Domitila

18 de abril, tarde
Jardines Servilios, Roma

He encontrado a mi padre y a Grecina, la matrona de cabello canoso de los Plautios, bajo las ramas entrecruzadas de un olmo. El aroma frutal de lo que están bebiendo perfuma el aire.

—¿Cómo va el juicio? —pregunta mi padre—. ¿Has estado allí todo el día?

—Sí —respondo mientras tomo asiento—. Lo he visto todo.

—Di la verdad, niña —me pide Grecina—. ¿Ha abochornado mucho Plautio a nuestra familia?

—Pues él… —la pausa me delata, pero sigo hablando—, no lo ha hecho mal, considerando las circunstancias.

—¿Las circunstancias? —El ceño fruncido de Grecina conseguiría congelar el Tíber—. ¿Quieres decir la circunstancia de que sea un completo idiota? Hoy en día, eso no se puede considerar ningún mérito.

—No —respondo—. Me refiero a la perspectiva, por remota que fuera, de caer en la esclavitud. Dado todo lo que ha pasado, con esa posibilidad amenazándole, la ansiedad se ha apoderado de él. Es perfectamente comprensible.

Grecina lanza uno de sus carraspeos desdeñosos.

Mi padre dice:

—Ese juicio es una farsa. Un truco.

—No estoy en desacuerdo —digo.

—Querida mía —dice Grecina—, ha sido simplemente un intento de avergonzar a los Plautios, manipulando las leyes antiguas de Roma y los pocos y desgraciados meses que ha pasado Plautio en el mar. Si Plautio fuera un hombre mejor, de más valía…, si fuera la mitad de hombre de lo que era mi esposo, habría sido capaz de dar la vuelta a esos acontecimientos para su ventaja. Pero es un desastre. No lo harán esclavo, pero parece ser que dejará que nuestra familia quede pisoteada.

Mi padre niega con la cabeza.

—Esta maniobra también está dirigida a nosotros. En último extremo. Tu madre… —Suspira.

La procedencia de mi madre siempre ha sido una vergüenza para nuestra familia. Nació libre y ciudadana de Roma, es cierto, pero su familia era pobre. Trabajó en la casa de otro hombre durante años, haciendo un trabajo de esclava. Su vida mejoró y consiguió una situación de favor, pero se requirió una demanda judicial para demostrar que había nacido libre. Mi padre se casó con ella poco después. Cuando se presentó al cargo, algunos hombres hablaron del pasado de mi madre, gastaron bromas. Pero desde que mi padre se convirtió en emperador, nadie se ha atrevido. Había pasado tanto tiempo desde que salió el tema del pasado de mi madre que ni se me ocurrió, cuando me enteré de la demanda contra Plautio. No me di cuenta de que la misma ley que restituyó la libertad a mi madre podía usarse para encadenar a un remo a Plautio. Y ahora el juicio de Plautio y la conexión de los Plautios con nuestra familia ha proporcionado la excusa a la ciudad para discutir una vez más el pasado accidentado de mi madre. Mi padre piensa que es un esfuerzo deliberado por socavarle. No tenemos ni idea de quién puede estar detrás de todo esto. El capitán del barco es un mercader de baja categoría que jamás se habría atrevido a insultar así a los Plautios. Alguien le paga por el derecho de emprender la demanda y ha contratado a uno de los mejores abogados de la ciudad, Valeriano.

—¿Ha hecho algún intento Tito de averiguar quién está detrás de esto? —pregunto.

—Todavía no —dice mi padre.

—¿Es que Tito lo tiene que hacer todo? —pregunta Grecina, en ese tono que solo ella puede usar con el césar.

Mi padre no levanta la vista de su copa. Se mueve en su asiento y su rostro se contrae con una mueca de dolor debida a la gota. Dice:

—Tito es el único en el que confío.

Grecina pone los ojos en blanco.

—Sí, eso es obvio.

De repente se me ocurre una idea.

—Conozco a alguien a quien podríamos usar —digo—. Que no se haría notar.

Mi padre lanza una risita desdeñosa.

—¿Ah, sí? ¿Quién es, algún antiguo colega de las legiones?

Grecina me mira como sopesándome. Sin quitar sus lechosos ojos de mí, dice:

—César, no es necesario tener una polla colgando entre las piernas para resultar útil. Di lo que sea, querida. ¿A quién sugieres?

—Se llama Caleno. Un exsoldado. Antes había trabajado para Nerva.

—¿Nerva? —pregunta fríamente Grecina. Nunca le ha gustado Nerva.

—Sí, pero ahora me es leal a mí. Lo sé.

Mi padre pregunta:

—¿Y qué podría hacer ese hombre tuyo?

—Lo que necesitemos.

El emperador destronado
titlepage.xhtml
part0000.html
part0001.html
part0002.html
part0003.html
part0004.html
part0005.html
part0006.html
part0007.html
part0008.html
part0009.html
part0010.html
part0011.html
part0012.html
part0013.html
part0014.html
part0015.html
part0016.html
part0017.html
part0018.html
part0019.html
part0020.html
part0021.html
part0022.html
part0023.html
part0024.html
part0025.html
part0026.html
part0027.html
part0028.html
part0029.html
part0030.html
part0031.html
part0032.html
part0033.html
part0034.html
part0035.html
part0036.html
part0037.html
part0038.html
part0039.html
part0040.html
part0041.html
part0042.html
part0043.html
part0044.html
part0045.html
part0046.html
part0047.html
part0048.html
part0049.html
part0050.html
part0051.html
part0052.html
part0053.html
part0054.html
part0055.html
part0056.html
part0057.html
part0058.html
part0059.html
part0060.html
part0061.html
part0062.html
part0063.html
part0064.html
part0065.html
part0066.html
part0067.html
part0068.html
part0069.html
part0070.html
part0071.html
part0072.html
part0073.html
part0074.html
part0075.html
part0076.html
part0077.html
part0078.html
part0079.html
part0080.html
part0081.html
part0082.html
part0083.html
part0084.html
part0085.html
part0086.html
part0087.html
part0088.html
part0089.html
part0090.html
part0091.html
part0092.html
part0093.html
part0094.html
part0095.html
part0096.html
part0097.html
part0098.html
part0099.html
part0100.html
part0101.html
part0102.html
part0103.html
part0104.html
part0105.html
part0106.html
part0107.html
part0108.html
part0109.html
part0110.html
part0111.html
part0112.html
part0113.html
part0114.html
part0115.html
part0116.html
part0117.html
part0118.html
part0119.html
part0120.html
part0121.html