que es Galba (nadie llama Jorobado a Galba delante de Otón). Dicen que Galba adoptará a Otón, así que será el próximo en la línea sucesoria del trono. Otón mira su copa, con una enorme sonrisa en el rostro, y dice:
—Es impertinente hablar de tales cosas. —Hasta yo me doy cuenta de que en realidad no cree lo que dice.
Traen el jabalí y todo el mundo aplaude.
Otón dice:
—Tan grandioso como cualquier banquete de palacio. —Parece que el amo se va a desmayar.
El amo y Otón empiezan a hablar entre ellos.
—Supongo que te habrás preguntado por qué he aceptado tu invitación…
—Me siento muy honrado, senador. Increíblemente honrado.
—No tengo por costumbre visitar los hogares de los libertos, Creón. Puede entorpecer la reputación de un hombre de mi categoría. Pero debo hacerlo estratégicamente, en determinadas ocasiones.
—Sí. Claro. Claro.
El amo Creón habla distinto con Otón. Asiente con la cabeza, en lugar de agitarla, y no chilla ni una sola vez.
—Mi presencia aquí esta noche significa que tú eres especial. Te diré por qué. Eres rico, Creón, pero en Roma hay muchos libertos ricos. Me han dicho que hay algo que te separa de los «nuevos ricos» contemporáneos, que eres un hombre con visión. ¿Es cierto eso?
—Has oído bien —dice el amo—. He construido un pequeño imperio de la nada. Cuando empecé, tenía solo una insulae. Ahora cuento con seis, una cárcel y un batán muy activo.
—Sí. Eso he oído. Te ha ido bien en los negocios. Sin embargo, los negocios no son la arena en la cual se define a sí mismo un romano, un auténtico romano. Estarás de acuerdo conmigo, ¿no?
—No… Quiero decir que sí, que estoy de acuerdo.
—La política, Creón, ahí es donde un hombre consigue que su nombre perviva, realmente. No en esas enormes tumbas que construyen tus compañeros libertos. Ponen todo su dinero en cuatro paredes de piedra, grabando «aquí yace tal y cual, que hizo fortuna haciendo esto y lo otro», como si el mundo no fuera a olvidar a un panadero en cuanto se enfrían sus cenizas. Espero que tengas planes más ambiciosos.
Otón mira su vaso y bufa. El amo chasquea los dedos, cosa que significa que vaya a llenar la copa del hombre. Otón me sonríe cuando se la lleno. Me da escalofríos.
El amo dice:
—Pero soy un liberto. No es muy probable que consiga entrar en el Senado.
Otón abre mucho los ojos, se echa a reír. Todos en la sala sonríen, aunque no hayan oído lo que le ha hecho reír.
—¡Oh, Creón! Me has entendido mal. Tú mismo no tienes lugar en la política. Claro que no. Pero puedes alinearte con algún político…, así es como te puedes mover en el reino político. Después de todo, es tu deber cívico.
El amo mira el vaso.
—Necesitas dinero.
—Sí, obviamente —dice Otón—. Pero yo quiero «tu» dinero. La fortuna te está dando una oportunidad, Creón… La oportunidad de convertirte en amigo —su voz baja hasta convertirse en un susurro— del siguiente emperador. ¿Acaso te sorprende? No dejes que mi falsa modestia te engañe. El Jorobado es viejo y no tiene hijos. Pero el senado y el pueblo quieren certezas. Quieren estabilidad. Galba lo sabe muy bien. Debe estar en Roma antes de que termine el año. Por entonces no tengo dudas de que me nombrará su heredero. He consultado con sus representantes, y los augurios han sido propicios. Es inevitable. Pero necesitaré dinero, Creón. El poder no es barato. Quiero tu dinero. Llámalo préstamo, que el tesoro imperial te devolverá enseguida, con intereses… cuando sea emperador.
El amo asiente con la cabeza.
—Me siento muy honrado, senador. Muy honrado.
Después de cenar, Otón me señala y le pregunta al amo:
—¿Está a la venta el chico?
El amo dice que sí, que de buena gana le venderá a Otón lo que necesite. Empieza a citar un precio, pero Otón agita la mano.
—No pienso tratar esto con un liberto. Enviaré a alguien a que venga a regatear en otro momento.
Cuando la fiesta ha terminado y estoy limpiando con Elsie, le digo lo que Otón ha dicho, eso de que quiere comprarme. Ella menea la cabeza.
—Pobrecillo —dice—, aunque habías tenido suerte hasta ahora…
Le pregunto qué quiere decir, pero no me contesta.